por Carlos Pesado Palmieri (*)
En la evocación del glorioso
acontecimiento en que celebramos los buenos argentinos el DÍA de la SOBERANÍA
NACIONAL, en éste, el ara intelectual patrio de las justas reivindicaciones de
la Verdad Histórica, que siempre vence, no me dedicaré en los quince minutos
que requiero de vuestra atención, a memorar un hecho que los revisionistas
clásicos tenemos sabido y asumido, sobre el Combate de Obligado
en la Guerra del Paraná, conflicto bélico donde se jugó el honor y la
independencia nacional. A corazón
abierto honramos a todos los héroes de esa gesta en los tiempos áureos de la
Confederación Argentina y de su Arquetipo por excelencia, el Brigadier General
Don Juan Manuel de Rosas. Quiero
evitar los datos fácticos que conocemos, no referirme a esa estupidez de los
liberales enemigos coetáneos del Restaurador, que minimizaron o directamente
desconocieron esa epopeya, o de los necios de la misma escuela que se
sorprenden ante la conmemoración solemne de una derrota, como si la afirmación
de la lucha perenne por la soberanía, fuera un tema de feriado y fuegos de
artificio.
Nada
menos que ellos, capaces de programar un carnaval histórico de festejos, con la
infausta guerra que produjimos al Paraguay de Solano López, aquél que supo
mediar ante el mismo Urquiza, para que no fuera sometida Buenos Aires después
de la segunda Cepeda, en 1859, segregada por la insensatez de los unitarios
como Alsina y Mitre. No, hoy nuestra conmemoración me obliga a algunas ríspidas
inquisiciones, como exordio de esta alegría que compartimos todos los
presentes, con la incorporación y reconocimiento a Miembros de Número, de real
prestigio en el campo de la investigación histórica y de la difusión de la
historiografía comprometida con el Pensamiento Nacional.
Nuestro
presente histórico se caracteriza por el supuesto erróneo de la agonía del
Estado Nación, existiendo círculos áulicos de intelectualidad posmoderna, que
ajenos a toda tradición, redefinen valores y desprecian el tramado entrañable
de nuestro pasado histórico, que no es breve, ni simple, ni se adecua a
manipulaciones ideológicas, explícitas o inconfesas.
Son todos
aquellos extraños o indiferentes a la construcción épica de la nacionalidad, etapa
fundacional de la Argentina independiente lograda a sangre, fuego y lágrimas en
la primera mitad del siglo XIX. Llevan
ellos en su espíritu la coloración sepia de la Patria olvidada. He
repetido varias veces que las Patrias no nacen por decreto, ni son clonadas ni
surgen por generación espontánea. La
Patria originaria venía de siglos. ARGENTINA era un nombre
inmenso desde el siglo XVI. “Un monograma
de sangre y fe bordado sobre el suelo”.
Pero
su nombre como Estado Nacional, nace, se afirma y se defiende contra las
agresiones extranjeras de las dos potencias más grandes del mundo en tiempos de
la Confederación Argentina. La
historia de nuestra tierra costó torrentes de lágrimas, penas sin nombre, ríos
de sangre. La Paz de nuestra Argentina épica fue bien ganada. Y una bien ganada
paz es forja artífice de un pueblo, aunque padezcan los creadores de patrias de
probeta, esa burda miopía propia de los indagadores de épocas aún con
plenitudes bíblicas, las que no reconocen o se obstinan en desconocer.
Pero
es claro que hubo una “Patria” primigenia de los “hijos de la tierra”, vivenciada hasta el paroxismo aún
por aquellos no nacidos en este suelo.
Y la
hay, y está viva en NOSOTROS, los que aquí la honramos con nuestra Fe, con
nuestra conducta, con las familias que formamos y los hijos que concebimos, SÍ
NOSOTROS, los aquí congregados que revivimos el fervoroso grito nacionalista,
SOMOS LA PATRIA.
“un temor que ha despertado...un amor en el
umbral, un pimpollo terrible y un miedo que nos busca.” “La
Patria, -decía Marechal-, es un
peligro que florece...”
Sus
riesgos, sus costos, su sacrificio y su gloria quedaron explícitos en las
páginas de epopeya de nuestra historia nacional. Sí, esa Patria que como la cantara Marechal aún es en Nosotros
Porque
convengamos amigos que esa PATRIA
encarnada en nosotros es algo más superadora que la democracia débil de un
presente, donde coexisten también otras bastardas realidades con defecciones
entreguistas y claudicaciones institucionales y quiebre de afectos, lucha de
intereses, corrupción evidente y juicios categóricos irreconciliables, aunque
todos Nosotros seamos leales a la patria identitaria que encarnamos.
Pero,
sincerémosnos, ¿Aquella SOBERANÍA NACIONAL con tanta sangre, dolor, traiciones
y llanto conseguidos, es un eufemismo en la actualidad?
¿Qué palabra maldita es la que se reemplaza
con su mención, porque a nadie le gusta reconocer como existente en la realidad
que vivimos? El término justo, la herida profunda: ¡DEPENDENCIA!!!
No
tengo voluntad en los pocos minutos que ocuparé vuestra atención, en lidiar con
concepciones teóricas sobre la Soberanía.
De
Jean Bodin a nuestros días se desarrollaron múltiples estudios e interpretaciones
sobre la misma, más teniendo nosotros hombres de la magnitud intelectual de los
doctores Bandieri o Frontera, por citar eruditos amigos presentes, abandono esa
senda, presurosamente.
¿Qué
Soberanía Nacional estamos evocando aquí históricamente? Sin duda: la POLÍTICA.
Algunos de los miembros de número del Instituto dirán prestos: “La primera de
las banderas que fueron lema del Justicialismo, otrora”.
Pero
yo compendio tan noble concepto en algo más profundo, simple y elemental, como
ese instinto primordial del hombre, de conservar su vida, y es la de estar
unida a la defensa del terruño, del hogar en que se habita, con poca o mucha
libertad. Soberanía
territorial al fin que en dos palabras signan las encendidas gestas que en su
defensa en los tiempos hispanos y en la Argentina
Épica nos enfrentaron a portugueses, ingleses, franceses, brasileños, el
estado tapón araucano, y a más de un trasnochado personaje del Olimpo liberal,
con decididas acciones segregacionistas de la tierra heredada acorde al uti
possidetis iuris. Para
los gringos de corazón y de mente, que se creyeron a pie juntillas lo de los “argentinos descendimos de los barcos”,
esos personajes tan atávicos como los prediluvianos indigenistas políticos, que
nos consideran a todos extranjeros, y que en definitiva se han negado siempre a
reconocer ambos, ser partes de un todo, descalificando ese grande nosotros que
nos identifica, porque viven como todos aparte.
Todos
esos personajes ignoran la ARGENTINA ÉPICA, la de la cerril defensa de su
soberanía territorial que cuando previo a su génesis, en la patria original
pelearon por el Rey de España como hispanoamericanos, y luego en esa Patria
Nueva Originada, criollos, indios, mestizos y alguno que otro europeo asimilado,
lucharon por la libertad y la emancipación.
Luchas
por la Soberanía territorial de largo medio siglo antes de que la inmigración
europea sumara en plenitud, su sangre y su laboriosidad a esta Grande Argentina
que también tuvo su destino manifiesto, vergonzosamente abandonado.
Y aquello no fue gratis. Para nada.
No
se consiguió por acuerdo de cancillerías, este extenso y bendito país que Dios
nos concediera, probándonos con algunos de nuestros llamémosle “Conciudadanos”
jugando en contra de su destino.
Más
bien cada vez que litigamos perdimos territorios.
Ya
desde el tiempo de los españoles. Recuerden el Tratado de Permuta, el de San
Ildefonso. Y en la Patria nueva, con excepción de Felipe Arana y la conducción
de Don Juan Manuel, nuestras Relaciones Exteriores fueron de fracaso en
fracaso.
Pero
hubo muchas muertes, innumerables levas, pérdida de cuantiosos bienes,
heroísmos anónimos múltiples para ganarnos la libertad, defendiendo en todos
los siglos hispanos y en el siglo XIX, con uñas y dientes, con sangre derramada
a caudales, Autonomía y Libertad.
En
pocas palabras: ser dueños del lugar que nos era propio.
Cierto
es que, en lo económico, en lo cultural y hasta en nuestras añejas tradiciones
cada vez fuimos más dependientes de ideologías, sistemas económicos, y pautas
culturales foráneas.
A lo
que se sumaban los que vivían con “nostalgias
de las patrias ajenas” como los calificara Pedro Goyena, y los cipayos de
toda laya que nunca faltan, que nos entregaron sin arrepentimiento alguno, todo
el siglo pasado y el presente a la voracidad extranjera.
Más
aún, algunos de esos promiscuos dirigentes que pulularon sin pudor, mientras
nos vendían por el plato de lentejas de sus treinta monedas de oro, intentaron
convencernos de una Argentina Soberana, que escribía las páginas históricas más
brillantes de su historia moderna.
Las generaciones pusilánimes
y carentes de ideales jamás han sobrevivido a la indigencia moral; su memoria
es oprobiosa. Quizá pertenezca quien esto dice a una de ellas, poblada por
hombres con bisagras en lugar de vértebras en su espina dorsal, capaz de
flexionarse tanto como se los doble.
Por
asquearse de semejantes seres genuflexos algunos argentinos de bien, pegándose
un tiro prefirieron romperse.
Como afirmara Aníbal Fosbery:
“el honor justifica y hace perenne la
vida de un Pueblo, aunque para sostenerlo deba éste sacrificar su comodidad, su
riqueza y hasta su vida, que, además, también en el caso contrario, terminan
siendo sacrificadas aunque sin sentido”
Pero
compatriotas amigos míos, después de la segunda independencia afirmada, por Don Juan Manuel de Rosas, y la
extensión soberana de nuestro territorio nacional que consolidara, mal que les
pese a algunos, Julio Argentino Roca, que cada cual elija los protagonistas de
relieve en su sostenimiento, en los últimos ciento cuarenta años.
Han sido pocos.
Por eso
es que nosotros tomamos como ancla sostén y vuelo incitador:
El 20 DE NOVIEMBRE DE 1845
Efeméride del Combate de la Vuelta de
Obligado en la Guerra del Paraná
Como:
DÍA DE LA SOBERANÍA
NACIONAL.
Que
no aceptamos como eufemismo conformista que disfraza lisa y llanamente nuestras visibles Dependencias de la
extranjería, en esta Aldea Global
que nos limita y también hay que decirlo: nos
oprime.
Que
quizá sea válida y confortable para un numeroso grupo de habitantes censados en
nuestra tierra, pero nunca para NOSOTROS
Ya que es una presencia viva, una
poderosa fuerza colectiva latente en miles de Compatriotas milites en su
Defensa.
Defensa de una ARGENTINIDAD alerta para
mostrarle al Mundo la indomeñable voluntad forjada por el Pensamiento Nacional,
y que, alentada por el ideario sanmartiniano y la ejemplaridad del Restaurador,
nutre a este Pueblo, la de los hombres del Plata, que como reclamaba Lugones, poseen: “ojos mejores para ver su Patria”,
sabiéndose no ser simples empanadas, que pueden ser comidas “en un abrir y cerrar de boca”
La
Argentina encarnada como la llamo y vivo, se sintió
espontáneamente congregada en torno a sus Bicentenarios fecunda simiente de
nuestra heroica forja de la independencia nacional, que fuera reafirmada en la
victoria final de la Guerra del Paraná.
Con
justicia merecen tales hechos nuestro recuerdo y nuestra celebración, y merece
lo hagamos en comunión, sin odios ni rencores, en defensa de un estilo de vida
que debemos definitivamente recuperar para norte perenne de la nacionalidad.
Qué
en nosotros, la ARGENTINA ENCARNADA tenga
siempre, hálitos de eternidad. Que sea incitación permanente a la dignidad y al
coraje, en medio del “revival” anarquista, el terrorismo, el FMI y el poderoso
G-20, que espero solo nos visite sin dejarnos otro lastre más que los gastos
que ocasione su estadía.
Que
podamos vivenciar esa ARGENTINA
ENCARNADA por sobre nuestras debilidades cotidianas, su valerosa
inseguridad, su probada honra, sus definiciones perdurables.
Que
en verdad sintamos en nuestro corazón y en nuestros brazos el alborozado grito
de la libertad prístina, concebida por una voluntad colectiva insobornable.
Y
porque logremos albergar esa libertad dentro de cada uno de nosotros, en el
júbilo y en el dolor, en el traspié como en los logros, en la fatiga y en el
gozo, y al confundirse con nuestras propias lágrimas y alegrías, esté presente,
en cada día nuevo de labor.
LAUS DEO
(*) Discurso pronunciado en el Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas el 20 de noviembre de 2018.
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