Rosas

Rosas

viernes, 30 de julio de 2010

El suicidio de Lugones

Por el Prof. Jbismarck
El 9 de diciembre de 1924, al cumplirse el centenario de la batalla de Ayacucho, el presidente del Perú, Augusto Leguía, invitó a hablar en la ceremonia conmemorativa a tres grandes poetas: el peruano José Santos Chocano, el colombiano Guillermo Valencia y a Leopoldo Lugones. Allí, el argentino afirmó: "Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada… Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir, al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin ley, porque esta, como expresión de potencia, confúndese con su voluntad".  Muchos de sus amigos y conocidos del poeta produjo el efecto contrario, enojo, desprecio y repudio.
Lugones se sentía solo. Adoptó un carácter hosco, que puso de relieve una mañana de 1926, cuando una jovencita acudió a la Biblioteca del Maestro, de la que el escritor era director, para conseguir un ejemplar de su libro Lunario Sentimental. "¿Qué quiere? ¿Un autógrafo?" preguntó Lugones. Como no tenía ningún ejemplar a mano, la citó para unos días después. Desde ese momento, Lugones quedó encandilado con la joven Emilia Santiago Cadelago.   No solo le dedicó Lunario Sentimental, sino que además le regaló un ejemplar de Las horas doradas. Ella, veinteañera; él, 52 años, comenzaron una relación en ese mismo año 26. Fueron años de un amor prohibido vividos con intensidad. La confidente de Emilia era su compañera en Filosofía y Letras, María Inés Cárdenas de Monner Sans. Emilia dispuso que, a su muerte, las cartas de amor que el poeta le escribiera pasaran a sus manos. Gracias a ella, que escribió Leopoldo Lugones. Cancionero de Aglaura. Cartas y poemas inéditos, conocemos las cartas que un poeta profundamente enamorado le escribiera a Emilia:
"Cuánto y cuánto te quiero, mi dulzura lejana. No hago ni he hecho más que recordarte y padecer con tu ausencia, y así será, querido amor, hasta que vuelva a verte. ¿Cuándo?" "Ya entre nosotros no hay poder que pueda borrar el encanto que supimos crear queriéndonos."
El poeta tuvo un hijo, Leopoldo Lugones, "Polo". Durante el Gobierno de Marcelo T. de Alvear había sido director del Reformatorio de Olivera, donde había sido acusado de corrupción y abuso de menores. Fueron las súplicas de su padre hacia Hipólito Yrigoyen lo que lo salvaron de una condena a 10 años de cárcel. Uriburu, como presidente de facto, lo nombró comisario inspector de la Policía, donde daría rienda suelta a sus métodos de tortura, que incluía la novedosa picana eléctrica, que aplicaba en sus interrogatorios en la Penitenciaría Nacional, ubicada en lo que hoy es el Parque Las Heras.   Fue por 1932 o 1933 cuando Polo Lugones visitó a los padres de la joven Emilia, Domingo Santiago Cadelago, ingeniero de la Armada, y su esposa Emilia Moya, en su casa de Villa del Parque. El motivo de tan inesperada visita fue el de informar al matrimonio acerca del amor oculto de su hija. Les dijo que hacía tiempo había intervenido el teléfono, que tenía grabaciones de conversaciones y les advirtió que si esa relación no concluía, él comenzaría los trámites para declarar insano a su padre.
En una reunión social, cuando a Lugones le preguntaron por su hijo, respondió: "No me hable usted de ese esbirro".
Las amenazas tuvieron el efecto deseado. Nunca más se volvieron a ver. Él imploraba en sus cartas: "Ayer mientras iba del Círculo a La Fronda, ¡tenía tanto deseo de verte! Me parecía a cada instante que serías una de todas; y todas eran feas, vulgares, tontas, cursis. Y la primavera se quedó triste sin su golondrina".
Emilia siempre culpó al hijo de Lugones del estado depresivo del padre, que lo terminó llevando al suicidio, y que la principal causa fue que haya hecho lo imposible por cortar la relación que ambos mantenían.
Polo, a quien el diario Crítica mencionaba como "el torturador Lugones", se suicidaría en 1971.  Emilia Santiago Cadelago fallecería, soltera, el 12 de mayo de 1981. Su última voluntad fue que la enterrasen con un gato de peluche que Leopoldo Lugones le había regalado. Nunca lo había olvidado.
El 18 de febrero de 1938 Lugones si dio pasos bien calculados: en Retiro abordó un tren hasta el Tigre; ascendió a una lancha que lo llevó al recreo El Tropezón, y allí se quitó la vida. "Ya solo, a pesar ¿{que aún había luz, encendió la lámpara eléctrica que con cursi adorno pendia del cielo raso y se despojó del saco, que colocó cuidadosamente en una de las perchas. A continuación extrajo del portafolio una hoja de papel y, valiéndose del viejo lápiz de metal dorado, escribió con letra fírme:
No puedo concluir la Historia de Roca. Basta. Pido que me sepulten en tierra, sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie, el único responsable soy yo de todos mis actos. L Lugones
Sin prisa se encaminó hacia el lecho y sentóse en él. Como participando en una ceremonia, se descalzó y colocó los zapatos uno junto al otro.
"Bebió el whisky, llenando después el vaso con agua del botellón. Tomó el frasco de cianuro y volcó en la palma de su mano libre una generosa cantidad de la siniestra pócima. Luego fue el tumo del vaso de agua. Sereno, la mente en blanco, entreabrió la boca y de un golpe arrojó el veneno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario