Por Mario Rapoport
La
cuestión de la deuda externa, como señalábamos al comienzo, constituye
uno de los nudos de nuestra historia económica, política y social. La
perenne demanda de fondos de la Argentina, surgió de una aparente
dificultad para acumular capitales que impulsó a sus gobiernos a
suplirlos con endeudamiento, incluso cuando una y otra vez se mostró que
tal intención resultaba, a la larga, profundamente gravosa. Pero la
deuda no se fue construyendo mayormente al compás de nuestras
necesidades, sino de la existencia de fondos líquidos en las potencias
capitalistas, modelando el proceso del endeudamiento argentino y sus
bruscas oscilaciones.
Los
capitales de aquellas potencias se dirigen a la periferia buscando
nuevas oportunidades de rentabilidad, ayudados por políticas de
apertura, desregulación y estabilidad monetaria promovidas por ellos
mismos para asegurar su colocación, movilidad y repago. Si en ocasiones
han constituido un factor de crecimiento, por lo general fueron una vía
de ganancias fáciles para los acreedores, y de movimientos
especulativos, corrupción y escape del ahorro interno, a través de la
fuga de capitales, de la elites locales. Desde la última mitad del
siglo XX resultaron, además, una herramienta de disciplinamiento
económico por parte de los organismos financieros internacionales,
obligando a los deudores a aplicar duras políticas de ajuste para
garantizar los compromisos asumidos, y también un modo de descargar las
crisis sistémicas en los países periféricos.
En
ese contexto, el proceso de endeudamiento tiene como característica una
marcada inestabilidad y ha ocasionado más daños que beneficios al país.
Los flujos que ingresan parten de vuelta multiplicados con creces a sus
lugares de origen. Asemejan, más bien, un agujero negro del espacio que
traga, junto a nuestras riquezas, las esperanzas de un futuro mejor.
Con
el predominio de las finanzas en la economía mundial sobre la actividad
productiva se ha producido lo que Marichal llama"el dilema […] entre
soberanía nacional y globalización financiera".54 El
endeudamiento externo ha ido sacrificando cada vez más la soberanía
jurídica de los países deudores a los intereses de los acreedores. Esto
benefició a un nuevo tipo de piratería financiera de formas
aparentemente legales promovida por los llamados fondos buitres. Esos
fondos, surgidos del proceso de desregulación del sistema financiero que
causó ya varias crisis a nivel regional o mundial, y en especial la
última de 2008, realizan un nuevo juego especulativo que les da altos
beneficios apoyados en su influencia política sobre los aparatos
judiciales donde se resuelven los pleitos de la deuda. Éste es un punto
clave que tratamos en nuestro artículo. Y la solución del mismo no
radica en caer en la trampa a la que nos quieren llevar, que afecta
seriamente la restructuración de la deuda (y otras futuras
restructuraciones en todo el mundo) sino en eliminarlos del escenario
económico mundial permitiéndonos recobrar plenamente nuestra soberanía
jurídica.
La
fuerza de países emergentes como China o los otros BRICS, la creación
del Mercosur y la Unasur y el apoyo de una gran mayoría de las Naciones
Unidas, es decir de la población mundial, que comienza a comprender,
gracias al caso argentino, la necesidad de un profundo cambio en el
sistema monetario y financiero internacional, limita los intentos de
aquellos sectores, con influencia en los Estados Unidos, para
condicionar las políticas económicas de otros países o, incluso, para
tratar de boicotear o voltear gobiernos, esta vez mediante golpes
económicos o financieros. Desde allí no nos pueden enseñar con el
ejemplo porque tienen un déficit fiscal enorme y una gigantesca deuda
externa, sólo posible de pagar porque están endeudados en su propia
moneda y ésta es, todavía, en el orden mundial, un patrón de cambio
aceptado internacionalmente. Del mismo modo que los fondos buitres
corren el caballo del comisario con su ventaja judicial, la economía
norteamericana cuenta con los dados cargados de la moneda universal.
John
Maynard Keynes tiene una frase celebre,"En el largo plazo estamos todos
muertos", pero esa frase se refería a una situación coyuntural:
resolver problemas de las crisis de los años 1930, evitar que varias
generaciones se pierdan para la sociedad como resultado de ella. Sin
embargo, por la misma época, Keynes escribe un trabajo más sensible por
su contenido que se denomina"Las posibilidades económicas de nuestros
nietos" –que él mismo nunca tuvo-, pero que refleja la idea de que el
largo plazo existe para las nuevas generaciones, y plantea allí, yendo
más allá de la coyuntura, las condiciones estructurales que permitirían
superar la crisis, y a esa generación de nietos (o aun de hijos) vivir
sin el fantasma de otras catástrofes económicas, aprovechando plenamente
el inexorable progreso técnico, que les dará ocupación y bienestar.
"Estamos sufriendo precisamente ahora –dice– un fuerte ataque de
pesimismo económico […] [pero] es una interpretación extraordinariamente
equivocada de los que nos está sucediendo. Estamos sufriendo no el
reumatismo de la vejez sino los dolores crecientes que acompañan a los
cambios excesivamente rápidos, el dolor del reajuste de un período
económico a otro. El incremento de la eficiencia técnica ha tenido lugar
con mayor velocidad que la que desarrollamos para tratar nuestros
problemas de absorción del trabajo".55 Ellos no se deben sólo
a éste hecho y Keynes lo aclara en otra partes de sus trabajos: la
desigualdad de ingresos y el predominio de las finanzas sobre la
economía, la tan aborrecida"economía casino", acentúan este proceso y la
doble tarea de la demanda es superar ese escollo y, al mismo tiempo.
prepararse para nuevas funciones que la producción y el conocimiento
exigen.
El
punto esencial pasa, además de resolver el problema coyuntural de los
fondos buitre, por encarar propuestas de desarrollo de mediano o largo
plazo, que vayan más allá de cualquier horizonte electoral y tiendan a
eliminar de una vez por toda los residuos de políticas perimidas. Para
ello deben trazarse líneas que hagan posible sostener en tiempo, sin el
peso opresivo del endeudamiento externo, los pilares de una nueva
infraestructura, una industria eficiente y de alto nivel tecnológico, y
una permanente política de redistribución progresiva de ingresos.
La
verdadera democracia no sólo debe ser política, y verdaderamente
representativa, sino también social y económica. Un país que dé
oportunidades a todos por igual, brindándoles los mismos instrumentos
iniciales para desarrollar sus potencialidades: educación, salud,
conocimientos técnicos, principios morales, nociones sobre lo nacional y
sobre el mundo. Para ello es preciso que nuestras políticas económicas
estimulen la generación del capital interno necesario u obtengan un
financiamiento que garantice el crecimiento de las actividades
productivas y no la especulación o la fuga de capitales.
En
el fondo de la puja con los sectores minoritarios que metieron a la
Argentina en el chaleco de fuerza de la deuda, una constante hasta años
recientes de nuestra historia que algunos quieren repetir porque se han
beneficiado de ello, hay una batalla cultural para que la mayoría de la
población adquiera una verdadera conciencia de este hecho. Esto supone
crear un tipo de vinculación con el mundo a partir de los intereses de
esa mayoría, lo que supone reforzar en primer lugar la identidad
nacional, que es lo que nos va a permitir negociar lo que se necesita
afuera con una perspectiva diferente a la que nos ofrece nuestro pasado.
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