Por Leonardo Castagnino
A principio de 1866, durante la Guerra del Paragauy, los ejércitos en conflicto estaban separados por las aguas del Paraná, y los paraguayos hacían algunas excursiones de reconocimiento en territorio argentino. En una de esas excursiones se habia dado el combate de Corrales o Pehuajó.
Mientras tanto la poderosa armada brasileña permanecía fondeada en la rada de Corrientes, mientras el almirante Tamandaré paseaba por las calles de Buenos Aires.
Mitre manda a llamar al almirante, que llega a Corrientes el 21 de febrero de 1866, anunciado el 23 de enero que las tropas paraguayas no pasarían más el río Paraná, porque la escuadra les cortaría la retirada.
El 25 se reúne una junta aliada en Corrientes, a la que asiste el almirante y el mismo Mitre, quien expone el plan de operaciones, al tiempo que Tamandaré anuncia que va a subir el río Paraguay y a “descangalhar” los muros de Humaitá. Vale la pena aclarar que el soberbio almirante no alcanzaría a ver Humaitá, ni subido al palo mayor con anteojo de gran alcance.
Recién el 17 de marzo la flota deja el fondeadero, subiendo hacia Paso de la Patria con cuatro acorazados, trece cañoneras y cuatro transportes, con 100 bocas de fuego. El 22 del mismo mes, otra junta de guerra resuelve que la escuadra haga un reconocimiento aguas arriba y destruya Itapirú el día 25, para facilitar el desembarque. Iba a empezar entonces un duelo singular. López se preparaba para darles una sorpresa: había resuelto que un lanchón saliese a retar a duelo a toda la escuadra.
En la mañana del 23 de marzo el pequeño vapor Gualeguay remolca un diminuto lanchón hasta la punta de Itaípirú, dejándolo en al costa. El lanchón era tripulado por el sargento Francisco López y cinco compañeros, todos buenos tiradores, que le salen al encuentro a los acorazados “Brasil” y “Bahía”. Los acorazados les responden el fuego en forma desproporcionada, no obstante lo cual la refriega se prolongó por bastante tiempo, hasta que lo paraguayos deben abandonar el lanchón para ganar la orilla a nado, mientras los acorazados continuaban el fuego contra el lanchón hasta destruirlo.
Por la tarde del mismo día, aparece otro lanchón remolcado hasta Itapirú, tripulado por el famoso sargento José María Fariña, reanudando el combate con los acorazados hasta el atardecer. Al otro día se reanuda el combate y los paraguayos, que habían afinado la puntería, logran algún daño a los acorazados mientras éstos no lograban dar en el pequeño blanco móvil que los desafiaba.
El 25 de marzo la armada amaneció empavonada de fiesta conmemorando el aniversario imperial. A mediodía se daba una fiesta en la nave almirante, cuando de improviso apareció el impertinente lanchón paraguayo resuelto a disolver la reunión del festejo. Se posicionó frente al buque y comenzó a cañonearlo.
Desde el principio se vio que los tiros eran cada vez más certeros, y debió disolverse de urgencia la reunión porque los tiros pasaban rozando la cubierta ante el espanto y corrida de los antes alegres comensales. Un cañonazo dio en el pañol de víveres del “Apa” haciendo un destrozo tremendo. Alarmado el almirante ordenó que el acorado “Tamandaré” y la cañonea “Enrique Martins” avanzasen haciendo fuego contra el impertinente, pero el corajudo Fariña tranquilamente varó su lanchón en la costa, y pusieron pie en tierra desapareciendo el la selva contigua, donde estaba destacado el batallón 12.
Las naves brasileñas, envalentonadas, desprendieron tres botes con 25 hombres cada uno con el propósito de apoderarse del lanchón, pero fueron recibidos por un fuego graneado de fusilería que los obligó a retirarse precipitadamente. En su bronca de impotencia, los brasileros continuaron haciendo fuego con bombas, granadas y metralla contra la costa, sin lograr ningún blanco efectivo, prolongando el bombardeo hasta las 10 de la noche. Una de las bombas que había caído a lo lejos en un carrizal reseco, produjo un fenomenal incendio. El campo incendiado y el trazado de los proyectiles incendiados daban la impresión de una batalla naval de proporciones, sin que los paraguayos sufrieran el más mínimo daño.
Natalicio Talavera, que hacía de corresponsal, relató el episodio: “Todo elogio no es bastante para ponderar la serenidad y bravura de los seis tripulante del lanchón y del Alférez Fariña que los mandaba”, agregando también conceptos sobre el comportamiento del Alférez primero de marina Domingo Antonio Ortiz, “que hallándose accidentalmente en aquel lugar, pidió colocación al pie de una pieza y la dirigió con bastante acierto”.
Al amanecer siguiente, día 26 de marzo, el lanchón se prepara para un nuevo duelo; a las dos de la tarde Fariña se deja arrastrar por la corriente hasta posicionarse con el lanchón frente a toda la flota enemiga. Sus primeros tiros dieron en el navío almirante produciendo alarma generalizada, por lo que el indignado Tamandaré ordena que tres acorazados cargasen contra el lanchón para aplastarlo, pero lejos de amedrentarse por los acorazados que se les venían, desde le lanchón los recibieron a cañonazos. El “Bahía” recibió tres cañonazos: el primero dio el la coraza, el segundo en la proa y el tercero le destrozó el mástil.
Ya con los acorazados encima, Fariña y sus compañeros se tiraron al agua y ganaron la costa a nado. El lanchón quedó destruido por una explosión en el depósito de pólvora, pero la pieza de artillería fue recuperada para artillar con ella un nuevo lanchón, el diminuto “Antelo”, que todos los días reaparecía por el Paraná como por arte de magia.
El día 27 se reanuda el duelo; el lanchón se había colocado en la punta de Iatpirú, y desde las primeras horas de la tarde comenzaron a intercambiarse fuego con los acorazados, mientras Bruguez lo hacia de la costa. El singular combate siguió hasta las cuatro de la tarde en que los acorazados empezaron a retroceder con algunas averías, pero en ese momento Bruguez desde tierra arreció el fuego, y le metió dos cañonazos dentro de la torre del “Tamandré”, donde se habían refugiado unos cincuenta hombres y el Comandante Barros, haciendo un verdadero desastre. Con estas bajas de dio por terminadas la jornada.
Al amanecer del día 28, nuevamente colocado el lanchón en le mismo sitio, despierta a la armada cañoneando los navíos de casco de madera, como lo eran “La Princesa de Joinville” y los trasportes “Riachuelo” y “Paranayba” , que recibieron los primeros tiros, debiendo intervenir los acorados “Barroso” y “Bahía”, que también fueron recibidos a cañonazos por Bruguez desde tierra. Los del lanchón saltaron a tierra cuando había agotado la munición, unos 40 proyectiles. En dos días, sólo el “Barroso” había recibido 30 tiros.
La prensa europea y americana comento largo tiempo este singular duelo entre un lanchón contra toda la armada brasileña, destacándose la figura de José María Fariña. Éste había empezado su actuación en los tiempos de don Carlos López y cuando la pequeña flota Paraguaya fue destruido, Fariña se incorporó al ejército como artillero, llegando a ser uno de los mas famosos tiradores.
José María Fariña fue tomado prisionero y sobrevivió a la guerra.
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