Rosas

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miércoles, 7 de junio de 2023

Rosas y los afrodescendientes; Eusebio y Biguá

Por el Prof. Jbismarck

Los africanos esclavos y sus descendientes eran considerados “Cosas”.  Estos negros esclavos fueron parte también de la influencia cultural y musical; allá por mediados del 1800, llegaban a ser casi el 35% de la población porteña. Contaban con el aprecio del Jefe de la Confederación Argentina, Brigadier General Juan Manuel de Rosas y fue la época donde los negros tuvieron la mayor participación e influencia en la sociedad porteña a la par de una utilización política, claro. Ya para el 1839 Rosas abolió la trata de esclavos y en el 1853 quedó plasmada en la Constitución Nacional.  Los negros tenían un baile muy sensual, bailaban al ritmo de candombe y milonga. Muchas veces esos bailes fueron censurados, prohibidos y aislados a lugares cerrados. Humildes ranchos, de paja con pisos de tierra alisados y arenados para el baile. Se agrupaban en sociedades que llamaban naciones y tenían su rey y su reina que se sentaban durante la tertulia en un trono y tenían lugar para visitas importantes, como lo fue Rosas muchas veces (el pintor Martín Boneo lo representa muy bien en su obra: Candombe Federal, 1836) o su hija Manuelita.  A partir de 1829, y por un lapso de poco más de dos décadas, Juan Manuel de Rosas habría de convertirse en la principal figura política de la región del Plata. Como gobernador de Buenos Aires y líder de la Confederación, Rosas se convirtió en una de las grandes figuras de la política Americana.  Brindó también un ambiente para las prácticas de origen africano que aún persistían, en el marco de las llamadas “naciones africanas”, como medios de preservación del acervo cultural. Este nuevo papel les dio a los afroargentinos un rol social protagónico que ellos habían carecido reducidos a la más inhumana esclavitud.   Asimismo, los bailes o candombes, constituyeron grandes manifestaciones festivas que pasaron a ser oficializadas desde el gobierno.

La fiesta, en la cual la danza ritual ejercía un rol fundamental, constituía para la población negra un medio esencial para la interacción de sus miembros.  Para el historiador unitario Vicente Fidel López, quien fuera testigo de aquellas manifestaciones: «Los domingos y días de fiesta ejecutaban sus bailes salvajes hombres y mujeres, la ronda, cantando sus refranes en sus propias lenguas al compás de tamboriles y bombos grotescos».   Rosas captó el apoyo de ellos y garantizaría la obtención de ciertas concesiones mediante un trato, muchas veces, particular e individualizado que mantuviera Rosas para con ellos, quienes adquirían un protagonismo inusitado en la política que lo diferenciaba de la situación social de antes.   Los carnavales de Rosas representaban para los intelectuales la barbarie y la antítesis a la “civilización y modernidad” que se buscaba para la sociedad argentina. Por ejemplo, en 1907 (casi 60 años después de la caída de Rosas) Ramos Mejía escribía en forma de recuerdo:  El carnaval de Rosas, como se le ha llamado después, era la institución popular por excelencia […] Como actores de la infernal orgía, tomaba parte principal todo lo que el pueblo tenía de menos pacífico […] Los candombes empezaban a fermentar con la alegría gritona y agitante de los negros en libertad […] Porque la fauna séptica se insinuaba en el alma de todos, despertando aquellos apetitos que el voluptuoso presentimiento del manoseo de las niñas y señoras movilizaba de un modo brutal. […] Las casas de familia percibían en la agitada alegría de la servidumbre las promesas que aquellos días de enajenación ofrecerían.  El liberal Ramos Mejía define al negro como un animal que produce ritmos gruñidos, y por otro lado un hombre inferior que trae desde su tierra africana sus reyes.   Rosas reconocó oficiales de esa ascendencia étnica en puestos claves en el manejo de tropa. Recurrió a los negros para engrosar tanto las tropas regulares como las milicias.  Tenían posibilidades de ascenso los miembros de la comunidad negra, no limitándolos al mero desempeño en la tropa. Algunos testimonios como Manuel Macedonio Barbarín, quien se iniciara como capitán de milicia hacia 1810 y alcanzó el grado en 1833 de teniente coronel o el caso de Domingo Sosa, demuestra una fructífera carrera militar que se inició en tiempo de la reconquista frente a los ingleses y que continuó aún después de la caída de Rosas, quien lo había nombrado coronel.  Rosas era caracterizado como bárbaro y loco. Por un lado, su desinterés en todo lo que fuera europeo, básicamente francés, y su elección de modelos españoles era considerado por los unitarios como rasgo de barbarie. Se lo retrataba como un señor feudal rodeado de una corte en la cual no podían faltar bufones y locos como Biguá y Eusebio de la Santa Federación (Negros ambos). 

  
El  bufón es comúnmente llamado “anormal”, “insensato”, “inepto” o simplemente “demente”, fuera de la razón. El bufón aparece marcado por el signo negativo de estar fuera del espacio social organizado. Surge como un ser al margen, imagen de lo diferente al modelo normal, que sería la civilización. Y a quienes Rosas usaba (obviamente en la versión unitaria)  como seres infrahumanos con los cuales se divertía y utilizaba para mofarse de diplomáticos, generales, sacerdotes, etc. De hecho, Rosas se entretenía motejando a su bufón Eusebio con títulos de grandeza disparatada: “Gran Mariscal de la América de Buenos Aires, Vencedor de Ayacucho, Conde de Martín García, Señor de las Islas Malvinas, etc.”, de los que el bufón, encarnación del negro infantilizado, se enorgullecía.  También lo vestía con casco de oro, penacho llorón color punzó en el que están grabadas las armas de la Patria con sus laureles juramentados. Capa de paño pardo con cuello y vueltas de terciopelo punzó. Usa uniforme redondo de paño azul con vivos punzo es. Pantalón de paño azul con franjas de galón de oro. Chaleco de merino punzó, galoneado de oro.  Cuentan las crónicas de la época que Eusebio se había identificado con Rosas, hasta el punto de adivinar en una mirada las personas que le eran antipáticas. A los visitantes de Palermo, mientras esperaban al Restaurador se les solía aparecer primero don Eusebio vestido de gala: “Aquí me manda mi padre Juan Manuel a que se le haga sociedad. Y aunque el bufón insistiera en sus insolencias, la víctima se cuidaba de contestar, temerosa de que Rosas estuviera espiando desde algún escondite. Todo el mundo vivía entonces con la sensación de la mirada ubicua del tirano invisible”.   En una litografía titulada El Negro Biguá, de autoría anónima y fechada en 1845, se representa a un muchacho negro o mulato, vestido con ropas andrajosas, descalzo, que bien podría vincularse con un esclavo o un liberto. Lo más inquietante resulta su cuerpo contorsionado, sus piernas entrelazadas en una pose casi imposible de mantenerlo en pie, con su brazo derecho en alto sosteniendo un billete en el que se lee: un peso, viva la santa federación. En el suelo yacen un sombrero y una escoba pequeña, a la manera de atributos que permitirían identificarlo.  José Mármol en Amalia no solo se ocupa de los aspectos físicos del bufón, sino que agrega el condimento de la degeneración y la estupidez “Rosas quedó cara a cara con un mulato de baja estatura, gordo, ancho de espaldas, de cabeza enorme, frente plana y estrecha, carrillos carnudos, nariz corta y en cuyo conjunto de facciones informes estaban pintadas la degeneración de la inteligencia humana y el sello de la imbecilidad”     El candombe, baile por antonomasia de los negros, tuvo su apogeo en la época rosista y se mantuvo en alza hasta su final, tras la batalla de Caseros, en 1852.  Existen varias menciones del apogeo de los bailes de negros en el período. “El pueblo bajo, compuesto en buena parte por negros y mulatos, está conforme con Rosas como lo estuvo en la Roma de los césares con Claudio, con Nerón o con Calígula”, expresó Sarmiento, uno de sus más acérrimos críticos, también señaló la importancia de esa relación: “Rosas se formó una opinión pública, un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y confió a su hija, doña Manuelita, esta parte de su gobierno. La influencia de las negras para con ellas, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites.  Rosas, pragmático y hábil, entendió desde temprano la conveniencia de movilizar a un sector numéricamente importante, los negros, y para ello contó con la ayuda de su influyente esposa, Encarnación Ezcurra, quien organizó candombes por cuenta propia, por más que su marido la alentara, según lo atestigua una carta. En ésta Rosas le escribe: “Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres, y por ello cuanto importa el sostenerla y no perder medios para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, su correspondencia. Escríbeles frecuentemente, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en esto. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles”.  Como se ve, el matrimonio en el poder y su hija, Manuelita, tendieron un lazo muy fuerte con la colectividad negra de la ciudad de Buenos Aires y esa relación quedó reflejada en los candombes.  En genuinos actos de provocación, Manuelita bailaba con hombres negros suscitando el escándalo entre las filas unitarias, como se plasma en la siguiente observación: “Y hela ahí danzando cuatro o seis horas con ebrios, con asesinos y hasta con negros una vez. Danzando no los bailes de la sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la plebe, con todos esos movimientos repugnantes y lascivos que llaman «gracia»”(José Marmol). No obstante, haber recibido críticas y quejas abiertas por eso, don Juan Manuel hizo oídos sordos. Por otra parte, tuvo varios defensores: en 1843, un partidario expresó en el diario oficialista La Gaceta: “El general Rosas aprecia tanto a los mulatos y morenos que no tiene inconveniente en sentarlos en su mesa y comer con ellos…” Los candombes, según sus adversarios, mostraban la parafernalia del régimen rosista y probaban su demonización. En éstos los negros sacaban a relucir las insignias federales rojas, la divisa punzó.  Rosas las movilizó en 1836 con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, en la actual plaza homónima. Más de 16.000 negros participaron del acto, según registran las fuentes. Juan Manuel, Encarnación y Manuelita presidieron el candombe, desde su posición de reyes, acompañando a los jefes de cada uno de las naciones.  Por lo general, cada nación bailó candombe en su propia sede, ya sea en dos hileras o en ronda común. Además de las ocasiones señaladas, en Navidad y Año Nuevo, se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto.  En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Además del candombe, los negros gozaron de otras ventajas tangibles. Por ejemplo, en 1839 se abolió el tráfico de esclavos y fueron frecuentes donativos a las sociedades africanas de ayuda mutua. La buena relación entre Rosas y sus adeptos negros también se mostró en el servicio de las armas; si bien el servicio militar más de las veces no era voluntario y el tiempo de conscripción se hizo muy prolongado (10 a 15 años), los hombres de color respondieron de buen modo al llamado en defensa de la Federación. Como en épocas pasadas, también Rosas contó con batallones formados exclusivamente por negros: la Guardia Argentina y el Batallón Restaurador.  Rosas y los afrodescendientes quedaron (para los unitarios y liberales) asociados con lo feo y por ello los críticos del régimen atacaron a la esposa del Restaurador apodándola “mulata Toribia”.   El año 1852 quedó registrado como una bisagra y el inicio de una buena época para todos a los que el odio antirrosista había aglutinado en el pasado; los exiliados durante las dos décadas previas eran numerosos. Una vez caído Rosas, tras la derrota en Caseros, muchos volvieron y se dispusieron a construir un país cuyo modelo mirara a Europa, pero no a la tradición hispánica, ni mucho menos a la indígena o africana. Así comenzó su exterminio y cuasi desaparición…

Bibliografía

Arsene Jean “Los Bufones de Rosas”

Lanuza José Luis “Morenada”

Lynch John “Juan Manuel de Rosas”

Marmol José, “Amalia”

Ramos Mejía, José María “Rosas y su tiempo”


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