Rosas

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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Origen de los nombres de los países americanos



por el Prof. Jbismarck
Uno de los elementos esenciales de la identidad nacional, consistió en la denominación de los países latinoamericanos y, por ende, de los habitantes de dichos territorios.   El nombre de Brasil estuvo ligado a la comercialización portuguesa del llamado “palo de brasil”, siendo los brasileiros los comerciantes de dicha planta y, posteriormente, los habitantes del país, aunque la oligarquía brasileña trató de eliminar el estigma del nombre Brasil-madera, y vincularlo al de la mítica isla de Brasil, enfatizando las riquezas naturales como señal de identidad para presentar al país como un edén mítico y una tierra del futuro.      En el caso de Chile, cuyo nombre viene de la palabra aymara ch’iwi, que significa “región helada”.  El nombre de Argentina fue una moda culta y poética para llamar a la región del Río de la Plata, que proviene del latín argentum (plata), por la creencia de que dicho río llevaba a la mítica “Sierra de la Plata”. Esta denominación estuvo ligada estrechamente a la ciudad de Buenos Aires, y su uso representó como en ningún otro lado las tensiones políticas entre la capital y las provincias. Si bien el término Argentina se fue imponiendo en los documentos oficiales y diplomáticos, constitucionalmente coexistieron los nombres de “Provincias Unidas del Río de la Plata”, “República Argentina” y “Confederación Argentina”, de forma que el debate sobre el nombre se tradujo en un debate sobre la forma de gobierno.  El Uruguay, que toma su nombre del río homónimo, que significa en guaraní “río de los pájaros”, también fue escenario de la rivalidad política centro-periferia. En este territorio la lucha por el nombre se libró entre los partidarios del Estado Oriental, de raigambre regionalista, frente a los defensores del Uruguay de tendencias centralistas. El río Paraguay, palabra también de origen guaraní que significa “río de los Payaguas” o “río de las Coronas”, dio su nombre a una provincia rioplatense que generó una fuerte identidad autonomista e independentista, transformándose rápidamente en una identidad republicana que fue el sello característico de la nación. La república de Bolívar, en honor al Libertador, se transformó en el neologismo “Bolivia”, según la fórmula “Si de Rómulo, Roma; de Bolívar, Bolivia”, desplazando a las denominaciones coloniales Charcas y Alto Perú. Así, la gestación de Bolivia se caracterizó por la idea de un Estado- Nación con nombre inédito y por la lenta adopción del gentilicio boliviano entre sus habitantes.   Un caso parecido ocurrió en Colombia, adaptación de Francisco de Miranda del término “Columbia” utilizado para nombrar al continente y a las Trece Colonias al independizarse de Inglaterra. Así, Colombia o “tierra de Cristóbal Colón” sustituyó al nombre colonial Virreinato del Nuevo Reino de Granada, y su utilización fue producto de un lento proceso de imposición cultural por un sector de la elite criolla, tanto hacia el interior como al exterior del país. Los orígenes del nombre de Venezuela remiten a los viajes de Américo Vespuccio y a la homologación que el navegante hizo del territorio con la ciudad italiana de Venecia, dándole el nombre a la región de Venezziola o Venezuela (Pequeña Venecia). Las oscilaciones nominativas contemporáneas entre República de Venezuela o República Bolivariana de Venezuela, indican que el acto de nombrar y renombrar a este país es esencialmente una lucha ideológica por la identidad nacional. 
 
El nombre de Perú proviene de la corrupción lingüística de Birú o Virú, cacique de los territorios al sur de Panamá, que sirvió para denominar al Virreinato del Perú y más tarde a la nación independiente. El Estado-Nación peruano no nacionalizó los nombres prehispánicos por el temor de las elites hacia la acción de las masas indígenas, manteniéndose el nombre de Perú debido a que no hacía referencia a ningún grupo étnico concreto y al hecho de ser políticamente “neutro”. En el caso de Ecuador, su nombre proviene del latín aequare (igualar), debido a su ubicación geográfica en el plano que corta la superficie del planeta en dos partes iguales. Esta característica geográfica fue utilizada políticamente al definir al Ecuador como la república “situada en la línea de la igualdad”.  Además, el nombre de Ecuador aglutinó las rivalidades regionales entre Quito, Guayaquil y Cuenca. La región de Centroamérica se problematiza como un concepto histórico- político, aunque los países que la conforman no cuentan en esta obra con un estudio específico sobre su nombre. Guatemala proviene del náhuatl Cuauhtemallan (territorio muy arbolado o país de muchos bosques); Honduras significa literalmente “profundidades”, en alusión a la famosa frase atribuida a Cristóbal Colón: “gracias a Dios que hemos salido de estas profundidades”, cuando sus embarcaciones casi naufragan en las costas de dicho territorio. Nicaragua es la castellanización del náhuatl Nicanahuac, que significa “hasta aquí llega el Anáhuac”. El Salvador es un término religioso que refiere a la figura central del catolicismo, mientras que el nombre de Costa Rica se produjo debido a las joyas que lucían los nativos en la época de la conquista, lo que hizo creer a los españoles que se trataba de una costa rica en minerales. Esos fueron los países que conformaron las antiguas provincias del Reino de Guatemala, y que durante la época de la independencia trataron de consolidar la República Federal de Centro América o Federación Centroamericana. Si bien este proyecto no pudo consolidarse, permaneció como un ideal de solidaridad y unidad regional, que ha tenido su importancia en la conformación de las identidades nacionales. El nombre de México proviene del náhuatl Mexihco y significa “lugar donde vive Mexitli o Mextli”, “el centro o el ombligo de la luna”, aunque más allá de las etimologías, México era la capital de la Nueva España y mexicanos eran los indígenas que hablaban la lengua náhuatl o mexicana. Si bien los insurgentes preferían llamarse americanos, las elites liberales después de la independencia reivindicaron el pasado indígena, particularmente el del Imperio Mexica, para construir la identidad nacional alejada del pasado colonial hispano con el que ser quería romper. Pasando a la región del Caribe, Cuba es una palabra siboney usada antes de la conquista que significa “país” o “tierra” y este vocablo estuvo asociado a la idea criolla de patria durante la colonia, siendo el antecedente directo de la idea cubana de nación y por tanto del nombre del país. Haití toma su nombre del vocablo aborigen taíno hayiti, que significa “tierra de Hayti” o “tierra montañosa”. Este nombre nativo fue adoptado durante la lucha independentista como bandera contra la esclavitud y para marcar la ruptura con Francia y el nombre colonial Saint-Domingue. Por su parte, la mitad española de esa misma isla Española, bautizada Santo Domingo en honor al fundador de los dominicos, adoptó a mediados del siglo XIX el nombre de República Dominicana y centró su definición histórica y cultural en franca oposición a Haití, siendo dicha rivalidad el objeto central de su nacionalismo. Por último, el nombre de Puerto Rico, la nación sin Estado, alude a las riquezas que partían del puerto de San Juan. La identidad puertorriqueña se basó, desde la concepción de la elite criolla hispana, en la fusión armoniosa de tres razas: la taína, la española y la africana, que dotaba a los habitantes europeos de las cualidades morales del buen salvaje. Puerto Rico fue entonces un nombre hispano para un pueblo hispano, aunque con la invasión estadounidense de 1898, en los documentos oficiales la isla comenzó a nombrarse Porto Rico para expresar gráficamente su condición colonial.

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