Por Ignacio B. Anzoátegui
No interesa que Colón fuera italiano o español o que el descubridor se
llamara Colón o se llamara Pinzón, porque, de todas maneras, el
descubrimiento de América fué hecho por España. Y para España. No se
debió, por cierto, al cacareado genio del navegante supuestamente
genovés ("para la esecución de la impresa de las Indias —declara él
mismo— no me aprovechó razón ni matemáticas ni mapamundos"), sino a la
generosidad española, que obligó a Dios a concederle —por aquello de
"nobleza obliga"— la gloria y la responsabilidad del Descubrimiento.
Dios tiene una lógica propia que a veces escandaliza a los propietarios
de la lógica. Pero no puede negarse que la lógica de Dios es
terriblemente lógica. El puede suscitar en el más alto o en el más
insignificante de los seres —un español o un genovés judío— la más
gloriosa de las empresas para hacerlo servil' como instrumento de sus
designios; pero en la economía de cada uno de esos designios está
lógicamente implícita la necesidad de que aquel instrumento sirva a un
fin divinamente trascendental. Porque es indudable que para Dios —aunque
se espanten los liberales de todos los credos— el fin justifica los
medios: desde el rayo de luz que derriba a Saulo en el camino de Damasco
hasta la oscura sed que mueve a tal o cual conquistador a la conquista
áurea. A tal o cual conquistador, he dicho, porque la conquista de
América no fué una empresa comercial, aunque en ella hayan intervenido
determinados comerciantes indiscutiblemente heroicos, utilizados por
Dios para que también ellos sirvieran a la caballeresca aventura. La
Conquista debía ser hecha por héroes que abrieran el camino a los
santos, aunque tal o cual héroe pensara más en su provecho terrenal que
en el provecho celestial. Siempre el medio se cree fin; siempre nos
preocupa más nuestro objetivo inmediato que nuestro fin último. Lanzado a
la suerte del mar, desembarcado en la suerte de la tierna, el
aventurero debía sostener la primera lucha de su campaña, que era la de
su yo contra su yo: la del yo que le impulsaba a vencerse contra el yo
que le impulsaba a vencer; la del yo que soñaba con el cielo contra el
yo que soñaba con El Dorado; la del yo que aspiraba a la eterna juventud
de la Gracia contra el yo que aspiraba a la fuente de Juvencia. Y
siempre, irremediablemente, en el campo de lo perecedero como en el de
lo imperecedero, solicitado y levantado por el mismo viento de
sacrificio y de entrega de la propia personalidad; siempre el mismo
paisaje de heroísmo que alienta todas nuestras virtudes y todas nuestras
iniquidades. Es difícil ser grande; pero mucho más difícil es dejar de
serlo. Por eso el conquistador es grande aun cuando es inicuo; pero
también le resulta fácil ser inicuo.
Ello no significa que el conquistador fuera necesariamente inicuo.
Significa simplemente que el pequeño panfletista llamado Bartolomé de
las Casas no comprendió la grandeza; que si tuvo vocación de
proselitista no la tuvo de misionero: porque para ser misionero se
requiere poseer ese agudo sentido político y religioso que obliga al
hombre a conocer no sólo la materia sobre la cual ha de recaer su
apostolado, sino también conocer los instrumentos con los cuales ha de
llevarlo a cabo. Las Casas comprendía a los indios, pero no conocía a
los conquistadores. Sabía que el indio era un ser física, moral e
intelectual- mente inferior al europeo y que por eso mismo era acreedor a
un trato compasivo. Pero no comprendía que el europeo era también
acreedor a un trato humanitario. Y Bartolomé de las Casas, todo
compasión frente al indio, fué todo inhumanidad frente al conquistador.
Todo inhumanidad frente a la religión que él había prometido
solemnemente servir, y que en aquel momento jugaba en América una de las
más audaces ofensivas de su historia y en Europa se defendía de una de
las más prestigiosas contraofensivas, como era la de la Reforma
Protestante.
Las Casas, demagogo de los Derechos del Indio, olvida los Derechos del
Hombre al perdón. Y por defender los primeros atenta contra los
segundos. Es el Calvino hispanoamericano, que de puro protestador parece
protestante. Y por protestador sirve al Protestantismo.
Se había alzado con el cargo de Apóstol de los Indios sin reparar en las
consecuencias devsu postura. La vara de la virtud florecía en sus
manos, pero era una vara de tendero de la Justicia, hecha para "dar a
cada uno lo suyo" siempre que fuera a uno de los suyos. Porque conviene
recordar que el Apóstol energuménico era la negación de lo ecuménico, y
que para salvar de la supuesta esclavitud a los indios americanos
propiciaba la importación a América de esclavos africanos. El libertador
se transformaba en negrero; el fraile evangélico en un vulgar maniático
del indigenismo.
Mientras, España sufría la consecuencia de su propia grandeza. Recobrada
apenas de la tiranía de Mahoma, se lanzó a la lucha contra la tiranía
de Lutero que amenazaba a la cristiandad. Y, acechada de turcos y
protestantes, se atrevió todavía a intentar la conquista de un
continente ignorado: de un continente monstruosamente pesado de
sacrificios humanos al que ella iba a servir, en limpio sacrificio,
portadora del Evangelio que culminó con el Sacrificio por excelencia.
Contra esa España escribió y mintió uno de sus hijos, que además era
sacerdote del Crucificado: Fray Bartolomé de las Casas, obispo de los
indígenas, reportero honorario de los liberales de entonces y patrono de
los enemigos de la España misionera. Consciente o ignorante de su
responsabilidad histórica —yo no lo sé; Dios lo sabe—, la Casas sirvió
con su panfleto a la leyenda negra antiespañola, cuidadosamente
organizada por los enemigos protestantes para anular en Europa —y
especialmente en Flandes, nudo de la neuralgia religiosa—, la acción de
la España anti-protestante.
Indiscutiblemente, es triste ser traidor; pero ha de ser aun mucho más triste ser traidor sin serlo.
Desde el limbo de los payasos, el obispo de Chiapas añorará sin duda la
oportunidad que tuvo de no ser un payaso. Y la añorará sobre todo
sufriendo la compañía de tantos payasones sonoros como en América han
nacido de él y han medrado con sus enseñanzas.
Solo España pudo producir a un Fray Bartolome, preocupado por todo lo que pudiera perjudicar al indio, aunque termino siendo util a los enemigos de su Patria.
ResponderEliminarPor supuesto que los ingleses, franceses, holandeses y aun portugueses no tuvieron ningun defensor de los indios, para ellos no eran mas que animales brutos que habia que explotar o exterminar, sobre todo los ingleses, los hijos de mala madre mas grandes de la historia de la humanidad.