Por Carlos Pistelli
Es innegable el apoyo recíproco que se tuvieron Rozas y negros en los tiempos que le tocó al Restaurador gobernar Buenos Aires. Rosas les dio visibilidad política y cultural, con lo cual se ganó el cariño eterno en los candombes. Además que los usaba como espías de las familias descarriadas, quienes empezaron a sentir un hondo desprecio humano hacia sus esclavos. La situación se tornaría insostenible a la derrota en los campos de Morón. Ahora bien, ¿En qué consistía ese apoyo que Rosas le daba a los negros? En términos generales la posibilidad de que participen de la vida activa porteña, ya es un aliciente. Particularmente la decisión de poner fin a la compra y venta de negros sirvió a mejorar la situación. Pero esclavos seguía habiendo, y su importancia en la economía también.
Tampoco Rosas se caracterizó por darles derechos que a posteriorise les brindaron. Seguía prohibido el casamiento entre ellos, excepto que sean libres, y la posibilidad de comprar su libertad dependía exclusivamente del amo, y no de una resolución gubernamental. Entonces, ¿De qué hablamos cuando hablamos de las mejoras que se vivieron en los tiempos rosistas pa’ lo’ negro’ del Restaurador?.
Movilidad social en tiempos de Rosas. Ya sea porque Rosas estaba convencido o primó su conveniencia pragmática, o ambas, un dato que se pierde de los tiempos rosistas es el mejoramiento sustancial de la vida nativa bonaerense. Eso no quiere decir que Rosas era Don Juan Domingo. But. Boys. Vean como mejoró la cosa. En esa estadística que Rivadavia manda hacer en su efímero paso “presidencial”, se constata:
- Un capitán de los ejércitos regulares, como su par, un capataz de estancia, ganaba cien pesos de la época. Un soldado raso, un peón anual, ganaba diez pesos mensuales. Una diferencia de 10-1 clara y contundente.
- Haciendo una especie de índice big mac de la época.
Nota al pie: Recordemos que es esto del big mac. Se toma el precio de una big mac en un país y se lo cruza con el sueldo medio nacional pa’ tomar en cuenta las hamburguesas que pueda comprarse. Es un índice que debe tomarse con pinzas. En 2013 un brasileño medio compraba las mismas big mac que un sueco. Con lo cual, es relativo el dato, pero se toma en consideración.
Con ese sueldo mensual de cien pesos, un capitán necesitaba hasta tres sueldos para comprarse un costal de harina, y por lo menos dos para comprarse una negra esclava. - En la década del ’40 rosista eso cambia significativamente, dependiendo de los bloqueos, pero siempre favoreciendo a las clases populares. Hay etapas inflacionarias, más que nada para que tomen en consideración los datos siguientes. El sueldo de ese capitán se duplica. La diferencia salarial disminuye a menos de 2-1; Y con un sueldo mensual el capataz se compra aquel costal de harina que le costaba tres en tiempos prerrosistas. La cosa ha mejorado.
- A la caída de Rosas todo vuelve a como estaba. La diferencia salarial vuelve a incrementarse y llega a niveles nunca vistos: 15-1 y hasta 20-1 en un año en particular. Y el costal de harina se va a la miércoles. La vida popular se torna más que difícil.
Rosas sí permitirá a las “Naciones” participar activamente de la vida social porteña y comprar la libertad de esclavos que sean ‘pareja’ de los libres. En 1837 se prohibió definitivamente la compra de personas para servir como esclavos, y en 1840 se terminó el libre ingreso de esclavos al firmarse con Gran Bretaña un tratado. Ya no entraron esclavos a Buenos Aires y nadie podía ser obligado a servir como tal si ya no lo era desde antes.
Sorpresivamente, o no tanto, la vida de un esclavo era mejor que la de un negro libre. Y eso pese a los beneficios que se vivían en tiempos del Restaurador. Servir en los ejércitos seguía siendo el mejor bienestar posible a futuro, porque Don Juan Manuel no descuidó a su soldadesca. En las estancias, bastión de su poder, sus instrucciones se seguían a rajatabla; Y no fueron pocas las veces que el Tirano omnipresente, dueño y amo de la vida y la muerte, debió discutir “paritarias” porque la peonada pedía mejoras salariales y en las condiciones de trabajo. Un dato de color es el intercambio epistolar del Gobernador con un famoso capataz de estancia, capitán a su vez de los extraordinarios Colorados del Monte.
El Gobernador más honesto de los caudales públicos del páis, se entera de un problema no menor en sus haciendas. La que administraba el “Carancho” González.
Óigame, González, pudo decirle, cómo es eso que tengo ocupas en mis campos. Haga algo hombre, que sí paso por justo, tampoco me tomen por sonso. Efectivamente gentes de campo vivían de usurpadores en los campos del Restaurador, viviendo de su ganado, y hasta subalquilando parcelas a extraños. González respondió dando a entender la impotencia de perseguir ocupas. Rosas quedaba en una impensada encrucijada. En la Buenos Aires pueblerina donde todo se sabe, no puede expulsar a la gente en la que sostenía su poder, porque el mito de “padre de los pobres” se le vendría a pique. Pero sus negocios sufrían una merma significativa para quien había descuidado sus asuntos particulares en aras de administrar el estado provincial. Se llegó a un acuerdo tácito, en medio de reclamos salariales, por el cual González cobraría un canon a la gente que viviera de ‘prepo’. Pero lo mejor está por venir.
Desde un matadero del sur, ése que tal vez Echeverría describiera tan genial, y ficcionalmente, le llega información que se está vendiendo de manera ilegal ¡Ganado marcado rosista! Óigame, González! El amo y señor de la vida de Buenos Aires debe aceptar impotente que haya arriesgados que vendan su ganado y haya quien lo comercie en el matadero oficial. Cosas que pasan.
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