Rosas

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jueves, 3 de marzo de 2011

Enrique Oliva, el viejo Guerrero del 45...

Por Julio Fernández Baraibar



Ya han pasado sesenta y seis años.
Los protagonistas del 17 de octubre de 1945 han comenzado a galopar en las praderas de Manitú o donde quiera que se vayan los guerreros de aquella jornada histórica.

Hace un año le tocó partir a Enrique Oliva, un gigante nacido a la historia argentina aquella tarde de sol.

Enrique Oliva fue peronista desde el día en que los trabajadores ocuparon la Plaza de Mayo y entregó su enorme inteligencia, su indoblegable voluntad y cada hora de su vida a la causa de la liberación argentina y la unidad de la Patria Grande.

Cuando la reacción, la misma que hoy intenta maniatar y, de ser posible, voltear al gobierno de Cristina Kirchner, con la complicidad de sedicentes peronistas, Enrique Oliva no dudó.

Siguió a Perón en la soledad de su exilio, en la debilidad del caudillo alejado de su pueblo, y no hubo dudas en su nacionalismo popular acerca de quien representaba la aspiración histórica del pueblo y los trabajadores argentinos.

Desde Madrid y al lado del caudillo popular proscripto y en el ostracismo, Enrique Oliva fue un militante fiel y honrado de Perón, tal como lo eran los millones de argentinos tan proscriptos como el jefe expatriado.

Fue testigo y actor de los últimos sesenta y cinco años de política argentina, a la que le dedicó todo su luminoso cerebro y su patriotismo sin fisuras.

Cuando lo consideró necesario a los elevados fines de la causa nacional y popular, Enrique Oliva se convirtió en François Lepot, un periodista de Clarín, estacionado en París, desde donde iluminaba, con información fidedigna, a los argentinos sobre un mundo que se hacía ancho y lejano bajo la implacable censura de Videla y Martínez de Hoz.

Su ejercicio de la profesión hizo evidente que es posible ser periodista y patriota, que no es necesario sacrificarse al becerro de oro que ofrecen los grandes monopolios mediáticos para comprar las conciencias. Si Enrique Oliva pudo hacerlo, todos podemos.

Patriota como era, su nacionalismo popular –la razón profunda de lo que es el arcano de la política argentina: la sobrevivencia del peronismo- le permitió comprender las razones históricas de la gesta de Malvinas.

Desde su lugar privilegiado escribió informaciones y análisis que sólo contribuyeron a consolidar la doctrina nacional sobre esta causa, la más trascendental de los argentinos.

Imbuido de un fuerte espíritu testimonial, convirtió su labor periodística en una obligación de cubrir, para y en nombre del conjunto de los argentinos, los escenarios centrales de cada momento: la invasión soviética a Afganistán, el Pakistán de Zia Ul Haq o la India de Indira Gandhi.

Sus reportajes –que deberían ser de estudio obligatorio en las escuelas de periodismo-, sus informes sobre los países en cuestión estaban atravesados por su patriotismo argentino y suramericano, para analizar con ojos propios la realidad lejana.

Ya en la Argentina dedicó sus últimos años a las causas fundamentales: la cuestión de Malvinas, la unidad latinoamericana, la reivindicación de la Batalla de la Vuelta de Obligado.

Fue siempre y por sobre todo un militante.

Es decir tuvo, hasta el triste día de su partida, lúcido y rebelde, la energía y la voluntad de un joven veinteañero.

Seguramente, ese era su pacto misterioso que le permitió irse prometiendo su artículo sobre el petróleo en Malvinas para mañana.

Afortunadamente, Enrique, las nuevas generaciones te conocieron y admiraron tu fervoroso espíritu argentino, esa especie de punk irreductible que, cuando muchos prefieren las pantuflas y el sofá, te permitía estar presente, bajo la lluvia, en un acto a don Juan Manuel, a los caídos en Malvinas o a los asesinados el 16 de junio de 1955 por la Marina de Guerra.

Hace un año te acompañamos hasta tu descanso final.

Nos encontramos viejos y nuevos militantes y hablamos de proyectos y propuestas para seguir el combate.

No te lloramos porque sabíamos que no era eso lo que querías de nosotros.

Te recordamos llenos del humor y el respeto que se les debe a los grandes guerreros.

Enrique Oliva, hay una nueva generación que, con hidalguía y valor, se hará merecedora de tu memoria, la memoria de los jóvenes del 17 de octubre de 1945.

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