Rosas

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martes, 30 de mayo de 2017

Puente de Márquez, 26 de abril de 1829. Batalla y consecuencias

Por Carlos Pistelli
La amistad personal de don Estanislao López con don Juan Manuel de Rosas databa de los tremendos años ’20. La guerra de Santa Fe con Buenos Aires tenía enconos pasados que el propio Mitre reconoce de una injusticia por las sucesivas tropelías porteñas cometidas hacia mi provincia, de casi cinco años. El propio coronel Dorrego, cuya muerte originó la guerra del ’29, fue parte de ella, y López lo descalificó en un famoso oficio: “incendiar, robar mujeres, violar jóvenes, arrastrar familias enteras para concluir la población y llevarse los pocos ganados, lo que verificó con tal prolijidad que mi ejército no pudo comer en tres días”. La sed de revancha de los santafesinos hacia los porteños buscaba un encuentro para saldar viejas deudas. Rosas, segundo al mando de Dorrego, pidió un encuentro pacífico hacia López, que el coronel héroe de Tucumán y Salta, no consideró, licenciando al propio don Juan Manuel y sus famosos colorados del Monte. Santafesinos y porteños volvieron a verse las caras en Gamonal. Fue una de las batallas más sangrientas de la Historia Nacional, destacable en episodios de esta naturaleza. López, consternado, ¡Él, el terrible gaucho de la cabeza de Ramírez, y 173 marcas en su lanza de indios muertos por su propia mano!, expresó aquella vez, “La acción de ayer (por Gamonal) fue terrible, en más de diez leguas (50 kilómetros) no se veían más que cadáveres y tal mortandad consterna al corazón más duro”. La derrota de Gamonal, y la imposición de López, provocaron la caída de Dorrego y el encumbramiento de Martín Rodríguez.   
Batalla de Puente de marquez
Rosas, se tomó por sí la difícil tarea de congeniar con el duro corazón del santafesino: “Yo no soy abogado ni hombre de ceremonias. Al contrario, me repugnan las etiquetas y así quiero tratas de paisano a paisano. Éste será nuestro lenguaje y con él arreglaremos cuanto convenga a nuestras respectivas Provincias.” López expreso aquella vez, “… conozco los peligros que nos rodean y sé que la guerra civil nos sepultará muy pronto. Amo a mi Patria y aspiro a su dicha. Si V.E. está animado de iguales sentimientos, si tiene libertad para deliberar, si quiere que cese la guerra, depóngase toda pretensión, acábese con la intriga, respétese a los verdaderos patriotas sin negar ni disfrazar su mérito: desaparezca la vil impostura, no se sacrifiquen más vidas al capricho de los intereses; no se dejen familias inocentes a la mendicidad para satisfacer la codicia de los aventureros y conseguiremos la paz propia de hermanos, digna de americanos y que promete un porvenir lisonjero a todos los pueblos comprometidos por nuestras disensiones”.   Rosas se presentó en el campamento de López, y se dieron un efusivo abrazo, al calor de las brazas, y el bochinche de las invencibles montoneras santafesinas. Por casi veinte años, la amistad nacida en los campos de Benegas, condujo a la Federación a sus glorias más destacables: Desde sostener la argentinidad del Uruguay, a fortalecer la Unión Nacional, en Confederación de los Pueblos, y castigo a los salvajes que nos desangraban.    
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Batalla de Puente de marquez    El general Lavalle, informado que en el puente de Márquez se hallaba una fuerte vanguardia federal, franqueó el río, en la madrugada del 26 de abril, en un punto situado aguas abajo, sorprendiendo la guardia enemiga que vigilaba el vado, rechazándola e introduciéndose en los campos de Álvarez ocupado por las fuerzas de López. Restablecidos los federales de la sorpresa, el ejército coaligado no tardó en tomar sus disposiciones para el combate: sobre la derecha estaban formados 2.000 jinetes, a las órdenes de Rosas; el flanco izquierdo al mando directo de Estanislao López, estaba constituido por unidades santafecinas, el contingente de Entre Ríos y la milicia de Luján y de Arrecifes. El Puente de Márquez era defendido por un cuerpo de caballería formado por 300 dragones santafecinos, a las órdenes de Pascual Echagüe, que se encontraba en consecuencia a las espaldas del ejército unitario.           Lavalle, aprovechando su maniobra que lo había introducido en el mismo campo que ocupaba el cuerpo de López, resolvió aprovechar la sorpresa causada en el enemigo para comenzar el ataque. Desplegó su infantería y su artillería, dejando bajo su custodia los caballos de reserva, luego hizo lo mismo con la caballería y a las 6 de la mañana inició con sus regimientos varias cargas por escalones sobre el ala de López. A pesar del arrojo con las cuales fueron llevadas, no tuvieron un éxito decisivo, a causa de la táctica llevada adelante por la caballería federal, que rehuía el choque frontal para moverse sobre los flancos de los escuadrones unitarios.   La táctica federal fue rápidamente evaluada por Lavalle que veía como sus flancos eran amenazados sumándose al enemigo la caballería de Rosas y los dragones de Echagüe, que habían acudido rápidamente a tomar parte en el combate. Después de ordenar a su infantería formar en cuadro, cargo con sus escuadrones sobre los nuevos grupos de caballería federales que llegaban sobre el campo de batalla, tratando de disolverlos. Pero a pesar de lanzar varias cargas sucesivas no pudo batirlos, ya que los federales volvían a reorganizarse para volver al campo inmediatamente.  Todos los esfuerzos del general Lavalle para obtener un resultado favorable, se vieron frustrados ante la rapidez de las maniobras y la tenacidad de los jinetes adversarios. A medida que pasaban las horas los federales tomaban confianza ante la impotencia de los escuadrones veteranos de Lavalle en sus continuas e infructuosas cargas en el vacío. Como resultado el ejército de Buenos Aires comenzó a verse rodeado por los federales que buscaban estrangular a los unitarios en su misma posición. Alrededor de las 10 hs. Osados grupos de jinetes federales, comenzaron a introducirse entre los cuadros de infantería unitaria que soportaba las cargas de la numerosa caballería enemiga. Como consecuencia de esto, lograron arrebatar la caballada de reserva unitaria y hasta el ganado de silla de la infantería.  De esta forma, a medida que la acción se prolongaba, el triunfo de las tropas de Buenos Aires estaba cada vez más en duda. Lavalle dándose cuenta de la esterilidad de sus esfuerzos sobre el ejército enemigo, decidió interrumpir el combate y emprender la retirada antes que la situación fuera mas crítica y la derrota se convirtiese en desastre, eran las 4 de la tarde. La retirada se efectuó hasta el otro lado del río de Las Conchas, por el Puente de Márquez que fue después inutilizado para que no pudiese ser usado por los federales. Lavalle se situó en los Tapiales de Altolaguirre.   López resolvió que no era oportuno perseguir al adversario, que se retiraba intacto, y además esperaba alguna acción ofensiva por parte del general Paz, estableciendo sus vivaques en la margen izquierda del río en la Villa de Luján, mientras Rosas lo hacia en el Pino, ambos sobre la línea del río de Las Conchas. Mientras que después de dejar el campo de batalla, Lavalle se dirigió poco después a Buenos Aires. Dueños del campo, los federales reclamaron la victoria. Quedando en el campo de batalla unos 150 muertos y numerosos pertrechos de guerra.   El resultado de este combate se debió por: la superioridad numérica de los federales pero principalmente por su táctica de desbordar los flancos del ejército enemigo, con lo cual amenazaba no solo desbordarlos sino el cortar su línea de retirada. Por su parte Lavalle, que había sorprendido de manera audaz a López en su propio campo, baso su táctica solamente en los ataques de su caballería, olvidando de utilizar a su también experta infantería de forma ofensiva, y no marginándola solamente a un papel de vigilancia de sus caballadas en la retaguardia.
Consecuencias.  Lavalle no reconoció la derrota, que tampoco fue terminante en el curso de la guerra. Dio un manifiesto al pueblo de Buenos Aires, otorgándose la victoria. López, en cambio, modesto en sus ademanes, le envió a su ayudante Manuel Yupes, con la siguiente carta: “… Vuelvo a proponerle la paz. Yo la quiero sinceramente y creo que V.E. deseará también porque todos la necesitamos. Ya hemos combatido y no puedo quejarme de mi fortuna: pero tengo el dolor más vivo por la sangre que se ha derramado y por las vidas que se han perdido. Al cabo la guerra civil ha de conocer un término, tengamos nosotros la gloria de ponerlo, general Lavalle”. Pero el general Lavalle le contestó arrogantemente, y el conflicto continuó. Partidas sueltas de los federales irrumpieron en la ciudad, hasta llegar a la Recoleta, llevándose armas y el oficial que las custodiaba. Seiscientos! Sí, seiscientos, Quinientos diecinueve personalidades más de las que votaron angustiosamente para elegirlo Gobernador, pidieron sus pasaportes y se fueron del país. Lavalle flotaba en el aire de su arrogancia, apenas acompañado por Carril, y algunos más. Una nueva comisión de López, por intermedio del dr. Oro, le abrió una posibilidad. Meter una cuña entre los aliados (López y Rosas), ante el penoso momento de carestía de alimentos que vivía la ciudad.      El dr. Oro ha sido catalogado de muy malos modos por distintos historiadores, porque se tomó a pecho el lugar de delegado de López, incluso yendo más allá de las órdenes de don Estanislao. No he estudiado en profundo el tema, sobre Oro y su accionar, la cuestión es que consiguió: 
‘1-Las tropas del gobernador de Santa Fe evacuarán el territorio…
‘2-El gobernador de Santa Fe llevará dos caballos por hombre en su retirada…
‘Secreto, se acordarán al Gobernador de Santa Fe (ahora con mayúsculas), por una sola vez, diez mil pesos en metálico… Don Juan Manuel de Rozas (con Z) saldrá del territorio de la provincia de Buenos Aires…” etc., etc.
El preacuerdo dejaba a Rozas en “orsai”, cosa que no creo estuviera dispuesto a aceptar, y a López abandonando a su aliado y amigo, por un puñado de metálicos, cuestión que lo hubiera desacreditado entre los federales, a los que aspiraba conducir. Creo que Oro, Mansilla, Baldomero García y Mena, los firmantes del acuerdo, con el aval de Carril, se arriesgaron creyendo que el viejo gaucho “bruto” de Santa Fe se dejaría comprar, única meta de su carrera. López no habrá podido llevar al plano nacional sus ensueños federales de organización constitucional porque le faltara ‘creatividad política’, pero no era un mercenario de opiniones. Por otro lado, para solventarlo en los malos días, siempre lo tuvo a don Juan Manuel. Pero es mi opinión personal.
Lavalle estaba en una encrucijada, y ofreció retirarse del gobierno, delegándolo en el general Tomás Guido. No se le aceptó la propuesta. Su opinión pendulaba entre la “rama intransigente” de los Carril, y la “conversadora” de los ‘hombres de bien’, que se reunían en un Consejo de Estado (Díaz Vélez, Pueyrredón, Martin Rodríguez, Álvarez Thomas) que le sindicaban una conciliación con Rosas, directamente, prescindiendo de López. Carril era opuesto al Consejo: “Pienso que nosotros necesitamos hacer la paz separadamente con uno solo de los enemigos y quedarnos con el otro. Prefiero a López, porque aunque la guerra a Santa Fe es dispendiosa y desigual, pero López es al mismo tiempo el enemigo más popular que V. pudiera escoger. Sin guerra, no tendremos paz, ni gobierno“. La suerte cayó de su lado: El 22 de abril, cuatro días antes de Márquez, Paz deshacía a Bustos, y la situación santafesina necesitaba de su Gobernador. El ‘Patriarca de la Federación’, con cierta desilusión, delegó el mando en Rosas, y se retiró de Buenos Aires. Todo estaba dado para un encuentro cumbre entre los hermanos de leche.

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