Rosas

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jueves, 30 de junio de 2016

Así llamaban a algunos "Doctores"....

Por Carlos Ibarguren (H)
DOCTOR BERNARDINO GARRAPATA  Ni que decir: es Rivadavia, el cual con otro apodo más, aparece en unas insolentes “Lamentaciones” que publicó el fraile Castañeda en su periodiquillo “Vete portugués que aquí no es”, editado en Santa Fe en 1831.
“... Dr. Bernardino Garrapata,
Que nos brota ginebra por las piernas :
Dr. de la indecencia,
Que desnudo en pelota nos da audiencia:
Dr. impío, ateo, irreligioso,
Procaz, desvengonzado, codicioso,
Y que en su misma geta Muestra que es erudito a la violeta.
El marchará de frente
Hasta que la horma de su zapato encuentre.”
Nota: Aquello de la ginebra resulta una clara alusión filosofía de Rousseau.
DOCTOR BUÑUELOS  Apodo que se dio a Manuel Belgrano, a poco de llegar de España con su flamante título de doctor, obtenido en la Universidad de Valladolid, y su nombramiento de secretario del Consulado de Buenos Aires. Por sus ideas liberales —novedosas para la generalidad— se le publicó una sátira en malos versos, donde se le llamó “Doctor Buñuelos”, como los buñuelos “de viento” que no llevan relleno.
DOCTOR CONFUCIO Al doctor Victorino de la Plaza, a quien en 1885 —como apunta Agustín Rivero Astengo en su interesante libro “Juárez Celman”— “le llamaban el Dr. CONFUCIO por su fisonomía semiasiática y quizás también por su concepto budista de la existencia”.
DOCTOR ESCRIBANOS  En “El Mal Metafísico”, la novela con clave de Manuel Gálvez, el escritor sociólogo José Ingenieros figura retratado inequívocamente con el nombre de doctor Escribanos.
DOCTOR LINGOTES  Remoquete que los periódicos federales aplicaban al doctor Salvador María del Carril, porque, durante su gestión como Ministro de Hacienda de Rivadavia, prohijó una ley que obligaba al curso forzoso de los billetes del Banco, permitiendo su canje por lingotes de oro y plata. El propio Rosas, en la famosa Carta de la Hacienda de Figueroa, le escribió a Facundo Quiroga el 20-XII-1834: “¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios y toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste lo hizo venir de San Juan al doctor Lingotes para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo como un ciego de nacimiento de astronomía?”.
“La Ley de los Lingotes” —opina Vicente F. López, en su Historia, cit.—, “es lo más absurdo que se haya conocido y lanzado en país alguno”. Y el diputado Vidal, al discutirse aquella ley, observó que el canje de los lingotes se hacía por la tercera parte de los billetes presentados; que nada decía sobre las otras dos terceras partes, y era de suponer podían volver a canjearse al día siguiente, obteniéndose una tercera parte de las dos terceras partes de lingotes, y siguiéndose así hasta la suma total. Esta observación de Vidal quedó sin respuesta.
 
DOCTOR MANDINGA  Así le solían llamar al doctor Dalmacio Vélez Sársfield (1800-1875), por la endiablada picardía de su nativo ingenio cordobés, que realizaba a un vigoroso talento, enriquecido por profunda cultura y larga experiencia de la vida. Basta esta anécdota para aquilatar la agudeza proverbial del autor de nuestro Código Civil. Conversando con varios amigos, alguno se aventuró a indagar el porqué de su tonada, a lo que repuso el interrogado con todo el sabor de su verba provinciana: “Es un pedazo de la tierra que se nos atraviesa en la garganta..

DOCTOR MEABENE El doctor Oscar Meabe, médico radical correntino y urólogo de cabecera de Hipólito Yrigoyen, era así aludido, mediante satírico juego de palabras, por el diario más antirradical de todos los tiempos: “La Fronda”, de don Pancho Uriburu.

DOCTOR NOGALES  Nicolás Avellaneda figura apenas encubierto bajo ese nombre en la novela primeriza de Paul Groussac, “Fruto Vedado”. Nogales —como Avellaneda— había sido Ministro y en 1873 se postulaba candidato a la Presidencia de la República. Y tras del ficticio antifaz novelesco, el personaje era retratado: “de baja estatura, joven aún, con grandes ojos algo cansados que cerraba por momentos bajando su alta frente inteligente; tenía un aspecto enfermizo y febril; pero era capaz de sostener quince horas al día discusiones políticas, despachar los negocios del Estado, escribir cincuenta cartas electorales, y acostarse a las dos de la mañana para saborear un artículo de Macaulay o de Prévost-Para-dol”.

DOCTOR PACIFICO LANAS  Era uno de los motes ridículos que le asestaban las publicaciones nacionalistas al Canciller Carlos Saavedra Lamas, autor de un famoso “Pacto Antibélico” y Premio Nobel de la Paz, en vísperas de la guerra mundial más terrible de todos los tiempos.-


DOCTOR TREVEXO   Personaje de la novela con clave de Lucio V. López, “La Gran Aldea”, que se parece mucho a Rufino de Elizalde (1822-1887). El abogado TREVEXO era “un caballero flaco, de cuarenta años largos, con una fisonomía garabateada por la barba y las arrugas”. No leía sino los diarios, y en una votación para candidatos a legisladores porteños, sus correligionarios pronunciáronse: “Por el doctor TREVEXO, por el primer diplomático argentino ...!”.

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