Rosas

Rosas

lunes, 1 de julio de 2019

Primeras damas argentinas (siglo XIX)

Por Julio Sierra
El siglo XIX argentino arranca, como es sabido, en 1810, y no con sistemas presidenciales. Los fundadores de la patria prefirieron los ejecutivos colectivos, con evidente tendencia al fracaso. No había allí lugar para primera dama alguna. Ni siquiera los directores supremos, pálida prefiguración de la presidencia unipersonal, lograron estabilizar las cosas.  Los intentos unitarios en medio de convulsiones sociales y políticas no tuvieron más éxito que los anteriores, pero la institución presidencial, personificada por Bernardino Rivadavia, quedó incorporada a nuestro desarrollo político. Conviene aclarar que, en realidad, Rivadavia sólo fue presidente de una parte de la Argentina, ya que los gobernadores de las provincias no lo reconocieron. Pero con él, la idea de la presidencia como parte del sistema se hizo posible. Pasarían tres décadas de guerras civiles y dictadura antes de que ello se hiciera realidad. Juana del Pino, mujer de Rivadavia, inauguró la tradición de primeras damas argentinas con decidida vocación por el bajo perfil. Fue ella también la primera de la larga lista de cónyuges  presidenciales que no cumplieron el período completo por el que fueron elegidos sus maridos. Juan Manuel de Rosas formalmente sólo fue gobernador de Buenos Aires, pero las provincias del interior lo reconocieron para que las representara ante las potencias extranjeras. Lo cierto es que por delegación acumuló tantos poderes de orden nacional que se convirtió en un ejecutivo más poderoso que cualquier presidente, constitucional o no, posterior a él. Pero no cabe duda de que consolidó el territorio federal y prefiguró el cargo presidencial como un ejecutivo muy fuerte. Tanto que, cuando Urquiza se pronunció contra Rosas, muchos gobernadores llegaron a considerar la posibilidad de proclamar al poderoso gobernador estanciero, presidente de la Confederación. No se llegó a tanto, pero la herencia de Rosas, más que en las disputas ideológicas que empantanaron a varias generaciones de argentinos, debe hallarse en la Constitución de 1853, con su institución presidencial, cuyo germen omnímodo fue atemperado por el ya asentado modelo norteamericano.  El de Rosas fue el triunfo de la idea del hombre fuerte como solución para poner fin al desorden. Con su mujer, Encarnación Ezcurra, se coló entre nuestros dirigentes la idea de que la política era un asunto de familia.
Resultado de imagen para mujeres historia argentina
Como cuasi presidente del país, Rosas encontró una incuestionable ayuda en su mujer, doña Encarnación Ezcurra, quien no sólo le guardó las espaldas cuando él estuvo lejos de Buenos Aires, sino que de muchas maneras fue el alma del régimen hasta su muerte, en 1838, ocasión de solemnes homenajes. Conviene aclarar que la fuerza de doña Encarnación no derivaba del poder de su marido.  Ella, formidable matrona, tejía sus propios hilos para ponerlos a su servicio. Fue mucho más que una simple y accesoria primera dama. A su muerte, el lugar no fue ocupado por nadie. Rosas tuvo amigas y amantes, pero ninguna con acceso al poder, ni siquiera como acompañante. Lo más parecido a una primera dama que tuvo Rosas después de enviudar, fue su hija Manuelita, dedicada a él con devoción hasta el final.  El primer presidente constitucional argentino, Urquiza, era legalmente soltero y ni siquiera intentó sacar del silencio doméstico a su amante (pareja, diríamos hoy, en tiempos menos exigentes en cuanto a los papeles matrimoniales), con quien tuvo una buena cantidad de hijos, a quienes reconoció con una ley tratada en sesiones secretas.  Terminado el mandato de Urquiza, fue elegido presidente de la Confederación un abogado cordobés, Santiago Derqui. La disputa con Buenos Aires continuaba. Este personaje tan poco estudiado de la historia argentina tenía fama de perezoso y hasta se dice que reunía a sus ministros en su dormitorio, donde presidía las sesiones desde la cama. Duró poco, ya que en 1861 renunció después de la derrota de la Confederación en Pavón, y se hizo cargo del gobierno su vicepresidente, el general Juan Esteban Pedernera. Se cierra así la etapa fundacional de la República. La familia presidencial no tuvo relevancia alguna en este período. Cuando Derqui se alejó de Paraná camino al exilio autoimpuesto en Montevideo, su mujer, Modesta Cossio y Lagraña, y sus hijos se instalaron en Corrientes, de donde ella era originaria. Derqui, tal vez ayudado por su otrora enemigo Rufino de Elizalde, canciller de Mitre, regresará del exilio para unirse a su familia. La vida de esta mujer es aún menos conocida que la de su marido. Se sabe, sí, que ella le dio varios hijos y que siempre mantuvo encendida la llama del hogar a la espera de este hombre bueno y de una conducta que hasta sus enemigos reconocieron como intachable. Pero nada indica que tuviera alguna actuación pública destacable.   Delfina Vedia, mujer de Bartolomé Mitre, el primer presidente de la Nación unificada y único elegido por unanimidad del colegio electoral, fue la primera cónyuge presidencial en compartir los honores de un mandato completo. Mujer inteligente y de esmerada educación, era muy respetada y se la tenía por buena poeta. Tradujo varias obras del francés y del inglés. Sin embargo, no parece haber ejercido mayor influencia en la vida pública de su tiempo.  Ya se sabe que Domingo Faustino Sarmiento, casado con Benita Martínez Pastoriza, tuvo una vida sentimental tormentosa. El laberinto emocional del gran sanjuanino incluyó a su maestra de inglés en Estados Unidos, Ida Wickersham, divorciada, treinta años menor que él, aquella que una vez osó escribirle sin rodeos: “¿No puedes dejar la presidencia para venir a pasear conmigo por el lago Michigan?”. Sarmiento ya transitaba lo que serían tres décadas de relación con la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, Aurelia, acaso su gran amor. Ella fue una verdadera primera dama en secreto. Lo acompañó con su amor así como con su eficiencia e inteligencia (parece que Sarmiento sólo podía enamorarse de mujeres inteligentes). Fue Aurelia quien gerenció su campaña presidencial. Sin duda fue una compañera mucho más interesante que Benita, de quien Sarmiento ya se había separado cuando llegó a la presidencia. Curiosamente, los descendientes directos de Domingo Faustino vienen de un amor juvenil con la chilena Jesús del Canto. Con ella tuvo una hija, Faustina, a quien le reconoció el derecho del apellido y le brindó un gran amor, para casarla luego con el imprentero francés Julio Belin, radicado en Chile, de donde nace la familia Belin Sarmiento. Dominguito no era hijo suyo,  muchos sospechan que sí lo era. Dominguito murió joven y sin descendencia. Carmen Nóbrega, mujer de Nicolás Avellaneda, prefirió pasar inadvertida para sus compatriotas. Después de Avellaneda, Roca accedió al poder. En 1872 las dos hijas del hacendado cordobés Tomás Funes, Elisa y Clara, se casaron con Miguel Juárez Celman y Julio Argentino Roca, respectivamente. Ambas mujeres se convertirían en primeras damas, pero ninguna dejó huellas notables, más allá de ser perfectas anfitrionas de sus maridos. Elisa Funes manifestó cierto interés por la Cruz Roja.  El matrimonio Roca-Funes tuvo tres hijas y un varón, el mayor, Julito, que, llegaría a ser vicepresidente de la Nación. Pero la unión no fue brillante. Durante la primera presidencia, Clara Funes supo dirigir la estancia La Paz, heredada de su padre, como residencia presidencial de verano. En Buenos Aires, se mantuvo en un lugar poco visible. Para la segunda presidencia, que comienza en 1898, ya había muerto y Roca se las arregló sin primera dama, ya que su amante, Guillermina Oliveira César —joven esposa de un condescendiente y anciano marido, Eduardo Wilde—, pasó largo tiempo en Europa, donde éste había sido nombrado embajador.  Al renunciar Juárez Celman, después de la revolución de 1890 provocada entre otras cosas por los escándalos financieros durante su gestión, se hizo cargo del ejecutivo su vicepresidente, Carlos Pellegrini, quien estaba casado con Carolina Lagos, muy ligada a las actividades de la Sociedad de Beneficencia. Pellegrini ocupó la presidencia entre 1890 y 1892, para completar el mandato de su antecesor. Ella siguió integrando diversas comisiones de la Sociedad, incluso después de terminado el mandato de su marido, y para el 3 de mayo de 1916, ya viuda, cuando la Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal inauguró el Hospital Vicente López y Planes en el partido de General Rodríguez, ocupaba la vicepresidencia de la institución. Carolina Lagos era hija de Juan Lagos, dueño de la estancia La Bagatela, ubicada en ese partido de la provincia de Buenos Aires.  Entre Pellegrini y la segunda presidencia de Roca se suceden dos breves presidencias. La de Luis Sáenz Peña, que renunció en 1895 para dejar a cargo del ejecutivo a su vice presidente, José Evaristo Uriburu; éste concluyó el mandato en 1898

No hay comentarios:

Publicar un comentario