Rosas

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jueves, 7 de agosto de 2014

LAS AULAS DE LA DEMOCRACIA MERECEN OTRO PADRE

por Alberto Lettieri. Cada 11 de septiembre, junto con el merecido reconocimiento a la tarea de nuestr@s querid@s maestr@s, se reinstala la misma pregunta: ¿hasta cuándo deberemos seguir asociando esta celebración con la figura de Domingo Faustino Sarmiento? ¿Cuál es el modelo cultural que contribuimos tácitamente a difundir, al presentar a Sarmiento como paradigma de la educación popular y de la nacionalidad argentina?

Un ejercicio útil y didáctico consiste en dar la palabra al propio Sarmiento a partir de sus juicios y consejos, sobre aspectos esenciales de un programa democrático elemental.

Comencemos por su opinión sobre los argentinos, “una dañosa amalgama de razas incapaces e inadecuada para la civilización –afirmaba–. Los argentinos somos pobres hombres llenos de pretensiones y de inepcia, miserables pueblos, ignorantes, inmorales y apenas en la infancia. Somos una raza bastarda que no ocupa, sino que embaraza la tierra”. (El Progreso, Chile, 27/9/1844). “En las provincias (argentinas) viven animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor” (Informe a Mitre, 1863).

Para los pueblos originarios su receta era el genocidio: “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar” (El Progreso, 27/9/1844).

La misma recomendación se aplicaba al mestizo, el gaucho: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos” (Carta a Mitre del 20/9/1861).

Algunos años después presentó “El plan definitivo: asegurar los principales puntos de la República con batallones de línea, o lo que es lo mismo, apoyar a las clases cultas con soldados contra el levantamiento del paisanaje. Si mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor” (Carta a Mitre, 18/11/1863).

La identidad americana sólo le merecía repudio: “Dicen que somos amigos de los europeos y traidores a la causa americana. ¡Cierto!, decimos nosotros ¡somos traidores a la causa americana, española, absolutista, bárbara. ¿No han visto revolotear por ahí, sobre nuestras cabezas, la palabra salvaje?” (Facundo. Civilización y Barbarie, 1845). Para él, los paraguayos serían “descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse” (Carta a Mitre, 1872).

Sus campañas desembozadas para incrementar el patrimonio territorial chileno a costas del argentino llegaron a merecer el juicio de “traidor a la patria” de alguien que no era precisamente un modelo de patriotismo: su compadre Bartolomé Mitre. (La Nación Argentina, 6/10/1868): “He contribuido con mis escritos –reconocía Sarmiento– aconsejando con tesón al gobierno chileno a dar aquel paso. Magallanes pertenece a Chile y quizás toda la Patagonia. Ni sombra, ni pretexto de controversia queda” (El Progreso, 28/11/1842).

Tampoco los judíos escapaban a su repudio: “El pueblo judío, esparcido por toda la tierra, ejerce la usura y acumula millones, rechazando la patria en que nace y muere por una patria ideal que baña escasamente el Jordán y a la que no piensa volver jamás. Este sueño, que se perpetúa hace veinte o treinta siglos, pues viene del origen de la raza, continúa hasta hoy perturbando la economía de las sociedades en que viven pero que no forman parte” (“Condición del extranjero en América”, 1884).

Lo más grave de todo esto es que no se trata de juicios aislados, sino de la reflexión madura y persistente de un cultor de la intolerancia y del extermino de todo aquello que no oliera a afrancesado. Un programa que no dudó en implementar en acciones y en políticas efectivas cada vez que tuvo oportunidad.

Como cierre, me permito recordar una anécdota que me refiriera hace poco un Director de Escuela riojano, respecto de las dificultades de las maestras para responder la pregunta insistente de los alumnos de primaria: “Seño, ¿por que está colgada en las paredes de las escuelas el retrato del asesino del Chacho?”. Luego de 30 años de democracia ininterrumpida, creo que esos niños nos están señalando el camino.
Artículo publicado en el suplemento Claves de la Historia - Miradas al Sur

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