Por CARLOS PISTELLI
El 26 de octubre de
1941 Rosario Central perdió con, su rival directo en pos de no descender,
Banfield y se fue a la “B”. El Presidente del Club, y hechura del Radicalismo
Santafesino, doctor Rodríguez Araya se fue para Buenos Aires rampante a
entrevistar a Monseñor Copello, Arzobispo flamante.
-Hijo, a qué debo el
honor de tu visita?
-Padre! Estimado Padre! Algo terrible ha pasado para las
juventudes rosarinas, donde el club Rosario Central es amplia mayoría. Hemos
descendido de categoría y eso nos supone jugar los días sábado. Eso provocarías
los vicios a los que caerían jóvenes de toda condición esas noches al culminar
los partidos para prepararse para ir a las carreras de los domingos.
-Hijo! Eso es terrible!! Pero qué puedo hacer yo para
evitarlo?
-Hablar con el Presidente para que ordene suprimir los
descensos.
Cruza presuroso Copello la Plaza de Mayo y pide audiencia
urgente con el Presidente, quien, sorprendido de la solicitud, delega en su
ministro del interior el tema. El padre contó su preocupación y con un gentil y
sonriente “déjelo en mis manos” el Ministro lo despidió.
Miguel Culaciati, sonriente y trampero, rosarino,
antipersonalista, enemigo hasta personal de Rodríguez Araya, y, obviamente,
leproso, no movió un pelo al pedido del Arzobispo.
El ‘taimado’ Culaciati nació en 1879 y a temprana edad ya
destacó por sus condiciones personales y como brillante abogado. En 1912 era diputado provincial radical,
fugaz intendente rosarino y, volcado al antipersonalismo, diputado nacional.
Con la caída en desgracia de la Democracia Progresista y la intervención al
distrito, Culaciati volvió a la intendencia rosarina en 1935, realizando una
progresista gestión, en medio de mafias y todas las que Ud imagina. Afianzado
Castillo en el cargo le cede la cartera política al más, al más, al más
preparado para el cargo.
Culaciati carecía de prendas morales pero le sobraba talento
para los tiempos infames que presidía Castillo. Los amigos del Presidente no lo
quieren porque le ven leal a Justo. El Presidente les contesta que con
amenazarle con dejarlo cesante, alcanza y sobra para tenerlo fiel y
consecuente. Las denuncias arreciaban sobre su figura, desde manejos pocos claros
con el comercio de granos y los sorteos de la Lotería Nacional, hasta la
política brava abusando de la fuerza policial y los enjuagues electorales que
exponen magistralmente Olmedo y Porcel en su película “Las mujeres son cosas de
guapos”, con Ranni y Portales. Pero Castillo lo sostenía, y a otra cosa.
CASTILLO Y EL “GOU”.
La joven oficialidad
del Ejército estaba un poco cansada del uso que se hacía de una fuerza a la que
se reputaba intachable, en los enjuagues manejados por Justo. Se inició un
lento, pero inexorable, estiramiento entre los altos mandos, que respondían al
General Ingeniero, con la oficialidad de instinto nacional, y preponderancia en
el manejo profesional del arma. Castillo, viejo maestro, docente
incuestionable, Decano de la UBA, percibió ese malestar, y permitió que se le
acercaran para dialogar. “Hablando se entiende la gente”.
Fue el primer planteo
militar tan habitual en el Siglo XX argentino. Castillo oyó a los jóvenes
oficiales, los calmó como quien sabe decirles lo que quieren escuchar, y se
ganó el respeto de la mayoría. Papita pa’l loro. Entre los oficiales, algunos participantes de la reunión,
surgió una idea común en el Ejército argentino desde San Martín: formar una
logia que uniera intereses comunes y dirigiera la opinión a objetivos
colectivos. Estamos hablando del GOU.
Uno de los problemas
que tenemos los historiadores a la hora de analizar el GOU, es que los
implicados han cometido bastante embuste al contar como empezó, como se
organizó y como llegó al poder. La mayoría, porque terminó pa’ la miércoles con
el que capitalizó toda la fuerza organizativa. La minoría, porque exageró su
preponderancia desde el primer momento. Y, obviamente, el que capitalizó toda
la fuerza organizativa, que, a modo de ser honesto, era él.
El armador del GOU no fue únicamente Perón, claro está, pero
fue el artífice de sus mayores logros, especialmente cuando llegaron al poder.
Puede dividirse la Historia del GOU en cuatro etapas. La primera, de
contactos y organización, para ir sumando gente al baile.
La Segunda, que sucede al desencanto con Castillo por elegir
a Patrón Costas como sucesor, y que provoca la realización de una comilona que
lanza al Grupo a la conspiración directa.
La Tercera, la conspiración triunfa y el grupo impone al General
Pedro Pablo Ramírez en la Casa Rosada, provocando el ascenso del Coronel de la
sonrisa seductora, y el manejo de la Presidencia.
La Cuarta, la caída de Ramírez, el encumbramiento final de
Perón y la disolución del GOU.
El arreglo con los oficiales a finales de 1941 le dio a
Castillo la tranquilidad de imponerse sobre Justo. Pero éste no se amilanó así
pos sí. La Concordancia queda
rota aunque no termina de exteriorizarse para no dar lugar a los radicales
conducidos por Alvear. El 7 de diciembre de 1941, tras un difícil año, Castillo
impuso en fraude escandaloso a Rodolfo Moreno en la Gobernación bonaerense. Con
los votos que da Bs. As. en los Colegios Electorales, el futuro presidente no
salía de la conciencia del catamarqueño de Ancasti.
Pero ese 7 de diciembre de 1941, Japón ataca a Estados
Unidos provocando el ingreso yanqui en la Gran Guerra. Castillo no quería
llevar al pais a esa guerra en donde sabía que los intereses argentinos no
tenían qué jugar. Pero la opinión audible nativa estaba por ir a la guerra del
lado aliado. El General Ingeniero jugó esa carta en las embajadas y se
convirtió en el candidato del ingreso a la guerra.
Castillo empezó a recibir grandes presiones internas y
externas; Presiones supervisadas, y manejadas, por el Departamento de Estado.
La neutralidad argentina era un dedo en el orto para Washington.
Estados Unidos presionó de mil maneras para que Argentina
reviera su postura. El Imperio Británico se batía en retirada como la potencia
rectora en el mundo dejándonos en orsai con Yanquilandia. Todo 1942 Castillo,
con su brillante canciller Ruíz Guiñazú, resistió cuanto pudo las presiones,
dando lecciones diplomáticas y defensa del honor nacional.
Alvear murió a los pocos días, dejando acéfalo al partido.
Una comisión pacífica logró juntar casi un millón de firmas en el llamado
“Plebiscito de la Paz”. Castillo llegaba
al pináculo de su popularidad y poder. En el invierno del ’42, los delegados
norteamericanos rumiaron despecho al no poder imponer la ‘solidaridad
continental’ en la Cumbre de Río. Procuraban unir al continente tras sí contra
el Eje, pero Argentina y Chile se opusieron firme y tajante. A otra cosa mariposa. La economía daba un respiro, y la atinada conducción
presidencial, permitió una industrialización tenue debido a la sustitución de
importaciones. El capital argentino aumentaba en desmedro del extranjero, y
Argentina crecía a despecho del desastre mundial que provocaba la guerra.
No era un mundo de
rosas, pero las cosas mejoraban lentamente, y se sentía que sí. La política con
su total inmoralidad era mal percibida por la sociedad, pero para la gente
Castillo no era el responsable. Si no fue popular, al menos gozó de
consideración y estima pública por parte de los laburantes. Y si alguna crítica
se hacía sentir, Culaciati decretaba estado de sitio permanente y censura al
periodismo. ¿Era autoritario el Presidente? Hasta la miércoles. Pero estamos
hablando de los finales de la llamada Década Infame, no de San Martín y
Belgrano.
LA UNIÓN DEMOCRÁTICA.
El desconcierto en el Partido Radical era grande. Los
socialistas, vencedores en marzo en la Capital, se asomaban como futuros
aliados. Una gran alianza política contra el nazipresidencial, con la venia de
la ‘Embajada’, de todos los partidos no conservadores: Desde el radicalismo,
pasando por socialistas, demócratas progresistas, comunistas, la gran prensa,
empresarios, y hasta sectores del antipersonalismo. Solo les faltaba el
candidato, que ya se venía anunciando.
Brasil acaba por ingresar a la guerra y el General Ingeniero
recuerda ser oficial honorífico del país hermano y rival: Con estrépito de la
prensa se pone a disposición para pelear. Getulio Vargas le manda el avión
presidencial y es recibido en triunfo allá y al regresar. La “Unión
Democrática” tiene candidato.
Jóvenes oficiales van
a verlo a Castillo, preocupados, pero el ladino presidencial los calma con una
sonrisa: Puro espamento, no hay con que darle al poder que viene del
Presidente.
La formidable estructura montada por Justo desde el ’30, e
inclusive antes, que depositaba la política argentina en el Ejército, era
manejada por Castillo con la ayuda de los oficiales. Mientras anduvieran
juntos, no había con que darles.
Había un pequeño contrapunto que Castillo eludía con su
acostumbrada docencia: El fin del fraude. Los militares lo querían y al
Presidente no le convenía. Alguien, siempre hay alguien, le dice que sume al
gobierno a la gente de FORJA, que han roto con la UCR. El Presidente invita a
Arturo Jauretche a su casa de calle Juncal. Jauretche, con su extraña capacidad
de acertar en los diagnósticos pero incurable impolítico, se atreve a criticar
al dueño de casa e intenta darle lecciones de gobierno. Castillo lo miró como
quien mira a un sonso y lo despidió con amabilidad. Jauretche se retiró de la
reunión con la certeza quel Presidente iba a un atajo sin salida por no
escuchar sus recomendaciones. Cosas de intelectuales.
Al finalizar el larguísimo 1942, Castillo contaba con todas
las barajas importantes, su talento, sus mañas y su integridad patriótica para
imponer Presidente. Frente suyo, estaba Justo en pie, herido en la contienda,
al cual nunca hay que dar por muerto.
Me equivoqué. No
acababa de empezar 1943, que el General Ingeniero se moría de manera
sorpresiva. All power for Castlle.
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