Rosas

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jueves, 1 de diciembre de 2016

Alejandro "El Indio" Heredia (1788-1838) Brigadier General y Doctor.


Por el prof. Jbismarck


No era malo el indio Heredia 
Que sabía perdonar: 
Que lo diga si no Alberdi,
Que lo diga Marcos Paz 
Y hasta el mismo Avellaneda 
Lo podría atestiguar
Doctorcitos unitarios
Lo mandaron a matar, 
Mal hicieron los doctores
Y caro lo pagarán.
Era el 12 de noviembre del año 1838, cuando fue asesinado Alejandro Heredia, héroe de la Independencia y Gobernador de Tucumán.   Había nacido en 1788 en San miguel de Tucumán; Doctor en Teología y Leyes, General de la Independencia, diputado y gobernador de la provincia de Tucumán; protector por las provincias de Salta, Catamarca y Jujuy; fundador de pueblos y escuelas; autor de reglamentos y leyes a la vanguardia de la justicia de la época; fue sin duda Alejandro Heredia uno de los hombres más pre claros que diera la Patria en esos tiempos difíciles.  Al no contar por entonces Tucumán con un centro de estudios avanzados, sus padres lo enviaron a Córdoba donde primero ingresa al colegio Nuestra Señora de Loreto, revelando un talento sin igual entre sus pares.   Al poco tiempo se presenta en concurso abierto en la Universidad de Córdoba y obtiene la cátedra de Latín, corre el año 1806. El 14 de Julio de 1808 se gradúa de Doctor en Derecho y Teología.  Luego de 1810, Heredia, será soldado de la patria.  Hay dudas acerca de en cual batalla fue su bautismo de guerra, si Suipacha o Huaqui, es el mismo Balcarce quien el 12 de Marzo de 1811 lo designa como teniente del Cuerpo de Dragones Ligeros, también llamado Dragones de línea.  Integró el ejercito de Belgrano y luego será uno de los jefes en la que se conoce como la “Sublevación de Arequito”, comandada principalmente por el General Bustos y Paz, quienes se niegan a sofocar el avance de los federales del litoral.  Bustos le da una parte de la tropa y Heredia se dirige al Norte, justamente a Salta, con el claro objetivo de apoyar a Güemes en su desigual lucha contra los realistas. Al llegar el año 1824, y luego de contraer matrimonio con doña María Josefa Cornejos Medeiros en su provincia natal; participa como diputado del Congreso Constituyente.  Al producirse el Golpe de estado y asesinato del Encargado de las Relaciones Exteriores Manuel Dorrego, Heredia se incorpora a las tropas federales.  Luego de la batalla de La Ciudadela, en que Quiroga derrota a Lamadrid y a lo que quedaba del ejército Unitario, Heredia es nombrado “libre y espontáneamente”, gobernador propietario de Tucumán.  Toda su administración se caarcterizará por llamadas a la Conciliación y medidas progresistas. En 1834 hay un complot unitario contra su vida que fracasa y en lugar de una dura represión Heredia los indulta….otorgándole  a dos jóvenes adversarios políticos la autorización para ejercer su profesión en la Provincia, estos jóvenes eran los abogados don Marcos Avellaneda y don Juan Bautista Alberdi.                                 Resultado de imagen para alejandroheredia Fascio, teniente gobernador de Jujuy, deseoso de separarse de Salta, la invade el 13 de Diciembre y derrota completamente a Latorre en el Campo de Castañares, haciéndolo prisionero.  En el acto Fascio le comunica a Heredia, quién tenía apostado su ejército de 4000 hombres en la frontera con Salta, el resultado de la contienda y la detención de Latorre.  Acto seguido, Heredia le ordena la entrega de Latorre y le rememora los méritos de este en la guerra de la Independencia y los múltiples servicios prestados a la causa federal, solicitándole el respeto por sus bienes, su familia y su persona. Es en vano Latorre será asesinado en la cárcel. A principios de 1836 se produjo la última invasión de Javier López y su sobrino Ángel, acompañados por Segundo Roca Heredia los venció en Monte Grande, cerca de Famaillá y los tomó prisioneros; al día siguiente escribía a su ministro  "acabo de fusilar al general López y a su sobrino don Ángel, porque no he encontrado un punto seguro en la tierra para que en lo sucesivo no continúen haciendo males."   Fue la única vez que usó sus facultades extraordinarias para ejecutar a alguien. El coronel Roca fue indultado a pedido de la hija de su ministro, que se casaría con él y serían los padres del futuro presidente Julio Argentino Roca.  A mediados de 1836, las cinco provincias del noroeste (excepto Santiago del Estero) lo nombraron su protector.  En realidad era una especie de dictador sin título alguno para esa región.  En Setiembre de 1836 soldados bolivianos incursionan reiteradamente en suelo argentino.  Ante esta situación límite Alejandro Heredia ordena reforzar las posiciones de La Quiaca y otras zonas fronterizas en previsión de nuevos ataques. Informa a los otros gobernadores y comienza a prepararse para la guerra.  El 13 de Febrero de 1837 la Confederación declara oficialmente la guerra, dejando claro que esta no era “contra el pueblo boliviano”, sino contra el tirano Santa Cruz.   En carta enviada por Rosas, el 8 de Mayo de 1837, en su carácter de Encargado de las Relaciones Exteriores, nombra jefe de operaciones al Exmo. Señor Brigadier General Don Alejandro Heredia, gobernador de la provincia de Tucumán y protector de las provincias de Salta, Jujuy y Catamarca y lo declara JEFE DEL EJÉRCITO CONFEDERADO DE OPERACIONES CONTRA EL TIRANO SANTA CRUZ.   El peso humano y económico de la contienda recae fundamentalmente sobre las provincias del Norte.  Heredia organiza hasta los más mínimos detalles y vence al general Braun en Santa Bárbara y Rincón de la Casilla.  Decide pasar unos días junto a su hijo en su estancia de La Arcadia, al sur de la provincia de Tucumán.  Corría el 12 de Noviembre de 1838, hacía solo cinco días que Alejandro Heredia había sido reelecto por tercera vez gobernador de Tucumán y en ese acto uno de los más elogiosos discursos, fue precisamente pronunciado por Marcos Avellaneda, el instigador de su muerte.   Mientras Heredia se dirigía en coche a su casa de campo, fue asaltado en Los Lules por una partida al mando del comandante Gabino Robles,  y Heredia, que en cierta ocasión había insultado de hecho a Robles, comprendió sus intenciones, y se dice que ofreció cuanto pidiese, contestándole Robles que sólo quería su vida y descerrajándole tres tiros.  ¿Se trataba, como se ha dicho, de una simple venganza personal, o fue un crimen político? La “vox populi” sindicó como instigador del hecho al doctor Marco Avellaneda, y esta creencia se perpetuó  en romances populares que Juan Alfonso Carrizo ha recopilado en su Cancionero de Tucumán.  El acta del consejo de guerra que se le formó a Avellaneda en 1841, cuando cayó prisionero de Oribe y fue condenado a muerte. Los dos incisos referentes a su participación en el hecho dicen así:
Preguntado: Con qué objeto le prestó su caballo rosillo al teniente Casas, asesino del finado General Heredia, el día que se perpetró el hecho dijo: que el día antes del asesinato le pidió el referido asesino Casas el mencionado caballo al que declara para ir a dar un paseo al punto de Los Tules y que en éste cometió el hecho. 
“Preguntado: Con qué objeto salió el mismo día que se asesinó al General Heredia y se vio con uno de los asesinos llamado Robles en circunstancias que éstos entraban al pueblo, dijo: que su hermano político don Lucas Zabaleta lo había invitado para que lo acompañase a pasar el día en su chacra del Manantial: que en su camino a esta chacra y a muy poca distancia de la Capital, se encontró con los asesinos que tenían una partida de quince a veinte hombres: que al verlo desde alguna distancia lo mandaron hacer alto: que el declarante obedeció y que al instante se adelantaron tres o cuatro de los asesinos, entre ellos, el mencionado Robles: que éste último, ya completamente ebrio, le alargó la mano gritando “ya sucumbió el tirano”, cuyo grito fue repetido por los otros dos o tres que lo acompañaban: que el declarante atemorizado por esta escena, no atinaba con lo que significaba ella, hasta que el mismo Robles le dijo que él con sus propias manos había asesinado al gobernador Heredia: que el declarante más atemorizado entonces procuró balbucir algunas palabras aplaudiendo su conducta y concluyó pidiéndole permiso para continuar su camino. Que Robles preguntó entonces al declarante si él no era Presidente de la Honorable Cámara de Representantes:  que a la contestación afirmativa del declarante replicó Robles: “hoy no es día de pasear, sino de trabajar por la patria: vuelva usted a la ciudad y reúna la Sala de Representantes: que nosotros por nuestra parte no queremos nada”: que el declarante se separó entonces a galope largo y que, sin embargo de haber andado a éste a la ciudad, no consiguió llegar sino tres o cuatro minutos antes que ellos.    De esta declaración se deducen varios hechos: que Avellaneda prestó su caballo a uno de los asesinos, que se encontró con ellos después del crimen y que les aprobó su conducta. Las coincidencias…. Por otra parte, sobre el asesinato de Heredia se levantó la Coalición del Norte, de la cual Avellaneda es el alma. A la semana de haber sido asesinado Heredia, fue nombrado gobernador Bernabé Piedrabuena, que se pronunció contra Rosas, y de quien fue ministro general en 1840 el propio Avellaneda, para sucederle luego en 1841.                El 21 de Diciembre de 1838, Rosas organiza imponentes exequias en la Catedral, imponiendo dos días de luto para civiles y militares y la inscripción del nombre del Caudillo en la Pirámide de Mayo.  Por eso Rosas, en carta a Ibarra, comenta su muerte con palabras duras y amargas, pero que revelan, una vez más, su clarividencia política.  El general finado  abrigaba muchos disparates en su cabeza, pero no era un malvado. Antes su candor y demasiada credulidad, es preciso repetirlo, lo precipitaban en juicios erróneos, lo inducían a ser indulgente con los unitarios, quienes lo hacían enredarse a cada paso con los lazos que le tendían, porque se había empeñado en esa maldita idea de la fusión de partidos, que ha puesto al país en el fatal estado en que lo vemos. Esa credulidad, no me cansaré de repetirlo, esa indulgencia excesiva con los unitarios y esa idea de fusión de partidos sobre que tanto le predicaba yo en mis cartas (y como le dije usted  en 1835, para que también lo advirtiese, “que era preciso consagrar el principio de que estaba contra nosotros el que no estaba del todo con nosotros”), han sido las verdaderas causas de su desgracia”

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