Rosas

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lunes, 20 de enero de 2014

Hernández Arregui, ese lanzallamas


Por José Luis Muñoz Azpiri (h)

Martín Lafforgue, en un libro hoy inhallable, Antiborges (Javier Vergara Editor, 1999), realiza una ajusta definición del nacionalismo popular: “El nacionalismo popular como corriente de pensamiento comienza a gestarse en la década de los veinte a partir de las ideas de un conjunto de políticos, periodistas e intelectuales: el socialista antiimperialista Manuel Ugarte; el general ingeniero Alonso Baldrich, del grupo fundador de Yacimientos Petrolíferos Fiscales; el precursor de las corrientes económico-desarrollistas en el radicalismo Manuel Ortiz Pereyra y periodistas como José Luis Torres, a quién le debemos la acertada expresión de “Década infame”.
En 1935 tras fracasar en su intento de desplazar a la dirección alvearista (moderada) del viejo partido de Irigoyen, un grupo de jóvenes militantes decide escindirse, recoger las preocupaciones de los arriba citados, con ellas renovar y profundizar el “credo yrigoyenista” y construir una nueva forma de organización: nace la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). En su primer manifiesto atacan a las “oligarquías” e “imperialismos”, exigen la restauración de la “soberanía del pueblo” y se proclaman los únicos continuadores del yrigoyenismo. El ideólogo del grupo es el ya reconocido ensayista de temas nacionales Raúl Scalabrini Ortiz y forman su núcleo dirigente, entre los más conocidos, el escritor Arturo Jauretche, Luis Dellepiane, hijo de un ex ministro de Irigoyen y el poeta y músico Homero Manzi.
Aún cuando FORJA no logra un caudal significativo de adherentes ni una organización sólida, sus innumerables volantes y conferencias y sus vehementes pero bien documentadas publicaciones logran penetrar e influir en vastos sectores de la opinión pública. Para los forjistas la “oligarquía” conservadora era responsable de la crisis que se vivía; se consideraba que para sostener sus privilegios había traicionado al país entregándolo al “imperialismo británico”; se denunciaba a la “dictadura política” al servicio de minorías, impuesta mediante la corrupción más escandalosa y el fraude generalizado y a una “tiranía económica” al servicio del capital extranjero. “El proceso histórico -dice uno de sus documentos- revela una lucha permanente del pueblo en procurar su soberanía popular”. De alcanzarse este cometido, será el fin de la dependencia y el sometimiento.
La influencia de FORJA sobre el pensamiento de Perón y sus más estrechos colaboradores está bien documentada. Tanto el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) -logia militar de decisiva influencia en la primera mitad de los años cuarenta- como Perón leyeron y estudiaron el material forjista y los libros de Scalabrini Ortiz y de Torres, por lo menos desde 1936 y años más tarde se sucedieron encuentros personales. Las principales ideas, temas y categorías del nacionalismo popular fueron incorporadas al peronismo: la postura antioligárquica y antiimperialista, los objetivos de autonomía económica y justicia social, la fe en el pueblo instalado como sujeto privilegiado del cambio, un cierto menosprecio hacia las formalidades legal-institucional. En 1945 el forjismo se disuelve y la mayoría de sus miembros se incorpora al naciente peronismo. Muchos de ellos pasan a ocupar cargos oficiales en el gobierno nacional y en el de la Provincia de Buenos Aires.
Julio Cortázar dijo que se tuvo que ir de la Argentina porque el tronar de los bombos peronistas no le dejaban disfrutar de los conciertos de Bela Bartók. Borges, en cambio, no parece haber tenido inconvenientes, en esos años, para escribir sus textos más personales y reconocidos. En 1944 habría de publicar Ficciones, cinco años después El Aleph, en 1951 la selección de cuentos que conforman La muerte y la brújula y al año siguiente el volumen ensayístico Otras inquisiciones. De este período son también buena parte de sus obras en colaboración -El Martín Fierro con Margarita Guerrero, Antiguas literaturas germánicas con Delia Ingenieros, entre otras- y de las antologías y volúmenes de cuentos realizados con Adolfo Bioy Casares. Esta intensa producción literaria, sin embargo le dejó tiempo para comenzar una tardía pero exitosa carrera docente en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa y en el Colegio Libre de Estudios Superiores, ejercer la dirección de la revista Anales de Buenos Aires e, incluso, para la actividad gremial (fue presidente de la SADE. entre 1950 y 1953). Derroche de energía realizado en la opresiva y lúgubre atmósfera de la Segunda Sangrienta Tiranía. No tuvieron igual suerte los intelectuales de la década del setenta, signada por la tutela de los que él denominó caballeros militares .
La caída del gobierno peronista (1955), calurosamente apoyada por los sectores medios, la intelectualidad y los sectores dominantes, encuentra a los escasos grupos que se reconocen en la experiencia peronista cuestionando nuevamente las orientaciones políticas y económicas gubernamentales. Pero ya no alcanza con analizar el pasado histórico y la estructura económica del país: se deben encontrar las causas que posibilitaron esta oposición acérrima, muchas veces más cultural y valorativa que directamente social o económica. Surge, entonces la corriente nacionalista popular. En ella hemos englobado -continúa Lafforgue- un espectro bastante amplio de pensadores que reúnen las características reseñadas. En un análisis más fino es posible establecer diversas diferenciaciones; la más frecuente es entre “izquierda nacional” (provenientes de las agrupaciones tradicionales de la izquierda, pero que se distancian a partir de su visceral rechazo a la tradición liberal y una lectura positiva del fenómeno peronista) y nacionalismo popular con una variante reformista y otra revolucionaria.
Comienza un vasto programa de revisión del pensamiento y la literatura argentina a partir de una doble vía explicativa: la primera partía de la tesitura, deudora de un materialismo algo rústico, de que “a la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia”; la segunda se elaboró a partir de la incorporación de buena parte de la relectura de la historia nacional que el revisionismo histórico venía haciendo desde los años treinta. Esta escuela sostenía que en la Argentina había habido desde sus inicios un enfrentamiento permanente entre dos antagonistas irreconciliables: un proyecto de país liberal y dependiente consagrado por la historiografía tradicional y legitimado por la “superestructura cultural; y el país “auténtico”, por fuera de las superestructuras culturales dominantes, resguardado por la memoria popular y al que esta escuela historiográfica viene a rescatar, sistematizar y presentar en un cuadro completo. El objetivo del nacionalismo popular, entonces, pasa a ser demostrar como la “colonización pedagógica” había provocado que los intelectuales liberales -que por cierto incluía a pensadores de procedencia muy dispar- evaluaran erróneamente, o aún mintieran deliberadamente, en sus interpretaciones de la realidad nacional. Los “profetas del odio”, según los definiera Jauretche, no podían entender al país real; lo que los llevaba a despreciar y rechazar todo aquello identificado con el campo de la “barbarie”: el gauchaje, el yrigoyenismo, el peronismo y, en general, todas sus producciones culturales.
Ante el panorama actual de la política nacional, caracterizado por la inercia mental, la importación de teorías pergeñadas por las usinas de propaganda del hemisferio norte y la vocinglería de “analistas” condenados al pensamiento de sirga, Juan José Hernández Arregui representa el más dramático encuentro del intelectual argentino con el hecho nacional. Con una cultura inexistente en otros representantes de la izquierda de nuestro país, supo subordinar la teoría marxista y el método histórico- cultural al análisis de la realidad concreta que examinaba y con la que se hallaba raigalmente comprometido desde su militancia peronista que no abandonó hasta su muerte. Sus afirmaciones, no siempre exentas de polémica, continúan siendo hoy referencias ineludibles para pensar el “ser nacional” sin caer en utopías frustrantes o alineaciones coloniales. Incursionó en la narrativa con los cuentos Siete notas extrañas (1935) celebradas por la crítica en su momento. Las corrientes históricas durante el siglo XIX (1951), El siglo XVI y el nacimiento del espíritu moderno (1952), Introducción a la historia (1953), son algunas de sus producciones de cátedra, que precedieron a sus formidables ensayos.
Para quienes comenzamos nuestra militancia política en el peronismo y nos habíamos formado doctrinariamente en las fuentes del nacionalismo revisionista, que nos ofrecía una respuesta a falsificación de la historia que denunciara Ernesto Palacio y a su vez; por razones familiares conocíamos en carne propia las purgas ejemplificadoras del terrorismo liberal-gorila, Hernández Arregui nos brindó las herramientas conceptuales para desenmascarar los basamentos de una realidad ficticia, colonial y cipaya.
Herramientas que trascendían el marco del revisionismo histórico, nacido al fragor de la lucha para denunciar la leyenda negra (las calumnias contra España), la leyenda roja (las calumnias contra Rosas y los caudillos) y la leyenda rosa (la supuesta realidad de ese color que se desarrolló en la Argentina a partir de Caseros), pero insuficientes para analizar el complejo marco, nacional e internacional, de las últimas décadas del siglo XX. Antes de ahondar en las mismas, es necesario destacar su formación e historia de vida, hasta 1955, dado que a partir de esa fecha publica sus obras cardinales.
Juan José Hernández Arregui nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires el 29 de septiembre de 1912, donde pasó sus primeros años de vida; luego su madre ya viuda, lo trajo consigo a la Capital y aquí realizó sus estudios para ingresar a la facultad de Derecho. Norberto Galasso en una discutible biografía -ya desde el título: “J. J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo”- habla de un abandono por parte de su padre que, supuestamente, lo sumiría el resto de su vida en una profunda melancolía. Aparte de innecesaria, esta mención nos recuerda una metáfora del querido y poco recordado Salvador Ferla:
En el mundo antiguo circuló en diversas versiones una leyenda significativa, la del niño desvalido que se vuelve poderoso. Un niño abandonado en las orillas del Tíber llega a ser el fundador de Roma; otro niño, depositado en una canasta en la ribera del Nilo se convierte, ya adulto, en el libertador del pueblo israelita. Y el bebé a quien Herodes quería asesinar, resultó nada menos que el hijo de Dios. La moraleja es: ¡cuidado con maltratar al débil, al pequeño, al indefenso!... ¡Puede ser un genio, un rey, o el mismísimo Dios!... Esta simbología del débil que se levanta triunfal de la abyección en que injustamente fuera arrojado por la arrogancia y la sensualidad de los poderosos, nos indica cuál debe ser nuestra principal pauta valorativa en materia histórica. La civilización nació enferma del complejo de culpa. La historiografía debe ayudar a curarla concientizándola sobre las causas de ese complejo.
Personalmente, no compartimos este tipo de interpretaciones psicologistas, reduccionistas, que circunscriben el talento y la creación a circunstanciales incidentes externos. Al morir su madre, un tío, amigo del caudillo Amadeo Sabattini, se lo lleva consigo a Villa María (Córdoba). Ahí trabaja de bibliotecario y comienza a colaborar en periódicos locales y en 1931 se afilia a la UCR yrigoyenista y escribe en sus órganos periodísticos Debate, Doctrina radical y Libertad. Reinició sus estudios universitarios durante la década de 1940 en la Facultad de Filosofía y Letras de la capital cordobesa, en la que tuvo como principal maestro al insigne Rodolfo Mondolfo, y allá se graduó con una tesis sobre “Las bases sociológicas de la cultura griega” en 1944.
Comenta Eduardo Romano en un meduloso artículo (CREAR, Nº 14, junio 1983) que sus primeros enfrentamientos con la conducción partidaria se produjeron a consecuencia de la revolución militar de aquel año, pues su prédica a favor de la misma no halló eco entre sus correligionarios. De todas maneras él colabora en la Corporación Nacional de Transporte, a cargo de Santiago H. Del Castillo, porque ve en las medidas económicas del nuevo gobierno un corte respecto de la política de entrega irrestricta de nuestro patrimonio a los intereses británicos. Congresal por la provincia de Córdoba, en 1945 se opone fervorosamente a la participación del radicalismo en el engendro político que fue la Unión Democrática. Después de las elecciones que consagraron a Juan D. Perón presidente, contra dicha coalición, sus relaciones con el radicalismo se volvieron francamente irreconciliables y decidió renunciar a ese partido ante el Presidente del Comité de la provincia, Dr. Arturo Illia. Dice en un pasaje de su carta fechada el 10 de febrero de 1947:
“El conflicto entre intransigentes y unionistas, en lo esencial, no ha sido un mero antagonismo de núcleos, sino la lucha en profundidad entre dos concepciones irreductibles, antinómicas e irreconciliables de lo radical y argentino, en cuanto a ideales populares insertos en el sentido propio de lo nacional. Es superfluo, pues, tratar de salvar la unidad del partido, inmolando esta ilusión casuística y formal, el contenido concreto mismo de la doctrina radical, que es la expresión genuina del sentimiento emancipador de las multitudes argentinas, empeñadas desde Mayo en el ideal vigoroso de la plena autodeterminación nacional. Eran estas síntesis oscuras que germinaban en lo colectivo histórico de las masas, lo que el radicalismo debió convertir en conceptuaciones políticas de lucha. Al no hacerlo, su derrota estaba sellada. La gran frustración de lo radical ha sido consumada. Y nada contrarrestará mientras tanto, el poderío de las fuerzas políticas que triunfaron con Perón, gracias al error de perspectiva -nacional e internacional- de aquellos que al influjo de factores foráneos, cayeron en una imperdonable desviación de la línea del partido, traicionando los postulados históricos de la UCR”.
En 1947, se produjo su primer acercamiento al peronismo, de la mano de Arturo Jauretche, quien lo llevó a colaborar en el gobierno bonaerense, como Director de Publicaciones y Prensa del Ministerio de Hacienda. Por ese entonces disertó sobre “La Universidad y la Reforma del 18”, en vísperas de sancionarse una Ley Universitaria. En 1948 empieza su labor docente en la Universidad Nacional de La Plata, como Profesor Adjunto de Introducción a los Estudios Históricos, que amplía con incursiones por la sociología, la historia del arte, la literatura, etc, y en la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, hasta el golpe septembrino de 1955. Ante la coyuntura, se convierte en ideólogo de la Resistencia Peronista y si bien no participa directamente en política, es detenido un mes en San Martín cuando el levantamiento patriótico del general Juan José Valle contra el gobierno de facto, que había desatado una cruenta represión contra las fuerzas populares.
En 1957, un año después de Civilización y Barbarie. El liberalismo y el mayismo en la historia de la cultura argentina, de Fermín Chávez y el mismo año de Los profetas del odio de Arturo Jauretche, aparece Imperialismo y Cultura. Estos tres libros constituyen un dique conceptual contra los intentos de retrotraer la situación nacional a lo que era antes de 1943, avalados por una intelectualidad cipaya, cuyo paradigma era Borges, escritor cosmopolita, de un europeísmo afectado y erudición esotérica, ajeno a los problemas nacionales. Prueba de ello es el Nº 237 de la revista Sur en que Victoria Ocampo, Eduardo González Lanuza y Guillermo de Torre, entre otros, tratan de demostrar que el “verdadero” pueblo argentino no participó de la experiencia peronista, argumento que, con otros basamentos teóricos, emplea Juan José Sebrelli en el Nº 7/8 de la revista Contorno. Sea por derecha o por izquierda, el objetivo consistía en negar al sector popular todo protagonismo histórico.
En Imperialismo y Cultura, Hernández Arregui analiza descarnadamente la cultura oficial y la dependencia, la deificación de todo lo extranjero, la falta de proyecto nacional en gran parte de la dirigencia argentina, el uso de las corrientes filosóficas nacidas en Europa sin comprensión del país real. Encuadra las relaciones entre imperialismo y cultura dentro del contexto europeo a lo largo del siglo XiX, así como sus consecuencias para la formación de una literatura “mundial”, inexistente antes de la era imperialista, en la primera mitad de nuestro siglo. Juzga toda producción y actividad culturales a través de una contradicción básica de una país de pendiente (Romano dixit) “lo nacional liberado vs. Lo mimético sumiso”. Según su criterio, la cultura nacional se apoya siempre en componentes folklóricos de raíz hispano-indígena, reelaborados luego por artistas individuales con los criterios de la cultura cultivada. Por eso exalta la obra de Lugones y la opone a la de quienes se dejaron seducir por modelos sin arraigo telúrico. A partir de la polémica lectura que Borges hiciese del Martín Fierro de José Hernández, realiza una lectura demoledora. Este paradigma de intelectual cosmopolita, de un europeismo afectado y una erudición esotérica es considerado en Nacionalismo y Liberación (1969) como el arquetipo del eunuco escriba, hechizado por mundos inexistentes:
“Hay un pensamiento nacional y un antipensamiento colonial. Un escritor nacional tipo es Raúl Scalabrini Ortiz. Un escritor colonial -más perfecto que una esfera musical en la mente de Pitágoras- es Jorge Luis Borges. De un Pitágoras que nunca existió. Y en esto se parece a Borges. Que ha caído en la farolería de hablar de Pitágoras sin conocer la filosofía griega. En rigor, Borges, pájaro nocturno de la cultura colonizada, desde el punto de vista argentino es más fantasmagórico que el Pitágoras de la leyenda órfica. Un Borges -ese “cadáver vivo de sus fríos versos” que dijera Lope de Vega- hinchado todos los días por la prensa imperialista. Y que ni siquiera merecería ser citado aquí, sino fuese porque es la entalladura poética de ese colonialismo literario afeminado y sin tierra al que hacemos referencia. Poeta del Imperio Británico, condecorado por Isabel II de Inglaterra, ha declarado hace poco: “Si cumpliese con mi deber de argentino debería haber matado a Perón”. El desmán sería para reírse, sino fuese, como lo hemos expresado en otra parte “porque detrás de estas palabras pierrotescas se mueven las miasmas oscuras del coloniaje”. Así habla la “inteligencia pura” de este ancestro hermafrodita de la poesía universal fuera del mundo que, como una orquídea sin alma, llora en la mayoría de sus poemas, su “muerte propia” a la manera de Rilke.
Sí. Todos hemos de morir. Borges también. Y con él, se irá un andrajo del colonato mental. A diferencia de ellos, bufones literarios de la oligarquía, mensajeros afamados del imperialismo, cuando a los grandes hombres de América les llega la hora de la muerte, en ese mismo y supremo instante, la eternidad de la historia, la única y luminosa inmortalidad que le es dable esperar a la criatura humana en su tránsito terreno, los amortaja en una estela de gloria con las palabras de los verdaderos poetas nacionales: “Hay una lágrima para todos aquellos que mueren, un duelo sobre la tumba más humilde, pero cuando los grandes patriotas sucumben, las naciones lanzan el grito fúnebre y la victoria llora”.
Según Fermín Chávez en su prólogo al ¿Qué es el ser nacional? (Catálogos, 2002) esta resignación agnóstica dio paso, en el viaje que realizaron a Toledo, al surgimiento de una sensibilidad religiosa.
Los capítulos dedicados al nacimiento de la revista Sur, y la caracterización de sus mentores y adláteres, tienen vigencia hasta hoy.
En 1960 aparece un segundo libro, cardinal y corrosivo hasta hoy: La formación de la conciencia nacional (1930-1960). “Esta es la crítica -dice en el Prólogo- inspirada en un profundo amor al país y fe en el destino nacional de la humanidad, contra la izquierda argentina sin conciencia nacional y el nacionalismo de derecha, con conciencia nacional y sin amor al pueblo”. Entre esas falsas opciones analiza y documenta el surgimiento de FORJA primero y sintetiza luego todos los aspectos socializadores de los gobiernos peronistas, desde una perspectiva no partidaria, “pues el autor -añade- carece de compromisos políticos, salvo con las masas argentinas depositarias del destino nacional”.
Juan Perón, en carta del 10 de diciembre de 1969 en el que le agradece el envío de sus libros, formula un cálido elogio de toda su obra. En uno de los párrafos le dice:
“Por todo lo que hacen ustedes allí con la difusión de la verdad tantos años oculta, yo deseo como argentinos hacerles llegar, junto con mi encomio más entusiasta, mi felicitación más sincera. La causa de la revolución necesita de algunos realizadores, pero no mucho menos de muchos miles de predicadores que, empeñados en la tarea de persuadir, no cejen en el empeño de incendiarlo todo si es preciso. ...He visto que el Peronismo está despertando entre los “intelectuales” el deseo de escribir sobre él, unas veces con fines leales a la Nación y otras buscando lo contrario. El profesor Gonzalo Cárdenas sé que lo ha hecho bien y de buena fe, que es lo que interesa. Otros como Félix Luna lo han hecho a su manera, a lo que ya estamos acostumbrados.”
¿Qué es el ser nacional? (1963) resulta de una conferencia y de cursillos realizado en universidades del interior (noroeste, Tucumán, Santiago del Estero) y profundiza observaciones anteriores sobre política y cultura de ámbito iberoamericano, para lo cual replantea las vicisitudes históricas atravesadas por el continente. Más de un marxista se verá sorprendido por tesis expuestas por quien vulgarmente aparece asociado al marxismo tradicional o, lo que es peor, un progresista “trucho”, tan en boga en estos tiempos, que desconoce la obra del Júpiter tonante que escribía en la biblioteca del Museo Británico. Ya el propio Marx lo decía: “Yo no soy marxista” (y no conocía la Argentina):
“El menosprecio hacia España arranca en los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra. Es un desprestigio que se inicia con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas Lágrimas de los Indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles. El título lo dice todo. Un libelo”
El análisis de nuestro autor sobre el intelectual pequeño burgués, dista diametralmente de la izquierda internacionalista, su definición se asienta en la realidad, sin idealizaciones; ya que si bien usaba las categorías del análisis marxista, contó una historia de la que nunca habló el Partido Comunista argentino:
“La clase media tiende a la formación de grupos intelectuales que fluctúan, por motivos diversos, entre las “élites” que miran hacia arriba y los “ghettos” espirituales que miran hacia abajo. Esto explica la abundancia de intelectuales de izquierda que se pasan a la derecha ideológica, al conservatismo social. En realidad, los intelectuales son los que sienten más vivamente esta situación incierta que ocupan en la sociedad. Mientras la perspectiva de descender les lleva a la comprensión de la lucha que libra la clase trabajadora por otra parte les estimula a no caer en ella.”
Hernández Arregui nos estimuló para que repensemos y redefinamos toda la cultura argentina desde sus orígenes. Y también a denunciar la mistificación del intelectualismo que se dice progresista sin entender nada de los movimientos populares que surgen no de los libros sino de las tradiciones de un pueblo:
“En la escuela le enseñaron a preferir el inmigrante al nativo, en el colegio nacional que el capital extranjero es civilizador, en la Universidad que la Constitución ha hecho la grandeza de la Nación o que la inestabilidad política del país es la recidiva de la montonera o de la molicie del criollo. Este estado de espíritu, fomentado sutilmente por la clase alta aliada al imperialismo, distorsiona la conciencia de estos grupos, cuyo escepticismo frente al país favorece el pasivo sometimiento espiritual”.
Dirigentes obreros de San Juan, Tucumán, Mar del Plata y Rosario fueron sus interlocutores, pero su prédica se abrió a otros, aparentemente menos permeables a este tipo de ideas. En septiembre de 1969, el Director del Colegio Militar, general Mariano de Nevares, sancionó con diversas penas a unos cuarenta oficiales del ejército en un sumario secreto. Encabezaba esa lista el teniente Licastro, acusado de “mantener vinculaciones y vincular a otros oficiales con un ideólogo de izquierda conocido por él, formular comentarios favorables al mismo y defender sus ideas ante sus camaradas” y sancionado con cincuenta días de arresto y su pase a disponibilidad. A partir de ese momento, Hernández Arregui pasó a integrar la lista de los que años después se conocerían como “desaparecidos”. En octubre de 1972 y tras varios allanamientos, un “caño” explota en su casa y lesiona gravemente a su mujer. Tal desastre no lo arredra y en 1973 publica Peronismo y Socialismo, aclarando en el prólogo que contrariamente a sus obras anteriores, es “un libro de divulgación”, con “un lenguaje más bien periodístico”, pero “cuidando, no obstante, en la medida de lo posible, encuadrar los diversos temas abordados dentro de un nivel intelectual adecuado para quienes buscan una visión resumida de la realidad nacional”, Su título, por otra parte no debe llevar a la confusión, se trataba una perfecta delimitación del socialismo nacional del que hablaba Perón en las Pautas de actualización doctrinaria (1972) de manera tal de evitar las confusiones de los peronistas oportunistas de la época (añadiríamos también, de la actualidad). Esto está claro en los artículos firmados en la revista Peronismo y Liberación, al explicar el cambio de denominación de la publicación. (anteriormente, en 1973, era Peronismo y Socialismo). Pues así definía la actualidad del momento:
“No habrá alternativas pretendidamente socialistas frente a la política peronista. El peronismo tiene en su seno todo el peronismo posible, al poseer un programa liberador, único eje de la unidad nacional contra el imperialismo, y por sostenerse fundamentalmente en el apoyo que le da la clase obrera”.
La izquierda cipaya jamás le perdonó su compromiso nacional ni la derecha reaccionaria su formación marxista. Unos intentan encuadrarlo con extrañas alquimias en una posición que nunca compartió, otros, lo acusan de haber agitado el “inmundo trapo rojo”, sin percatarse como cretinos que son, que por más de una década flameó en el firmamento de la república una bandera roja... de remate. Este pensador argentino, en 1973, al ser distinguido como Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires, expresó categóricamente: “He pertenecido, pertenezco y perteneceré al Movimiento Nacional Peronista”.
Nada más podemos agregar.

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