Rosas

Rosas

jueves, 31 de marzo de 2016

Charles Darwin nos habla de Don Juan Manuel...

El general Rosas expresó el deseo de verme, circunstancia que me proporcionó ocasión para que yo me felicitara andando el tiempo. Es un hombre de extraordinario carácter, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compañeros; influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar su prosperidad y su dicha. Posee, según se dice, 74 leguas cuadradas de terreno y alrededor de 300.000 cabezas de ganado vacuno. Dirige admirablemente sus inmensas propiedades y cultiva mucho más trigo que todos los restantes propietarios del país. Las leyes que él ha redactado para sus estancias y un cuerpo de tropas compuesto por muchos centenares de hombres admirablemente disciplinados para poder resistir a los ataques de los indios, fue lo que al principio hizo que todos los ojos se fijaran en él y donde se apoyó su celebridad. Acerca de la rigidez con que el general hacía ejecutar sus órdenes se cuentan muchas anécdotas.
He aquí una de ellas: él había ordenado, so pena de ser atado a la picota, que nadie fuera armado de su facón en domingo, ya que, en efecto, en ese día es cuando se bebe y se juega más, resultando de ello querellas que degeneran en batallas en las que el facón desempeña un importante papel y que termina casi siempre por muertes. Un domingo, el gobernador fue a visitarle rodeado de gran pompa, y el general Rosas, en su apresuramiento por salir a recibirle, abandonó su casa llevando como de ordinario su facón a la cintura. Su intendente le tocó el brazo y le recordó la ley; volviéndose inmediatamente hacia el gobernador, el general le dijo que se hallaba desolado por tener que dejarle, pero que le era preciso a fin de ir a que lo amarraran en la picota y que no volvería a ser el dueño de su casa hasta tanto que la pusieran en libertad.   Algún tiempo después se convenció al intendente para que fuera a libertar a su jefe; pero apenas lo había hecho, cuando el general, volviéndose hacia él, le dijo: “Usted, a su vez, acaba de infringir la ley y va usted a ocupar mi sitio”. Actos como este encantan a los gauchos, todos ellos extremadamente celosos de su igualdad y de su dignidad.
El general Rosas es también un perfecto jinete, cualidad muy importante en un país donde un ejército eligió cierto día a su general como resultado del concurso siguiente: Se había hecho entrar en una corraliza una tropilla de caballos salvajes: después se abrió una puerta cuyos batientes estaban unidos por su parte superior mediante una barra de madera. Dispuesto todo, se convino en que cualquiera que lograra, saltando desde la barra, quedar montado en uno de los animales salvajes en el momento en que éstos se lanzaran fuera de la corraliza y consiguiera sostenerse en él sin silla ni brida y volverlo a traer a la puerta del corral, sería elegido general. Un individuo lo consiguió y se le eligión, y sin duda fue un general digno de tal ejército. El general Rosas también ha llevado a cabo esa hazaña.
Empleando tales medios, adoptando el traje de los gauchos, ha sido como ha adquirido el general Rosas una popularidad ilimitada en el país y como consecuencia un poder despótico. Un comerciante inglés me ha afirmado que un hombre, arrestado por haber asesinado a otro, respondió cuando se le interrogó acerca del móvil de su crimen: “Le he dado muerte porque habló insolentemente del general Rosas”. Al cabo de una semana se puso en libertad al asesino. Quiero creer que ese sobreseimiento fue ordenado por los amigos del general y no por éste.
En el curso de la conversación, el general Rosas es entusiasta, pero, al mismo tiempo, está lleno de buen sentido y de gravedad. Esta, incluso, está llevada al exceso. Uno de sus bufones (tiene dos cerca de él, como los antiguos barones) me refirió a tal respecto la siguiente anécdota: “Cierto día quise oír determinado trozo de música, y fui 'en busca del general dos o tres veces a fin de que lo hiciera tocar. La primera vez me respondió: “Déjame tranquilo; estoy ocupado”. Fui a encontrarle una segunda vez, y me dijo: “Si vuelves otra vez haré que te castiguen”. Volví una tercera vez, y al verme se echó a reir. Me lancé fuera de la tienda, pero ya era demasiado tarde; ordenó a dos soldados que me sujetaran y que me amarraran a los postes. Pedí gracia invocando a todos los santos del Paraíso, pero no quiso perdonarme; cuando el general se ríe no perdona a nadie”. El pobre diablo aun ponía cara de angustia al acordarse de los postes. Es este, en efecto, un suplicio muy doloroso; se clavan cuatro postes en el suelo, de ellos se suspende horizontalmente por muñecas y tobillos al condenado, y se le deja allí estirándose durante algunas horas. Evidentemente, se ha tomado la idea de tal suplicio del modo empleado para secar las pieles.

Mi entrevista con el general terminó sin que él hubiera sonreído una sola vez, pero obtuve un pasaporte y permiso para servirme de los caballos de posta del Gobierno, lo que de concedió de la manera más servicial.
Charles Darwin - Encuentro con el General Rosas

1 comentario:

  1. Hombre de principios, duro e inflexible pero a la vez justo y generoso con quien lo merece, asi como don Juan Manuel fueron los grandes creadores de las Naciones. Y mas en tiempos de desordenes y desmanes!! Asi fue el Padre de la Patria, y no creo que el inglesito Darwin llegara a comprenderlo plenamente.

    ResponderEliminar