Rosas

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martes, 10 de enero de 2012

José Gervasio de Artigas

Por Agenda de reflexión
“El ejército (de José Gervasio Artigas) se compone de cuatro a cinco mil hombres armados con fusiles, carabinas y lanzas (…), ocupando varios puntos (…) cuatrocientos indios charrúas armados con flechas y boleadoras, y estoy persuadido que aun en los pueblos de indios ha dispuesto formar sus compañías, pues he visto algunos corregidores uniformados” [Informe de Laguardia al gobierno paraguayo, 3 de marzo de 1812]
“No deberá V.S. dar un formal movimiento del ejército de su mando, sin una prevención expresa de este superior gobierno” [El Triunvirato a Artigas, 10 de marzo de 1812]
“Las armas de la libertad son hechas para conseguir triunfos. Allí el enemigo, muy superior en artillería, en la táctica y número y perfectamente bien armado, sólo se presentó para servir a la victoria de aquel dicho comandante (su lugarteniente Otorguez) y su valiente división. Nada hay comparable a la energía con que estos hombres sostuvieron el sagrado de sus derechos y dieron a la patria el día de gloria que puede servir de preanuncio a la grande que esperamos” [Artigas al gobierno de Buenos Aires, 22 de mayo de 1812, luego del combate de Las Piedras y al iniciar el primer sitio de Montevideo]
La revolución de la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro del 8 de octubre de 1812, además de voltear al gobierno del primer triunvirato, provocó la convocatoria a la formación de una Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la que se instaló en Buenos Aires el último día de enero de 1813 (conocida como la Asamblea del año XIII). Por decreto se invitó a las provincias que enviaran sus diputados para integrarla, disponiendo su reconocimiento. Dentro de los planes del segundo triunvirato estaba el de designar a Artigas gobernador y comandante general de la campaña de la Banda Oriental, si éste se avenía a sus planes. Pero el gran caudillo, como siempre lo hizo, no podía dejar de consultar la voluntad de su pueblo (“Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos; ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora en vosotros está el conservarlo. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis sacrificio y desvelos, si gustáis hacerlo estable. Nuestra historia es la de los héroes”).
Así, en el campamento artiguista fueron electos los seis diputados orientales y aprobadas sus instrucciones, dictadas un día como hoy, el 13 de abril de 1813. De los seis, cinco eran sacerdotes.
Estas instrucciones establecen los fundamentos de la creación del futuro Estado argentino, y la fundación del federalismo y del partido popular en el Río de la Plata.
Artículo 1°
Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas estén absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España es y debe ser totalmente disuelta.
Artículo 2°
No admitirá otro sistema que el de confederación para el pacto recíproco con las provincias que forman nuestro Estado.
Artículo 3°
Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable.
Artículo 4°
Como el objeto y fin del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y los pueblos, cada provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del gobierno supremo de la nación.
Artículo 5°
Así éste como aquél se dividirán en poder legislativo, ejecutivo y judicial.
Artículo 6°
Estos tres resortes jamás podrán estar unidos entre sí, y serán independientes en sus facultades.
Artículo 7°
El gobierno supremo entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar al gobierno de cada provincia.
Artículo 8°
El territorio que ocupan estos pueblos desde la costa oriental del Uruguay hasta la fortaleza de Santa Teresa forman una sola provincia, denominante la provincia Oriental.
Artículo 9°
Que los siete pueblos de Misiones, los de Batovía, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó que hoy ocupan injustamente los portugueses y a su tiempo deben reclamarse serán en todo tiempo territorio de esta provincia.
Artículo 10°
Que esta provincia por la presente entra separadamente en una firme liga de amistad con cada una de las otras para su mutua y general felicidad, obligándose asistir a cada una de las otras contra toda violencia, o ataques hechos sobre ella o sobre alguna de ellas por motivo de religión, soberanía, tráfico o algún otro pretexto cualquiera que sea.

Artículo 11°
Que esta provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la confederación a las Provincias Unidas juntas en Congreso.
Artículo 12°
Que el puerto de Maldonado sea libre para todos los buques que concurran a la introducción de efectos y exportación de frutos poniéndose la correspondiente Aduana en aquel pueblo; pidiendo al efecto se oficie al comandante de las fuerzas de Su Majestad Británica, sobre la apertura de aquel puerto para que proteja la navegación o comercio de su nación.
Artículo 13°
Que el puerto de la Colonia sea igualmente habilitado en los términos prescriptos en el artículo anterior.
Artículo 14°
Que ninguna tasa o derecho se imponga sobre artículos exportados de una provincia a otra; ni que ninguna preferencia se dé por cualquiera regulación de comercio o renta a los puertos de una provincia sobre las de otras ni los barcos destinados de esta provincia a otra serán obligados a entrar a anclar o pagar derechos en otra.
Artículo 15°
No permita se haga ley para esta provincia sobre bienes de extranjeros que mueren intestados, sobre multa y confiscaciones que se aplicaban antes al rey; y sobre territorios de éste mientras ella no forma su reglamento y determine a qué fondos deben aplicarse como única al derecho de hacerlo en lo económico de su jurisdicción.
Artículo 16°
Que esta provincia tendrá su constitución territorial; y que ella tiene el derecho de sancionar la general de las Provincias Unidas, que forma la Asamblea Constituyente.
Artículo 17°
Que esta provincia tiene derecho para levantar los regimientos que necesite, nombrar los oficiales de compañía, reglar la milicia de ella para seguridad de su libertad por lo que no podrá violarse el derecho de los pueblos para guardar y tener armas.
Artículo 18°
El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
Artículo 19°
Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires, donde reside el sitio del gobierno de las Provincias Unidas.
Artículo 20°
La constitución garantiza a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana; y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía que con la fuerza armada intente alguna de ellas sofocar los principios proclamados. Y asimismo prestará toda su atención, honor, fidelidad y religiosidad a todo cuanto crea o juzgue necesario para preservar a esta provincia las ventajas de la libertad y mantener un gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria. Para todo lo cual, etc.
Delante de Montevideo, 13 de abril de 1813
José Gervasio Artigas
Sin embargo, la Asamblea del año XIII –presidida por Carlos María de Alvear-cometió el error garrafal de rechazar los diplomas de los diputados orientales designados y mandados con tan precisas y preciosas instrucciones, argumentando la nulidad de su elección porque se había realizado en un campamento militar, y además porque traían instrucciones, a pesar de que la Asamblea se había declarado soberana. En realidad, el contenido de las instrucciones afectaban al centralismo porteño; Alvear (inteligente y ambicioso, de cuna aristocrática, que realmente se creía Napoleón), temía y celaba de la influencia y popularidad del caudillo oriental; y a su vez Buenos Aires temía –con razón- que la incorporación de los artiguistas produjera una virtual alianza entre el caudillo oriental y San Martín para apurar una declaración de independencia, que el grupo dominante del puerto, en consonancia con los intereses de Gran Bretaña, ahora aliada de la España borbónica, pretendía retrasar lo más posible.
El enviado a la Banda Oriental Rondeau convocó otro congreso para elegir nuevos diputados, y Artigas finalmente rompió con el gobierno de Buenos Aires. El director supremo Gervasio Posadas lo declaró “fuera de la ley” como traidor y puso un precio de 6.000 pesos a su cabeza.
Las deliberaciones de la Asamblea, dominada por fogosos ideólogos, mostraron desde el comienzo una “renovación” completa del pensamiento y el lenguaje políticos. El congreso se llama asamblea, a la francesa, y no cortes, a la española. Sus diputados se tratan de ciudadanos y sus discursos responden al gusto neoclásico puesto de moda por la revolución francesa, con alusión constante a los héroes griegos y romanos y citas de Cicerón y Salustio. Nada más alejado del espíritu popular, criollo, épico, austero, valiente, libre, gaucho y combatiente encarnado por el noble campeador oriental de la patria grande. Un par de años después un viajero inglés comenta lo que vio en el campamento artiguista de Purificación, en Paysandú: “¡El excelentísimo Señor Protector de la mitad del Nuevo Mundo estaba sentado en una cabeza de buey, junto a un fogón encendido en el suelo fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca! Lo rodeaba una decena de oficiales andrajosos… De todas partes llegaban, al galope, soldados, edecanes, y exploradores. Paseándose con las manos en la espalda, Artigas dictaba los decretos revolucionarios de su gobierno. Dos secretarios – no existía el papel carbón- tomaban nota”.
Con tanta saña calumniado, tan desfigurado por la historia oficial (a ambas márgenes del Plata), José Gervasio Artigas había nacido en Montevideo en 1764. Después de estudiar en el colegio franciscano se dedicó a las tareas rurales en las estancias de su padre. Años más tarde comenzó a ganarse la vida comprando cueros y sebo en la campaña para venderlos a los exportadores de Montevideo. En 1797 ingresó como soldado de caballería en el regimiento de Blandengues, una especie de policía de frontera creada proteger los límites con el Brasil y combatir el contrabando. Durante las invasiones inglesas participó, como jefe de regimiento elegido en asamblea por los soldados, en la reconquista de Buenos Aires y en la defensa de Montevideo a las órdenes de Liniers.

En febrero de 1811 el gobernador español de Montevideo, general Francisco Javier de Elío, designado virrey del Río de la Plata por el Consejo de Regencia de Cádiz, le declaró la guerra a la Junta revolucionaria creada en Buenos Aires el 25 de mayo del año anterior. El entonces capitán Artigas desertó de la guarnición de Colonia y se puso a disposición del gobierno patriota, que le otorgó el grado de teniente coronel, 150 hombres y 200 pesos para iniciar el levantamiento de la Banda Oriental contra el poder español. El 28 de febrero de 1811, dos campesinos, Pedro José Viera y Venancio Benavides, con el apoyo del sublevado comandante militar de la región, Ramón Fernández, daban en Asencio (Soriano) el grito de libertad del pueblo oriental y se disponían a luchar junto a Artigas. El caudillo reclutó un verdadero ejército popular formado por gauchos montaraces, paisanos desposeídos, aguerridos charrúas que recuperaban en la lucha el sentido de la dignidad, negros esclavos que ganaban la libertad incorporándose a las milicias de la independencia, y a todos ellos repartió las tierras y los ganados que les iba tomando a los españoles, haciéndolos propietarios.
Con estas fuerzas, el 18 de mayo de 1811 derrotó a los realistas en el combate de Las Piedras y puso sitio a Montevideo hasta que, sorpresivamente y sin consultarlo, el primer triunvirato, tal vez asustado por el desastre de Huaqui, firmó el 20 de octubre un armisticio con Elío –negociado por el embajador británico en Río de Janeiro, Lord Strangford- por el cual se comprometía a retirar las tropas patriotas.
Seguido por los milicianos y la población oprimida, Artigas se retiró hacia Entre Ríos para reorganizar la lucha contra españoles y portugueses (y porteños estrechos de miras, ¡cuando no meros agentes coloniales!). Mil carretas y unos 16 mil hombres, mujeres y niños, con ganados y pertenencias, cruzaron el río Uruguay y se instalaron en Ayuí, cerca de la actual ciudad de Concordia. Fue el heroico éxodo del pueblo oriental (“…Cada día veo con más admiración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia. Unos quemando sus casas y los muebles que no pueden conducir; otros caminando leguas y leguas a pie por falta de auxilios o por haber consumido sus cabalgaduras en el servicio. Mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes, acompañan esta marcha manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las privaciones. Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes, y al frente de seis mil de ellos que obran como soldados de la patria trabajaré gustoso en propender a la realización de sus grandes votos”).
Para 1814 la popularidad de Artigas se había extendido a varias de las actuales provincias argentinas, afectadas al igual que la Banda Oriental por la política de libre comercio y puerto único promovida por Buenos Aires, que arruinaba a los artesanos y campesinos de las provincias. La Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba se unieron en la Liga de los Pueblos Libres (la Liga Federal) bajo la conducción del Protector José Gervasio Artigas en lucha contra el partido directorial. Según el historiador uruguayo Washington Reyes Abadie: “…Las Misiones eran, por lo demás, la clave de bóveda del sistema federal. Por ellas se ganaba el Paraguay para la unidad del Plata, liberándolo de la absorción portuaria de Buenos Aires; y se conjugaban las rutas orientales con el Río Grande, otorgando a su economía ganadera y saladeril la salida de sus productos por los puertos platenses de Maldonado, Montevideo y Colonia, abriendo para el comercio legal, las históricas rutas de los changadores. Desde las Misiones, Corrientes y el Entre Ríos, coordinaban su destino mesopotámico con las tierras del Uruguay; y Santa Fe recobraba su función histórica de enlace con el tráfico de la yerba mate, los cueros, las maderas, el tabaco y la caña, mientras su condición de centro ineludible en la carrera del Tucumán, ofrecía a los pueblos del norte –incluido el Alto Perú- y del Cuyo, pero en particular a Córdoba, el desahogo de su artesanía, de sus productos minerales y de su agricultura frente al impacto ruinoso de la manufactura inglesa introducida desde Buenos Aires. Este ámbito de la visión integradora de Artigas abarcaba, pues, dos regiones de rasgos propios y definidos: la mediterránea, de economía minera, agrícola y artesanal, articulada en el Paraná, por el puerto fluvial de Santa Fe; y la del litoral, agrícola - ganadera, desde los yerbatales y estancias paraguayas y misioneras hasta la mesopotamia y la campaña oriental; y un puerto trasatlántico: Montevideo”.

En 1815 Artigas recuperó Montevideo, ocupada hasta entonces por las tropas porteñas, y convocó en Concepción del Uruguay el Congreso de los Pueblos Libres. Allí estaban los diputados por la Banda Oriental, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Misiones. Sus primeros actos fueron jurar la independencia de España, izar la bandera tricolor (igual a la de Belgrano pero atravesada por una franja roja, símbolo del federalismo) y resolvieron no concurrir al Congreso de Tucumán convocado por el Directorio, en protesta por la actitud del gobierno porteño de fomentar la invasión portuguesa de la Banda Oriental para terminar con Artigas. En efecto, mientras se reunía el Congreso de Tucumán, Artigas y su gente defienden el territorio contra una nueva invasión de los portugueses, que tomaron Montevideo en 1817.
A fines de 1819 la Liga estaba entre dos fuegos, por un lado los directoriales y por el otro los portugueses. Artigas concibió un plan militar: él atacaría el campamento portugués en Río Grande mientras que las fuerzas de Entre Ríos y Santa Fe atacarían Buenos Aires. Pero mientras Estanislao López y Francisco Ramírez invadían exitosamente Buenos Aires y triunfaban en Cepeda, el veterano guerrero de mil batallas, Artigas, resultó derrotado por los portugueses en Tacuarembó. Aprovechando esta situación de debilidad de su antiguo jefe, y a sus espaldas, los caudillos del litoral firmaron el Tratado del Pilar, abandonando a su suerte al oriental. Artigas unió sus escasas fuerzas con las de Corrientes y Misiones y entró en Entre Ríos dispuesto a someter a Ramírez, pero fue definitivamente derrotado por el Supremo Entrerriano en Las Huachas y debió marchar hacia el exilio.
En el Paraguay vivió asilado humildemente bajo la protección de los sucesivos gobiernos de Gaspar Rodríguez de Francia y de Carlos Antonio López, confinado en una modesta chacra de la villa de Caraguatay, rodeado de indios y campesinos. Allí todos lo llamaban caraí marangatú, que significa “padre de los pobres” en guaraní.
Después de tres décadas en Paraguay Artigas murió a los 86 años el 23 de septiembre de 1850. Un mes antes había muerto, también en el exilio, el general José de San Martín.

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