Rosas

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miércoles, 11 de mayo de 2016

José de San Martín y la unidad política de Sudamérica

Por Dardo Ramírez Braschi
Las perspectivas de análisis del pensamiento y accionar sanmartiniano tienen múltiples facetas, pero se puede asegurar sin hesitación que uno de los principales objetivos de la obra del
Libertador de América fue su lucha por la independencia y unidad de los pueblos del continente.  Desde los albores mismos de la Patria, los esfuerzos abundaron para lograr las metas políticas
propuestas. Con escasos recursos materiales, pero con gran temple que sólo poseen los emprendedores de las grandes realizaciones, los americanos comenzaron a surcar los caminos de la libertad.
Al principio de ese trayecto surge la figura de José de San Martín.
El motor inspirador de aquella gran empresa ha sido la búsqueda de la independencia, idea directamente relacionada con la unidad continental; por esa razón, el Libertador bregó por los dos objetivos de igual manera, ya que no se podía comprender y desarrollar uno sin el otro.   No visualizó José de San Martín la lucha por la emancipación sin el contexto continental. La lucha que se gestó por la independencia fue en un marco continental, no pensando jamás en ficciones, como el fraccionar en países el territorio, situación que se inventaría con posterioridad.   Independencia y unidad eran objetivos que debían realizarse en conjunto, jamás separados, porque de lo contrario no se lograrían, y el vencedor de los Andes lo sabía desde el primer momento.  Para obtener la independencia, la organización política se tornaba indispensable, debiendo
garantizarse, simultáneamente, la emancipación, unidad territorial y homogeneidad política del antiguo Reino de Indias. Por tal razón, en distintas oportunidades San Martín propuso una monarquía constitucional, no como una estructura de privilegios nobiliarios sino como una forma de gobierno que, en poco tiempo, podía garantizar la independencia, la organización y la unidad territorial simultáneamente.   Propulsor del Tratado de Unión, Liga y Confederación para asegurar la independencia americana entre Perú y Colombia, gestionó ante los demás Gobiernos de la América -antes española-, para su ingreso en ese Pacto de unión perpetua.
A. J. Pérez Amuchástegui puntualmente refiere al respecto: “No se trataba de una lírica hermandad espiritual, sino de una  confederación activa y ejecutiva”, y agrega: “De esta manera quedó sellado formalmente el propósito de construir una Confederación de Estados soberanos de la América meridional, ligados por pactos multilaterales que comprometieran a
las partes para siempre” (Pérez Amuchástegui, “Ideología y acción de San Martín”, Eudeba, 1966, p. 52).

Pero de los objetivos propuestos, sólo se alcanzaría la independencia sin integración. Diversos fueron los factores que -aislados o simultáneos-, conspiraron para la fragmentación territorial hispanoamericana: la inmensa extensión; las débiles y precarias comunicaciones terrestres o marítimas; la falta de desarrollo de las fuerzas productivas regionales; la no construcción de un epicentro político, que pueda unir y consensuar a las distintas y diferentes regiones de Sudamérica, entre otros.  Una de las alternativas que rápidamente podía haber garantizado la independencia conjuntamente con la integración territorial era una monarquía constitucional, proyecto que contaba con la conformidad de los dos prohombres de la nacionalidad argentina: José Francisco de San Martín y Manuel Belgrano.
Pero el triunfo de las armas, desde San Lorenzo a Ayacucho, no alcanzó para obtener los objetivos finales. Al mismo tiempo que se lograba la independencia de España, se producía también la temida fragmentación, creándose incipientemente los pequeños Estados que hoy conforman la división política de la América hispana.
José San Martín fue uno de los impulsores de la conformación y desarrollo de la emancipación y unidad americana, y hoy no hace falta que expliquemos nuestra realidad política para observar
que aquellos proyectos no fueron concluidos.  Fueron los intereses que combatieron a San Martín los mismos que interrumpieron la
construcción continental. Así, Buenos Aires, por ejemplo, sin importarle lo que pasase más allá de su puerto, deja a las provincias altoperuanas desprotegidas y en libertad de acción, a través del voto de los Representantes locales, bajo la influencia y amparo del Congreso General constituyente del año 1825.
Hay que recordar que, desde el Acta de Rancagua, de 1820, en el que se desestimaba que el Ejercito de los Andes regresase a Buenos Aires para combatir a las provincia litorales, Buenos Aires no sólo quitó apoyo logístico a la campaña sanmartiniana, sino que también incursionó en reacciones revanchistas contra la propia persona del Libertador, tal fue el caso del impedimento de ingreso de éste a la ciudad de Buenos Aires, en 1823, cuando Remedios de Escalada pasaba los últimos días de su vida, pudiendo regresar San Martín a Buenos Aires cuando su esposa ya había fallecido.  También en aquel año le retiran la pensión vitalicia que se otorgó a María Mercedes Tomasa de San Martín por el triunfo de Chacabuco, no figurando más en los Registros de pensionistas de la Tesorería de Buenos Aires (ASM, TIX, p. 125).  Es así que “la ciudad tentacular”, al decir de Manuel Gálvez, fue implacable contra los
intereses y el decoro de San Martín.
Su partida definitiva a Europa, en 1824, y la muerte sin gloria de Simón Bolívar en 1830, son finales no deseados pero previsibles en la evolución política, en el período postrevolucionario, teniendo en cuenta los intereses sectoriales de la época.  A los intereses portuarios, que miraban con mayor simpatía hacia el mar, hacia Europa, antes que al territorio de las provincias, poco le podía interesar la construcción de una unidad territorial compacta, tal como se configuró en la etapa virreinal.  Inmediatamente a la muerte de Bolívar y al alejamiento de San Martín, la Nación de repúblicas diseñada en el Congreso Anfictiónico de Panamá, en 1826, se derrumbó indefectiblemente antes de nacer. De la Gran Colombia sólo quedaron rastros en la conformación fragmentaria de Venezuela, Colombia y Ecuador, donde José Antonio Páez modeló a la actual Venezuela; Francisco de Paula Santander instauró una débil Colombia; y Juan José Flores inventó al
Ecuador.  Así se fue conformando el mapa multicolor de la América del Sur, que es el reflejo cabal que el proyecto sanmartiniano quedó inconcluso y que el sueño de aquel yapeyuano que forjó la construcción de la Hispanoamérica independiente, sólo quedó en eso: un sueño.

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