Rosas

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lunes, 5 de mayo de 2014

INGLESES ACRIOLLADOS Y MÁS CATÓLICOS QUE EL PAPA



Por: Roberto Antonio Lizarazu

Sabemos que con motivo de las Invasiones Inglesas en 1806 y 1807, numerosos súbditos ingleses, por diversos motivos,  terminaron radicándose en Buenos Aires y formaron familias en estas pampas, que perduran hasta nuestros días. Pero es un error suponer que fue la única circunstancia en que ocurre la migración inglesa a estos sitios, llenos de oportunidades beneficiosas para sus habitantes.  Por otras causas sucede lo mismo en otras ocasiones;  y  en este breve apunte comentaremos al respecto.

Debido a las numerosas deserciones que se producían en la flota inglesa de la Compañía Real del Asiento de Negros, que se ocupaba del infamante tráfico de esclavos negros, en todo el mundo y en nuestra gobernación,  las autoridades inglesas reclamaron a las españolas por sus súbditos que se distraían en regresar a los beneficios de la civilización y se mimetizaban en estas bárbaras y alejadas provincias del fin del mundo.

El 28 de septiembre de 1733, el rey de España Felipe V (el Animoso) expide una Real Orden dirigida al gobernador de Buenos Aires, en ese momento don Bruno Mauricio de Zabala (1717-1734)  por la cual  le indicaba lo siguiente:

Habiendo representado la Compañía Real del Asiento de Negros el perjuicio que ocasiona a sus intereses la quedada en ese puerto y Ciudad de Buenos Aires de varios individuos que en distintos tiempos han destinado para aquella factoría y de los que han desertado del equipaje de los bajeles en que se han introducido los negros, dando para su remedio minuta de sus nombres: Y teniendo S.M. presente los perjudiciales efectos de esta novedad, ha resuelto que V.S. solicite el paradero de los sesenta y cuatro individuos ingleses que comprende la memoria adjunta y de las providencias que fuesen necesarias para que, a excepción de los que se les permite por el artículo 11º para el manejo de los intereses de esa factoría, se restituyan a Inglaterra, en los bajeles de Asiento. Y en el caso de que algunos resistan su embarque por esta vía con motivo de haber abjurado su religión y abrazado la nuestra, se dispondrá su embarque de estos para Cádiz en los navíos del registro de D. Francisco de Alzaybar. (1)

Con su bonhomía que lo caracterizaba, nos explica el doctor Vicente D. Sierra como puede ser posible  que a los ingleses se les perdieran sesenta y cuatro de sus súbditos y no los puedan encontrar. En su obra Historia de la Argentina. Fin de Régimen de Gobernadores y Creación del Virreinato del Río de la Plata (1700-1800). Tomo lll, página 114, argumenta lo siguiente: Es un hecho cierto que algunos de los desertores habían abjurado de su religión para entrar en la Iglesia Católica. Es posible que la horrible visión de los barcos negreros les abriera la conciencia a la luz de la verdad. Entre los conversos de Buenos Aires, entre 1713 y 1741, se identifica a Juan Stephens, los hermanos Ricardo Dios y Juan Mecheron, ambos londinenses, a quienes recibió en el seno de la Iglesia fray Gabriel Arregui (entre 1713 y 1720) a  José Thompson, José Baset, Andrés Levenian, Juan Bornen, Felipe Pruden y Ricardo Bullen, a quienes bautizó, entre 1720 y 1727, el jesuíta P. José Guinet. Con posterioridad a 1727 fueron bautizados Roberto Young, Juan Elliot y José Nicholson.

El famoso jesuíta P. Tomás Falkner  (2) gran explorador de la Patagonia arribó a Buenos Aires como médico de un navío del asiento (barco negrero).  Era miembro de la Real Sociedad de Medicina de Londres, y con su conversión y entrada en la Compañía de Jesús, la Iglesia Católica ganó a un hombre que llegó a ser una de sus grandes personalidades. También ingresó a la Orden ignaciana el escocés Juan Elliot, convertido del calvinismo,  quien, como Falkner, era médico y cirujano del asiento.

Como era de esperarse, las autoridades de Buenos Aires, defendieron la presencia de estos desertores en su medio, dadas las notorias capacidades que mostraban los mismos, muchos de los cuales ya se encontraban en familia y con hijos.

Para 1738 Miguel de Salcedo ya había reemplazado como gobernador a Bruno Mauricio de Zabala, y fue quien se encargó de terminar de cumplimentar la Real Orden de 1733. Salcedo le pasó al Cabildo la responsabilidad de establecer quienes serían los vecinos que serían devueltos. Pero también el Cabildo  fue quien recibió varios requerimientos de calificados vecinos que solicitaban lo contrario. Todas las familias, las órdenes religiosas y la sociedad misma que se veía afectada con la medida, requerían el definitivo afincamiento de los antiguos desertores.


Los cabildantes con más sentido práctico -como ocurrió sistemáticamente- que las autoridades de la metrópolis, dispuso que la expulsión de estos extranjeros desertores,  no incluyera: a los que servían oficios mecánicos útiles a la ciudad, porque la principal prohibición comprendía a los tratantes y mercaderes. 

De hecho se excluyeron: A los casados con y sin hijos, a los que ejercían oficios mecánicos, herreros, carpinteros, sastres, zapateros, calafates, albañiles, barberos, sangradores, a los bautizados en nuestra Fe Católica; y especialmente a los médicos y cirujanos,  los que tan esenciales son a esta ciudad.
Indudablemente esta última referencia justificaba amparar a  Falkner y a Elliot, quienes por supuesto no fueron deportados, a pesar que para esa época la Orden se encontraba expulsada de los dominios de los Borbones, pero ya habían tratativas y negociaciones con la Santa Sede que a los pocos años se normalizaría.

Afirman los cronistas que estudiaron este tema, que de los sesenta y cuatro extraviados por los ingleses, solamente se devolvieron seis. De ninguno de ellos el Cabildo registró sus nombres, pero si los motivos: Dos pendencieros recalcitrantes con varias detenciones en nuestros calabozos, dos ebrios y dos cuatreros que se encontraban presos. Como vemos ninguno de ellos servía ni para marido.



Observaciones


(1) Francisco de Alzaybar (algunos autores lo denominan  Alzaibar). Rico empresario naviero y armador vasco. Se puede consultar una interesante biografía de Juan Carlos Alzaybar, descendiente de don Francisco, titulada Don Francisco de Alzaybar en la Población y Fundación de la Ciudad de San Felipe Real de Montevideo, impresa por El Siglo Ilustrado, 1926.

Los que estudiamos o leemos historia, tenemos la peregrina idea de que los sucesos históricos ocurren por generación espontánea, realizada por  alguna persona o grupo mítico  llenos de cualidades heroicas, ideas revolucionarias y/o virtudes guerreras, sin considerar, que siempre detrás del hecho está la financiación del mismo. Siempre hay alguien que previamente puso el dinero para hacer algo y que es tan importante como el primero.  Francisco de Alzaybar fue uno de ellos.

Un ejemplo documentado al respecto. Se lee en la infaltable Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, por Pedro De Ángelis, en su Tomo VI, Editorial Plus Ultra, Fundación de Montevideo, con prólogo del doctor Andrés M. Carretero, que: El 3 de julio de 1725, se firma la Cédula Real por la que se otorga a don Francisco de Alzaybar, para que poblara Montevideo, llamada San Felipe de Montevideo por Zabala, con familias de las Islas Canarias y a su costa.  Siempre alguien pone el dinero, y por supuesto luego pretenderá su interés.


Bibliografía General

Historia de la Ciudad de Buenos Aires. Enrique de Gandia y Rómulo Zabala. Ediciones Imprenta Mercatali,  Buenos Aires, 1936.

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