Rosas

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viernes, 19 de octubre de 2012

Las mujeres de Don Juan Manuel

Por: Oscar Sule Antes de referirnos al tema en cuestión y para contribuir mejor a su entendimiento, creemos pertinente primero hacer una breve descripción de la personalidad física y psicológica de don Juan Manuel de Rosas. Nos valdremos o apelaremos a los testimonios de sus parientes, de los extranjeros, particularmente de los embajadores o diplomáticos que lo alternaron, los de sus amigos y de sus enemigos políticos y los testimonios de sus historiadores más enjundiosos. Para ello es necesario parar la historia en un año; yo elegí estimativamente 1835, Rosas tiene 42 años. “Es un hombre de llamativa presencia, da la impresión de salud y vigor físico” . Su estatura apenas sobrepasa la media (1,76; 1,78 mts), su cabeza siempre erguida de dimensión proporcionada a su cuerpo, de cabello rubio dorado con dos ondas negligentemente alborotadas. Su frente cae como un acantilado, sus cejas rubias y despobladas, con párpados encapotados y en el fondo sus ojos celestes de mirada penetrante y dominadora. Nariz fina y labios apretados. De espaldas anchas y abiertas y busto prominente que barruntan un desarrollo importante de sus vías respiratorias profundas, los que delatan el ejercicio hípico a la que estuvo sometida su larga vida rural. Tiene manos pulcras a pesar de haberlas usado tantos años en los menesteres del campo. Sus gestos son medidos aunque a veces se exprese con un histrionismo calculado. Su vocabulario es amplio o mejor dicho variado. Es distinto el que emplea para comunicarse con los indios del que estampa en su correspondencia con Guido o Anchorena: es distinto el lenguaje familiar al lenguaje protocolar o el que emplea para discutir con los diplomáticos extranjeros. De vez en cuando alguna mala palabra o una expresión grosera. Cuenta el historiador Manuel Gálvez en su libro ya citado que habiendo concurrido a una tertulia, evento social que no solía frecuentar, una niña de la sociedad porteña amenizaba la reunión entonando al parecer con dulce voz una canción de la época. Rosas inclinándose hacia un contertulio que estaba a su lado le preguntó “¿A qué manada pertenece esta yeguita que relincha tan lindo”? . Siguiendo un esquema psicologista, la personalidad cuenta con tres esferas: la intelectual, la volitiva y la afectiva. La facultad dominante en Rosas es la volitiva, particularmente la voluntad, el carácter, el tesón: su voluntad es indoblegable y dominante. Es de una tenacidad descomunal y su fuerza es pura potencialidad. No hay objetivo que se proponga que no lo logre a largo o corto plazo. Sabe esperar y no se precipita. Rosas nació para mandar. Ese carácter dominante lo heredó de su madre. Su sobrino Lucio V. Mansilla, hijo del general y futuro escritor cuenta que cuando volvió de París trajeado a la moda europea y visto por toda la gente al cruzar la Plaza de la Victoria camino de regreso a su casa, su madre, Agustina Rosas, hermana del Restaurador, le recomendó ir a saludar a su tío pero con otro traje. Después de recibirlo cariñosamente su prima Manuelita fue a buscar a su padre. Rosas tardó bastante y cuando llegó a la habitación donde esperaba Lucio el tío lo abrazó pero le espetó “Me imagino que no viniste agringado” (le habrían pasado el dato de la vestimenta) y mirándolo inquisitorialmente le dijo, “estás muy flaco ¿no te dieron de comer en las europas?” e inmediatamente sin consultarlo ordenó “Manuelita un plato de arroz con leche para Lucio” y después de haberlo comido, Rosas ordenó otro plato de arroz con leche y así sucesivamente mientras simultáneamente le leía el Mensaje que días después Rosas iba a leer en la Legislatura. Y así siguieron, plato tras plato: cuanta Mansilla “yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad…la lectura continuaba yo ya tenía la cabeza como un bombo…mientras que mi cinturón también se seguía estirando. Rosas posee una inteligencia natural; analiza una cuestión con precisión minuciosa: es detallista al exceso. Aborda un tema y lo agota en profundidad sin matices: no tiene semitonos: o es bueno o es malo, blanco o negro, celeste o colorado, unitario o federal. Es esquemático y maniqueo. En su inteligencia lo que sobresale o lo que más se presenta es el sentido común, un sólido pedestre y abrumador sentido común, como se desprende de estos hechos. Hacia 1831, primer gobierno de Rosas, lo pasó mucho tiempo en la campaña norte bonaerense: se hacía necesario enviar recursos y armas a López y Quiroga para combatir a la liga militar unitaria de Paz, ayudar a las localidades desvastadas por las incursiones de Lavalle y parlamentar con los indios. En esa circunstancia recibió una carta del Ministro de Guerra don Marcos Balcarce protestando porque los indios habían robado la hacienda de sus estancias. Rosas le contesta que hace lo que puede y que de Buenos Aires no ha recibido “recursos para tapar el hambre de una multitud de huéspedes que han pasado la cordillera” y en otra carta de nuevo a Balcarce le manifiesta que no hay que matarlos a los indios sino “que era necesario matarles el hambre” Rosas ha cursado los estudios primarios en el establecimiento de Francisco Javier de Argerich. Su adolescencia y juventud fueron modelados por el trabajo. Cuando los jóvenes de su edad concurren a estudios superiores o frecuentan el café de Marcos discurriendo sobre política o filosofía o en las tertulias en las que la música, la poesía y las polleras amplias y perfumadas de las niñas penetraban por primera vez en los sentidos y los corazones de los jóvenes de la ciudad, Juan Manuel tuvo como pedagogía a la naturaleza y como maestras a las escarchas amanecidas del invierno, a los calores y secas brutales del estío y los vientos huracanados del sur. Si a este magisterio le agregamos el ejercicio cotidiano en la conducción de una peonada compuesta por gauchos chúcaros e indios levantiscos a los que disciplinó a través del trabajo rudo de todos los días, podemos barruntar los perfiles temperamentales de su personalidad. Efectivamente, su universidad fue el trabajo y la naturaleza: de ellos indujo sus propios razonamientos que combinó con su carácter, herencia de madre. En cuanto a la esfera afectiva, la que guarda los sentimientos, el placer, el cariño, la tristeza, Rosas también los registró. No fue frío ni indiferente a los más tiernos sentidos del alma como algunos unitarios lo pintaron. Expresó su amor filial, fue fiel y amante esposo, cultivó su amor paternal y de viudo tuvo una amante. DOÑA AGUSTINA TERESA LÓPEZ DE OSORNIO La madre doña Agustina Teresa López de Osornio, hija de Clemente López de Osornio y Manuela Rubio y Gámiz, heredó de su padre don Clemente no solamente la estancia sino sus cualidades psicológicas y morales. Doña Agustina fue de carácter fuerte, posesiva y lista para la acción y el predominio. Era caritativa pero severa e inflexible en sus decisiones. En la estancia de su padre, en el rincón de López, cuando se lo permitía su naturaleza siempre henchida de fecundidad (tuvo 20 hijos) “mandaba parar rodeo, ordenaba los apartes, contaba la hacienda, montaba y a galope tendido inspeccionaba las manadas y rebaños” . De su carácter habla la siguiente anécdota contada por su nieto Lucio V. Mansilla. “Eran los tiempos en que Lavalle derrocó a Dorrego y éste se dirigió hacia Cañuelas buscando el apoyo de Rosas. En Buenos Aires el nuevo gobierno ordenó la requisa de todos los caballos que se encontraran en las casas de la ciudad. Los milicos policías llegaron a la casa de los Rozas atendiéndolos doña Agustina que les contestó que ella no tenía opinión política pero que siendo las bestias para combatir a su hijo no podía facilitarlas. Los policías volvieron pero no los atendió. Por tercera vez, hablando por la ventana con el comisario le dijo que si quería echar abajo las puertas que lo hiciera. Las órdenes eran perentorias y así lo hicieron: fueron a las caballerizas y doña Agustina les dijo, “ahí los tienen”: los caballos habían sido degollados y les expresó “mande Ud. sacar eso, yo pagaré la multa por tener inmundicias en mi casa: yo no lo haré”. No es extraño que entre la madre y el hijo hayan tenido algunos entredichos. Efectivamente se sabe que terminada la escuela primaria, Juan Manuel fue ubicado por su madre como dependiente de una de las tiendas más importantes de Buenos Aires. No era un trabajo desdoroso: la tienda era el centro de reunión de las clases pudientes de la ciudad, en donde se alternaba con lo más granado de la sociedad porteña y se establecían relaciones sociales de todo tipo, desde una simple amistad hasta una relación sentimental más profunda, desde el encuentro fortuito hasta el vínculo político buscado. El dependiente de tienda ya estaba involucrado necesariamente en la alta clase social. Ocurrió que el dueño de la tienda le ordenó al adolescente Juan Manuel que lavara los pisos, orden que no cumplió retirándose de la tienda. Doña Agustina lo reprendió y le ordenó volver a la tienda pero su hijo se negó y la madre lo encerró en una pieza por su desobediencia. Juan Manuel se sacó la ropa, forzó la cerradura y dejó una nota que decía “dejo todo lo que no es mío” y firmaba Juan Manuel Rosas, dejando también la “z” reemplazada por la “s”. Se llegó hasta las casas de sus primos los Anchorena a quienes les pidió ropa y trabajo. Ya reconciliado con los padres, don León Ortiz de Rozas, advirtiendo el carácter y la vocación por el campo que demostraba su hijo, lo autorizó a administrar la estancia de la familia (ya había sido muerto por los indios don Clemente y su hijo en un malón). Juan Manuel apenas tenía entre 17 y 18 años y ya empezaba a cargarse de responsabilidades grandes y peligrosas y a vivir fuera de su casa paterna. No obstante las visitas que hace a su hogar, escribe cartas a su madre “Mucho tiempo hace que no llevo a mis labios la mano de la que me dio el ser y esto amarga mi vida, le pido la bendición” . Rosas decide contraer matrimonio en 1813, con Encarnación Ezcurra y Arguibel: el tenía 20 años, ella 18. Agustina se opone al casorio, lo considera a su hijo aún muy jóven. Conociéndola a su madre, Juan Manuel instrumenta una treta. Le hizo escribir una carta a Encarnación en la que ella sugiere estar embarazada. Juan Manuel dejó la carta engañosamente en su mesa sabiendo que su madre la leería. Efectivamente doña Agustina leyó la carta y para evitar el escándalo social consiguiente, accedió al casamiento de su hijo. Todo ese temperamento posesivo e imperioso, doña Agustina se lo transmitirá a su hijo.
ENCARNACIÓN EZCURRA Y ARGUIBEL Rosas como cónyuge fue fiel esposo de Encarnación. No hubiera encontrado en todo el mundo una compañera como su esposa, que completara con tanta eficacia su personalidad. Doña Encarnación fue una mujer de armas llevar, mujer también de acción y de alto voltaje temperamental. No era bella, pero sus rasgos faciales eran armoniosos. Su cabello era castaño y recogido en forma de rodete. Su hablar era expresivo, a veces tumultuoso. Medio hombruna en su aspecto con momentos de exaltación y apasionamiento. Su personalidad se muestra en todo su vigor en los acontecimientos del año 1833. Rosas está en el sur y ella le comunica por carta los vaivenes de la política despotricando siempre contra los federales cismáticos. El gobierno de Balcarce apoyaba a los cismáticos por lo que Encarnación le hizo la guerra. En carta a Rosas le dice “las masas están cada día más dispuestas a trabajar de firme veremos que hacen los figurones” y ante la proximidad de las elecciones en las que se presentan dos listas, la de los apostólicos y la de los cismáticos, Encarnación le comunica a Rosas “no la hemos de perder, pues en caso de debilidad de los nuestros en algunas parroquias se armará bochinche y se los llevará al diablo a los cismáticos. Lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles pues los que me gustan son los de hacha y tiza” . Así sobreviene la revolución de los restauradores con la consiguiente caída de Balcarce. Encarnación ha sido protagonista contribuyendo decididamente a esta revolución. Tal fue el carácter de la esposa de Juan Manuel que fallece en 1838 a los 43 años afectada por una enfermedad mortal, quizás cáncer en la zona ginecológica.
MANUELITA ROSAS Es en este momento que aparece como protagonista Manuelita; tenía 21 años y era la antítesis de su madre. Nació el 24 de mayo de 1817 y fue bautizada con el nombre de Manuela Robustiana. Fue el hada buena que le faltaba a Rosas. Su estatura es la media, 1.70, 1.72 mts que es buena estatura para una mujer. Cabeza proporcionada al cuerpo con un magnífico cabello castaño que cuidaba con esmero y coquetería; ojos y nariz pequeños. No fue una belleza como sus tías Agustina o Mercedes Rosas pero repasando las memorias de sus contemporáneos, la ven atractiva, de bonito cuerpo, cintura leve y flexible y por sobre todas las cosas se la ve como una figura esbelta que con sus movimientos transmite gracia y voluptuosidad. A la muerte de su madre, Manuelita comenzó a desempeñar las comisiones oficiales de representación que le indicaba su padre. Rosas le encargó incluso el cuidado de los papeles públicos y hasta los secretos de los problemas políticos de estado y ejecutaba muchas de las acciones sugeridas por su padre. Originó sentimientos amorosos en más de un diplomático importante que cayeron rendidos ante su gracia femenina. Tal el caso de Lord Howden, embajador inglés que junto con el francés Walesky vinieron a negociar el fracaso que experimentaron en la guerra del Paraná. En una oportunidad Manuelita invitó a Lord Howden a una excursión a caballo desde Palermo hasta Santos Lugares. En el trayecto el inglés se le declaró pero Manuelita le manifestó que su corazón ya tenía dueño pero que a él lo consideraría con el afecto que se siente a un hermano. El inglés a los pocos días de ese año 1847 ordenó unilateralmente levantar el bloqueo de los buques ingleses ante el estupor desagradable del conde Walesky. El embajador Southern que firmó el tratado de paz en 1848, alzándose la Confederación con otro triunfo diplomático, también se dijo que cortejó a Manuelita. La “niña”, como le decía Rosas, tenía un salón en lo que es hoy estimativamente Bolívar y Moreno en el que se hacían tertulias sociales en donde Manuelita demostraba su inalterable amabilidad y gracia femenina. La rodeaban muchas niñas como Josefa Gómez, Juanita Sosa, Dolores Merced, Sofía Frank, Telésfora Sánchez, Petronila Villegas, Marica Mariño y otras amigas que con los mozos de su edad bailaban despreocupadamente mientras gustaban algún bocadito. Una noche, el 25 de mayo de 1841, Manuelita recibió de manos del edecán del almirante francés Dupotet, una caja con una carta escrita por el cónsul de Portugal con sede en Montevideo en la que le decía que la caja portaba un diploma y una medalla de la Sociedad de Anticuarios de Copenhague como obsequio a Rosas. La niña dejó la caja en una mesa en el centro de la sala y al otro día se la llevó a su padre quien le pidió que la abriera. Manuelita se la llevó a su dormitorio acompañada por una amiga, Telésfora Sánchez. Dejemos que el hecho lo cuente la misma protagonista. “la llevé a mi dormitorio y sentada en una silla al lado de la ventana, llamé a una jóven amiga mía, Telésfora Sánchez, que entonces me acompañaba, para que me ayudase a descocer los forros…Puse a un lado los forros y papeles, y al abrir la caja con la llave, saltó la tapa de un modo tan violento haciendo tan fuerte ruido que Telésfora y yo dimos un grito…Telésfora me dijo: Manuelita: fíjate, parecen cañones los tubos que la forman…Esa misma mañana la llevé a mi padre, y él, al mirar la máquina comprendió la terrible realidad. Guardó silencio un momento, y después mostrándosela al primer escribiente de la secretaría, don Pedro R. Rodríguez, le dijo: “es ésta una máquina infernal enviada por mis enemigos para matarme, pero Dios es justo. Vaya Vd inmediatamente a llamar al señor Ministro Arana”. No tardó en llegar dicho señor, quien quedó doblemente aterrado al saber si hubiera sido yo la víctima de tan espantosa trama. Tanto mi padre como él me abrazaron y besaron tiernamente, felicitándome por la protección que el Todopoderoso me había dispensado, y al decirme mi padre: “hija mía, demos fervientes gracias al Divino Ser que con tanta bondad nos ha salvado con su suprema protección”, mi llanto, sin desprenderme de sus brazos, no le permitió continuar…” Como lo explica Manuelita, la caja estaba dispuesta para que al abrirse los cañoncitos ubicados en un círculo hicieran fuego. La suerte quiso que la máquina, ya sea por humedad o por algún desperfecto no funcionó. Después del atentado se desató el torrente de felicitaciones y alabanzas a Manuelita. Hubo manifestaciones y fiestas en las parroquias. Pero el hecho suscitó otra iniciativa: se empezó a pensar en la sucesión de Rosas por si éste falleciera víctima de otro atentado o por razones naturales y los más encumbrados hombres del Partido Federal señalaron a Manuelita como sucesora de su padre. La iniciativa fue comunicada a Rosas por carta de José María Rojas y Patrón. Rosas rechazó el petitorio por improcedente e inapropiado de la idea. Manuelita siguió siendo el hada buena que dulcificó aquellos años tormentosos de la política. Ya en el exilio y liberada de las responsabilidades a la que estaba sujeta en Palermo esperó a su novio Máximo Terrero que dejó su patria y su familia y fue al encuentro de su amada; Manuelita contrajo matrimonio en octubre de 1852, ya tenía 35 años. “¡Petronita! –dice Manuelita el 26 de noviembre de 1852 en carta a su amiga- El 23 del pasado octubre recibimos en la iglesia católica de este pueblo la santa bendición nupcial que nuestros amantes corazones han esperado tantos años. Tu, que conoces a mi Máximo, puedes tener la certidumbre de que me hará completamente feliz. Las bondades y la ventura de pertenecerle me han hecho olvidar ya los malos momentos y todas las contrariedades que he sufrido en mi vida. Abrázame muy fuerte, amiga mía, y gózate en la felicidad de tu amiga”. La pareja se instaló en Londres, mientras, su padre arrendó o alquiló una especie de granja en Southampton de 148 acres, unas 100 Hs que Rosas la trabajó personalmente. Manuelita con su familia lo visitaban en las fiestas tradicionales, en los cumpleaños, en las vacaciones de sus hijos y en las pascuas. En carta a Josefa Gómez le comenta “Te aseguro que los días que paso a su lado pasan como por encanto, no tan sólo por lo que me encanta estar cerca de él y verlo tan entretenido con los nietos, sino como me gusta tanto el campo, sus ranchos son para mí un palacio”. En marzo de 1877, recibe noticias preocupantes de la salud de su padre. Se dispone ir a Southampton en donde encuentra a Rosas ya moribundo. Padre e hija intercambian algunas palabras cariñosas y Rosas fallece a dos días de la llegada de su hija. Manuelita siguió con su vida en Londres rodeada de Máximo Terrero y sus dos hijos Manuel Máximo, y Rodrigo a los que dedicó su vida aunque siempre añoró su vida en Buenos Aires, lo demuestra su copiosa correspondencia a sus amigas porteñas: más de cuarenta cartas a Josefa Gómez, nueve cartas o quizás más a Petrona Villegas, otras tantas a otras. A su padre que lo visitaba con su marido e hijos también le escribía desde Londres: se han detectado por lo menos siete cartas escritas a su padre. Jamás en boca de Manuelita se escuchó una palabra de resentimiento o reproche para con él. Por el contrario siempre fueron expresiones de cariño y admiración. Lo sobrevivió 21 años. Falleció en 1898, tenía 81 años.
EUGENIA CASTRO En este recorrido sentimental hubo otra mujer en la vida de Rosas, una mujer que durante más de diez años compartió la vida del rubio dictador en sus años de viudez: se llamó Eugenia Castro. El comandante Juan Gregorio Castro, poco antes de su muerte nombró a Rosas tutor de sus dos hijos Eugenia y Vicente. Eugenia llegó a la casa de Rosas (actual calle Moreno y Bolívar) ya declarada la enfermedad de Encarnación que fallece como ya recordamos el 19 de octubre de 1838. Hacia 1840 Rosas se va a ir trasladando paulatinamente al caserón de Palermo cuya construcción ya estaba en sus finales. Se muda con su familia, los empleados de su secretaría, sus edecanes y ordenanzas, peones y personal de servicio y con ellos Eugenia Castro. Los pocos que se han ocupado del tema la describen como una muchachita de “criollos encantos” “una de esas chinitas calladas que parece que no rompen un plato” de ojos negros vivaces y coqueteadores. Cuando entró al servicio de Rosas y antes que falleciaera Encarnación en 1838 a quien cuidó solícitamente, ya venía embarazada dando a luz ese mismo año a su primera hija Mercedes que llevó el apellido Costa “porque fue engendrada por Sotero Costa Arguibel” , un sobrino de Encarnación Ezcurra. Algunos historiadores se han equivocado al adjudicarle a Rosas esta primera paternidad. Poco tiempo después de fallecida Encarnación, Eugenia empezó a endulzar la viudez de Rosas con quien tuvo varios hijos; la primera fue Angela, la preferida de Rosas a la que llamaba “soldadito”. El censo de 1855 consigna la edad de Eugenia en 35 años y la de Angelita 14 años por lo que se deduce que Eugenia contaba entre 19 o 20 años cuando inició sus relaciones con Rosas, habiendo nacido su primera hija con Rosas en 1841. Luego vinieron cinco hijos más, Nicanora, Emilio o Armilio, Justina, Joaquín y Adrián este último que nace según dicho censo en 1852. El 3 de febrero de 1852 en Caseros, Rosas es derrocado y enseguida se embarca en el Conflict. No hemos realizado la investigación sobre el día y el mes de nacimiento de Adrián para confirmar o desechar la paternidad de Rosas, de este hijo de Eugenia que enseguida formó pareja con otro hombre con quien engendró dos hijos más. Ya en Southampton don Juan Manuel recibe cartas de Eugenia, el 4 de diciembre de 1852, el 13 de marzo de 1853, el 7 de marzo de 1853, el 7 de mayo de 1854 y el 6 de febrero de 1855, incluso cuando ya vivía con otro hombre. Rosas le contesta el 5 de junio de 1855. Se excusa por no haber escrito antes. Le notifica que en la escribanía conocida por Nepomuceno Terrero están las escrituras de la casa y el terreno que le corresponden. Le comenta sus apremios económicos, le reitera su llamado para venir a vivir con él en Inglaterra junto con “tus hijos”, “si cuando quise traerte conmigo”, según te lo propuse con tanto interés en dos muy expresivas y tiernas cartas hubieras venido no habrías sido tan desgraciada”. Como se advierte, Rosas le ha escrito en varias oportunidades antes de 1855. Se agradece “el envío como obsequio de los escapularios de Nuestra Señora de las Mercedes que me enviaste”. Le pide que le mande el apero que quedó en la casa después de algún otro comentario se despide: “Adiós querida Eugenia. Memorias a Juanita Sosa si es que aún sigue soltera. Te bendigo como a tus queridos hijos. Bendigo también a Antuca (Mercedes) y te deseo todo bien como tu afectísimo paisano. Juan Manuel de Rosas”. Como se aprecia en la despedida, bendice a sus hijos y aparte, separadamente, a Antuca, seudónimo de Mercedes, la primera hija de Eugenia, porque no es hija suya. Seguirá la correspondencia con Eugenia y Angelita, “La soldadito”, su preferida, con intercambio de presentes, pañuelitos, alguna que otra libranza por parte de Rosas. La última carta de Rosas está fechada en 1870. En su testamento redactado en 1862 que consta de 24 cláusulas; la 12, la 13, 14 y 15 están referidas a Eugenia haciendo alusión a su casa y un terreno, regalado por Rosas, que le corresponden cuyas escrituras según el texto del testamento ya habrían sido entregadas por Nepomuceno Terrero. También se le adjudica una cierta cantidad de dinero cuando le sean devueltos a Rosas los bienes confiscados según la esperanzada cláusula Nº 12.
UNA INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA Hacia 1928, el 28 de enero, el diario “Crítica” de Natalio Botana publicó un reportaje extenso a Nicanora Rosas de Galíndez, que dijo tener 82 años, pero por el censo de 1855 ya tendría 84 años, por otra parte, en el reportaje ella misma manifiesta haber nacido en 1844, la única hija sobreviviente de Rosas y Eugenia localizada por un periodista en una casita de la localidad de Glew (antes perteneciente al distrito de Lomas de Zamora) en donde vivía con una de sus hijas. El reportaje publicado en el diario “Crítica” llegó a la redacción de “Todo es Historia” por gentileza del Profesor Juan Palazzolo y publicado nuevamente en dicha revista con un título que dice entonces “La Mujer” y un subtítulo “Los recuerdos de una hija de Rosas”. La anciana le relata al periodista lo que recuerda de su niñez viviendo en la casona de Palermo, las relaciones de su madre Eugenia con Rosas, algunos caracteres de la personalidad de su padre al que denomina “el viejo”, las actividades de Manuelita, los regalos a los pobres y su noviazgo con Máximo Terrero, pero especialmente el comportamiento del “viejo” para con sus hijos tenidos con Eugenia. El periodista de “Crítica” entre otras cosas le preguntó “Y a ustedes ¿los quería Rosas?” la anciana le contestó “Era loco por los chiquillos. Vivía rodeado de sus hijos…” El periodista insiste “por ahí se dice que era tirano hasta con los chicos” – “¡Mentira!” Replicó la anciana “A nosotros nos salvaba de ir muchas veces a la escuela. Nos daba lecciones el capellán de Palermo. No nos gustaban y sin embargo mi madre nos mandaba ¡Salgan de aquí demonios! ¡vayan a la escuela!” “Entonces íbamos a ver al viejo y le decíamos, hoy no queremos ir a la escuela”. “Bueno. Vuélvanse. Concedía con alegría. Hoy es el día de San Vacanuto decía Rosas”- “¿Y qué santo es ese? inquirió el periodista a Nicanora, “El Santo de la Rabona debía ser y nos poníamos a jugar todos juntos”. Rosas se refería jocosamente a las vacaciones (San Vacanuto) y así la anciana Nicanora Rosas fue desgrananado sus recuerdos de la infancia en la casona de Palermo como la etapa más feliz de su vida. ¿Tuvo Rosas otros amores carnales además de Encarnación y Eugenia? Sus largas temporadas en el campo – Encarnación lo acompañaba en primavera y verano volviendo a la ciudad en temporada invernal – y más de veinte años en los que tuvo todo el poder político en sus manos, pareciera probable que haya tenido otras oportunidades. Pero es totalmente indemostrable. Ni siquiera sus enemigos políticos tan recurrentes a las habladurías y chimentos y tan sensibles a las irregularidades que pudiere cometer Rosas, detectaron los amores clandestinos que tuvo con Eugenia. Todo parece convenir que Encarnación y Eugenia fueron sus únicos amores carnales. En esta materia debemos admitir que fue extremadamente sobrio. Resulta aún más cuando lo comparamos con un Urquiza que tuvo un centenar de hijos o con un Fructuoso Rivera que no perdonó a ningún rancho en la Banda Oriental, ganándose el sobrenombre que Rosas le endilgó “el padrejón Rivera” por lo de padrillo, y años después los cuantiosos amores de un Roca y otros personajes encumbrados de la política. La gran pasión de Rosas sin lugar a dudas fue el mando, el poder, finalmente la política que lo absorbió en cuerpo y alma por lo que tenemos que desechar ante la luz de los hechos y más aún ante la documentación cuantiosa que se conoce la existencia de alguna otra relación erótica. MANUELITA ASISTE A ROSAS En el año 1876, Rosas le escribió a Manuelita informándole de algo que para el viejo exilado habrá sido desgarrador. “Triste siento decirte que las vacas ya no están en este Farm. Dios sabe lo que dispone y el placer que sentía al verlas en el field, llamarme, irme a mi carruaje a recibir alguna ración cariñosa por mis manos, y al enviar a ustedes la manteca. Las he vendido por veintisiete libras y si más hubiera esperado, menos hubieran ofrecido…” . El hombre que en su patria tuvo rodeos de miles de cabezas de ganado, vendía sus últimas tres vacas para poder sobrevivir en el exilio por veintisiete libras. Seguramente de esas libras salieran las requeridas para su sepelio. Efectivamente meses después, en marzo de 1877, al finalizar una jornada fría de trabajo en el campo Rosas contrajo pulmonía que derivó en neumonía. En la tarde del 12 de marzo de 1877. Manuelita fue llamada con urgencia por un telegrama del médico de su tatita. Dr. Wibling. Llegó a la granja antes de la medianoche. El 13 Rosas permaneció estable pero al otro día muy temprano se descompuso definitivamente. Manuelita en carta a su esposo le informó “Salté de la cama y cuando llegué a él lo besé tantas veces como tu sabes lo hacía siempre y al besarle la mano la sentí ya fría. Le pregunté ¿cómo te va tatita? Su contestación fue mirándome con la mayor ternura”. No sé niña, no es nada…”. Así se clausuraba la historia de Juan Manuel de Rosas. Su hija en la misma carta a Máximo Terrero concluyó “Así, tú vez, Máximo mío, que sus últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija…”. Leonardo Castellani allá por 1960 versificó. Sintiese en una ventolera de la pampa infinita Hollando en un potro la gramilla helada Oyó como una voz de lejos “Como anda tatita” Y se oyó a sí mismo muy lejos: “Niña no es nada”. BIBLIOGRAFÍA GÁLVEZ, Manuel: “Vida de Juan Manuel de Rosas” Edit. Tor, 5ª edic, 1950. SULÉ, Jorge Oscar: “Rosas y sus relaciones con los indios”. Colección Estrella Federal. Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Bs. As. 2003. BONURA, Lina y Elena: “El sentido común en el poder”. Edic. propia. Bs. As. 1986. IBARGUREN, Carlos: “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo”. Edit. Frontispicio. Bs. As. 1959. IBARGUREN, Carlos: “Manuelita Rosas”. Edit. Carlos y Roberto Nalé. 1953. BROSSARD. A de: “Rosas visto por un diplomático inglés”. Hist. Argentina de José María Rosa. T IV. LYNCH, John: “Juan Manuel de Rosas” EMECÉ Bs. As 1984. ROTJER, Aníbal A.: “Rosas prócer argentino” Teoría 1992. DARWIN, Carlos: “Diario de un naturalista alrededor del mundo”. Traducción de Juan Mateos. Edit. Calpe. Madrid 1921. CÁRDENAS, Felipe (h): “Las tres mujeres de Juan Manuel”. “Todo es historia”. Mayo 1967. LOJO, María Rosa: “La Princesa federal”. Edit. Planeta Bs. As. 2000 CENSO DE 1855. Proporcionado por gentileza de la Sra. Verónica Galletti. CALZADA, Rafael: “Cincuenta años en América”. Citado por Felipe Cárdenas (h). “TODO ES HISTORIA”. “La mujer”. Los recuerdos de una hija de Rosas. Reproducción de un reportaje hecho por un periodista a Nicanora Rosa de Galíndez publicado en “Crítica” el 28 de enero de 1828. CHÁVEZ, Fermín: Proemio a “Instrucciones a los capataces de estancia” de Juan Manuel de Rosas. Edit. Teoría. ROSA, José María: “Historia Argentina” TOMO IV. Edit. Oriente. Bs. As. 1969. O´ DONNELL, Mario: “Juan Manuel de Rosas: el maldito de nuestra historia oficial”. Edic. Planeta. Bs. As. 2001. PICCINALI, Héctor: “San Martín y Rosas”. Colección Estrella Federal 1998. MANSILLA, Lucio V. “Rozas”. Edit. Garnier Hermanos. París 1898. GÁLVEZ, Manuel: “Vida de Juan Manuel de Rosas”. Edit. Tor 5ª edic, 1950. GÁLVEZ, Manuel: Op. Cit. MANSILLA, Lucio: “Rozas” Ed. Garnier Hermanos. París. 1898. SULÉ, Jorge “Rosas y sus relaciones con los indios”. Colección Estrella Federal 2003. Inst. Hist. Juan Manuel de Rosas BONURA, Lina y Elena “El sentido común en el poder”, editado por Inst. Bibliográfico Zinny s.f. IBARGUREN, Carlos: “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo” Edit. Frontispicio 1959. IBARGUREN, Carlos: Op. cit ROSA, José María: “Historia Argentina” T IV. Edit. Oriente 1964. Ibidem. IBARGUREN, Carlos: “Manuelita Rosas”, pág 45. Edit. Carlos y Roberto Nalé. 1953. Ibidem. Pág 54. IBARGUREN, Carlos: Op. cit. Pág 62. CÁRDENAS, Felipe (h): “Las tres mujeres de Juan Manuel”. “Todo es Historia”, mayo de 1967. LOJO, María Rosa: “La Princesa Federal” Ibidem Censo de 1855 proporcionado por gentileza de la Sra. Verónica Galletti. CALZADA, Rafael “Cincuenta años en América”, citado por Felipe Cárdenas (h) en “Todo es Historia” mayo 1967. El Dr. Rafael Calzada inició juicio a Manuela Rosas de Terrero en 1886 por petición de herencia. En esa demanda están las cartas de Rosas a Eugenia para demostrar el vínculo. La demanda fue desestimada por razones de jurisdicción. Copia de dicho reportaje obra en mi biblioteca obsequiado por el historiador Fermín Chávez. Lamentablemente la copia obsequiada no registra el número o mes de la Revista “Todo es Historia” que lo reprodujo. CHÁVEZ, Fermín. Proemio a “Instrucciones a los capataces de estancias” de Juan Manuel de Rosas. Edit. Theoría. 1999 IBARGUREN, Carlos: Op. Cit. CHÁVEZ, Fermín: Op. Cit.

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