Rosas

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sábado, 13 de julio de 2019

Primeras Damas Argentinas (Siglo XX)

Por Sierra Julio
Después de la segunda presidencia de Roca asumió el poder el aristocrático Quintana, quien murió siendo presidente y su mandato fue completado por el vice, Figueroa Alcorta. La primera dama de Quintana fue la elegante paraguaya Susana Rodríguez Viana. Juan Argerich, un dandy al que muchos habían comparado con Eduardo VII, dijo de ella que había llegado a ser el prototipo de la elegancia porteña. Pero más allá de su elegancia y belleza no parece haberse dedicado a la actividad pública. Sólo se la recuerda por haber protegido, ya viuda y anciana, al joven pianista Arturo Rubinstein cuando llegó a Buenos Aires en 1917, contratado para el teatro Odeón de la calle Esmeralda, no para el Colón. El pianista, además de joven, ambicioso y con veleidades de dandy,  estaba deseoso de ser admitido en la sociedad porteña. Cosa nada fácil. Pero después de un triunfal debut visitó el diario La Nación, donde se hizo amigo de su director, Luis Mitre, quien finalmente lo introdujo en los salones porteños y fue allí donde conoció a la viuda de Quintana. La mujer de inmediato lo recibió como a un hijo. De ella escribió el pianista años más tarde en sus memorias (My Many Years): “Fue la amiga maternal más devota; su recuerdo perdura siempre en mi corazón”.  La generosa protectora no sólo le abrió de manera incondicional las puertas de su casa sino que personalmente supervisaba la atención que le brindaban al joven Rubinstein en el hotel donde se hospedaba. Hasta de sus intereses se ocupó ella. “Me hizo colocar mis pequeños ahorros en los excelentes bonos del Crédito Argentino, garantizados por el Estado y que me daban el 6 por ciento. ‘Arturito’, me decía, ‘yo lo conozco: usted es un derrochón. Quiero que deje este dinero en reserva’.”
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Entre otros recuerdos escritos sesenta años más tarde, Rubinstein destaca que “el día de nuestra despedida me regaló una perla del más bello oriente, que había pertenecido a su marido. Yo la he llevado en mi corbata todos los días de mi vida hasta el momento en que escribo estas líneas”. Esa perla del presidente Quintana, otro auténtico dandy de la época, es la que el artista luce en muchas de sus fotografías. Se cuenta también que cuando Quintana asistió con Roque Sáenz Peña al Primer Congreso Internacional Panamericano de Washington, en 1889, obsequió otra de sus valiosas perlas al presidente Harrison de Estados Unidos, quien había manifestado su admiración por la joya.  Rubinstein tendría contactos también con otra primera dama, pero muy de otra índole. En una visita posterior, cuenta el ya maduro pianista que tuvo problemas con el matrimonio Perón. El artista se negó a que sus conciertos fueran transmitidos por radio, con lo que se ganó la antipatía de los gobernantes. Cuando las autoridades pusieron inconvenientes en la Aduana para que entrara al país el piano con el que siempre viajaba, él sorteó la situación haciéndose mandar otro Stenway por avión. A pesar de ello, la temporada fue un éxito que él recordó con entusiasmo y con divertidas y poco favorables anécdotas sobre Eva Perón.  En 1910 asumió Roque Sáenz Peña, quien tuvo una historia amorosa y una vida dignas de una novela romántica. Se enamoró de una muchacha que resultó ser una hermanastra, ya que era hija natural de su padre. El episodio destrozó su corazón de 29 años y abandonó el país para unirse a los peruanos en su conflicto bélico con Chile. La Argentina apoyaba a los peruanos, que habían salido en defensa de Bolivia a la que Chile había arrebatado Antofagasta. Después de la caída de El Morro fue herido y hecho prisionero por los chilenos, y lo mantuvieron en prisión por un tiempo. Después de muchos años se casó a edad madura, con Rosa González, hija de quien había sido ministro de Relaciones Exteriores cuando él luchaba en Perú. Tuvieron una hija, Rosita Sáenz Peña, que se casó con Carlos Saavedra Lamas, más tarde también canciller y Premio Nobel de la Paz. Roque Sáenz Peña fue el único presidente argentino que vivió en la Casa Rosada. Allí murió en 1914, mientras ejercía su mandato, que fue terminado por un vicepresidente viudo, Victorino de la Plaza. Y después de él fue elegido, en virtud de la Ley Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen, soltero toda su vida.  Transcurridos todos estos años sin primera dama en la cima del poder, el advenimiento de Marcelo T. de Alvear a la presidencia trajo consigo a la primera cónyuge presidencial del siglo XX que alcanzó notoriedad. El estilo doméstico que había caracterizado a las primeras damas argentinas fue interrumpido por Regina Pacini, una portuguesa hija de un barítono de cierta reputación. De ella se habló mucho más que de cualquier otra primera dama en cien años de historia.  Es que la atractiva mujer ya era una soprano reconocida cuando se vinculó a fines de siglo con Alvear, joven rico y aristocrático. Había cantado en los teatros más importantes del mundo y también en el Solís de Montevideo y en el Ópera y el Politeama de Buenos Aires. Parece que antes de su relación con Alvear, en Rusia un miembro de la familia del zar le ofreció matrimonio, ofrecimiento que, con un buen tino casi premonitorio, ella rehusó. Alvear necesitó varios años de insistente cortejo para conquistarla y casarse con ella. La sociedad porteña despreciaba a Regina, como lo corroboraron los quinientos telegramas que amigos y correligionarios le enviaron a Alvear para expresarle que ella no era la indicada. En esa época, el ingreso de una cantante lírica en la alta sociedad no estaba previsto. Al final, la señora de Alvear, que se convirtió en primera dama en 1922, ignoró el desprecio y se sobrepuso al escándalo inicial. Dejó también, como legado de su paso por el poder, la Casa del Teatro, que fundó en 1927 con parte de su fortuna. Ciertamente sobrevivió a su esposo: tenía 94 años cuando murió, en 1965.  Las mujeres de los presidentes Justo —Ana Bernal— y Ortiz —María Luisa Iribarne— resultaron poco notorias, aunque Iribarne tuvo una tímida participación en la vida pública. Murió mientras su marido era presidente. Ortiz, debido a su enfermedad (la diabetes lo había dejado ciego), tuvo que renunciar en 1942 en favor de su vicepresidente, Ramón Castillo, cuya mujer, Delia Luzuriaga, también eligió pasar inadvertida. Castillo fue derrocado en 1943 por un golpe militar.  Capítulo aparte merecen las primeras damas de Perón. Eva Perón ocupó, sin duda alguna, un espacio mucho más significativo que el de simple y activa primera dama de su marido. Personaje histórico por derecho propio, a su muerte
en 1952, el triste final fue anunciado no como el fallecimiento de la primera dama o de la mujer del presidente, sino como la muerte de “la Jefa Espiritual de la Nación”, impresionante título para una mujer excepcional. Con ella la función de primera dama adquirió una nueva dimensión, que se ha proyectado inevitablemente a todas las cónyuges presidenciales posteriores. Cuando Perón fue derrocado antes de terminar su segundo mandato, ya era viudo. La segunda etapa como presidente la inició acompañado por su tercera mujer. Al igual que Regina Pacini y Eva Perón, Isabel Martínez provenía del mundo del espectáculo. Pero a diferencia de ellas, no ejerció sólo como primera dama, sino que fue elegida vicepresidente de la Nación, para convertirse en presidenta a la muerte de su marido, con las funestas consecuencias que son bien conocidas.  Elena Faggionato, la esposa de Arturo Frondizi, aparte de improvisar un bife de chorizo para el Che Guevara, el día en que el entonces primer ministro cubano visitó casi en secreto la residencia de Olivos, colaboraba con su marido en tareas puramente secretariales, ayudándolo a ordenar sus papeles. En ocasiones también colaboró con él su hija Elena Frondizi. A Silvia Martorell de Illia, “Chunga”, el título de primera dama no le sentaba bien. Le disgustaban los actos y las sesiones fotográficas. Mujer sencilla, de perfil bajo, que creó una comisión nacional de asistencia a la niñez, se enfermó gravemente en 1966 y debió ser llevada a los Estados Unidos para ser operada. Cuando volvió, el 10 de julio, ya no era más la primera dama: su marido acababa de ser derrocado. Murió durante el gobierno del dictador Onganía.  Lo ocurrido desde fines de 1983 hasta hoy es conocido: Lorenza Barreneche, la mujer de Raúl Alfonsín, cultivó durante cinco años y medio un estilo opaco y desapasionado. Tan poco visible resultó su paso por el centro del poder que muchos sospecharon una distancia matrimonial, siempre desmentida. La hiperinflación que marcó la última parte del gobierno radical, primer gobierno democrático posterior a la dictadura militar, y la pérdida de poder de su marido la llevaron a integrar la larga lista de primeras damas con mandato incompleto. Zulema Yoma de Menem fue expulsada de Olivos, constituyéndose en la única primera dama que no completó su período por causa de ruptura doméstica.  Su hija Zulemita fue la encargada de reemplazarla en los viajes internacionales como virtual “primera damita”; little first lady, como la llamaron los diarios ingleses cuando acompañó a su padre en una visita de Estado. Desde el 10 de diciembre de 1999, Inés Pertiné de de la Rúa fue la primera dama. Reconoció tener opinión sobre los asuntos políticos delante de su esposo.  “Yo opino, pero después él hace lo que quiere”, dijo alguna vez. Los hechos demostrarían que no era cierto. De la Rúa llegó al poder como candidato de la Alianza, una unión de partidos que pronto se diluiría dejando al radicalismo como principal protagonista. Pero este segundo gobierno radical después de restaurada la democracia tampoco pudo terminar el mandato. Entre las causas de su abrupto final se cuenta la negativa influencia del entorno familiar sobre las decisiones del vacilante presidente. Un movimiento popular, tal vez alentado desde algunos sectores de la oposición, obligó a De la Rúa a renunciar a fines de diciembre de 2001. Inés Pertiné se convirtió en otra primera dama de breve duración.  En un anárquico fin de año, varios presidentes interinos pasaron por el sillón de Rivadavia: Ramón Puerta, soltero; Rodríguez Saá, casado, pero con una esposa que tuvo que compartir a su marido, gobernador de San Luis, con la “turca” Sesin, compañera de oscuras andanzas eróticas de este fugaz mandatario.  El demagógico personaje renunció al cabo de una semana, y el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Camaño presidió el país durante veinticuatro horas para entregar el gobierno al candidato perdedor en las elecciones presidenciales de 1999, vicepresidente de Menem y luego gobernador de la provincia de Buenos Aires: Eduardo Duhalde. Éste conforma una clara pareja política con su esposa Hilda González, “Chiche”, mujer enérgica, cristiana y dedicada a las obras sociales. Claro que no descuida lo político. Mientras su marido era gobernador armó con inteligencia una sólida red de fidelidades a cargo de mujeres que la idolatran, conocidas como Manzaneras. Una indicación de que no va a ser una primera dama más, no sólo lo muestran sus antecedentes, sino un breve pero significativo hecho protocolar que fue televisado y visto en todo el mundo. Su marido la invitó a subir al estrado para que lo acompañara mientras él recibía los atributos presidenciales (banda y bastón). Ella aceptó y estuvo allí en silencio. Hasta que el escribano general de gobierno la invitó a firmar el acta de asunción del mando como testigo de la solemne ocasión. Ni Encarnación Ezcurra ni Eva Perón se habían atrevido a tanto.  Desde Juana del Pino, mujer de Rivadavia, han pasado por el boudoir de primera dama más  de cincuenta mujeres. Sólo unas pocas llegaron a cumplir con el mandato completo; Carmen Nóbrega de Avellaneda, Delfina Vedia de Mitre; Clara Funes de Roca, en la primera presidencia de su marido; Regina Pacini de Alvear, Ana Bernal de Justo y Eva Perón, en el primer período presidencial de Juan Perón.  Hay una sola primera dama, por breve tiempo, que ostenta el “privilegio” de ser hija de un “brujo” que fue ministro de tres presidentes, Norma López Rega de Lastiri. Su marido (algunos dicen que no estaban casados) asumió la presidencia al renunciar Héctor Cámpora; se hizo cargo del ejecutivo hasta la elección de Perón a su tercer mandato. Ocho primeras damas abandonaron la cima del poder junto con sus maridos al renunciar éstos a su cargo (Rivadavia, Derqui, Juárez Celman, Luis Sáenz Peña, Héctor Cámpora, Raúl Alfonsín, Adolfo Rodríguez Saá, Fernando de la Rúa), y dos lo hicieron al ser derrocados por golpe militar (Arturo Frondizi y Arturo Illia).  Fueron cuatro las señoras que pasaron brevemente por la función de primera dama, ya que sus maridos fueron vicepresidentes que completaron los mandatos de un presidente renunciante: Carlos Pellegrini completó el período de Juárez Celman; José Evaristo Uriburu el de Luis Sáenz Peña; Castillo completó el mandato de Ortiz, que renunció por enfermedad; Lastiri sucedió a Cámpora, que renunció para dar lugar a la tercera presidencia de Juan Perón. Después de la caída de Fernando de la Rúa, Rodríguez Saá fue elegido por la Asamblea Legislativa, pero renunció al cabo de una semana, y Eduardo Duhalde fue designado en su lugar.   Tres primeras damas enviudaron mientras estaban en el poder: Susana Rodríguez Viana de Quintana, Rosa González de Sáenz Peña e Isabel Martínez de Perón, quien asumió como presidenta y luego fue derrocada. Dos murieron:  Luisa Iribarne de Ortiz y Eva Perón. Sólo una, Zulema Yoma, abandonó la posición por divorcio.  Por el sillón de Rivadavia pasaron dos presidentes solteros, Urquiza e Yrigoyen; dos divorciados, Sarmiento y Menem en su segunda presidencia; tres viudos, Roca en la segunda presidencia, Victorino de la Plaza y Juan Domingo Perón en su segunda presidencia. Sólo una mujer ha sido presidente de los argentinos, Isabel Martínez de Perón. aunque luego Cristina Fernández de Kirchner se le incorporo.  Cabe señalar que en la historia argentina, desde 1853 hasta la actualidad se apoderaron del gobierno doce militares: Uriburu, Ramírez, Farrell, Lonardi,  Aramburu, Onganía, Levingston, Lanusse, Videla, Viola, Galtieri, Bignone. Ninguna de sus primeras damas se destacó.  Para completar esta breve estadística recordemos que sólo 12 de los 49 presidentes argentinos (incluidos los presidentes de facto) completaron sus mandatos: Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca en su primera y segunda presidencias, Yrigoyen en su primera presidencia, Alvear, Justo, Perón en su primera presidencia y Menem en sus dos presidencias consecutivas. Sólo tres de las primeras damas argentinas tuvieron una carrera propia independiente antes de ingresar en la vida pública de sus maridos. Regina Pacini tenía más de 30 años cuando se casó con Marcelo T. de Alvear. Hasta ese momento había desarrollado una exitosa carrera como cantante lírica en los más afamados escenarios del mundo. Eva Duarte se casó con Perón a los 26 años. Para dedicarse de lleno a su nuevo papel de primera dama abandonó una carrera de actriz de teatro, cine y radio con un éxito suficiente como para que su nombre comenzara a ser conocido. María Estela Martínez había ambicionado convertirse en bailarina, pero sin éxito. En el momento de conocer al líder exiliado, era apenas un miembro más de un grupo de baile folclórico. Esta actividad no le había dado fama, aunque le permitía ganarse la vida. Podemos agregar como curiosidad la historia de Manuela Gorriti, una argentina cuasi primera dama de Bolivia. Estaba casada con el general Belzú, de quien se separó debido a un confuso episodio que la señalaba como amante del presidente boliviano de ese momento. Años más tarde, cuando ya estaba dedicada de lleno a su carrera literaria, el solitario Belzú le imploró que volviera a él. Ella se negó. El general llegaría a ser más adelante presidente del país en medio de convulsiones políticas y militares. Cuando trataba de derrocar al pintoresco y funesto Melgarejo del sitial presidencial de Bolivia, Belzú fue asesinado y Juana corrió a buscar sus restos para rendirle los honores debidos. Otra argentina en las alturas del poder es Máxima Zorreguieta, princesa de Orange, esposa del heredero del trono holandés. Ella no será primera dama, sino reina. Hasta donde sabemos, ninguna otra argentina ha alcanzado semejante título. No es éste el primer contacto de la Casa de Orange con las damas argentinas. El príncipe Bernardo, consorte de la reina Guillermina y abuelo de Guillermo Alejandro, el actual heredero, parece que se sintió sumamente impresionado por la belleza de Evita Perón, a quien —se dice— le vendió armas que fueron a parar a los depósitos de la CGT.

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