Rosas

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jueves, 28 de enero de 2016

“No pertenezco a mí mismo sino a la causa del continente americano”



Por Juan Marcelo Calabria
“Mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles; mi edad media, al de mi patria. Creo que tengo derecho a disponer de mi vejez”, escribía el 25/8/1822 San Martín a su amigo O’Higgins desde Lima. En pocas palabras, el Libertador de América, sencilla y lacónicamente, sintetizaba toda su vida. Último hijo de la familia San Martín -integrada por Juan de San Martín y Gómez y su esposa Doña Gregoria Matorras del Ser, siendo sus hermanos María Elena, Manuel Tadeo, Juan Fermín y Justo Rufino- nació en Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú el 25 de febrero de 1778, casi por casualidad. En 1781 los San Martín se trasladaron a Buenos Aires y posteriormente rumbo a España para no volver jamás. Sólo “José Francisco, el que menos trabajo me ha dado” -al decir de su madre-, retornó a América en busca de su destino. En julio de 1789, el pequeño José ingresó al Regimiento de Infantería de Murcia “El Leal”, en Málaga. Los años en los ejércitos europeos y el influjo de las ideas de la Revolución Francesa permitieron al futuro libertador adquirir competencias de liderazgo y conducción que harán, del pequeño niño de las misiones, un dirigente comprometido con la nueva causa de la humanidad: la declaración de los Derechos del Hombre Nuevo.
En tanto en América, hacia 1810, comenzaban los primeros gritos de libertad con la aventura de formar gobiernos locales. En ese momento crucial: “Una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas y Buenos Aires (...) resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestro servicio en la lucha, que calculábamos se había de empeñar”, según las palabras del propio San Martín. El 9/3/1812 llegó al Plata listo para ofrecer “sus cortos servicios” a la revolución que había comenzado. Sin relaciones de familia ni dinero, munido únicamente de su sable morisco y sus habilidades y competencias, fue recibido con desconfianza por el Primer Triunvirato. Pasadas las primeras impresiones, aceptado y reconocido en su grado de teniente coronel de Caballería, se abocó a la formación del Regimiento de Granaderos a Caballo. El 3 de febrero de 1813 al frente de “sus muchachos”, pudo demostrar que estaba dispuesto a dar su vida por la Revolución en la batalla de San Lorenzo. Pocos meses después, luego de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, fue enviado para reforzar, y luego remplazar, al insigne general y amigo Manuel Belgrano. En enero de 1814 los dos protagonistas se encontraron cara a cara y compartieron las vivencias de la Revolución; allí San Martín comprenderá “que la revolución no hará camino por el Norte” y madurará su Plan de Liberación Continental de las Provincias Unidas, Chile y Perú.
En 1814, desde la Estancia de Saldán, en Córdoba, solicita al gobierno de Buenos Aires su traslado “al oscuro destino mendocino” en calidad de Gobernador Intendente de Cuyo, y desde la “Ínsula Cuyana”, a fuerza de voluntad, persuasión y liderazgo, forjará el Ejército Libertador de los Andes, impulsará la formación del Congreso de Tucumán, la Declaración de la Independencia y emprenderá la campaña a Chile, donde librará la batalla de Chacabuco, se repondrá del desastre de Cancha Rayada y asegurará la libertad en los llanos de Maipú.
El 20/8/1820 emprenderá “el último camino de su destino que lo llama” al frente de la expedición libertadora hacia el Perú. Designado Protector de los Pueblos Libres del Perú, proclamó su independencia el 28 de julio de 1821 y sentó las bases de una República Liberal y Progresista. En 1822, sin recursos y agotado por 10 años de lucha, decide entregar “la pesada carga del mando” al libertador Simón Bolívar en Guayaquil donde tratará, sin éxito, de convencer a su “hermano” de causa de terminar juntos la guerra de la Independencia. Tras renunciar al Protectorado del Perú y luego de una breve estadía en Chile, regresa a su Tebaida mendocina y desde allí parte a Buenos Aires, donde junto a su hija Mercedes partirá al ostracismo voluntario. Después de agitadas negociaciones en Inglaterra en pos del reconocimiento de la independencia, José y Merceditas comenzarán su derrotero por Europa.
En Francia, la vida familiar y la visita de amigos y compatriotas, complementan una nutrida correspondencia donde la palabra remplazó la espada en su lucha por el progreso y bienestar de América. Allá lo alcanzarán los honores que la “maledicencia y falsa chismografía” le habían negado. El 11/2/1841, el Mercurio de Chile publica el artículo: “12 de Febrero de 1817”, escrito por Domingo Faustino Sarmiento recordando a los hermanos chilenos los servicios del viejo libertador. Luego un nuevo artículo del sanjuanino: “Los dieciocho días de Chile: desde la derrota de Cancha Rayada hasta la victoria de Maipú” motivó un decreto del Congreso Nacional que establecía: “Al general José de San Martín se le considerará por toda su vida como en servicio activo en el Ejército y se le abonará el sueldo íntegro correspondiente a su clase aun cuando resida fuera del territorio de la República”.
En la Argentina, en 1844, durante su discurso a la Legislatura, el brigadier general Juan Manuel de Rosas realizará la relación de las glorias del Gran Capitán, y le escribirá una carta diciendo: “...la gratitud de la Confederación Argentina y la América, nunca puede olvidar a usted: lo seguirá a su retiro y siempre honrará su memoria”. Poco después, el 9/12/1848 la Sociedad Patriótica, Fraternidad, Igualdad y Unión del Perú le reconocían como Fundador de la Libertad del Perú, tal el título que San Martín ostentaba desde 1822, siendo su “miembro nato fundador”. Estos tardíos reconocimientos arrancaron del Libertador las siguientes palabras: “La mayor recompensa que todo hombre público puede desear es la aprobación de su conducta por sus contemporáneos; así es que, a pesar de una vejez y una salud sumamente quebrantadas y sobre todo próximo a perder la vista por cataratas, mi existencia en medio de estos males recibe consuelos que los hacen más soportables, recordando que los actuales gobiernos del Perú, Chile y la Confederación Argentina me dan con frecuencia pruebas inequívocas del aprecio que les merezco y por este medio veo recompensado con usura los cortos pero bien intencionados servicios que la suerte me proporcionó rendir a estas repúblicas en la guerra de nuestra independencia”.
Así la gloria lo alcanza en la última parte de su vida luego de persecuciones y olvidos. Con el equilibrio y la entereza que lo habían caracterizado toda su vida, recibía con alivio y alegría los encomios de las generaciones que lo sucedieron y que veían en el “viejo guerrero” al primero de sus ilustres fundadores. Al decir del general Las Heras: “Hubo una época, época gloriosa en la historia de este continente, en que todos los americanos éramos compatriotas, unidos por el doble vínculo de nuestro común infortunio y nuestros comunes esfuerzos por la independencia. A esa época pertenece el varón ilustre, el capitán general de los ejércitos de Chile, a cuya memoria Chile, agradecido, levanta hoy este monumento” (Santiago de Chile, 05/04/1863).
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* Por Juan Marcelo Calabria - Docente y Ensayista. Autor del libro “San Martín, modelo de líder americano”.

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