Rosas

Rosas

jueves, 9 de enero de 2020

Los últimos días del "General" Sarmiento....


Por el Prof. Jbismarck
Año 1874…Sarmiento entrega la Banda Presidencial a Nicolás Avellaneda.  Sarmiento es ahora un ciudadano como cualquier otro.  Su espíritu se mantiene joven y enérgico. ¿En qué ocupará su actividad tremenda?   Dicen sus biógrafos que está pobre. No tanto. Con su sueldo de coronel, un hombre solo, habituado a una existencia austera, puede vivir. Pero Avellaneda, creyéndole pobre él también, dícele que le pida sigo. Sarmiento le contesta que le conceda un edecán y el poder mandar cartas y telegramas sin pagarlos.  Al Presidente le parece poco, y le ruega solicitarle algo más.  Sarmiento le pide que lo haga general.   Ser general es su sueño. Además, el sueldo de general constituirá para él la holgura.  Avellaneda desea complacerlo porque es su amigo, lo admira y a él le debe la Presidencia, redacta y envía al Senado un mensaje sobrio y serio, sin elogios ni exaltación de las virtudes militares de Sarmiento, solicitando acuerdo para el ascenso a coronel mayor. Y no dice, como debiera, del coronel Sarmiento, sino del “señor” Sarmiento.   
Resultado de imagen para general domingo sarmiento
El 15 de febrero de 1888, nuevo homenaje. Ese día cumple Sarmiento setenta y siete años. Agradece, por rara excepción, con muy breves palabras: “Agradezco a Buenos Aires esta manifestación como el primer eco de la posteridad que me alcanza antes de bajar a la tumba”.  Al poco tiempo y enfermo decide dirigirse a Asunción del Paraguay acompañado por su hija y su nieta María Luisa. 
Presintiendo su muerte, junto a la borda, poco antes de partir, le dice a Augusto Belín (su nieto), mirando a la ciudad: “Será Buenos Aires lo que he dicho tantas veces, la ciudad reina del Sur; pero no estaré yo para ver realizados mis pronósticos. No paso de este año, hijo. Me voy a morir...-   Al llegar a Corrientes, estudiantes, maestros y algunos hombres públicos suben a saludarle. Los recibe sentado, tan enfermo está. Olvidándose de que es sordo, le obligan a aguantar sus discursos. El trata de oírles mediante su trompetilla.  
En Asunción se aloja en un hotel de las afueras, situado a dos kilómetros del centro y en una altura, en el lugar llamado con el extraño nombre de Cancha Sociedad. Pero él no vive precisamente en el hotel, sino en una casita muy próxima: un anexo de cuatro cuartos de madera. El cuerpo principal del edificio es de la época de Carlos Antonio López, y allí vivió durante un tiempo madama Lynch, la esposa del mariscal Francisco Solano.  
A pesar de que le saben enfermo, la noticia de su regreso alborotó a un núcleo de hombres cultos. Uno de ellos es Martín García Mérou, el ministro argentino, que, sin éxito, quiso alojarle en su casa   Su poca actividad externa se limita a su correspondencia.   Van pasando los días del invierno. Es visitado por mucha gente. Hasta resulta un programa dominguero para los paraguayos ir a verle. El tranvía llega hasta la puerta de su morada.  El convida a sus visitantes con sidra de San Juan.   Su ocupación principal es arreglar el pequeño terreno que, le han regalado.   Sarmiento hace cercar el terreno con pilares de palma y enrejado de cañas de tacuara. García Mérou ha referido su cotidiana visita de las tardes, en ese sitio. El y su mujer llevan un lunch. Están siempre Sarmiento y su nieta. 
Dedica las noches a escribir. Muy pocos paseos. El mal tiempo impide realizar una importante excursión que él había preparado con entusiasmo. En agosto espera a Aurelia Vélez, y a su nieto. Julio Belin.   En Septiembre de 1888. Ya está armada la casita y arreglado el terreno. Sólo falta el agua, y a fin de obtenerla se está perforando la tierra. Brota el 4, a treinta varas de profundidad, con gran alegría de Sarmiento, que, para festejar el suceso, enarbola dos banderas, la paraguaya y la argentina. 
La agitación le hace daño, y a la noche siente fatiga y malestar.    El 5, tormenta terrible, que, naturalmente, perjudica al enfermo. Los médicos se manifiestan pesimistas. El 6 sufre un síncope. Su médico, Andreuzzi, pide consulta con el doctor Hassler.  
El corazón funciona mal. No le permiten recibir visitas. A García Mérou, no obstante, le dejan entrar uno de esos días. Lo describe en su sillón, con la cabeza apoyada en el respaldo. La señora de Alcorta le da aire con una pantalla. Su nieta le descose la camiseta, que le molesta   Su nieto Augusto, refiere cómo Sarmiento, expulsa a un sacerdote, llama a su hija y le dice: “Devuélvanlo, Que no haya sacerdote junto a mi lecho”.   Cada día está peor. Varios médicos lo han examinado y ninguno da esperanzas. El 10 por la noche —refiere alguien-- pide papel y ruega a quienes le acompañan que le dibujen un triángulo. Esto no puede ser sino un mensaje a los masones. Equivale a decirles: '‘estoy con ustedes, no claudicaré, seré fiel a nuestras ideas".  Ha pasado casi toda la enfermedad en un sillón, construido o arreglado para él, y en donde puede leer y escribir con comodidad. Ese mismo día 10, alta la noche, ruega que lo transporten al lecho. Duerme un rato. A eso de las dos de la madrugada del 11, un criado, advirtiéndole inquieto, avisa a la familia. Llega su hija. Pide él que pongan la cama con la cabecera junto a la ventana que da al campo. Cierra los párpados. Luego hace una profunda y larga aspiración y se queda pálido e inmóvil. Inmóvil para siempre. Son las dos y quince minutos.    
Estaba con el enfermo el médico de cabecera, liberal y masón.  Sus restos llegan a Bs As y el mismo día es enterrado en el cementerio de la Recoleta;  Juárez Celman, tan maltratado por él, le ha decretado honores de Capitán general, o sea de presidente de la República, pues el Presidente es el único capitán general entre nosotros.  
Cuando el convoy se pone en marcha, desde el muelle hacia la plaza de la Victoria, a la una, hace tres horas que el gentío espera bajo una garúa fina y helada. Poco después, la garúa se convierte en lluvia copiosa.  El coche fúnebre es gigantesco, lo mismo que uno de los carros para las coronas, pagado por el Club Social de Córdoba.  Los faroles de las calles, hasta llegar a la Recoleta, están encendidos y envueltos por crespones negros. 
El presidente de la República, en el carruaje de gala, forma en el cortejo.  Con la muerte comienza para Sarmiento la gloria que tanto ambicionaba. Al principio, con todo, es muy relativa, pues sus libros no son reeditados ni leídos. Pero en los treinta discursos pronunciados en sus exequias se le ha incensado con los más grandes elogios imaginables. Y así, más o menos, hablaron todos los diarios, aun aquellos que más lo habían combatido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario