Rosas

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viernes, 24 de enero de 2020

José Figueroa Alcorta o la muerte política de Roca


Por el Prof. JBismarck
Ante la muerte de Sir Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta asumió la efectividad del poder, que desempeñaba provisoriamente desde diciembre por enfermedad del titular.
Figueroa Alcorta, nacido en Córdoba en 1860, había estudiado leyes en su ciudad natal. Al año de recibirse integraba como senador la legislatura de su provincia: eran tiempos de juarismo y el joven político frecuentó “El Panal”, que prestigiaba al unicato y apoyaba la candidatura méritos oficialistas en “El Interior”.   En 1892 será diputado nacional roquista, y tres años más tarde asciende a la gobernación de Córdoba, donde sostiene en 1898 la candidatura presidencial de su jefe Julio A. Roca. Ese año, terminado su período de gobernador, será senador nacional por nueve años.  Fue elegido por Roca para integrar la fórmula presidencial con Manuel Quintana.  El episodio que le tocó vivir en la revolución del 4 de febrero de 1905 (capturado por los Radicales)  lo distanció de Quintana. 
 Figueroa guardó prudente silencio, pero se le atribuyó debilidad de carácter y se movió una campaña para eliminarlo del cargo. El resentimiento de Quintana y el juego político de Ugarte (temeroso que por el estado de salud del Presidente ocupase el puesto un roquista) preanunciaron un juicio político. 
Emilio Mitre empezó el ataque en La Nación, sólo acallado por el estado de sitio. No se llegó a nada porque Pellegrini desde Europa tomó su defensa, y porque Quintana moriría antes de madurar el complot.   Contra lo supuesto por sus detractores, Figueroa reveló condiciones de carácter y energía. Sin capital político propio y sin prestigio personal, supo conducirse como un jefe “único” y mostró rasgos de habilidad y astucia que le permitieron contender victoriosamente contra todos. 
Lo ayudó su valoración realista de los hombres y un conocimiento acertado del medio y la hora. En esto llevaba ventajas a su coterráneo y antiguo jefe Juárez Celman.  No era indudablemente un estadista. Pero consiguió cumplir un agitado período de gobierno sin dejarse manejar por otros. Nombro sus propios ministros, eran amigos de Pellegrini (Federico Pinedo en instrucción pública y Ezequiel Ramos Mexía en agricultura); dos republicanos (el ingeniero Miguel Tedín en Obras Públicas y Norberto Piñero en hacienda), y a Manuel Augusto Montes de Oca en relaciones exteriores. 
A los ministros militares (Luis María Campos en guerra y Onofre Betbeder en marina) que acompañaron a Roca en su segunda presidencia podía tenérselos como puentes abiertos al ausente Zorro.  
Roca había madurado una enemistad tenaz contra Pellegrini, semejante a la que tuvo antes con Dardo Rocha (factor primordial de su candidatura en 1880 como Pellegrini lo había sido en 1898).  Pellegrini y sus hombres fueron los elementos de consulta del Presidente.  Lamentablemente el "Gringo" falleceria en 1905.
El congreso (fuera de algunos ex-pellegrinistas o bernardistas) estaba totalmente contra el presidente. No sólo se negaba a votar el presupuesto, sino que intentó iniciarle juicio político.   Figueroa arremetió contra el congreso. Con la firma de sus ministros lo clausuró por el medio simple de retirar los asuntos sometidos a las sesiones extraordinarias, y puso en vigencia para 1908 por simple decreto, el presupuesto de 1907.  
Sin embargo era constitucionalmente defendible. Si el ejecutivo tenía facultad para convocar a sesiones extraordinarias sometiendo los asuntos a tratarse, estaba dentro de la lógica que podía retirarlos.  Los bomberos ocuparon el congreso impidiendo el acceso a los legisladores, la policía cuidó que no se reuniesen en otro sitio. 
Se planeó una sesión en territorio de la provincia pero Figueroa y Avellaneda circularon a los gobernadores —“como agentes naturales del P.E. nacional”— que impidiesen las reuniones en sus jurisdicciones.   La Nación clamó contra “el atropello constitucional”, así como casi toda la prensa. Hubo juntas revolucionarias en casa de amigos de Ugarte (Roca, más perspicaz, se llamó a silencio). Se habló de movilizar a las fuerzas bonaerenses (policía y guardiacárceles), también de movilizaciones en las provincias.  
Algunos optimistas esperaron un levantamiento popular “en defensa de la constitución”.   Los gobernadores desconcertados quedaron a la expectativa (menos Adaro de San Luis, que, reconocio a Figueroa, lo aplaudió públicamente).  
No pasó nada pese a los inflamados editoriales de El Diario y los artículos condenatorios de La Nación (La Prensa, influida por el ministro Zeballos, se limitó a un solo editorial para salvar los principios). No se produjo la “efervescencia popular” ni se conspiró con posibilidad de cuartel. Por el contrario, el público que acudió el 25 para ver la llegada de los congresales al clausurado congreso, los abucheaba.
El presidente mostró una decisión que asombró a quienes lo tenían —desde el episodio de la revolución radical de 1905— por timorato y vacilante.  Logrando imponer su propio candidato en las elecciones de 1910: el Embajador Argentino en Italia Roque Sáenz Peña

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