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sábado, 1 de abril de 2023

A 30 años de la muerte del padre Alberto Ezcurra Uriburu

Por Ignacio Cloppet
A 30 años de la muerte del padre Alberto Ezcurra Uriburu, arquetipo de su tiempo y del nuestro
Formó parte y lideró el Movimiento Nacionalista Tacuara, una agrupación política juvenil que propugnó la fundación en la Argentina de un Nuevo Orden Nacional-Sindicalista
Alberto Ezcurra nació en Buenos Aires el 30 de julio de 1937, hijo de Alberto Ezcurra Medrano, nacionalista precursor del revisionismo histórico y miembro fundador del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, y de María Rosa Uriburu Peró.  Hace 30 años, un día como hoy, partía de este mundo el padre Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu, y vienen entonces, presurosas a mi memoria, aquellas sentidas palabras que eligió para despedir a ese otro sacerdote eminente que fuera Leonardo Castellani, allá por 1981. Subrayó: “Sobre su tumba podría escribirse en apresurado intento de síntesis: amó a la Patria y a Dios en su Iglesia”. Sobre la tumba de Alberto también, y es por eso que recordarlo es deber patriótico en estos tiempos de aridez política y espiritual, cuando el vasto panorama del país parece ser un gran desierto de apatía, escepticismo y cansancio.  Su pensamiento político está cifrado en más de un centenar de notas y artículos publicados en medios nacionalistas -Tacuara, Ofensiva, Milicia Tacuarista, De Pie, Jauja- de difícil localización y bastante olvidados, y pronto a aparecer el volumen Alberto Ignacio Ezcurra- Su pensamiento político. De su etapa sacerdotal, se han publicado Tu Reinarás. Espiritualidad del laico (1994), Sermones Patrióticos (1995), Moral Cristiana y Guerra Antisubversiva (2007) y Recensiones Bibliográficas (2018) que compilan algunas de sus homilías, clases, sermones y conferencias.  Fue el mayor de siete hermanos varones, dos de los cuales también se ordenaron sacerdotes. Su formación espiritual comenzó a forjarse en las tempranas lecturas de las obras de su padre, de Lugones, Gálvez, Ibarguren, Castellani, Osés, Palacio, Irazusta, Scalabrini Ortiz, entre otros, y en la frondosa biblioteca de pensadores nacionalistas europeos que le ofrecía su hogar: allí estaban Maurras, Barrès, Codreanu y, en lugar de privilegio, José Antonio Primo de Rivera.  Con sólo trece años, hacia 1950, se integra en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES), y hacia 1953 además de concurrir asiduamente a las conferencias del Instituto Rosas, participa junto a un grupo de miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista en algunas concentraciones peronistas en Plaza de Mayo.  Un año después, termina sus estudios de bachiller en el Colegio Champagnat de los hermanos Maristas, y en febrero de 1955, ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús en Córdoba, experiencia que concluye a mediados de 1956, cuando el maestro de novicios jesuita le informa a su padre que Alberto no tenía vocación para ser religioso de la Compañía, aunque no descartaba su vocación al sacerdocio. Y en este punto bien vale una breve digresión ligada a la falsificación histórica reinante que además de ser uno de los ejes del desarraigo intelectual que padecemos, pesa sobre su figura hasta la actualidad, cuando se lo acusa de haber sido parte de los comandos civiles que conspiraron contra el general Perón en 1955. Nada más lejos de la verdad, pese a quien le pese en el campo del liberalismo de izquierda a derecha.  De regreso a Buenos Aires, trabaja en un taller de automotores propiedad de un camarada de la UNES, Horacio Bonfanti, y a comienzos de 1957 frecuenta el emblemático bar “La Perla del Once” -que allá por los años veinte reunía en tertulias para escuchar a Macedonio Fernández y pensar una literatura nacional a los jóvenes vanguardistas Borges, Xul Solar, Leopoldo Marechal y Raúl Scalabrini Ortiz- donde tras horas y horas de acaloradas discusiones junto a Joe Baxter, al ya mencionado Bonfanti, Oscar Denovi, Luis Demharter, Raúl Villarrubias y Eduardo Rosa, surge el Grupo Tacuara de la Juventud Nacionalista, que será luego Movimiento Nacionalista Tacuara, liderado inicialmente por Demharter y a los pocos meses por Ezcurra.   Kilómetros de tinta han gastado los ciegos “eruditos” de la historia argentina para imputar aparentes males a Tacuara con toda la serie de motes que son lugares comunes del flatus vocis propio del pensamiento antinacional: nazi, antisemita, antiyanqui, anticomunista y la lista sigue... Vamos por partes.  Con respecto a la nación del Norte, su defensa de la nacionalidad lo llevará a explicar que: “La aversión contra los yanquis nos viene del fondo de la historia, del conocimiento de la rapacidad y de la doblez del yanqui hacia nuestros hermanos de Hispanoamérica”. Por tanto, inmerso en la tradición y en la defensa de nuestros valores patrios, afirmará: “Nuestro anticomunismo brota espontáneamente de nuestro Catolicismo, de nuestro estilo de vida, de nuestra concepción económico-social. El Nacionalismo tiene sus propias razones y jamás necesitó de estímulos exteriores”.   Por último y para despejar mitos, léase con atención lo señalado respecto a Tacuara: “No somos nazis. Hay diferencias entre nosotros y los nazis. Podemos tener enemigos comunes pero nuestro concepto de las necesidades de la nación difieren profundamente del concepto nazi. Por ejemplo, nosotros no creemos en la superioridad racial, porque en la Argentina no existe la unidad racial. Tenemos gente de todas las razas y colores. (…) No somos antisemitas. Nada tenemos contra los judíos en la Argentina. Las acusaciones que nos hacen de antisemitas son falsas”.  Lo cierto es que Tacuara fue un movimiento político juvenil nacionalista que, frente al fracaso del régimen liberal-burgués, propugnó la fundación en la Argentina de un Nuevo Orden Nacional-Sindicalista cuyo ideario se encuentra sintetizado en su “Programa Básico Revolucionario” de 36 puntos.  Sostiene Ezcurra: “Para que Argentina pueda cumplir su misión histórica, debemos romper con las viejas estructuras económicas, sociales y políticas del liberalismo burgués. Esto sólo podrá realizarse mediante un total proceso revolucionario, que devuelva a nuestra Nación su fe en sí misma y en su futuro. (…) Nuestro movimiento es cristiano en cuanto afirma la primacía de los valores espirituales y permanentes en el hombre y en la sociedad, nacionalista, en cuanto sostiene a la Nación como una unidad social suprema, y socialista por su concepción económico-social, anticapitalista, revolucionaria y comunitaria”, por tanto su misión, distinta a la de otras agrupaciones nacionalistas del período, fundamentalmente en lo referido a la primacía de la acción directa y del modo de comprender la realidad política del país, señalaba: “Es ganar a la juventud, formar en el estudio y en la acción los mejores soldados de nuestra revolución. (…) La vocación nacionalista implica, ante todo, el abandono de toda actitud burguesa, de todo egoísmo y miras personales, el salir de sí mismo para darse a los demás con sentido de servicio y sacrificio”.  Paulatinamente, Tacuara comienza a tomar decisivo protagonismo en las calles, y tras su participación en el conflicto entre “laica o libre” en septiembre de 1958, crece exponencialmente en adherentes y afiliados, profundiza su marco doctrinario y define su propio estilo dentro del nacionalismo argentino.
En palabras de Ezcurra: “El Nacionalismo es (…) Misión, en el sentido total, en el sentido religioso de la palabra. Y es para el nacionalista mucho más que el mero conocimiento intelectual de una serie de verdades, la comprensión de la Verdad y el llamado (vocación) a defenderla en actitud militante. Conjunción de Verdad y Amor, el verdadero amor puesto en las obras”, por tanto aclarará sin medias tintas que el nacionalista es: “mitad monje y mitad soldado”, lo que implica sacrificio e integralidad no mera exteriorización de formas vacuas: “Es muy fácil tomarla en su aspecto externo, en las diversas exteriorizaciones del estilo de milicia: el lenguaje, el trato de camarada, la camisa, el saludo, la acción. Pero todo esto, si está desprovisto de sentido interior, no es más que un pueril “jugar a los soldados”. Porque es muy difícil ser nacionalista en un sentido total de la palabra. Es tan difícil como, en el mismo sentido, ser católico”.
Entrada la década de 1960, su protagonismo es de tal envergadura que a principios de 1961 Ezcurra declina la oferta que el general Perón le hiciera desde el exilio en Madrid, para conducir la Juventud Peronista en el país. Si bien no hay acuerdo respecto a si fue a través de una carta personal o de una comunicación por medio de un enviado, el hecho habla por sí mismo tanto respecto a la envergadura de la organización como a los dotes de su conductor. Y además, y cuestión trascendental, expresa que Tacuara, a diferencia de otras organizaciones del nacionalismo, fue sensible al entendimiento de los logros y del significado de lo realizado por el Movimiento Nacional Justicialista.  Advertirá Ezcurra: “Yo no soy peronista. Pero considero enemigo declarado al antiperonismo que no es más que eso. El peronismo es vulnerable si se lo compara con el futuro, con lo que podemos llegar a ser; pero es invulnerable si se lo compara con el pasado, con lo que fuimos. (…) Y el Haber del peronismo es superior al Haber de cualquier partido político argentino; y el Debe del peronismo es inferior al de cualquiera de esos partidos que pretenden tirar la primera piedra cuando no necesitan mendigar votos. Hasta hoy nadie ha podido demostrarle al pueblo argentino que haya otro camino más viable que el peronismo hacia la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Y la bandera del antiperonismo la enarbolan los procónsules del imperialismo de turno, de la sumisión económica y de los privilegios sociales: por eso el pueblo criollo -que sabe de lealtad en las buenas y en las malas- sigue fiel a ese hombre. (…) si, contra mi voluntad, se me obliga a seguir juzgando al peronismo en base al pasado y no al futuro, habré de estar junto a los peronistas aun sabiendo que muchos de ellos no entenderán por qué lo estoy”.
Tacuara fue un movimiento político juvenil nacionalista que, frente al fracaso del régimen liberal-burgués, propugnó la fundación en la Argentina de un Nuevo Orden Nacional-Sindicalista.  Alcanzó a ver con suma claridad, además, los desafíos que el justicialismo debería sortear para no sucumbir:”Se trata de un gran potencial revolucionario, de una masa con sentido nacional, pero su permanencia a la deriva, como fuerza muerta, en actitud de resistencia nostálgica y pasiva, puede convertirlo en un factor retardador y disociante de todo intento de solución nacional revolucionaria, pues el peor enemigo de la Revolución no es quien abiertamente la combate, sino el que la proclama y quiere capitalizarla, pero es incapaz de llevarla a cabo. (…) El dilema es de hierro: o el peronismo se somete a una profunda revisión histórica, táctica y doctrinaria, o su situación se irá asemejando cada vez más a la bastante trágica del radicalismo después de la caída de Yrigoyen”.  Tacuara sufrirá con el paso del tiempo distintas escisiones. La primera, en septiembre de 1960, cuando su asesor espiritual, el P. Julio Meinvielle, atribuye a Ezcurra desviaciones marxistas por influencia de Jaime María de Mahieu, y funda junto a un grupo minoritario de disidentes, la Guardia Restauradora Nacionalista. Conflicto que, sin dudas, expresaba modos diversos de concebir la lucha política y a los antagonistas en el período, porque mientras Meinvielle señalaba exclusivamente al comunismo, Ezcurra consideraba que el gran enemigo de la Argentina era el imperialismo británico y norteamericano, o sea, el liberalismo: “Un cáncer que cumple una función corruptora y disociadora dondequiera que toca o insinúa su presencia”, afinidad doctrinaria que lo vinculará siempre a las enseñanzas de su maestro Castellani.  
La segunda escisión se produce en junio de 1961, cuando Edmundo Calabró y Dardo Cabo, militantes de las brigadas sindicales fundan el Movimiento Nueva Argentina, definido como peronista, y por último en septiembre de 1963, Joe Baxter funda el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara que tendrá, desgraciadamente, un final luctuoso ligado al delito y a la guerrilla urbana. Por último, creo que no hay mejor síntesis de su significación que la brindada por Castellani a Alberto Graffigna en una carta del 21 de mayo de 1964, cuando atestigua: “No crean demasiado a la prensa de Bs. As., acerca de Tacuara. Han hecho con ese asunto una confusión del demonio. La verdadera Tacuara dirigida por Alberto Ezcurra (que ha entrado ahora en el Seminario de Tucumán) lo mismo que la agrupación Guardia Restauradora, son decentes y meritorias. Hay otras dos Tacuaras (nombre usurpado abusivamente) una comunista y asesina, otra de mala índole -las cuales no son perseguidas. La persecución a Tacuara es maniobra sionista, en la cual ha entrado Illia- para quedar bien con los EE. UU.”.   En marzo de 1964, el P. Roque Puyelli -asesor de Tacuara entre 1960 y 1964- le presenta a Mons. Adolfo Tortolo, quien lo integrará al Seminario de Paraná. Cursará el primer año de filosofía en el Seminario de San Miguel de Tucumán y, entre 1965 y 1967, terminará sus estudios de filosofía en Paraná. En septiembre de 1967 será enviado a Roma a estudiar Teología en el Colegio Pío Latinoamericano, licenciándose en Teología Moral en la Universidad Gregoriana. Permanecerá en Europa hasta 1971, siendo ordenado diácono ese año en la parroquia de San Apolinario (Obermaubach, Alemania), por Mons. Joseph Buchkremer.  De regreso a la Argentina, el 8 de diciembre de 1971, fue ordenado sacerdote en Paraná por Mons. Tortolo. Eligió el lema sacerdotal que lo acompañará hasta el final de sus días: “Militia est vita hominis super terram” (Job, 7, 1). Celebró su primera Misa en la Capilla de su viejo Colegio Champagnat, en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1971, acolitado por el P. Julio Meinvielle y el P. Gustavo Podestá. En 1972 en el Seminario de Paraná, fue vicerrector, profesor de Teología Moral y miembro del consejo de redacción de la Revista Mikael. Comenzó entonces una intensa tarea pastoral que incluyó las Misas por la Patria, las misiones populares, los ejercicios espirituales para laicos y las conferencias a lo largo de todo el país. En 1985 se incardinó en la diócesis de San Rafael, donde Monseñor León Kruk lo designó primer rector del Seminario Diocesano, Santa María Madre de Dios. Formó allí a cientos de jóvenes sacerdotes. Fue activo defensor de la gesta de Malvinas y en 1989 fue convocado por la familia del Brigadier General Juan Manuel de Rosas con motivo de la repatriación de sus restos mortales para rezar el responso en el Cementerio de la Recoleta.  El padre Ezcurra Uriburu murió el 26 de mayo de 1993
En 1991 comenzó la dura enfermedad que sobrellevó con entereza durante dos largos años, donde permaneció en Buenos Aires al cuidado de mi madre. A comienzos de 1993 regresó a San Rafael, donde retomó las clases y se reencontró con sus discípulos del Seminario. Había dicho: “Dios me quiere aquí. (…) Él conoce el plan general de la batalla y yo soy un soldado y cumplo órdenes. (…) Ya no soy joven y estoy enfermo, pero si hay algún motivo por el cual podría pedirle a Dios que me prolongue la vida sería solamente por esto: para seguir luchando. Porque vale la pena luchar y tenemos esa obligación”.
El día 26 de mayo partió a la eternidad. Y quedan cortas estas palabras cuando hay tanto para decir. No obstante, indetenible deberá ser su enorme legado trasmitiendo la verdad y la esperanza. Arquetipo de su tiempo y del nuestro.

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