Rosas

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viernes, 25 de marzo de 2011

INGLATERRA Y EL RÍO DE LA PLATA (1806-1807)

Por el Dr. Julio R. Otaño

Los políticos de Inglaterra, dueña de los mares alentaban el proposito de apro¬vechar la decadencia y la depresión de España para apoderarse de sus colonias. Con paciencia y prolijidad de araña, la diplomacia inglesa había dispuesto los hilos para capturar la presa codiciada: primero, la paulatina penetración comercial; luego, la penetración ideológica, mediante la difusión de principios liberales y revolucionarios. El más activo de sus agentes era el venezolano francisco de Miranda, inquieto personaje que había actuado en la revolución francesa, y en Rusia (había sido amante de la Zarina Catalina) se había acercado al ministro inglés Pitt para ofrecerle sus servicios “revolucionarios” (en realidad quería cambiar de dueño). Miranda inició en 1806 gestiones ante Home Popham con el objetivo específico de atacar el Río de la Plata específicamente Buenos Aires y Montevideo.
El virrey marqués de Sobremonte era Virrey desde 1804 su fuerza de combate estaba constituida por 1.403 veteranos de infantería y dragones, la mitad de los cuales se hallaba en puestos alejados: provincias interiores, costa patagonica; Entre los fuertes de Montevideo, Maldonado y Buenos Aires se repartían un centenar de artilleros en mal estado y escasa munición..Las fuerzas navales consistían en una corbeta, un bergantín y algunas lanchas cañoneras. El 9 de junio el vigía de Maldonado advirtió la presencia de una escuadra inglesa próxima a la costa y compuesta de ocho buques. Era la que en abril había partido del cabo de Buena Esperanza a las órdenes de Sir Home Popham con el propósito de conquistar a la indefensa Buenos Aires. Traía 1.200 hombres de desem¬barco, comandados por el Coronel Guillermo Carr Beresford.
El 25 recibió con el consiguiente estupor la noticia de que los ingleses habían desembarcado en Quilmes y se dirigían sobre la ciudad. Rápidamente envió para detenerlos cuatrocientos milicianos y cien blandengues mal armados, que fueron dispersos por el fuego excelente de las baterías inglesas y de su disciplinada infantería. Despejado el camino, el jefe inglés Beresford intimó la rendición de la ciudad. El jefe militar de mayor graduación, brigadier Hilarión de la Quintana, a cargo de la defensa, vio la inutilidad de resistir y entregó la ciudad y el Fuerte. El virrey Sobremonte se había retirado entre tanto a la ciudad de Córdoba con los caudales del tesoro, a fin de organizar desde allí el rescate.
El general Beresford tomó posesión del gobierno a nombre de Jorge III (Rey de Inglaterra) y obligó al juramento de fidelidad. Dio una proclarna a la población prometiendo respeto a la religión católica y a la propiedad privada y autorizando el comercio libre con las colonias inglesas. Al mismo tiempo pedía a Inglaterra refuerzos militares y envío de pobladores y mercaderías para iniciar un intercambio en gran escala.
Los habitantes de Buenos Aires se sintieron consternados y humillados por la derrota, según lo revelan las memorias de la época aunque no faltó por cierto, la facción que trató de congraciarse con el invasor y se ligó a su suerte. Pasados los primeros días de estupor, empezó a conspirarse contra los ocupantes. Las circunstancias apremiaban porque convenía actuar antes de que llegaran los refuerzos pedidos por Beresford. Sobremonte reunía milicias en Córdoba para acudir a libertar la ciudad y lo mismo hacía Ruiz Huidobro en Montevideo, al mismo tiempo que don Juan Martín de Pueyrredón y otros más reclutaban gente en la campaña.
Se necesitaba sólo el jefe que coordinara estos esfuerzos dispersos y los organizara para la acción. En esta circunstancia aparece un francés al servicio del rey de España el capitán de navío don Santiago de Liniers y Brémond. Liniers pasó a Montevideo y obtuvo del gobernador de la plaza un contingente de seiscientos hombres, todos voluntarios, con los que se embarcó el 3 de agosto en la Colonia, venciendo a favor de una neblina propicia la dificultad de cruzar el río vigilado por los ingleses..
Desembarcó en las Conchas (Río reconquista) al siguiente día. En las proximidades de San Isidro se le unieron los dispersos del contingente de Puey¬rredón, que pocos días antes había sufrido un revés en la chacra de Perdriel. El 10 de agosto acampó en los Corrales de Miserere y desde allí se dirigió con su tropa al Retiro, en cuya plaza de toros se había fortificado el enemigo. Se combatió todo el día 11, y los ingleses se replegaron hacia la plaza Mayor y el Fuerte. Al día siguiente ordenó el ataque, acometiendo la plaza por cuatro puntos. En pocas horas la defensa inglesa cedió. Beresford dispuso el repliegue hacia el interior de la fortaleza, contra la cual hizo abrir Liniers intenso fuego con los mismos cañones abandonados por el enemigo. Al atardecer, se levantó bandera de parlamento.
Liniers exigió una rendición incondicional. Los enemigos sobrevivientes depusieron las armas y desfilaron ante nuestras milicias bisoñas y triunfantes. El botín de guerra consistió en treinta y cinco cañones de muralla, veintinueve de campaña, mil seiscientos fusiles y las banderas del regimiento 71.
El júbilo de Buenos Aires fue inmenso así como su entusiasmo por Liniers, quién aparecía a los ojos de todos como el caudillo natural. Sin embargo la escuadra inglesa continuaba dueña del rio, esperando refuerzos para intentar el desquite. El 14 de agosto, un Cabildo abierto bajo presion popular se pronunció contra el Virrey y designó jefe militar a Liniers. Ëste desplegó una extraordinaria actividad, dando muestras de sus grandes dotes de organizador. En once meses convirtió a una población de comerciantes en una república militar. Formó distintos cuerpos, agrupándolos por sus orígenes locales o raciales: andaluces, gallegos, catalanes, patricios, arribeños, cazadores correntinos, negros, mulatos, pardos, etc. Organizó ademas seis escuadrones de caballería y un cuerpo de artilleros. Se ocupó de la instrucción, a menudo per¬sonalmente. Los cuerpos debieron elegirse por votación sus pro¬pios oficiales, y éste es el origen de los grados de casi toda la ofi¬cialidad de la Independencia.
La mayor dificultad era el armamento. El enemigo fondeado en la boca del estuario había seguido recibiendo refuerzos de Inglaterra. A principios de 1807 contaba ya con un ejército de doce mil hombres al mando del general Whitelocke. Este decidió ocupar en primer término la Banda Oriental y establecer allí la base para su ulterior operación sobre la capital del Virreinato. Una brigada al mando del general Auchmuty desembarcó en Maldonado y se dirigió hacia Montevideo conquistándola (Sobremonte huyó nuevamente). Buenos Aires debía hacer frente a una flota compuesta de veinte barcos de guerra y noventa transportes y a un ejército de desembarco de doce mil hombres a quienes no faltaba caballería ni artillería. Para oponérsele, sólo contaba Liniers con ocho mil combatientes, de los que sólo la décima parte eran veteranos.
El general Whitelocke ordenó finalmente la invasión. El 28 de junio de 1807 desembarcaron los ingleses en la ensenada de Barragán y el 2 de julio su vanguardia llegaba a la orilla derecha del Riachuelo. Las fuerzas que llevó Liniers para contenerlos sufrieron una terrible derrota, esto consternó a la población que se juzgó perdida. Salvó la situación el Cabildo, por la decisión de su alcalde don Martín de Alzaga. Con la colaboración de todos los habitantes útIles, se puso rápidamente la ciudad en estado de defensa, cavandose trincheras en las calles, con baterías estratégicamente colocadas, y convirtiendo las casas en fortalezas. Al atardecer llegó Liniers, que había logrado reunir a la mayor parte de los dispensos. El 5 atacó Whitelocke, con ocho mil quinientos hombres divididos en columnas que debían avanzar por calles parale¬las hacia la plaza Mayor. Los recibieron una lluvia de proyectiles desde todas las casas. El enemigo había perdido entre muertos y prisioneros la mitad de su fuerza.
Liniers propuso negociaciones, el jefe británico debió ceder. El 7 de julio se firmó el convenio de paz. Por él los ingleses se comprometían a evacuar Montevideo y todos los puntos que ocupaban en el Río de la Plata.

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