Rosas

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viernes, 23 de diciembre de 2016

VERDADEROS MOTIVOS DEL “PRONUNCIAMIENTO” DE URQUIZA.

por Pablo Yurman*

Se conoce como “pronunciamiento de Urquiza” el documento firmado por el entonces gobernador de la Provincia de Entre Ríos, hecho público el 1º de mayo de 1851 (aunque sobre esta fecha existen muchas dudas) mediante el cual dicho estado aceptaba la renuncia presentada por Juan Manuel de Rosas al manejo de las relaciones exteriores de las provincias, reasumiendo su plena soberanía para entenderse con el resto de las naciones.  Para comprender el paso dado por el caudillo entrerriano como primer peldaño hacia el derrocamiento de Rosas debe mirarse el cuadro de situación general. Uruguay estaba divido en dos por su guerra civil: Montevideo se había convertido en la base de operaciones de ingleses y franceses contra la Confederación Argentina, con el apoyo explícito de los emigrados unitarios. En tanto que el resto del territorio oriental reconocía a Manuel Oribe como legítimo presidente constitucional, quien además de la adhesión de la mayoría del pueblo oriental, era apoyado de este lado del estuario, por Rosas y los federales.En ese contexto, signado por la existencia de un puerto, el de Montevideo, en donde los unitarios exiliados conspiraban diariamente contra el gobernador de Buenos Aires, con el apoyo explícito de ingleses y franceses interesados desde hacía años en forzar la apertura de los ríos interiores a sus buques mercantes, el gobierno argentino endureció hacia 1850 la prohibición de comerciar con dicho puerto, lo que afectaba significativamente la exportación –sólo a Montevideo- de carnes, cueros y finalmente oro metálico. Acá es donde entra a jugar Urquiza, o mejor dicho, sus intereses económicos, toda vez que era ya por entonces el estanciero más importante de la Mesopotamia y como tal, uno de sus principales clientes era la capital de la República Oriental del Uruguay, ciudad de la cual conviene remarcar para que se comprenda bien, su población autóctona era casi inexistente. En otras palabras, el “gobierno” de Montevideo sólo gobernaba unas pocas manzanas de lo que hoy es el casco histórico de dicha ciudad, sitio en el que abundaban los marinos y comerciantes ingleses, franceses y, en ocasiones, corsarios como Garibaldi y sus hombres. 

De ello se sigue que no es en absoluto descabellado afirmar que el gobierno montevideano de entonces no sólo carecía de legitimidad constitucional sino que debía su existencia a las bayonetas y cañones de potencias europeas que le otorgaban todas las características de un enclave colonial. Pero el pueblo oriental seguía viviendo en el resto del territorio de aquél nuevo estado nacido en 1830, y por lo tanto las restricciones comerciales del gobierno de Buenos Aires no afectaban ni a la población oriental ni mucho menos al legítimo gobierno presidido por Manuel Oribe.
NEGOCIOS Y POLÍTICA
Ahora bien, volviendo a los negocios del gobernador Urquiza, el historiador Vicente Sierra nos explica que: “… el gobierno de Buenos Aires sabía perfectamente que en las maniobras especulativas del comercio entrerriano el más interesado era Urquiza. Contaba para ello con una organización comercial representada en Buenos Aires por el catalán Esteban Rams y Rubert, encargado de vender lo importado y comprar oro, y con otro representante en Montevideo, Antonio Cuyás y Sampere, encargado de adquirir mercaderías extranjeras y vender el oro adquirido en Buenos Aires, además de la carne que Urquiza enviaba desde su provincia.”  El detalle de los negocios no siempre transparentes de Urquiza; piénsese que se pudo constatar que cueros y carnes provenientes de sus estancias llegaron a alimentar y pertrechar tropas francesas e inglesas mientras la Confederación se hallaba en guerra con esos países, se conocieron, precisamente por las memorias de uno de sus agentes comerciales, Antonio Cuyás y Sampere, a quien además le tocó representar al entrerriano en algo más que negocios especulativos, como se verá. Este detalle permite colegir que las fuentes son, en torno a este punto, irrefutables.  A este panorama, se suma la vieja inquina que el Imperio del Brasil guardaba hacia la Confederación: la humillación del triunfo de Ituzaingó seguía vigente, al igual que sus apetencias por llevar la frontera sur hasta el Plata, a lo que se agregaba que para un país esclavista como el Brasil de mediados del siglo XIX, la huida masiva de negros esclavos hacia la Argentina, lugar en el que con solo pisar su suelo conseguían la anhelada libertad, había dejado de ser un tema menor.
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EL IMPERIO MUEVE SUS FICHAS
Alguien podría poner en entredicho que la caída de Rosas al frente de la Confederación Argentina fuese, hacia 1851, una prioridad en la política exterior del Imperio del Brasil, toda vez que más allá de los elementos señalados precedentemente, en realidad la guerra contra Rosas era llevada a cabo por las dos principales potencias económico-militares del momento: Inglaterra y Francia. ¿Por qué motivo habría de cambiar nuestro vecino del Norte su aparente neutralidad ante dicha contienda?
Pues bien, el motivo fue puesto sobre el papel por el propio canciller brasileño, Paulino José Soares de Souza, quien al redactar la Memoria del Ministerio por él presidido correspondiente a 1851, apuntó: “Desembarazado el general Rosas de la intervención [la intervención anglo-francesa que culminó con la firma de sendos tratados de paz] afirmado su poder en el Estado Oriental, fácil le sería comprimir el movimiento entonces en estado de embrión, de las provincias argentinas que después le derribaron; reincorporar el Paraguay a la Confederación, y venir sobre nosotros con fuerzas y recursos mayores, y que nunca tuvo, y envolvernos en una lucha en que habíamos de derramar mucha sangre …” (Vicente Quesada, citado por Sierra, en Historia de la Argentina, 1972, tomo IX, pág. 535).
Pareciera quedar en claro que para la cancillería de Brasil, el tema de fondo sería, ni más ni menos, la definición del país que habría de tener la preponderancia sobre el resto del continente. No en vano, se enviaría subrepticiamente, meses antes del “pronunciamiento” de Urquiza a un diplomático de enorme valía, Duarte Da Ponte Ribeiro, en un periplo que lo llevaría por Paraguay, Chile, Perú y Bolivia, destinos en los que intentaría garantizar una neutralidad de cada uno de dichos estados ante una eventual guerra argentino-brasileña que, a semejanza de la de 1827, decidiese el futuro de Sudamérica.
Pero para la diplomacia imperial no había que aparecer como hostilizando abiertamente a la Argentina, y para ello era preciso conseguir al hombre indicado.
Y RECLAMA UNA PRUEBA DE AMOR
Nos dice Fernando Sabsay que “el 24 de enero de 1851 Cuyás [representante comercial de Urquiza en Montevideo, como ser recordará] se apersonó al jefe de la legación brasileña en Montevideo, Rodrigo de Souza de Silva Pontes, para proponerle en nombre de Urquiza una alianza tendiente a expulsar a Oribe del Estado Oriental, propuesta que Silva elevó a su gobierno”. El receptor de dicha oferta extendería la propuesta de Urquiza a un levantamiento generalizado contra Oribe en la Banda Oriental y contra Rosas del otro lado del río. Pero la condición preliminar impuesta sería que Urquiza debería “pronunciarse” públicamente contra Rosas, disimulando como quisiera su actitud.
Para el mes de marzo de 1851 las tratativas estaban ya bastante enderezadas a la formación de un ejército “grande” que definiera la situación en el Plata, tal como da cuenta la nota enviada por el mismísimo canciller brasileño al presidente del Paraguay, Carlos Antonio López, fechada el 12 de marzo, en la que expresa: “Voy a escribirle nuevamente a V. Excia. para comunicarle una nueva ocurrencia a mi ver de gran alcance. Entiendo que V. Excia. como aliado del Brasil debe ser comunicado de todo porque mucho conviene que marchemos de acuerdo. Ha tiempo que se sospecha que el General Urquiza desea emanciparse del pesado yugo de Rosas … Rosas está furioso contra Urquiza y se habla de una manifestación en Buenos Aires en la cual sería declarado traidor. Lo muy cierto es que Urquiza procura entenderse con el gobierno de Montevideo y con el BrasilCorresponderemos a sus aperturas con la condición de que se declare y rompa con Rosas de manera clara, positiva y pública. Si este rompimiento se verificase, está Rosas perdido.” (Sierra, Vicente, op. cit. Pág. 537, el destacado es nuestro). La misiva continúa asegurándola el paraguayo que su país saldría beneficiado de la caída de Rosas. Aparentemente López se ilusionó con la anhelada independencia del Paraguay reconocida por el resto de América, cosa que lograría, pero caer tres lustros después en la ominosa Guerra de la Triple Alianza.
Señala Sierra que la invocación a la organización nacional hecha en el pronunciamiento no obedecía al genuino sentir del entrerriano, agregando: “Entre él y Rosas, quien más cerca estaba de ser constitucionalista no era el entrerriano. Aun disponiendo de la suma del poder, Rosas fue menos opresor y mas legalista que Urquiza en el gobierno de Entre Ríos. Ni en Montevideo ni en Río de Janeiro se consideró que se pronunciaría por razones constitucionalistas”, siendo su secretario privado, Juan Francisco Seguí quien en sus memorias dijo que fue él quien lo convenció de utilizar esa excusa para disimular su traición a la Confederación de la cual vestía el uniforme de General.
También la actitud de Urquiza fue severamente juzgada años más tarde por Sarmiento quien con su habitual franqueza diría en la Carta de Yungay que hablando una vez con el Emperador del Brasil, don Pedro II, éste dijo: “¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo [a Urquiza] para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar en Buenos Aires [el llamado Ejército Grande integrado en su mayoría por tropas brasileras] quería que le diesen los cien mil duros de nuestras armas en Caseros, para atribuirse, sólo, los honores de la victoria.” 

Tras el “pronunciamiento” público contra Rosas, que fue recibido con una mezcla de desazón e incredulidad por las propias tropas entrerrianas y correntinas, Urquiza no defraudó a sus mandantes tras bambalinas y firmó a nombre de Entre Ríos dos tratados internacionales durante el resto de aquél fatídico 1851, cuyos compromisos “nacionalizó” tras hacerse cargo del manejo de las relaciones exteriores de todas las demás provincias en febrero de 1852.
El primero de ellos fue suscripto el 29 de mayo, entre el gobierno de la ciudad de Montevideo, la Provincia de Entre Ríos y el Imperio del Brasil y su objetivo explícito fue despejar a las fuerzas del general Manuel Oribe del territorio oriental. De todas formas, contaba con una cláusula secreta según la cual si a raíz de la lucha contra Oribe, Rosas declarara la guerra a alguno de los firmantes del pacto, esa alianza se transformaría automáticamente en una alianza contra el “tirano” del Plata.
Logrado el primer objetivo, esto es, unificar al Uruguay con el color del Partido Colorado, se firmó el segundo pacto, en noviembre de aquél año, suscripto ahora por Entre Ríos, Corrientes, la República Oriental del Uruguay y el Brasil, con el objetivo de declarar la guerra, no contra la Argentina, sino contra Rosas.
En Itamaraty se pudo decir con satisfacción, desde 1827: ¡jaque mate!

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