Por Agenda de Reflexión
En 1939 se estrenó Gunga Din, uno de los grandes clásicos del
cine de aventuras de todos los tiempos, inspirado en el famoso relato
de Rudyard Kipling, dirigido por George Stevens e interpretado por Cary
Grant, Víctor McLaglen, Douglas Fairbanks Jr. y Joan Fontaine. La
historia se trata de tres sargentos del ejército británico, buenos
camaradas, de espíritu bromista, destacados en misión especial en una
zona montañosa de la India colonial del siglo XIX. Los acompañaba un
muchacho nativo, una especie de aguatero y guía baqueano llamado Gunga
Din, que resultó ser el perfecto cipayo: se diría que disfrutaba viendo
matar como moscas a sus compatriotas en nombre de los intereses del
imperio y de la corona.
Pero digamos que la vocación del cipayo colonial no fue exclusiva del
siglo XIX ni de la India exótica. El 27 de abril de 1933 se firmó la
convención y protocolo que pasó a la historia como una de sus páginas
más negras: el tristemente célebre “Pacto Roca-Runciman”. Un año antes,
los representantes de los dominios integrantes del Commonwealth
se habían reunido en la conferencia de Ottawa. En esa reunión el
imperio británico firmó acuerdos con Australia y Canadá con el fin de
otorgar preferencia a la compra de carnes. A partir de entonces la
exportación de carnes argentinas a Inglaterra comenzó a decaer. La
oligarquía y la Sociedad Rural argentinas presionaron entonces al
presidente Agustín Pedro Justo y su gobierno derivado del llamado fraude
patriótico para enviar una misión a Londres y arribar a un acuerdo. Las
escasas condiciones miserables que pudo imponer a su principal cliente
puso en evidencia el abrumador grado de dependencia del mercado exterior
que tenía nuestra economía. Pero también el cipayismo vendepatria del
gobierno y de nuestra clase dominante durante la década infame. Gran
Bretaña, por su parte, tenía entonces vastos intereses en nuestro país:
los ferrocarriles, los frigoríficos, el reaseguro y los enormes negocios
derivados de éstos.
Por ese pacto, se permitió a nuestro país enviar al mercado inglés una cantidad de su mejor producción de chilled beef
(carne enfriada), bien barata y ¡libre de gravámenes! A cambio, la
Argentina aseguró, en condiciones de claro privilegio, la importación de
carbón británico (sobre todo para abastecer a las locomotoras a vapor
¡también británicas!) y de toda una serie de productos manufacturados de
ese origen. Se eliminaron medidas “proteccionistas” contra las
importaciones inglesas, favorecidas además por regulaciones cambiarias.
Al mismo tiempo, el gobierno argentino se comprometió a alentar la
inserción de las empresas del Reino Unido en el terreno de las obras
públicas.
El vergonzoso pacto fue firmado (paradójicamente el mismo año en que
moriría don Hipólito Yrigoyen) en Londres por el ministro de comercio
británico Walter Runciman y el vicepresidente conservador argentino
Julio A. Roca (hijo del presidente homónimo). En esa oportunidad, Julito
Roca tuvo el mal tino de decir que “Argentina, por su interdependencia
recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante
del imperio británico”. El lacayismo llegaría a la cúspide en las
palabras del agente financiero de los intereses británicos y miembro de
la delegación argentina Guillermo Leguizamón, Sir de la corte de St
James: “La Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de
su Graciosa Majestad”.
La representación se completaba con el ministro de hacienda, el
socialista independiente Federico Pinedo, siempre asesorado por el
economista inglés Otto Niemeyer en las medidas adoptadas en el sistema
de transporte con la fundación de ferrocarriles y tranvías de Buenos
Aires, en la fundación del Banco Central y en la creación de la Junta
Nacional de Granos. La oligarquía intentaba, por todos los medios,
seguir en la órbita de Inglaterra, porque era la única manera de
mantener sus privilegios. La pujante economía de Estados Unidos, fuerte
productor de granos y criador de ganado de primer nivel, la estaba
amenazando de muerte. En definitiva, el empréstito inglés fue de 13
millones de libras esterlinas, pero el 70 % de esa cifra fue destinado
para pagar a la metrópoli ¡utilidades de los ferrocarriles!
Claro, ni el pacto ni aquellas declaraciones de la delegación fueron
bien recibidas en los círculos nacionales, tanto entre las fuerzas
armadas como entre los civiles como los hermanos Rodolfo y Julio
Irazusta –autores de La Argentina y el imperialismo británico- y
el grupo de intelectuales nucleados en FORJA. Se empezó así a cocinar
un caldo de cultivo que prepararía finalmente las condiciones para la
revolución del 4 de junio de 1943. El empréstito terminó pagándose
(varias veces, como es de rigor) durante el gobierno del general Perón,
cuando nacionalizó los ferrocarriles y el Banco Central, y derrotó a la
coalición antinacional y antipopular de la oligarquía y el imperialismo.
El último domingo 24 se cumplieron cinco años de la muerte del gran
patriota contemporáneo Alejandro Olmos, que supo denunciar la gran
estafa de la deuda externa argentina y la complicidad de sus gerentes
internos. Pero, como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol: siempre
existe disponible un Gunga Din.
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