Rosas

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viernes, 26 de julio de 2019

ARTIGAS EN SU JUVENTUD: EL JINETE REBELDE

Por Hugo Chumbita*
La figura de Artigas me interesó desde que leí que Sarmiento le echaba la culpa de todas las calamidades y lo señalaba como el precursor del levantamiento de los bárbaros. En realidad, él encabezó una gran insurrección rural contra el bastión realista de Montevideo, tal como estaba previsto por el "Plan de Operaciones" que Mariano Moreno escribió en agosto de 1810; y seguramente fue Manuel Belgrano, que conocía bien la zona de Mercedes y Soriano, quien lo señaló como el hombre clave por su influencia entre la gente del campo.  Aquel formidable movimiento rural tuvo consecuencias trascendentes que marcaron la historia del siglo XIX en los países del Plata. La mayoría de la población vivía en la campaña, y las ciudades eran el reducto de las elites: por eso, sublevar el campo equivalía a movilizar al pueblo. Fue el origen de la rebelión federal que impuso la disolución del gobierno central de Buenos Aires en 1820. Y fue el comienzo de la guerra social en el marco de la lucha por la emancipación.
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Los historiadores de la época de la "organización nacional" condenaron la rebeldía de Artigas y sus "hordas" como una especie de bandolerismo. El libelo que publicó Pueyrredón en 1918, redactado por Sáinz de Cavia, trazaba la trayectoria de Artigas como un "capitán de bandidos" que se había convertido en "un nuevo Atila" de los pueblos que protegía.  Sarmiento lo retrató como arquetipo del caudillo bárbaro: un "contrabandista temible", investido comandante de campaña por transacción, que llegó a conducir "las indiadas" hostiles a la civilización.   Mitre comenzó a escribir una biografía de Artigas que dejó inconclusa. Lo llamó "caudillo del vandalaje", el "jefe natural de la anarquía permanente", aunque también vió en sus montoneras la expresión de una "democracia semibárbara".  Reivindicado oficialmente en Uruguay desde 1883, algunos historiadores revisionistas lo reclamaron también como "héroe argentino". Pero estos discursos tendieron a construir la imagen de un caudillo patricio, rechazando las "leyendas" sobre su pasado.  Sin embargo, la publicación del Archivo Artigas proporcionó las evidencias de sus andanzas ilegales. Dada la irracionalidad de la legislación monopólica española, como ha dicho Fernández Cabrelli (1991), casi nadie quedó fuera del contrabando en la época colonial.  El problema excede un simple juicio moral. Tiene que ver con una cuestión inquietante que atraviesa la historia de nuestros países y he tratado de plantear en mi libro Jinetes rebeldes, que es la contradicción entre la ley y la vida real de la sociedad.   Al estudiar la "prehistoria" de Artigas, mi marco teórico fueron los estudios sobre el bandolerismo y la resistencia campesina, en particular las tesis de Hobsbawm sobre el bandido social, que explica como éste encarna las demandas de justicia de los campesinos en el marco de una cultura tradicional.    Artigas provenía de una familia de modesto linaje, que había adquirido cierta fortuna. Su abuelo, José Antonio Artigas, era un soldado aragonés, analfabeto, que integró con su esposa el grupo que vino de Buenos Aires en 1724 a fundar Montevideo, por lo cual obtuvo la concesión gratuita de chacras y estancia. Fue cabildante y alcalde de Hermandad, o sea policía rural. El más destacado de sus hijos, Martín José, desempeñó funciones similares, participó del gremio de hacendados y se casó con Francisca Pasqual Arnal, otra descendiente de las familias fundadoras.
El tercero de los seis hijos de ese matrimonio habría sido José Gervasio, nacido en 1764, según un asiento de bautismo por lo menos dudoso, en el que se agregó la anotación en un folio posterior al que correspondía por la fecha, falsificando la firma del cura. Esto fue descubierto y publicado hace tiempo por Juan Alejandro Apolant, que constató la irregularidad del registro, pero en definitiva no cuestionó la autenticidad del contenido. Es poco convincente la explicación de que se falseó aquel acta sólo para salvar una omisión. A la luz de muchos casos semejantes -incluso el que descubrimos ahora de José de San Martín, que no era hijo de quienes se decía sino de un marino español y una india guaraní-, creo que hay razones para sospechar que existía algún "pecado de ilegitimidad". Las partidas no se adulteran para asentar los datos verdaderos, sino para ocultarlos. Creo que esto tiene que ser investigado y para aclararlo hay que buscar otras fuentes, partiendo de la tradición oral. No es un tema secundario. Mi hipótesis sería que es la clave de la huída de Artigas, del abandono de la casa de su familia alrededor de 1780 para internarse a "gauchar" en la frontera.  Cavia, que siendo escribano en Montevideo conoció a la familia, cuenta que difícilmente habría en la ciudad quien ignorara esa historia del joven Artigas cuando se fue de la casa paterna y se hizo famoso encabezando bandas de changadores.
Aventuras en la frontera: Mitre, en su biografía inconclusa, apoyado en el relato de su suegro Nicolás de Vedia, dice que llegó a ejercer un "dominio patriarcal" en toda la comarca; y cuenta, entre otros episodios, un tiroteo con sus perseguidores, que figura también en las Memorias del general Miller. Las leyendas dicen que Artigas detenía a los malvados con el fuego de su mirada y amansaba los caballos al estilo indio. Cavia apunta que en los archivos de Montevideo había numerosos testimonios de las depredaciones de la gavilla de Artigas, y conocemos algunos de tales documentos. En marzo de 1794, en las serranías donde nace el río Cuareim, una comisión del capitán De la Rosa, jefe de la guardia de Melo, avanzó contra unos changadores que cuereaban vacunos, y cuatro días después su campamento fue asaltado por la noche, perdiendo la caballada. Dos detenidos declararon después que allí se habían juntado varias cuadrillas que sumaban unos 50 hombres, una de ellas comandada por Artigas. Esto coincide con una versión que recogió Mitre, donde agrega que el capitán regresó "todo magullado" y fue objeto de burlas por sus colegas, desalentando las persecuciones contra Artigas.
Otros partes revelan que a fines de 1795, el gobernador de Montevideo instruyó al jefe de la guardia del Cuareim para interceptar dos grandes arreos de contrabando que iban hacia Batoví, uno de los cuales era conducido por "Pepe" Artigas. La partida del subteniente Hernández logró acercarse a él, que encabezaba unos 80 hombres armados. El subteniente movilizó sus tropas por ambos lados del arroyo Sarandí para atacarlos, pero una de las columnas se topó con 200 charrúas, que los acometieron y les causaron varias bajas. Hernández parlamentó con los caciques, quienes alegaron haberlos confundido con unos changadores que andaban por allí, pero era evidente que esos indios estaban colaborando con Artigas. Estos hechos hay que ubicarlos en el momento de fines del siglo XVIII, cuando los cuantiosos recursos ganaderos se valorizaban en función de la apertura comercial. Si bien toda la Banda Oriental era un espacio de frontera con Brasil, las aventuras del joven Artigas
transcurren en el área más específicamente fronteriza que se extendía más allá del río Negro.  En esa zona con abundantes pastos y hacienda salvaje, la autoridad colonial era ineficaz. Los los portugueses la pretendían e incursionaban desde Río Grande. Era además el territorio de los charrúas, minuanes y otras tribus que cazaban, criaban y domesticaban caballos y vacunos. Esas tribus, aunque rechazaron las reducciones y la evangelización, mantenían asiduas relaciones con los asentamientos hispano-criollos. Las autoridades trataban de reprimir las vaquerías sin licencia y el tráfico con Brasil, que extraía cueros y hacienda en pie e introducía tabaco, alcoholes y otras mercaderías. Si bien los ejecutores eran gauchos criollos o brasileños e indios, el contrabando era impulsado por los comerciantes de Rio Grande con la participación de estancieros, comerciantes e incluso funcionarios montevideanos. Era una fuente de trabajo para mucha gente y una necesidad para abastecer las poblaciones.  En cuanto a los gauchos y los indios "infieles", estos grupos marginales habían surgido
de manera similar en todas las áreas de frontera del Virreinato, en base a la libertad para disponer de los ganados que tradicionalmente se consideraban de propiedad común, y al extenderse el control y el régimen monopolista en la campaña fueron perseguidos con progresivo rigor como malhechores. El tema lo han explicado los autores que trataron la represión a los gauchos aplicando las ordenanzas de "vagancia".   La resistencia indígena también fue catalogada como bandidaje para justificar la represión y presenta una esencial analogía con la rebeldía de los gauchos, más allá de las diferencias culturales. Son variantes del conflicto típico focalizado por los historiadores del bandolerismo, en el cual la ley, al criminalizar lo que es parte de la cultura y la necesidad de vida de un grupo social, los califica masivamente de delincuentes. Como en toda la historia americana, el avance de los propietarios y la autoridad del Estado sobre los territorios de frontera despojó de sus recursos a las poblaciones autóctonas - criollos e indios, agricultores y pastores- a través de la "privatización" del ganado, la tierra y/o el agua. En la resistencia a ese proceso, se diluían las diferencias entre aborígenes, gauchos y bandidos, lo cual explica las formas de solidaridad entre ellos y la visión del poder que los engloba en la categoría de bandoleros. Es erróneo reducir el conflicto a un antagonismo de clase entre estancieros y gauchos como han hecho algunos historiadores, sin advertir que, especialmente en la situación periférica de la Banda Oriental y en relación a la administración del monopolio y el contrabando, existían otras rivalidades en el seno de los sectores propietarios y también intereses comunes de algunos de éstos con las poblaciones rurales.  La fama de Artigas celebraba sus habilidades de gaucho, aficionado a los naipes, bailarín, cantor y guitarrero. En esos años tuvo un par de hijos, fruto de sus amoríos, a los que reconoció y protegió siempre. Maggi ha resaltado la vinculación de Artigas con los charrúas, sosteniendo que habitó en sus tolderías y tuvo entre ellos mujer e hijo. Aunque no se puede considerar demostrado, hay abundantes indicios de su gran intimidad con las tribus. Mitre afirma que hacía justicia y aplicaba castigos ejemplares, incluso como árbitro en los litigios de los vecinos. Otros relatos sostienen que penaba a los malhechores e incluso "imponía contribuciones".  Las hazañas de Artigas burlando a la autoridad, su reputación de rebelde indomable, justiciero y amigo de los humildes, adquirían una dimensión heroica para los habitantes de la frontera, que dependían de manera directa o indirecta del contrabando. Gauchos, tribus indias, agricultores y criadores pequeños y medianos, peones y esclavos de las estancias, no constituían un campesinado homogéneo sino un conjunto de grupos con cierta movilidad estacional, pero compartían el rechazo a la autoridad realista y los valores tradicionales de la cultura de las pampas. Compartían o admiraban la vida libre de los gauchos, cuyo máximo exponente era precisamente el rebelde Artigas.

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