Rosas

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jueves, 8 de marzo de 2012

El Libertador y el Restaurador...

Por Mario Meneghini



Éste es un tema que pocas veces se trata. San Martín, pese a tantos libros nefastos que se han publicado en los últimos años, conserva una imagen indiscutida para la mayoría de los argentinos. No ocurre lo mismo con Rosas, que presenta una imagen polémica; no puede desconocerse que los primeros historiadores pertenecieron al sector político que se enfrentó con él. Por eso, para tratar de ser objetivos es necesario arriesgarse a una exposición árida, analizando la cuestión en base a hechos y documentos concretos.



Los antecedentes que hoy se conocen, demuestran que hubo una relación de admiración mutua entre estos próceres, de los cuales es posible advertir una suerte de vidas paralelas. San Martín, llevando la libertad a tres pueblos. Rosas, consolidando la obra del Libertador. Resulta explicable que los dos hayan experimentado esa atracción recíproca, que suele existir entre aquellos dirigentes de empresas semejantes.

Hubo actitudes de Rosas hacia el Gral. San Martín y de éste a Rosas. Podemos mencionar dos estancias en la provincia de Buenos Aires, a las que Rosas denomina con el nombre de San Martín, a una, y Chacabuco, a la otra.

En 1841, el Ayudante de Órdenes del almirante Brown, que era Álvaro Alzogaray -quien se destacaría luego en el combate de la Vuelta de Obligado- le trasmite la propuesta de bautizar al bergantín Oscar, recientemente adquirido para la flota, con el nombre de Ilustre Restaurador. Rosas se opone, y ordena que se lo bautice con el nombre de San Martín a este velero que participó en muchos combates y llegó a ser el barco insignia de la flota.

En varios de los mensajes a la Legislatura de Buenos Aires, para informar sobre la marcha del gobierno, que Rosas dirigía anualmente pese a tener Facultades Extraordinarias, menciona elogiosamente a San Martín.

Cuando muere el Libertador, la Gaceta de Buenos Aires, por orden de Rosas, publica durante diez días una biografía muy bien escrita del Padre de la Patria. La firma "un argentino", pero se sabe que el autor era el joven Bernardo de Irigoyen, que trabajaba para el Gobernador.

La misma disposición favorable, encontramos en San Martín respecto a Rosas, siendo de destacar el mayor gesto de aprecio y admiración consistente en legarle su sable, en el párrafo tercero de su testamento ológrafo, firmado el 23-1-1844 y depositado -como era costumbre de la época- en la Legación Argentina en París: "El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla". En aquellos años vivían aún figuras prominentes, con sobrados méritos para hacerse acreedores de esa distinción. Entre los militares, que compartieron acciones bélicas con San Martín, recordemos a Las Heras, Soler, Necochea, Paz, La Madrid, y Guido, su mejor amigo. Entre los colaboradores políticos de su gesta libertadora, vivía Pueyrredón. Entre los marinos vivía el prócer máximo de nuestra Armada, el Almirante Brown. De los personajes civiles, que podrán hacer recibido el legado, podríamos mencionar a Larrea, único sobreviviente de la Primera Junta, y a Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional. Pero San Martín, distinguió a quien se acercaba más a sus propios valores, y el glorioso sable fue para Rosas. Esta decisión ha sido motivo de comentarios y de dudas.

Algunos sostuvieron que hubo un testamento posterior en el cual San Martín corrige las disposiciones del firmado en 1844. Por su parte, el Dr. Villegas Basavilbaso, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, al entregarle el 17-8-1960, al entonces Presidente de la Nación Dr. Frondizi, el testamento original rescatado de Francia, incluye en su discurso una interpretación de la cláusula tercera del testamento. Afirma que San Martín le lega su sable a Rosas, porque era en ese momento el Jefe del Estado, y no por sus merecimientos. Deducción pueril que no resiste el menor análisis.

Otra interpretación, que ha sido compartida por muchos, la hace uno de los biógrafos más conocidos de San Martín, don Ricardo Rojas, que en artículos periodísticos en 1950, expresó que San Martín le hizo el legado a Rosas únicamente por su política exterior. Resultaría, entonces, que Rosas fue un patriota cuando defendió a su país de la agresión externa, pero fue un tirano cuando combatió a los unitarios, que promovieron y cooperaron con esa misma agresión. Resulta, sin embargo, que el mismo prócer, en carta que le escribe a Rosas, el 10 de junio de 1839, le dice: "...porque lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer".



Como se advierte, no es posible separar los dos aspectos de la política, porque son partes de una misma gestión pública. Lo que ocurre, es que se insiste en presentar a San Martín, sin debilidades ni pasiones, como a un Santo de la Espada, al que no se puede involucrar en definiciones políticas. Esto es imposible en los dirigentes que quieren a su patria y, si bien es cierto que el Libertador no quiso participar en las luchas fratricidas, nunca ocultó su opinión y la manifestó con franqueza.

Surge de la lectura de las siete cartas personales que le escribió a Rosas, en doce años de intercambio epistolar recíproco, así como en la correspondencia a Guido y a otras personas, que San Martín nunca permaneció neutral ni indiferente ante las situaciones que vivía el país. San Martín sostuvo que, para cortar de raíz los males argentinos, era necesaria una mano fuerte, para establecer el orden. Y en la última carta a Rosas, del 6-5-1850, tres meses antes de su muerte, le expresa: "...como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecido en nuestra querida Patria; y todos estos progresos efectuados en circunstancias tan difíciles en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa y al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento del pueblo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota que besa su mano." José de San Martín

Se puede advertir que, de los cuatro logros alcanzados por Rosas, según San Martín, los tres primeros: prosperidad - paz interior y orden, son inherentes a la política interna; y el cuarto: honor nacional, sería un logro de la política externa. Además, San Martín hace abstracción de esa dicotomía, aplaudiendo la gestión global del Restaurador, al decir: por todos estos progresos... por tantos bienes realizados... yo felicito a Ud., etc.



Aunque resulte curioso, San Martín y Rosas nunca se conocieron personalmente; y la relación a distancia, se inicia con motivo de la intervención armada que el reino de Francia inicia en el Río de la Plata, en 1838, cuando el Libertador llevaba ya quince años en el exterior.

El conflicto surgió cuando Francia reclamó el beneficio del trato de Nación más favorecida, considerando el gobierno argentino que eso debía ser consecuencia de un tratado bilateral, y no como una concesión gratuita. El cónsul pidió los pasaportes y se trasladó a Montevideo logrando que la flota francesa realizara un bloqueo del puerto de Buenos Aires, medida que representaba iniciar hostilidades en condiciones riesgosas para nuestro país, teniendo en cuenta la disparidad de fuerzas.

Fue en ese momento que San Martín se dirige al gobernador de Buenos Aires, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación, dando comienzo a la relación entre ambos. La carta está fechada en Gran Bourg, el 3-8-1838, y en ella se expresa: "...ignoro los resultados de esta medida; sin son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano...esperar...sus órdenes si me cree de alguna utilidad...inmediatamente de haberlas recibido, me pondré en marcha para servir a mi Patria en la guerra contra Francia en cualquier clase que se me destine."



Desde su retiro, en 1823, fue ésta la primera y única vez que San Martín ofreció regresar al país y tomar las armas. El gesto del Libertador es de mayor valor, si se tiene en cuenta el análisis técnico que había hecho en carta a Guido: "...temo mucho que el gobierno pueda sostener con energía el honor nacional y se vea obligado a suscribir proposiciones vergonzosas". Es decir, que estuvo dispuesto a volver no para sumarse a una victoria segura, sino para defender la bandera aún previendo una derrota.

La habilidad diplomática de Rosas consigue capear el temporal, y se suscribe un tratado que representa un triunfo para la Argentina. Actitud opuesta a la de San Martín muestra Alberdi, quien desde Montevideo fue el mentor ideológico de la intervención extranjera en el Río de la Plata, sosteniendo: "que la razón sea de Francia o de la República Argentina no es del caso averiguar en este instante"... "la conveniencia y el honor de un pueblo están en no ser hollados por un tirano...".

En 1845, Francia inicia una segunda intervención, aliada ahora con Inglaterra. Otra vez se establece el bloqueo, por la flota anglo-francesa, y se toma la isla de Martín García. En esta ocasión, el 11-1-1846, San Martín escribe a Rosas para manifestarle que si no fuera por insuperables motivos de salud: "...me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios que aunque conozco serían inútiles demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de Inglaterra y Francia contra nuestro país, éste tiene aún un viejo defensor de su honra e independencia".

Pese a no poder trasladarse físicamente, San Martín colabora redactando un informe profesional sobre la intervención, advirtiendo que no dudaba que las potencias podrían apoderarse de Buenos Aires, pero que no podrían sostenerse mucho tiempo y esto hace técnicamente inviable la operación. El informe fue publicado en un diario londinense que destaca que el autor es el militar que logró la liberación de Buenos Aires, Chile y Perú, del yugo español.

En 1849 insiste en carta a un ministro francés que los gastos y dificultades serán inmensos, debido a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a la distancia desde Francia, y que es deber de estadistas pesar las ventajas que deben compensar los sacrificios. Esta carta contribuyó al nuevo triunfo diplomático de Rosas, pues fue leída en el Parlamento y tenida en cuenta para decidir el cese de hostilidades.

El mismo Alberdi, en su estudio titulado "La República Argentina, treinta y siete años después de la Revolución de Mayo", rectifica su opinión, criticando la colaboración de los unitarios con el extranjero invasor, y aunque sigue viendo en la mano de Rosas la vara de la dictadura, dice que ve también en su cabeza la escarapela de Belgrano.



Quiero terminar esta reflexión, recordando un editorial del diario El Tiempo de Buenos Aires, de 1897, escrito con motivo de la repatriación del sable del Libertador, por Leopoldo Lugones, en el que afirma que Rosas: "...hizo pelear a su pueblo y batiéndose -ambidiextro formidable- con un brazo contra la traición que ponía en venta la propia tierra por envidia de él, y con el otro contra la invasión que venía a saquear en tierra extraña..." "Y por segunda vez se salvó la independencia de la América...", "San Martín sintió que sus canas eran todavía pelos viriles, comprendió toda la grandeza del esfuerzo del Dictador, y dijo que en mejor mano no podía caer la prenda heroica. Redactó su testamento partiendo la herencia en dos: dejó su corazón a Buenos Aires, y su sable a Don Juan Manuel de Rosas".

3 comentarios:

  1. Muy interesante articulo.

    Lo poco conocido, son los gestos que tuvo Don Juan Manuel con Don Jose, en vida, poniendole su nombre a una de sus estancias y a un barco de guerra. Ademas el homenaje de recordar su vida en la Gaceta, por medio de otro grande, Don Bernardo.

    Seria tambien interesante saber si Rosas llego a conocer a Belgrano y si tuvo algun gesto en su memoria. Aunque seguramente lo habria hecho en conversaciones con su hijo adoptivo Pedro Rosas y Belgrano.

    Los historiadores liberales han tratado de aislar a Rosas y ocultar su respeto y hasta amistad con hombres como Tomas Guido (intimo amigo del Libertador), Soler, Manuel Moreno, Alvear y otros.

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  2. A un año, reiteramos este comentario!! no hay ningun historiador que haya investigado la opinion de don Juan Manuel acerca de don Manuel? Seguramente algo habra hablado con su hijo?

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  3. Rodolfo Garavagno17 agosto, 2019 18:18

    Don Juan Manuel de Rosas, era un enorme obstáculo para los proyectos colonizadores de Inglaterra y Francia. Por tal motivo, los infieles argentinos que mantuvieron desde siempre relaciones políticas y comerciales con estas naciones, conspiraron continuamente contra Rosas sin importarles la soberanía territorial de la Nación. Pero mas allá de este interés egoísta, entreguista y traidor, esta oligarquía, siempre apátrida, veían en Rosas a una oveja negra de su clase. Es que Rosas tenía origen oligárquico y cuando se fue compenetrando en los asuntos del agro y la ganadería en las estancias de sus padres y parientes, mostró una manera de actuar generosa, de profunda misericordia, tanto con los criollos como con los indios. Esta actitud atípica para un estanciero tradicional, desconcertó primeramente a sus padres, quienes tenían otro modelo de manejo de negocios, y el comportamiento solidario y amistoso del joven Juan Manuel, remaba contra corriente. De allí el enfrentamiento de criterios con sus propios progenitores y su temprana independencia familiar. He aquí el germen del desentendimiento entre Rosas y la oligarquía, puesto que el pensamiento de sus padres era el mismo que los del estanciero tipo. ¿Pero porque lo seguían respaldando entonces? Porque era Juan Manuel el único hombre que sabía relacionarse amistosamente con los indios y frenar los peligrosos malones. Nunca hay que olvidar que hubo momentos en que la mismísima ciudad de Buenos Aires entró en pánico y temía un mortífero malón, siendo Juan Manuel el único capacitado para resguardarlos de ese peligro. O sea que, por un lado, no compartían las ideas y acciones inclusivas de Rosas para con los indios, y sumado a esto, el bienestar que le daba a la peonada, y por el otro, el gran jinete, cantor, guitarrero y dialoguista de dialectos indígenas era la única persona capaz de permitir que los negocios rurales continuaran su curso regularmente. Parelelamente, y ubicándonos en el interior del ser humano, podemos deducir con claridad en que los hijos de los estancieros contemporáneos de Rosas, quienes se graduaban en colegios secundarios y muchos de ellos viajaban a Europa a estudiar leyes y algunos historia y literatura, no podían contener sus envidias interiores al notar que alguien que sin ocuparse de culturizarse en los aulas y en los claustros, demostrara un dominio superlativo del comportamiento de masas y etnias como Rosas. Ahí los desbordaba ese impulso que para la mayoría de los hombres resulta ingobernable: LA ENVIDIA. Y de la envidia al odio hay un solo paso. RODOLFO GARAVAGNO

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