POR JOSÉ LUIS BUSANICHE
Francisco Ramírez, había firmado el tratado del Pilar a
sabiendas de que traería su rompimiento con Artigas. En efecto: Ramírez firmaba
como gobernador de Entre Ríos y en rigor era el Comandante General del ejército artiguista y en ese carácter había
cruzado la provincia de Santa Fe, y teniéndolo como tal se le incorporó con sus
tropas el gobernador de esta última provincia. Por eso comandó Ramírez y no
López el ejército en Cepeda y por eso el comandante dio a su jefe Artigas
inmediata cuenta de la victoria. Pero pocos días antes de firmarse el tratado llegó a Buenos Aires la noticia de la
destrucción de las armas artiguistas en la Banda Oriental, cumplida por los
.portugueses en la batalla de Tacuarembó, con el añadido de que el Protector
había pasado a Entre Ríos con los restos
de su ejército en derrota. Tal suceso, en aquellas circunstancias, despertó
la ambición del vencedor de Cepeda
decidiéndolo a tratar por su propia cuenta y acaso imaginar una seductora
hegemonía. López se hallaba en otra situación. Aunque adicto a la Liga Federal
(liga de hecho, también, porque no existían patios formales) no se debía por entero al Protector, como Ramírez, ni se había
formado como este último en sus ejércitos. Lo cierto es que, una vez conocida
la derrota de Artigas, Ramírez, ni
consultó a su jefe, ni firmó ad-referendum como comandante de las armas
orientales, sino como gobernador de Entre Ríos y no podían ocultársele las
graves consecuencias que debían sobrevenir. Por eso, una vez agasajados los
vencedores en el cabildo de Buenos Aires, y percibidos algunos auxilios en
armas (indemnizaciones de la campaña militar), se dispusieron a volver a sus provincias
como lo establecía el tratado Pero hubieron de permanecer días más en la
capital para asegurar en el poder a Sarratea porque el coronel Juan Ramón
Balcarce, jefe directorial salvado con su división en Cepeda, trató de
arrebatar el poder al flamante gobernador apenas los federales anunciaron su
partida. Sarratea fue afirmado en el mando, se inició proceso contra los
autores del proyecto monárquico y fueron publicadas en folleto las actas
secretas que daban testimonio del negociado .
López se retiró con sus tropas en el mes de marzo. Ramírez
en los primeros días de abril. Apenas
llegado este último a su provincia, Artigas le pidió cuenta de su conducta.
Ya había firmado en Ávalos (Corrientes), un convenio entre diputados de la
Banda Oriental, Corrientes y Misiones que importaba el desconocimiento del
tratado del Pilar y una alianza de tendencia artiguista. “El objeto y los fines de la convención del Pilar —escribió Artigas a
Ramírez— sin mi autorización ni conocimiento, no han sido otros que confabularse
con los enemigos de los pueblos libres para destruir su obra y atacar al jefe
supremo que ellos se han dado para que los protegiese y esto sin hacer méritos
de muchos otros pormenores maliciosos que contienen las cláusulas de esa inicua
convención y que prueban la apostasía y la traición de V.S. Al ver este
atentadono he podido vacilar y he corrido a salvar la provincia entrerriana de
la influencia ominosa de V.S. y de la facción directorial entronizada en Buenos
Aires”. Ramírez contestó con la misma arrogancia: “Vuestra Señoría ataca ahora
mi provincia y ha llegado el caso de preguntarle: ¿Qué especie de poderes tiene
V.S. de los pueblos federados para darles la ley a su antojo; para introducir
fuerza armada cuando no se le pide y para intervenir como absoluto en sus
menores operaciones internas?. . ” Los oficios se cruzan, contundentes,
anunciando la guerra que no tardará en sobrevenir.
Artigas ha
reconvenido también a López, pero en otros términos que fueron contestados así:
"Cuando he leído las reconvenciones que V.S. me hace no puedo formarme
otra idea sino.de que V.S. no estará completamente impuesto del actual estado y
circunstancias de las provincias de la unión. ¿Cómo he de persuadirme de que
V.S. menosprecia la felicidad común de ellas? Ello exigía con la mayor urgencia
la convención que se ha logrado”.

La indignación de
Artigas se descarga sobre su teniente de Entre Ríos, sobre todo cuando este
último responde sarcásticamente a sus oficios. Avanza el Protector por la costa
del Uruguay hacia el sur, se apodera del arroyo de la China venciendo la
resistencia de López Jordán y sigue hasta Gualeguay donde, en el punto
denominado las Guachas, choca con el
mismo Ramírez y lo derrota. Pero el entrerriano se repliega hasta Paraná
donde el oficial porteño Lucio Mansilla, enviado por Sarratea, le facilita
oportunos auxilios, pone concierto en la tropa y la deja bien dispuesta para
una próxima batalla. No tarda en llegar
el Protector a quien le está reservada una completa derrota en el lugar
denominado Las Tunas, cerca de Paraná.. (24 de junio). Aquellos pobres
campesinos peleaban casi desnudos. Con la promesa de diez pesos (!) y un
vestuario de los llevados por Mansilla fueron animados durante el combate los
vencedores. Ramírez inició una
persecución encarnizada, implacable.
En los meses de julio y agosto corre por Entre Ríos y
Corrientes en demanda de su presa; en el mes de septiembre derrota nuevamente al
Protector, ya cerca del Paraguay, y el vencido prefiere pedir asilo en esta
república donde ha de sobrevivirse todavía treinta años. Pero ¿qué hubiera sido de él en manos de Ramírez?.
. . Este último, sediento de venganza,
exige con insistencia la entrega del vencido al dictador Francia, y aun amenaza
con invadir su territorio. Pero desiste por último y se apodera de la ciudad de Corrientes donde
disuelve el cabildo, ejerce cruelísimas venganzas y funda la República
Entrerriana con Misiones, Corrientes y Entre Ríos, aprovechando los auxilios
que le ha proporcionado Sarratea. Sojuzgada Corrientes, vuelve Ramírez a su
provincia v escribe a su teniente del norte: “Poco importa que los correntinos ladren si no pueden morder, A usted
le corresponde aplicar correctivos”. Había sacado de Corrientes. 20.000
caballos y 70.000 cabezas de ganado.
El Supremo celebró en Paraná .el fausto acontecimiento. En
carta a un amigo, hizo breve y bien trazada reseña de la ceremonia: “Amigo: Voy a dar a usted una idea de la
gran función que se está disfrutando de ella (sic) hoy día: primeramente una
gran plaza para una gran corrida de toros que dura todos los días de Pascua;
plaza de todo lujo con palcos correspondientes; hay unas grandes carreras, hay
otras de títeres; hay unos bailes de un rango nunca conocido; hay unas grandes
riñas de gallos; hay tres días de despojos en la plaza con infantería de
morenos y correntinos; no tengo tiempo para dar a usted un detalle de cuanto va
a haber de tanta función emprendida por todas partes. En fin, confórmese con el
olor, como yo hago lo propio porque me ha probado mal el Paraná”.
Del jolgorio participaban oficiales porteños, de los
enviados por Sarratea para terminar con Artigas, entre ellos el que no mucho
después será gobernador de Entre Ríos, Mansilla.
El gobernante que había contribuido desde Buenos Aires a la
eliminación del Protector, ya no estaba
en el poder. Apenas retirados
Ramírez, y López de Buenos Aires en abril de 1820, viose obligado a convocar a
elecciones; lo hizo en mayo y como en las elecciones aquellas, de gente decente
de fraque o levita (la que había decidido todo en la ciudad desde 1810, la
llamada “parte principal y más sana del vecindario", doscientos vecinos a
lo más), eligio para el cargo a don Ildefonso Ramos Mexía.
El nuevo, gobernador
se apresuró a poner en libertad a los congresistas presos, debían responder a
la acusación de haber pretendido entregar el país al príncipe de Luca. Con esta
medida y otras análogas, recrudeció la lucha de facciones en Buenos Aires y
otra guerra civil se desató en el litoral argentino López, gobernador de una
provincia lindante con la que, ahora había caído en manos de los directoriales,
se dispuso a intervenir antes de ser atacado.
Incitábanlo a ello dos personajes que en mala
hora fueron acogidos en su ejército porque —pescadores en rio revuelto— no buscaban otra cosa que el desorden
para lograr el poder: eran Alvear y José Miguel Carrera. Ambos habían llegado de Montevideo para
incorporarse a los federales: el primero con el designio de volver al gobierno
después, de haber sido expulsado como lo fue en 1815. El segundo había logrado
que Sarratea pusiera bajo sus órdenes una división de chilenos llegada después
del desastre trasandino de 1814, que le serviría de base —así lo proyectaba él—
para armar un ejército, cruzar la cordillera y desalojar a O’Higgins del poder.
Le empujaba un fierón sentimiento de venganza por la muerte de sus hermanos.
Carrera era hombre de buen entendimiento, de mucho atractivo personal y
extraordinaria osadía. López recelaba —y con razón— que la facción
directorial terminara en poco tiempo con los sacrificios que habían culminado
en Cepeda y en el tratado del Pilar. Por
otra parte, los términos del tratado no se cumplían mientras las provincias
daban —todas menos Buenos Aires— testimonio de adhesión a la causa federal.
Santiago del Estero, separándose de su antigua intendencia, Tucumán, había
declarado en el mes de abril: “Art. 19 Declaramos por la presente acta nuestra
jurisdicción de Santiago del Estero uno de los territorios unidos de la
Confederación del Río de la Plata. Art. 20 No reconoceremos otra soberanía ni
superioridad sino la del congreso de nuestros co estados, que va a reunirse
para organizar nuestra confederación. Art. 21 Ordenamos que se nombre una junta
constitucional para formar la constitución provisoria y organizar la economía
interior de nuestro territorio según el sistema provincial de los Estados
Unidos de la América del Norte... etc:.”.
Decía López: “Los
representantes de Buenos Aires elogian públicamente al congreso disuelto; no se
cumplían las estipulaciones del Pilar; no ha concurrido el diputado a San
Lorenzo porque Buenos Aires teme perder el monopolio comercial y proyecta
quitar a las provincias el poder adquirido a fuerza de fatigas”.
En junio se puso López en campaña con Alvear y Carrera.
Paralelamente, las facciones políticas y los caudillos militares, disputábanse
el poder en Buenos Aires. Soler se levantó contra el gobernador Ramos Mexia;
éste entregó el mando al cabildo de...Buenos Aires y a su vez el cabildo de
Luján designó gobernador al jefe sublevado. El cabildo de Buenos Aires confirmó
a Soler. (20 de junio de
1820..muerte del Gral Belgrano) Era
natural que Soler, gobernador ahora y
jefe del ejército, se opusiera a las tropas de López que pisaban ya la
provincia. Chocaron en la Cañada de la Cruz. Soler sufrió una completa derrota
y_huyó a Montevideo.
El cabildo de Luján eligió gobernador a Alvear pero una “junta electoral” formada en Buenos Aires,' eligió
para el mismo cargo a Dorrego que al
frente de un nuevo ejército hizo retroceder a las fuerzas federales hasta San
Nicolás. Después derrotó a López, en Pavón; pero, repuesto el santafecino, le infligió tremendo castigo en la sangrienta
batalla del Gamonal el 2 de septiembre de 1820.

Por Felix Frìas


Al divisar a las fuerzas patriotas, y ver la disposición de la
artillería, el general Blanco cae en la trampa que tendiera
magistralmente el comandante Arenales; supone que en torno y detrás de
esta se encuentran los efectivos patriotas. Despliega sus unidades de
infantería en guerrilla por ambos flancos, con la idea de atacar a la
concentración (que supone se encuentran detrás de las baterías), y
avanza con el resto de los efectivos vadeando el río en forma frontal
sin otra precaución.
En la frenética carga, guiada por el mismo Arenales, y ante su
irrefrenable deseo de aniquilar al enemigo, el comandante se adelanta
demasiado al resto de la caballería de Santa Cruz, solo seguido de cerca
por su ayudante y sobrino teniente Apolinario Echevarria. Recorre así
unos 10km sin advertir que los santacruceños se quedan atrás ocupados en
la recolección del botín de guerra. Así, penetra en una región del
monte donde habían tomado por refugio unos 11 soldados enemigos que
huían del campo de batalla, cuando advierten que son solo dos oficiales
quienes los siguen, hacen alto y disparan contra Arenales y el Tte.
Echevarria mientras los van rodeando. Cercados por completo, estos se
defienden desde sus cabalgaduras hasta que estas caen malheridas. En
tierra, Arenales, sin abandonar su espada, usa con destreza sus
pistolas. En ese momento un realista le apunta con su trabuco,
Echevarria, quien advierte esto, se lanza en la línea de fuego,
recibiendo él el mortal impacto, cayendo muerto a los pies de Arenales,
junto a los cadáveres de cuatro de sus enemigos. Arenales busca un árbol
en la que apoyar su espalda para continuar hasta el final con esa lucha
desigual y obstinada. Arenales ya no es un hombre, es una bestia
salvaje luchando por su vida, con toda la ferocidad que acompaña al
guerrero en esos decisivos momentos. Un certero sablazo le abre el
cráneo en uno de sus parietales. Su cara esta bañada en sangre, la furia
lo envuelve como un huracán.
Otro tajo horrible lo abre desde arriba de la ceja hasta casi el
extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla
derecha por debajo del pómulo, desde el arranque de la sien hasta la
boca. Trece heridas profundas ofenden su cabeza, su cara y su cuerpo,
aquí empieza a nacer la leyenda del General hachado, el inmortal de la
revolución, con todas sus heridas escupiendo litros de sangre,
completamente bañado de rojo, mas parecido a un demonio salido del
infierno que un hombre, el general Arenales sigue combatiendo con la
rabia y la locura que se desprenden en cada asesino golpe de su sable
mellado por los huesos de los enemigos muertos.
El cuerpo del Coronel Arenales permanece horas tirado entre los
arbustos, rodeado por los cadáveres de sus enemigos, hasta que un grupo
de merodeadores, esos que siempre siguen a los ejércitos en campaña para
rapiñar de las sobras y despojos de las batallas, son atraídos por los
brillos del uniforme de Arenales. Cuando estos rastreros se disponían a
saquear el cuerpo del coronel, este, inmóvil pero conciente, les grita
con recia voz, tan poderosa sonó que pareció el grito de Poseidón
ordenando las olas en lo profundo de los mares, helándoles la sangre y
haciendo que huyan despavoridos del lugar.