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domingo, 31 de diciembre de 2023

Contra la historia ECONÓMICA

 Por Mario Rapoport

Las ideas de los libertarios fueron expuestas a principios del siglo XX por varios economistas, algunos de ellos nobelizados por el Banco de Suecia. Su objetivo principal era combatir el colectivismo, el marxismo y todas sus variantes. Sus teorías se abstraían de la historia, cuando no la rechazaban. Sus análisis, basados en la teoría subjetiva del valor, critican el método matemático y la observación de datos para el estudio de la economía. Dicen que estos no son válidos para entender o predecir el comportamiento humano.

No se puede aprender nada de la historia. Sólo podemos basarnos en hipótesis deductivas que consideran lo que el ser humano persigue para alcanzar sus fines económicos. Todo estudio de la economía a través de datos empíricos, como el de hechos pasados, afirman estos economistas, no sirve para deducir una pauta del comportamiento futuro de los individuos.
La historia sería, entonces, una mancha o un borrón que no nos permite, ni calcando, dibujar nada. Por consiguiente, en la Argentina no podemos procesar o interpretar lo que pasó para tratar de entender la crisis actual.
No obstante, como historiador económico voy a intentarlo, presentando los datos y sacando algunas conclusiones a partir de ellos. 
En el pasado reciente tuvimos dos hiperinflaciones con un crecimiento de precios de cerca del 50 % mensual, la primera en 1989 (3.079,5% en el año) la segunda en 1990 (2.314,0%), precedidas por varias de tres dígitos anuales (444,0%) en 1976, (343,8%) en 1983, (626,7%) en 1984, (672,2%) en 1985 y (343,0%) en 1988. Actualmente en el 2023 es de 80,2% y la variación interanual entre agosto de 2022 y agosto de 2023 del 124,4%, si bien preocupante lejos de aquellas cifras.
La crisis más brutal de la economía fue en el 2001, no provocada por una espiral inflacionaria sino por una seudodolarización, como el plan de convertibilidad de Domingo Cavallo, que quiso estabilizar el peso y llevó a una deflación que hizo caer su valor medido en dólares casi a cero, la creación de cuasimonedas, como los patacones, y una profunda recesión.
La herencia de la convertibilidad y de la aplicación plena de políticas neoliberales implementando una liberalización de todas las variables económicas, con excepción del tipo de cambio, que permaneció fijo, fue algo totalmente irreal.
La apertura plena del comercio exterior se acompañaba con la privatización de las principales empresas nacionales, jubilaciones privadas, y liberalización financiera, en el marco de un enorme endeudamiento externo y fuga de capitales.
Es posible ponderar tal solución: en 2002, cerca del 50% de la población pasó a ser pobre y el PBI a valores corrientes se redujo entre 1999 y 2002 un 23,48%. Los ahorros de los ciudadanos quedaron atrapados en dos tipos de corralitos. Los niveles de pobreza en todo el país se elevaron para las personas, de mayo de 1999 a mayo de 2002 de 27,1% al 49,7% y para los hogares del 19,1% al 41,4% en tanto que los desocupados alcanzaron la línea del 22%. La crisis política y social dejo un tendal de víctimas fatales, mientras la economía argentina entraba en default. La convertibilidad fue un espejismo.
Si algo se puede aprender de esos datos es que la inflación no se detiene con una dolarización, y que estamos lejos de una hiperinflación como las que ya padecimos.
Los hacedores de la política económica no pueden ignorar estas señales. La situación actual no es similar a la del 2001 y no podemos repetir recetas que ya fracasaron y proponen como fórmula de cambio la vuelta a un pasado mucho peor sobre la base del ocultamiento de las cifras, el egoísmo, la injusticia y la degradación de los valores humanos.
Las crisis históricas tienen aspectos parecidos que debemos contextualizar con respecto a sus respectivas “épocas” y sociedades. El modelo agroexportador de fines del siglo XIX, en su primera etapa, produjo también una gran crisis como consecuencia de déficits recurrentes en la balanza de pagos por el endeudamiento con capitales británicos. El país creció, no obstante, en un mundo que le era económicamente favorable, pero ese antecedente se trasformó en el eje de futuras crisis.
La Argentina no se industrializó como otros países con procesos de crecimiento similares como Australia y Canadá y el desarrollo económico y político fue boicoteado por los grupos dominantes pertenecientes al sector agropecuario y a las corporaciones nacionales y extranjeras.
Particularmente, ya en el siglo XX, la dictadura militar de los años 70, además de violar impunemente los derechos humanos, impuso políticas que afectaron el proceso de industrialización, los ingresos de los trabajadores y reprodujeron las características del modelo agroexportador. La historia se repite y debe calar fuerte en la mente de los argentinos.
La experiencia de la crisis institucional y social de 2001 no puede, como vimos, aplicarse mecánicamente a la crisis actual. En el 2000 no había inflación sino una cuasidolarización imposible de sustentar. Los precios internos dolarizados encarecieron la economía local, mientras que los niveles de producción del país se redujeron, con aumento del desempleo, rebaja de los salarios y un aumento de las actividades informales.
La restricción externa es una contante de la economía argentina, salvo breves períodos, y el creciente endeudamiento no la superó, sino que la agravó.
Ese endeudamiento aumentó notablemente con la losa gigante del megapréstamo que tomó Macri. Esa es una responsabilidad principal de ese gobierno que el actual no superó. Hubo también responsabilidad del mismo FMI, otorgando un crédito fuera de lo común por su monto con fines políticos.
La presunta predilección de los argentinos por el dólar es una consecuencia de la dolarización creciente de la economía promovida por gobiernos de derecha, y en especial, por la dictadura militar de los 70. Hay que distinguir bien si se trata de una predilección del conjunto de la sociedad o si es el resultado de un núcleo de negocios, directamente o a través de políticos, que lo utiliza en el comercio internacional y tiene en sus manos la casi totalidad de los dólares en el país o en el exterior.
Esto crea la brecha cambiaria con el manejo del dólar informal, perjudicando al conjunto de los argentinos. Ahora se plantea la posible existencia de una dolarización que va a beneficiar sólo a unos pocos, como lo hizo en el pasado la convertibilidad. La economía argentina tiene que pesificarse y el dólar jugar únicamente en el sector externo.
Para vencer estructuralmente a la inflación es necesario desarrollar sectores productivos con elevado valor agregado, incentivar la innovación tecnológica y la inversión pública y privada con políticas de Estado y robustecer el mercado doméstico a través de la plena ocupación en empleos formales, y de la creación de puestos de trabajo de alta productividad.
Sólo eso terminará de desmontar los mecanismos que favorecen la especulación financiera y los procesos inflacionarios.

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