Rosas

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jueves, 28 de octubre de 2010

José Luis Muñoz Azpiri

Por Marcelo Sánchez Sorondo
Alto, corpulento, sanguíneo, despejada la frente que se cernía, limpia y rotunda, sobre un rostro mofletudo (como de ángel musicante) ennoblecido por los ojos de mirada inquisidora, José Luis Muñoz Azpiri en su presencia física reflejaba una vitalidad, un superávit de energía, que parecían inconciliables con su destino de criatura mortal: cuando lo contemplé en el féretro vestido con un traje de calle - y acaso con una flor en el ojal - se me ocurrió pensar que ese muerto tan semejante a la vida no era un difunto sino alguien que sin haber dejado de existir transitaba hacia la eternidad.
Nos habíamos conocido al promediar la década del 50 y desde entonces hizo camino una amistad sin tropiezos compartida por partes iguales y, por eso, duradera. Era un personaje de veras desconcertante: tenía el aire arrabalero de un reo porteño, capaz de bailarse, como dice el tango, La marsellesa, la Marcha de Garihaldi y El Trovador. Pero ese aire suyo, por demás genuino, ocultaba o al menos no traslucía, la identidad de su espíritu: la sigilosa traza del Dr. Jekyll asumida por un lector insaciable, adicto al esplendor de la belleza y rendido al universo de la cultura.
Claro está, en el terreno político José Luis había abrazado el peronismo, a su juicio, expresión del nacionalismo popular y en el primer gobierno del “Lider” (quién, según era previsible, no reparó en la excelencia de tal correligionario) ingresó en la diplomacia como agregado cultural primero en Madrid y luego en Roma. Y cuando Perón cayó sin resistencias decisivas y se marchó al exilio, Muñoz Azpiri celebraría la aparición de Azul y Blanco cuyo primer número, difundido bajo la ley marcial, pocos días después de los fusilamientos nos condenaba en términos punzantes mientras la gran prensa’ la prensa libre” y los políticos afines a la “revolución libertadora se llamaron a silencio o se hicieron los distraídos.

Huelga entonces decir que el autor de Capricho Italiano supo asistimos, en las buenas y en las malas durante la larga travesía de aquel semanario con su generosa simpatía y sus asiduas colaboraciones. Así pude apreciar de cerca la versatilidad del periodista, cuya paleta administraba con destreza los colores que enriquecían los hallazgos de su talante travieso y sutil: no en vano años atrás le había sido conferido el premio internacional Ciudad de Roma de la Asociación de la Prensa Italiana. Pero ese periodista de ingenio fértil y múltiples recursos era sólo la primera faz - la cotidiana y ostensible - detrás de la cual se dilataba, como la luna llena al desprenderse de las nubes cenicientas, la otra faz más perdurable: la supremacía del escritor. Nuestro amigo era, sí, sobre todo, un escritor. Poseía el don de la palabra escrita con esa soltura en apariencia fácil gracias al arte que quizá le venía de lejos, de algunos genes remotos, mitológicamente emparentados con los habitantes del Olimpo.
Provisto de una insaciable curiosidad que amplió su visión contemporánea a través de un vasto territorio intelectual cimentado en los antiguos clásicos y abastecido por los autores que provenían,sea de Francia sea de la España del siglo de Cervantes vísta parcial del Foro romano o la de la generación del 98, José Luis Muñoz Azpiri fue un hombre de letras cabal, un literato que perseguía el velloncino de oro de las palabras, su magia insondable, su Ultima Thule.
De esta suerte, su condición de escritor le permitió incursionar en el ensayo, en la historia y obviamente en las bellas letras. En 1920 compone una obra editadad por la Universidad de Roma. En 1954 su segundo ensayo, La Europa Viva. Al año siguiente traduce El poema Rosas de John Masefield con una introducción notable por la limpieza de su estilo y por su rigor conceptual. En 1960 produce su pnmer trabajo histórico que aborda un tema relevante desde la mira revisionista: Rosas frente al Imperio Británico. En 1966 difunde la Historia completa de las Malvinas en tres tomos; una especie de enciclopedia malvinista, verdadero monumento erigido para afirmar - documentalmente - los derechos argentinos sobre las islas. Su último libro, fechado en 1972, El Noble del Seminario de Nobles es una interpretación original acerca del signo político del procer que incluye una sugestiva hipótesis sobre la entrevista de Guayaquil.
Con todo la gema más preciosa de su corona literaria es Capricho Italiano. Publicado aquí en 1962 por el Ministerio de Educación fue laureado con el premio municipal de Literatura y con el aplauso testimonial de Manuel Gálvez. 
José Luis Muñoz Azpiri, separado en 1955 del servicio diplomático, desde 1973 revistaba como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario aunque no se le asignó misión en el exterior. Había nacido en Buenos Aires el 22 de Mayo de 1920. Falleció en esta ciudad a los 55 años el 12 de febrero de 1976.

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