Rosas

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lunes, 5 de mayo de 2014

Fray Bartolomé De las Casas

Por Ignacio B. Anzoátegui


No interesa que Colón fuera italiano o español o que el descubridor se llamara Colón o se llamara Pinzón, porque, de todas maneras, el descubrimiento de América fué hecho por España. Y para España. No se debió, por cierto, al cacareado genio del navegante supuestamente genovés ("para la esecución de la impresa de las Indias —declara él mismo— no me aprovechó razón ni matemáticas ni mapamundos"), sino a la generosidad española, que obligó a Dios a concederle —por aquello de "nobleza obliga"— la gloria y la responsabilidad del Descubrimiento. Dios tiene una lógica propia que a veces escandaliza a los propietarios de la lógica. Pero no puede negarse que la lógica de Dios es terriblemente lógica. El puede suscitar en el más alto o en el más insignificante de los seres —un español o un genovés judío— la más gloriosa de las empresas para hacerlo servil' como instrumento de sus designios; pero en la economía de cada uno de esos designios está lógicamente implícita la necesidad de que aquel instrumento sirva a un fin divinamente trascendental. Porque es indudable que para Dios —aunque se espanten los liberales de todos los credos— el fin justifica los medios: desde el rayo de luz que derriba a Saulo en el camino de Damasco hasta la oscura sed que mueve a tal o cual conquistador a la conquista áurea. A tal o cual conquistador, he dicho, porque la conquista de América no fué una empresa comercial, aunque en ella hayan intervenido determinados comerciantes indiscutiblemente heroicos, utilizados por Dios para que también ellos sirvieran a la caballeresca aventura. La Conquista debía ser hecha por héroes que abrieran el camino a los santos, aunque tal o cual héroe pensara más en su provecho terrenal que en el provecho celestial. Siempre el medio se cree fin; siempre nos preocupa más nuestro objetivo inmediato que nuestro fin último. Lanzado a la suerte del mar, desembarcado en la suerte de la tierna, el aventurero debía sostener la primera lucha de su campaña, que era la de su yo contra su yo: la del yo que le impulsaba a vencerse contra el yo que le impulsaba a vencer; la del yo que soñaba con el cielo contra el yo que soñaba con El Dorado; la del yo que aspiraba a la eterna juventud de la Gracia contra el yo que aspiraba a la fuente de Juvencia. Y siempre, irremediablemente, en el campo de lo perecedero como en el de lo imperecedero, solicitado y levantado por el mismo viento de sacrificio y de entrega de la propia personalidad; siempre el mismo paisaje de heroísmo que alienta todas nuestras virtudes y todas nuestras iniquidades. Es difícil ser grande; pero mucho más difícil es dejar de serlo. Por eso el conquistador es grande aun cuando es inicuo; pero también le resulta fácil ser inicuo.

Ello no significa que el conquistador fuera necesariamente inicuo. Significa simplemente que el pequeño panfletista llamado Bartolomé de las Casas no comprendió la grandeza; que si tuvo vocación de proselitista no la tuvo de misionero: porque para ser misionero se requiere poseer ese agudo sentido político y religioso que obliga al hombre a conocer no sólo la materia sobre la cual ha de recaer su apostolado, sino también conocer los instrumentos con los cuales ha de llevarlo a cabo. Las Casas comprendía a los indios, pero no conocía a los conquistadores. Sabía que el indio era un ser física, moral e intelectual- mente inferior al europeo y que por eso mismo era acreedor a un trato compasivo. Pero no comprendía que el europeo era también acreedor a un trato humanitario. Y Bartolomé de las Casas, todo compasión frente al indio, fué todo inhumanidad frente al conquistador. Todo inhumanidad frente a la religión que él había prometido solemnemente servir, y que en aquel momento jugaba en América una de las más audaces ofensivas de su historia y en Europa se defendía de una de las más prestigiosas contraofensivas, como era la de la Reforma Protestante.
Las Casas, demagogo de los Derechos del Indio, olvida los Derechos del Hombre al perdón. Y por defender los primeros atenta contra los segundos. Es el Calvino hispanoamericano, que de puro protestador parece protestante. Y por protestador sirve al Protestantismo.
Se había alzado con el cargo de Apóstol de los Indios sin reparar en las consecuencias devsu postura. La vara de la virtud florecía en sus manos, pero era una vara de tendero de la Justicia, hecha para "dar a cada uno lo suyo" siempre que fuera a uno de los suyos. Porque conviene recordar que el Apóstol energuménico era la negación de lo ecuménico, y que para salvar de la supuesta esclavitud a los indios americanos propiciaba la importación a América de esclavos africanos. El libertador se transformaba en negrero; el fraile evangélico en un vulgar maniático del indigenismo.

Mientras, España sufría la consecuencia de su propia grandeza. Recobrada apenas de la tiranía de Mahoma, se lanzó a la lucha contra la tiranía de Lutero que amenazaba a la cristiandad. Y, acechada de turcos y protestantes, se atrevió todavía a intentar la conquista de un continente ignorado: de un continente monstruosamente pesado de sacrificios humanos al que ella iba a servir, en limpio sacrificio, portadora del Evangelio que culminó con el Sacrificio por excelencia.
Contra esa España escribió y mintió uno de sus hijos, que además era sacerdote del Crucificado: Fray Bartolomé de las Casas, obispo de los indígenas, reportero honorario de los liberales de entonces y patrono de los enemigos de la España misionera. Consciente o ignorante de su responsabilidad histórica —yo no lo sé; Dios lo sabe—, la Casas sirvió con su panfleto a la leyenda negra antiespañola, cuidadosamente organizada por los enemigos protestantes para anular en Europa —y especialmente en Flandes, nudo de la neuralgia religiosa—, la acción de la España anti-protestante.
Indiscutiblemente, es triste ser traidor; pero ha de ser aun mucho más triste ser traidor sin serlo.

Desde el limbo de los payasos, el obispo de Chiapas añorará sin duda la oportunidad que tuvo de no ser un payaso. Y la añorará sobre todo sufriendo la compañía de tantos payasones sonoros como en América han nacido de él y han medrado con sus enseñanzas.

1 comentario:

  1. Solo España pudo producir a un Fray Bartolome, preocupado por todo lo que pudiera perjudicar al indio, aunque termino siendo util a los enemigos de su Patria.
    Por supuesto que los ingleses, franceses, holandeses y aun portugueses no tuvieron ningun defensor de los indios, para ellos no eran mas que animales brutos que habia que explotar o exterminar, sobre todo los ingleses, los hijos de mala madre mas grandes de la historia de la humanidad.

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