Rosas

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jueves, 15 de marzo de 2012

Cornelio Saavedra

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Cornelio Judas Tadeo Saavedra murió en Buenos Aires el 29 de marzo de 1829. En diciembre de ese año el gobernador Juan José Viamonte trasladó sus restos a la Recoleta y le brindó un homenaje. En el decreto decía: “El primer comandante de Patricios, el primer presidente de un gobierno patrio, pudo sólo quedar olvidado en su fallecimiento por las circunstancias calamitosas en que el país se hallaba; pero después que ellas han terminado, sería una ingratitud negar al ciudadano tan eminente el tributo de honor debido a su mérito y a una vida ilustrada con tantas virtudes que supo consagrar entera al servicio de la patria”.
Saavedra había nacido en la Villa Imperial de Potosí, en el Alto Perú, el 15 de septiembre de 1759. Las difíciles condiciones climáticas de aquella zona llevaron a la familia Saavedra a regresar a Buenos Aires, de donde era oriundo el padre. Cornelio cursó estudios en el Real Colegio de San Carlos destacándose por su inclinación por la filosofía, pero no pudo concluir sus estudios y tuvo que dedicarse a las tareas rurales.
En 1797 inicia su carrera en la función pública como regidor. Su destacada actuación le valen dos años más tarde la designación de procurador y en 1801 la de alcalde de primer voto.
Las invasiones inglesas parecen descubrir en Saavedra una nueva vocación: la militar. Dice en sus memorias: “Este fue el origen de mi carrera militar. El inminente peligro de la patria; el riesgo que amenazaba nuestras vidas y propiedades, y la honrosa distinción que habían hecho los hijos de Buenos Aires prefiriéndome a otros muchos paisanos suyos para jefe y comandante, me hicieron entrar en ella”.
Durante las invasiones inglesas el cuerpo de Patricios, el más importante de la capital virreinal, lo eligió como comandante. Desde 1808 participó en las reuniones de la jabonería de Vieytes y de la casa de Rodríguez Peña, en la que se destacaba por su moderación y una prudencia que a muchos de sus compañeros les resultaba excesiva.
Cumplió un papel destacado en los hechos de mayo de 1810. En la reunión de comandantes del día 20 negó su apoyo a Cisneros. Dos días después, en el cabildo abierto del 22, votó a favor de la destitución del virrey.
Fue designado presidente de la Junta formada el 25 de mayo, pero su nuevo cargo no parecía agradarle demasiado, según lo cuenta en sus Memorias: “Con las más repetidas instancias, solicité al tiempo del recibimiento se me excuse de aquel nuevo empleo, no sólo por falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque habiendo dado tan públicamente la cara en la revolución de aquellos días no quería se creyese había tenido particular interés en adquirir empleos y honores por aquel medio. A pesar de mis reclamos no se hizo lugar a mi separación. El mismo Cisneros fue uno de los que me persuadieron aceptase el nombramiento por dar gusto al pueblo. Tuve al fin que rendir mi obediencia y fui recibido de presidente y vocal de la excelentísima Junta (…) Por política fue preciso cubrir a la Junta con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos”.
El presidente Saavedra chocará muy pronto con su secretario de Guerra y Gobierno, Mariano Moreno.
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Moreno encarnaba el ideario de los sectores que propiciaban algo más que un cambio administrativo, se proponían cambios económicos y sociales más profundos. Pensaba que la revolución debía controlarse desde Buenos Aires. Saavedra, en cambio, representaba a los sectores algo más conservadores y era partidario de compartir las decisiones de gobierno con las otras zonas del territorio.
Moreno, preocupado por los sentimientos conservadores que predominaban en el interior, entendió que la influencia de los diputados que comenzaban a llegar sería negativa para el desarrollo de la revolución y se opuso a su incorporación al ejecutivo. Triunfó la posición encabezada por Saavedra y Moreno se vio obligado a renunciar y a alejarse del país encabezando una misión diplomática en diciembre de 1810 y muriendo misteriosamente en alta mar el 4 de marzo de 1811.
Ante la desaparición de Moreno, Saavedra creyó ver fortalecido su poder. El 5 y 6 de abril los saavedristas Joaquín Campana y Tomás Grigera movilizaron a los sectores suburbanos hacia la Plaza de la Victoria con el apoyo de los Patricios, los Pardos y Morenos contra el sector morenista de la Junta. A las tres de la mañana entregaron un petitorio en el Cabildo que decía entre otras cosas: “El pueblo de Buenos Aires, desengañado a vista de repetidos ejemplos de que no sólo se han usurpado sus derechos, sino que se trata de hacerlos hereditarios en cierta porción de individuos, que formando una fracción de intriga y cábala, quieren disponer de la suerte de la Provincias Unidas, esclavizando a las ambiciones de sus intereses particulares la suerte y la libertad de sus compatriotas”.
Se proponían deponer al sector morenista y crear un ejecutivo fuerte en manos de Saavedra. Pero Saavedra no aceptó el mando y cuenta en sus Memorias “Pedí, supliqué y renuncié todos mis cargos, incluso el grado de Brigadier”. Pero se llegó a una transacción seguramente sugerida por el Deán Funes: Vieytes, Rodríguez Peña, Larrea y Azcuénaga marcharían al destierro y serían reemplazados por tres saavedristas, Campana entre ellos; el regimiento de la Estrella sería disuelto y su jefe, Domingo French confinado, como no podía ser de otra manera junto a Antonio Berutti. Saavedra continuaría como presidente de la Junta.
Pero el desastre de Huaqui en el Alto Perú precipitó las cosas. Saavedra debió marchar al Norte a fines de agosto de 1811 y su ausencia fue aprovechada por sus adversarios. A los ocho días de haber llegado a Salta se le hizo saber su separación del ejército y de la presidencia de la Junta, y se le ordenó entregar las tropas a don Juan Martín de Pueyrredón. El sector morenista recupera el control de la situación y crea un nuevo poder ejecutivo: el Triunvirato.
El 6 de diciembre de 1811 los Patricios se sublevaron en defensa de su antiguo jefe. Piden que vuelva Saavedra y que renuncie el coronel Belgrano, designado como nuevo comandante del regimiento.
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El Triunvirato arma una doble estrategia, por un lado negociar y por otro rodear el cuartel para intervenir en cualquier momento. Hubo varios mediadores, entre ellos Juan José Castelli, el orador de la revolución, que estaba arrestado en el propio cuartel tras haber sido sometido a juicio por la derrota del Desaguadero. También medió el vehemente adversario de Castelli en el debate del Cabildo Abierto del 22 de mayo, el obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega y el obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana. Pero todo fue inútil. Los Patricios se mantenían firmes en sus demandas.
Uno de los amotinados, el soldado de origen inglés Richard Nonfres, en un rapto de exaltación, comenzó a proferir insultos y disparó un cañonazo contra las tropas que estaban apostadas frente al regimiento. Cuenta Domingo Matheu que “…un maldito inglés, soldado del cuerpo, pegó fuego a un obús cargado a metralla y mató a uno e hirió a seis”.
La respuesta no tardó en llegar. El saldo del combate fue de 8 muertos y 35 heridos. Pero el secretario Rivadavia y el Triunvirato no iban a dejar las cosas así. Instruyeron un proceso sumario. Por “razones de seguridad” fueron expulsados los diputados del interior. El deán Funes fue detenido sospechado de complicidad con los rebeldes. Los implicados negaron durante el juicio toda intención política y recordaron sus planteos iniciales. Pero nadie les creyó y en la sentencia se hablaba de un “movimiento popular que se tramaba”.
A veinte de los implicados se los condenó a cumplir penas que iban de cuatro a diez años de prisión en Martín García. Once sargentos, cabos y soldados fueron fusilados a las ocho de la mañana del 10 de diciembre de 1811 y sus cuerpos colgados en la Plaza de la Victoria “para la expectación pública”. Entre los muertos estaba el inglés Ricardo Nonfres, quizás el autor del primer disparo de una guerra civil que iba a durar casi 60 años.
Esta derrota selló la suerte de Saavedra.
Se intentó confinarlo en San Juan pero, alertado a tiempo, Saavedra cruzó la cordillera de los Andes y arribó a Chile acompañado por su hijo Agustín de 10 años.
En 1814 decidió volver a la patria ante la cercanía de los ejércitos realistas que amenazaban Coquimbo. Mientras volvía a cruzar la cordillera, su esposa doña Saturnina Otárola apela al gobernador intendente de Cuyo José de San Martín, para lograr el reingreso de su marido. San Martín accedió fijándole residencia en San Juan. Saavedra fue enviado escoltado hacia Buenos Aires para estar presente en el juicio que se había iniciado y tras la revolución del 15 de abril de 1815, el Cabildo le devolvió su grado militar. Sin embargo, al asumir el poder Alvarez Thomas el cargo de Director Supremo lo conminó a abandonar Buenos Aires e instalarse en Arrecifes.
En 1818 el Congreso Constituyente puso término a las causas en su contra y el director Pueyrredón dictó un decreto confiriéndole el empleo de brigadier general de los ejércitos de la Nación, con una antigüedad retroactiva al 14 de enero de 1811.A fines de ese año fue designado Jefe de Estado Mayor, en reemplazo del general Antonio González Balcarce, que había marchado a incorporarse al ejército libertador de Chile. Desempeñando ese cargo inspeccionó las tropas en Santa Fe, Martín García y en Luján y concretó negociaciones de paz con los indios ranqueles.
Durante el período de la anarquía de 1820 se retiró a Montevideo, de donde regresó al constituirse el gobierno de Martín Rodríguez, en octubre. En 1822 se le otorgó el retiro absoluto del ejército. Siendo ya un anciano ofreció sus servicios en ocasión de la guerra con el Brasil. El gobierno, por medio del ministro de guerra, coronel Marcos Balcarce, le hizo saber que agradecía el ofrecimiento y que, llegado el caso, sería aceptado con la consideración que se debía a su avanzada edad.
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