Rosas

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viernes, 19 de octubre de 2018

LA EFEMÉRIDE DE LA SOBERANÍA NACIONAL: ¿UN EUFEMISMO?

por Carlos Pesado Palmieri (*)

En la evocación del glorioso acontecimiento en que celebramos los buenos argentinos el DÍA de la SOBERANÍA NACIONAL, en éste, el ara intelectual patrio de las justas reivindicaciones de la Verdad Histórica, que siempre vence, no me dedicaré en los quince minutos que requiero de vuestra atención, a memorar un hecho que los revisionistas clásicos tenemos sabido y asumido, sobre el Combate de Obligado en la Guerra del Paraná, conflicto bélico donde se jugó el honor y la independencia nacional. A corazón abierto honramos a todos los héroes de esa gesta en los tiempos áureos de la Confederación Argentina y de su Arquetipo por excelencia, el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas. Quiero evitar los datos fácticos que conocemos, no referirme a esa estupidez de los liberales enemigos coetáneos del Restaurador, que minimizaron o directamente desconocieron esa epopeya, o de los necios de la misma escuela que se sorprenden ante la conmemoración solemne de una derrota, como si la afirmación de la lucha perenne por la soberanía, fuera un tema de feriado y fuegos de artificio.
 Nada menos que ellos, capaces de programar un carnaval histórico de festejos, con la infausta guerra que produjimos al Paraguay de Solano López, aquél que supo mediar ante el mismo Urquiza, para que no fuera sometida Buenos Aires después de la segunda Cepeda, en 1859, segregada por la insensatez de los unitarios como Alsina y Mitre.     No, hoy nuestra conmemoración me obliga a algunas ríspidas inquisiciones, como exordio de esta alegría que compartimos todos los presentes, con la incorporación y reconocimiento a Miembros de Número, de real prestigio en el campo de la investigación histórica y de la difusión de la historiografía comprometida con el Pensamiento Nacional.
Nuestro presente histórico se caracteriza por el supuesto erróneo de la agonía del Estado Nación, existiendo círculos áulicos de intelectualidad posmoderna, que ajenos a toda tradición, redefinen valores y desprecian el tramado entrañable de nuestro pasado histórico, que no es breve, ni simple, ni se adecua a manipulaciones ideológicas, explícitas o inconfesas.
Son todos aquellos extraños o indiferentes a la construcción épica de la nacionalidad, etapa fundacional de la Argentina independiente lograda a sangre, fuego y lágrimas en la primera mitad del siglo XIX.  Llevan ellos en su espíritu la coloración sepia de la Patria olvidada. He repetido varias veces que las Patrias no nacen por decreto, ni son clonadas ni surgen por generación espontánea. La Patria originaria venía de siglos. ARGENTINA era un nombre inmenso desde el siglo XVI. “Un monograma de sangre y fe bordado sobre el suelo”. 
Pero su nombre como Estado Nacional, nace, se afirma y se defiende contra las agresiones extranjeras de las dos potencias más grandes del mundo en tiempos de la Confederación Argentina. La historia de nuestra tierra costó torrentes de lágrimas, penas sin nombre, ríos de sangre. La Paz de nuestra Argentina épica fue bien ganada. Y una bien ganada paz es forja artífice de un pueblo, aunque padezcan los creadores de patrias de probeta, esa burda miopía propia de los indagadores de épocas aún con plenitudes bíblicas, las que no reconocen o se obstinan en desconocer.
Pero es claro que hubo una “Patria” primigenia de los “hijos de la tierra”, vivenciada hasta el paroxismo aún por aquellos no nacidos en este suelo.
Y la hay, y está viva en NOSOTROS, los que aquí la honramos con nuestra Fe, con nuestra conducta, con las familias que formamos y los hijos que concebimos, SÍ NOSOTROS, los aquí congregados que revivimos el fervoroso grito nacionalista, SOMOS LA PATRIA.
 “un temor que ha despertado...un amor en el umbral, un pimpollo terrible y un miedo que nos busca.” “La Patria, -decía Marechal-, es un peligro que florece...”
Sus riesgos, sus costos, su sacrificio y su gloria quedaron explícitos en las páginas de epopeya de nuestra historia nacional. Sí, esa Patria que como la cantara Marechal aún es en Nosotros
Porque convengamos amigos que esa PATRIA encarnada en nosotros es algo más superadora que la democracia débil de un presente, donde coexisten también otras bastardas realidades con defecciones entreguistas y claudicaciones institucionales y quiebre de afectos, lucha de intereses, corrupción evidente y juicios categóricos irreconciliables, aunque todos Nosotros seamos leales a la patria identitaria que encarnamos. 
Pero, sincerémosnos, ¿Aquella SOBERANÍA NACIONAL con tanta sangre, dolor, traiciones y llanto conseguidos, es un eufemismo en la actualidad?
¿Qué         palabra maldita es la que se reemplaza con su mención, porque a nadie le gusta reconocer como existente en la realidad que vivimos? El término justo, la herida profunda: ¡DEPENDENCIA!!!
No tengo voluntad en los pocos minutos que ocuparé vuestra atención, en lidiar con concepciones teóricas sobre la Soberanía.
De Jean Bodin a nuestros días se desarrollaron múltiples estudios e interpretaciones sobre la misma, más teniendo nosotros hombres de la magnitud intelectual de los doctores Bandieri o Frontera, por citar eruditos amigos presentes, abandono esa senda, presurosamente.
¿Qué Soberanía Nacional estamos evocando aquí históricamente? Sin duda: la POLÍTICA. Algunos de los miembros de número del Instituto dirán prestos: “La primera de las banderas que fueron lema del Justicialismo, otrora”.
Pero yo compendio tan noble concepto en algo más profundo, simple y elemental, como ese instinto primordial del hombre, de conservar su vida, y es la de estar unida a la defensa del terruño, del hogar en que se habita, con poca o mucha libertad. Soberanía territorial al fin que en dos palabras signan las encendidas gestas que en su defensa en los tiempos hispanos y en la Argentina Épica nos enfrentaron a portugueses, ingleses, franceses, brasileños, el estado tapón araucano, y a más de un trasnochado personaje del Olimpo liberal, con decididas acciones segregacionistas de la tierra heredada acorde al uti possidetis iuris. Para los gringos de corazón y de mente, que se creyeron a pie juntillas lo de los “argentinos descendimos de los barcos”, esos personajes tan atávicos como los prediluvianos indigenistas políticos, que nos consideran a todos extranjeros, y que en definitiva se han negado siempre a reconocer ambos, ser partes de un todo, descalificando ese grande nosotros que nos identifica, porque viven como todos aparte.
Todos esos personajes ignoran la ARGENTINA ÉPICA, la de la cerril defensa de su soberanía territorial que cuando previo a su génesis, en la patria original pelearon por el Rey de España como hispanoamericanos, y luego en esa Patria Nueva Originada, criollos, indios, mestizos y alguno que otro europeo asimilado, lucharon por la libertad y la emancipación.
Luchas por la Soberanía territorial de largo medio siglo antes de que la inmigración europea sumara en plenitud, su sangre y su laboriosidad a esta Grande Argentina que también tuvo su destino manifiesto, vergonzosamente abandonado.
                                      Y aquello no fue gratis. Para nada.
No se consiguió por acuerdo de cancillerías, este extenso y bendito país que Dios nos concediera, probándonos con algunos de nuestros llamémosle “Conciudadanos” jugando en contra de su destino.
Más bien cada vez que litigamos perdimos territorios.
Ya desde el tiempo de los españoles. Recuerden el Tratado de Permuta, el de San Ildefonso. Y en la Patria nueva, con excepción de Felipe Arana y la conducción de Don Juan Manuel, nuestras Relaciones Exteriores fueron de fracaso en fracaso.
Pero hubo muchas muertes, innumerables levas, pérdida de cuantiosos bienes, heroísmos anónimos múltiples para ganarnos la libertad, defendiendo en todos los siglos hispanos y en el siglo XIX, con uñas y dientes, con sangre derramada a caudales, Autonomía y Libertad.
En pocas palabras: ser dueños del lugar que nos era propio.
Cierto es que, en lo económico, en lo cultural y hasta en nuestras añejas tradiciones cada vez fuimos más dependientes de ideologías, sistemas económicos, y pautas culturales foráneas.
A lo que se sumaban los que vivían con “nostalgias de las patrias ajenas” como los calificara Pedro Goyena, y los cipayos de toda laya que nunca faltan, que nos entregaron sin arrepentimiento alguno, todo el siglo pasado y el presente a la voracidad extranjera.
 Más aún, algunos de esos promiscuos dirigentes que pulularon sin pudor, mientras nos vendían por el plato de lentejas de sus treinta monedas de oro, intentaron convencernos de una Argentina Soberana, que escribía las páginas históricas más brillantes de su historia moderna.
 Las generaciones pusilánimes y carentes de ideales jamás han sobrevivido a la indigencia moral; su memoria es oprobiosa. Quizá pertenezca quien esto dice a una de ellas, poblada por hombres con bisagras en lugar de vértebras en su espina dorsal, capaz de flexionarse tanto como se los doble.
Por asquearse de semejantes seres genuflexos algunos argentinos de bien, pegándose un tiro prefirieron romperse.
         Como afirmara Aníbal Fosbery:
“el honor justifica y hace perenne la vida de un Pueblo, aunque para sostenerlo deba éste sacrificar su comodidad, su riqueza y hasta su vida, que, además, también en el caso contrario, terminan siendo sacrificadas aunque sin sentido”
Pero compatriotas amigos míos, después de la segunda independencia   afirmada, por Don Juan Manuel de Rosas, y la extensión soberana de nuestro territorio nacional que consolidara, mal que les pese a algunos, Julio Argentino Roca, que cada cual elija los protagonistas de relieve en su sostenimiento, en los últimos ciento cuarenta años.
Han sido pocos.
Por eso es que nosotros tomamos como ancla sostén y vuelo incitador:
                             El 20 DE NOVIEMBRE DE 1845
Efeméride del Combate de la Vuelta de Obligado en la Guerra del Paraná
 Como:                    DÍA DE LA SOBERANÍA NACIONAL.
Que no aceptamos como eufemismo conformista que disfraza lisa y llanamente nuestras visibles Dependencias de la extranjería, en esta Aldea Global que nos limita y también hay que decirlo: nos oprime.
Que quizá sea válida y confortable para un numeroso grupo de habitantes censados en nuestra tierra, pero nunca para NOSOTROS
Ya que es una presencia viva, una poderosa fuerza colectiva latente en miles de Compatriotas milites en su Defensa.
Defensa de una ARGENTINIDAD alerta para mostrarle al Mundo la indomeñable voluntad forjada por el Pensamiento Nacional, y que, alentada por el ideario sanmartiniano y la ejemplaridad del Restaurador, nutre a este Pueblo, la de los hombres del Plata, que como reclamaba Lugones, poseen: “ojos mejores para ver su Patria”, sabiéndose no ser simples empanadas, que pueden ser comidas “en un abrir y cerrar de boca”
La Argentina encarnada como la llamo y vivo, se sintió espontáneamente congregada en torno a sus Bicentenarios fecunda simiente de nuestra heroica forja de la independencia nacional, que fuera reafirmada en la victoria final de la Guerra del Paraná.
Con justicia merecen tales hechos nuestro recuerdo y nuestra celebración, y merece lo hagamos en comunión, sin odios ni rencores, en defensa de un estilo de vida que debemos definitivamente recuperar para norte perenne de la nacionalidad.
Qué en nosotros, la ARGENTINA ENCARNADA tenga siempre, hálitos de eternidad. Que sea incitación permanente a la dignidad y al coraje, en medio del “revival” anarquista, el terrorismo, el FMI y el poderoso G-20, que espero solo nos visite sin dejarnos otro lastre más que los gastos que ocasione su estadía.  
Que podamos vivenciar esa ARGENTINA ENCARNADA por sobre nuestras debilidades cotidianas, su valerosa inseguridad, su probada honra, sus definiciones perdurables.
Que en verdad sintamos en nuestro corazón y en nuestros brazos el alborozado grito de la libertad prístina, concebida por una voluntad colectiva insobornable.
Y porque logremos albergar esa libertad dentro de cada uno de nosotros, en el júbilo y en el dolor, en el traspié como en los logros, en la fatiga y en el gozo, y al confundirse con nuestras propias lágrimas y alegrías, esté presente, en cada día nuevo de labor.
                                                                                                                  LAUS DEO

(*) Discurso pronunciado en el Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas el 20 de noviembre de 2018.

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