Por Julio Fernández Baraibar
Antes
de hablar del yrigoyenismo creo que es necesario hacer una breve
síntesis sobre cómo era la Argentina de la primera década del
siglo XX. No solamente como era en su composición, su estructura
social en el momento culminante del país agro-exportador, de su
incorporación como productor de materias primas al imperio británico
y de la oligarquía ganadera como clase dominante de la Argentina y
del Rio de la Plata. También quiero describir a ustedes cómo era la
composición de las fuerzas políticas en la Argentina de 1900-1910.
Análisis que es menos conocido, menos considerado en los distintos
relatos históricos.
Significación
del roquismo
En
1910 el partido políticamente dominante y de alguna manera
determinante de todas las idas y venidas de la política argentina,
creado por Julio Argentino Roca, fue el denominado Partido
Autonomista Nacional, el PAN. Se incorporó a su seno a todos los
autonomistas, viejos autonomistas federales del interior del país,
más los sectores antimitristas de la provincia de Buenos Aires. Es
el partido roquista, cuya presencia determinará todas las elecciones
que van desde 1880 a 1910.
El
80 es un año decisivo en la historia argentina. Se federaliza la
Ciudad de Buenos Aires y se nacionaliza la renta del puerto de Buenos
Aires para el conjunto de las provincias. Es una fecha que representa
una bisagra en la historia argentina, que pone fin a las guerras
civiles del siglo XIX, guerras que estaban basadas centralmente en la
renta del puerto de Buenos Aires que era el único ingreso importante
que tenía el país y que era monopolizado por la provincia de
Buenos Aires.
La
caída de la Confederación Argentina de Paraná, el deterioro de las
economías del interior, el deterioro e incapacidad de las provincias
argentinas para enfrentar y dominar a la provincia de Buenos Aires
estaban determinados por la enorme riqueza que esta poseía a merced
del resto del país. Se federaliza la ciudad de Buenos Aires, se
federaliza el puerto de Buenos Aires y entonces el conjunto del país
puede por fin disfrutar de parte de las rentas generadas por ese
puerto.
A
partir de Roca, en 1880, aparece un protagonista político en la
historia argentina que ha sido producto de una génesis que se inicia
en los años 1870-1875: el Ejercito Nacional.
Este
Ejercito Nacional que viene con Roca, es un ejército muy distinto al
de las viejas montoneras federales, es un ejército muy distinto al
de la Guardia Nacional porteña, puesto que, en primer lugar y por
primera vez en la Argentina, existe una institución que conoce y
tiene presencia en el conjunto del territorio nacional. Hasta la
aparición del ejercito cada provincia, era una situación
particular, en donde generalmente no existía ninguna institución
-debido a la debilidad del Estado Nacional- cuyos miembros conociesen
tanto a Salta, como a Mendoza, como a Entre Ríos, como Corrientes,
como a la provincia de Buenos Aires. Los hombres formados en ese
ejército (como se mencionó anteriormente, entre los años
1870-1875) son hombres provenientes de todas las provincias, hombres
que por su tarea militar, por su profesión militar, van
trasladándose de provincia en provincia según las necesidades.
Tienen un conocimiento, no solo geográfico, sino también social y
político de las distintas provincias, de las distintas roscas
provinciales, de los distintos dirigentes de cada una de esas
provincias. El Ejército Nacional se convierte en un nuevo factor
político de la Argentina que no existía hasta ese momento. Hasta
ese entonces los actores políticos eran las viejas clases patricias
provinciales, la oligarquía porteña y no había nada como el
Ejército como factor político.
Al
frente de ese ejército se pone Julio A. Roca. Compuesto por
militares de las diversas provincias es definido por la oligarquía
porteña –en 1880- como los “chinos” de Roca, que revela su
naturaleza “cabecita negra”, para decirlo en un vocabulario más
contemporáneo.
El
país que se inicia en 1880 alcanza su culminación en 1910, una
fecha que coincide con el Centenario de la Revolución de Mayo. Es un
país absolutamente distinto al de 30 o 40 años atrás. Si se
hubiera despertado cualquier argentino, provinciano o porteño,
muerto en 1865 no se hubiera imaginado que este país en el que se
despertaba era el mismo en el cual se había muerto. Toda la sociedad
había cambiado. La integración de la Argentina al mercado mundial
como productora de materias primas agudizaba ese cambio.
Leopoldo
Lugones le dedica una de sus Odas seculares, la “Oda a los ganados
y a las mieses”. Es un canto poético a esa especie de tierra de
promisión en que se ha convertido aquel país hirsuto, con hombres
para quienes el único abrigo era un poncho y en lugar de pantalones
usaban chiripa, tal como había sido el país hasta los años 60-70
del siglo XIX.
Detrás
de Roca -y esto es algo que en general también se olvida- se ponen
las viejas fuerzas del federalismo. Ese federalismo provinciano, que
había sido derrotado y aplastado junto con el Chacho Peñaloza, con
Felipe Varela, con López Jordán, que ha sido perseguido, reprimido
hasta con asesinatos ordenados por Bartolomé Mitre y cometidos por
los generales colorados uruguayos, encuentra en Roca y en ese
Ejercito la posibilidad de acceder nuevamente al centro de la
política argentina. Ese federalismo expresa en cierta medida a los
viejos sectores patricios de las provincias del interior, vinculados
por su pasado a la historia patria, a las guerras de la
independencia, a las viejas economías anteriores a 1860, vinculadas
por su proximidad a la costa del Pacífico .
El
viejo patriciado de apellidos hispánicos, con poca vinculación con
el proceso inmigratorio -que se radicaba centralmente en la Ciudad
de Buenos Aires- ve que tras el ejército de Roca y la federación de
la Ciudad de Buenos Aires y su puerto comienzan a expresarse sus
intereses. La provincia de alguna manera participa del despliegue
económico que genera nuestra integración al mercado mundial y de
algunas de las decisiones políticas más importantes. Lo que quiero
decir con esto es que Roca, de algún modo, es, a partir de 1875-1880
hasta 1910, la expresión del conjunto del país frente a la
sobrevivencia muy importante del mitrismo en la provincia de Buenos
Aires, en la Ciudad de Buenos Aires, y en alguna que otra provincia.
Este
régimen que nace en 1880 cambia las características del país.
Aparecen, primero a través de inversiones estatales, luego a partir
de inversiones extranjeras, el ferrocarril y telégrafo que conectan
al conjunto del país. Hay que ubicarse en el medio y en la época
para entender la precariedad de los medios de comunicación de
entonces, para comprender que estaba sucediendo en el país.
La
inmigración
Por
otra parte, han comenzado a llegar miles y miles de inmigrantes de
todas partes del mundo. No me voy a detener en este punto, en la
característica de los inmigrantes, pero lo que sí creo que hay que
tener presente para entender el fenómeno que buscamos explicar es
que, de golpe, un país que tenía 5 millones de habitantes se
encuentra que 2 millones son extranjeros. Estos nuevos habitantes
ignoran el pasado inmediato, lo que paso ayer en la historia
argentina. Es decir, como si hoy llegaran argentinos a los que le
preguntamos qué paso en el 2001 y no saben, no tienen la menor idea,
cosa que hoy, con los medios de comunicación, sería difícil que
suceda: nuestra crisis del 2001 y sus imágenes televisivas
recorrieron el mundo. Imagínense un sirio-libanés, un italiano, un
español, campesinos profundos que saben a duras penas leer y
escribir a quien le preguntasen en 1895 que había ocurrido en la
Batalla de los Corrales, ahí donde está la cancha de Huracán, y el
Autódromo. Habían muerto 3.500 argentinos para doblegar la voluntad
de la oligarquía porteña que se negaba a entregar las rentas de la
aduana al conjunto del país.
Por
primera vez se encuentran los criollos, los argentinos de vieja data
por así decirlo, con culturas que son verdaderamente extrañas,
colores, sabores, olores, vestidos que eran absolutamente
desconocidos. Imagínense el impacto que le podía causar a una
señora católica de Barrio Norte la aparición de un judío, ruso de
Odessa, con sus largas barbas y rulos y su sombrero de piel. El
impacto era absoluto. Hoy en día tenemos algunos sectores con
problemas para aceptar a los bolivianos, imagínense lo que era esta
imagen en la sociedad de entonces, considerando, además, una
inmigración creciente, que cada año era mayor que el anterior. Si
embargo es necesario mencionar que por lo menos un tercio de la
inmigración que vino se volvió a su país de origen en estado de
fracaso, por así decirlo. Eran inmigrantes que venían como última
posibilidad de su vida a encontrar un destino mejor en el Rio de la
Plata y después de dos, tres, cuatro años de intentarlo deciden
volver al lugar de donde salieron. Quiero decir, esto tenía una
carga de desazón y derrota personal que la teoría o el mito del
país promisorio, que generaba riquezas y bienestar a todos los
pueblos del mundo que quisieran habitar el suelo Argentino era, en
gran parte, eso, un mito.
En
1910 podemos establecer un país que tiene estas características. En
lo político, hay tres grandes fuerzas: una es el mitrismo con
asiento en la Ciudad de Buenos Aires. Una fuerza que mantiene la
misma mezquindad que había caracterizado al mitrismo de toda la
vida. Es el núcleo más duro de la oligarquía comercial y
terrateniente. El roquismo, por otra parte, donde Roca era su cabeza
indiscutible, y que ha determinado la política Argentina en los
últimos veinte o veinticinco años en estado de decadencia. La
estrella de Julio Argentino comienza a eclipsarse y han aparecido
hombres que discuten su hegemonía y su autoridad. Esto era evidente
en dos figuras de la clase dominante de la época, donde no existía
una idea de integración popular a la política, dos figuras que son
Carlos Pellegrini y Roque Saenz Peña. Saenz Peña, un hombre
enfrentado inicialmente al roquismo, de vieja raíz federal, y que
ademas había participado en el partido de Adolfo Alsina, que fue el
primero agrupamiento federal popular (por decirlo de alguna manera),
después del triunfo de Pavón. Había participado allí -en el
alsinismo- junto con otro hombre de su misma edad -la historia los
volverá a encontrar muchos años después- que fue Hipólito
Yrigoyen. Su origen político es del alsinismo antimitrista de la
provincia de Buenos Aires. Estas dos figuras comienzan a cuestionar
la conducción, la hegemonía de Roca. En Saenz Peña hay una
resistencia muy fuerte frente a cualquier posibilidad de alianza con
el mitrismo para debilitar o perjudicar a Roca. Saenz Peña se niega
a lo largo de su vida a armar coaliciones con el mitrismo que
tendiera a debilitar a Roca.
Hipólito
Yrigoyen
Hay
una tercera fuerza que es como los fantasmas, que no existen pero que
los hay, los hay. Esta tercera fuerza dirigida por Hipólito
Yrigoyen, un hombre que en una época de grandes oradores y grandes
discurseadores se niega a hablar en público, no se le conoce
discursos públicos en plazas. Ha ido ganando sobre la base de la
conversación personal, uno por uno, a todos los viejos sectores
federales de la provincia de Buenos Aires, del interior del país,
sobre todo de Córdoba, Entre Ríos, que ha creado lo que podríamos
llamar el primer partido político moderno de cuadros militantes.
Todo esto bajo una sola consigna que constituye todo su programa, y
cuando le preguntan por lo que entonces se llamaba un programa dice:
“yo no estoy con programitas, tengo un solo lema: el voto secreto,
universal y obligatorio”. Además, para evitar la corrupción de
este gran sistema militante clandestino, conspirativo que ha armado,
se niega rotundamente a participar de ninguna elección que no esté
regida por el voto secreto, universal y obligatorio.
Un
hombre de la época creo que fue, Pellegrini o alguno de ellos, decía
que el sistema electoral argentino había ido mejorando desde 1880
aproximadamente. Se había pasado del voto cantado al voto venal,
diciendo que por lo menos al tipo que vota hay que negociarle un
precio, hay que comprarlo. Ya no viene y vota y si no lo hacés lo
muelen a palos o va preso, sino que ahora hay que comprarlo. Con
ironía o con cierto sarcasmo se manifestaba un progreso democrático
ya que el voto, al ser pagado, requería una negociación previa.
Cuánto cuesta tu voto, de qué manera yo consigo tu voto. En cuanto
al lado negativo el voto venal ponía en evidencia la fabulosa
corrupción del sistema. Entonces la consiga de Yrigoyen era el voto
secreto universal y obligatorio. Para ello ha armado este asombroso y
novedoso movimiento político basado en hombres que están iluminados
y convencidos de que “la reparación de la ignominia del régimen
falaz y descreído” –así hablaba Yrigoyen, es decir, hablaba en
términos abstractos – seria corregido por el voto secreto,
universal y obligatorio. Hasta tanto esto no se diera este hombre
(Yrigoyen) no iba a participar de ninguna elección.
En
la presidencia de Quintana se produce la Revolución de 1905. Es una
revolución que sorprende por la magnitud del despliegue cívico
militar. De repente en cada pueblo del país, en cada provincia, en
cada capital de provincia aparecen altos oficiales militares del
ejército y civiles en general (abogados de las clases medias
patricias no ricas del interior del país) y el nuevo fenómeno del
que hablábamos, los inmigrantes la primera generación de argentinos
de apellidos italianos. La literatura conservadora, de la élite
conservadora de la época, hacia gran hincapié en cuanto a su
desprecio y prejuicio sobre los italianos por encimo del prejuicio
sobre los judíos. Uno tiende a poner a los judíos como motivo de
prejuicio central de esa clase, pero no era lo que ocurría en la
Argentina de esos años. Los apellidos italianos producían una
sonoridad que hasta daba gracia, su manera de hablar y sus rasgos
esenciales habían convertido a los italianos en una especie de
amenaza a nuestra identidad hispano-criolla, una forma de
conspiración napolitana. En esa conspiración de 1905 que levanta al
conjunto del país y que le cuesta mucho al gobierno de Quintana
sofocar, aparecen condensados estos sectores. Los viejos federales
del interior, una clase media de abogados, farmacéuticos, pequeños
estancieros de provincia enfrentados con el régimen oligárquico de
Buenos Aires puesto que no podían participar de la integración de
este sector al mercado internacional, viendo a sus productos
desplazados del puerto de Buenos Aires. Esa clase media, de origen
federal, en donde hay apellidos como Elpidio Gonzalez -primer
Vicepresidente de Hipólito Yrigoyen, y nieto de un federal de la
época de Rosas e hijo de un federal que peleo con Felipe Varela en
los 60’ del siglo XIX – y a quine la oligarquía porteña, los
conservadores porteños ninguneaban como si fuera la nada social, un
recién llegado a la Argentina. Esos sectores se expresan junto a esa
clase media inmigrante. Son inmigrantes llegados con anterioridad,
cuyos hijos de alguna manera han progresado en el comercio, en algún
taller, que poco a poco fue creciendo. Conforman así un nuevo sector
social. Sector social al cual, grupos o individualidades de las
clases tradicionales consideran que es muy necesario de alguna manera
integrarlos políticamente al país. La mera entrega de la libreta de
enrolamiento o del servicio militar obligatorio no lo logra si no hay
algo que además los haga sentirse parte de la historia que está
sucediendo y esto, dentro de los partidos tradicionales, es decir de
sus propios partidos, no es posible.
Quintana
reprime violentamente el levantamiento de 1905. Mete preso a
oficiales que han llegado a detener a José Figueroa Alcorta,
vicepresidente de Quintana y enemistado con el mismo. En fin, tal
como suele ocurrir con los vicepresidentes en la Argentina. Los
revolucionario habían logrado detener al vicepresidente de la
República, un hombre de las clases dominantes porteñas, de la
oligarquía porteña: Figueroa Alcorta. Es el único hombre en la
historia argentina que fue presidente del senado, presidente de la
República y presidente de la Corte Suprema de Justicia. No
simultáneamente sino a lo largo de su vida. Figueroa Alcorta toma en
sus manos la negociación con los insurrectos y logra, contra la
voluntad de Manuel Quintana que quiere fusilarlos al mejor estilo
mitrista -partido con el que simpatizaba como buen agente inglés-
que no los fusilen, pero no logra que los dejen en libertad.
Quintana
muere un tiempo después, asumiendo así Figueroa Alcorta. Una de sus
primeras medidas es declarar la amnistía de los jefes militares del
ejército que estuvieron en la revolución de 1905.
El
Ejército se hace radical
Me
permito hacer una pequeña reflexión en donde Jauretche ha expresado
con una enorme claridad. Creo saber que es en el libro de “El medio
pelo en la Sociedad Argentina”. La oligarquía, la tradicional
oligarquía argentina, los grandes terratenientes de la provincia de
Buenos Aires desde 1890 hasta 1930 se caracterizaban por dos cosas.
Primero una absoluta indiferencia y desprecio de la actividad
política, estos grandes terratenientes no hacían política. Ellos
se dedicaban a tirar manteca al techo. También dice Jauretche que
tampoco le interesaba que sus hijos o gente de su propia clase social
estuviesen en el ejército. Contados con los dedos de una mano han
sido los miembros del ejército provenientes de las clases
oligárquicas. Esto generó que las filas del ejército se fuesen
llenando de yrigoyenistas. El ejército en 1912 –antes de las
elecciones del 16- ya es un ejército yrigoyenista, que no responde a
las estructuras sociales y políticas de la oligarquía dominante,
sino a esta especie de “religión” (acuérdense ustedes que entre
ellos se llamaban correligionario, esa especie de religión en donde
cada uno de sus miembros es un correligionario) Esta es la lucha que
Yrigoyen llamó contra “el régimen falaz y descreído”. Este
era el modo, la estética de don Hipólito, y un poco la estética de
la época propia de sustantivos abstractos. Los conservadores, los
hijos literatos de los conservadores, que editaban el diario la
Fronda contra el yrigoyenismo se burlaban de estos datos estilísticos
de la prosa o de la retórica yrigoyenista.
El
ejército comienza ahora a ser radical, yrigoyenista para ser más
precisos. La constitución de la UCR se da a través de una gran
pelea que Hipólito Yrigoyen tiene con su tío y par que fue Leandro
Alem. Leandro Alem -del cual se llenan la boca los radicales de hoy-
fue desplazado brutalmente por Hipólito Yrigoyen en la presidencia
de la UCR por sus relaciones con el mitrismo. Después viene la pelea
con los hombres de la provincia de Santa Fe encabezados por Lisandro
de la Torre. Don Hipólito se va desprendiendo de esos sectores
impregnados del viejo liberalismo mitrista. Nunca se oyó decir,
hasta 1916, de boca del propio Yrigoyen, lo que pensaba, no se lo oyó
revindicar a Rosas, al partido federal, a las montoneras federales, o
atacar a la constitución del 53. Lo único que una vez dijo, antes
de la creación de la UCR, en 1880, cuando es diputado provincial de
Buenos Aires, ante la propuesta de Alem para sumarse a las filas del
mitrismo fue: “Hacerme mitrista sería como hacerme brasilero”.
Es el único momento en el que él revela su enfrentamiento
conceptual y político con Mitre. Siempre decía lo que su
interlocutor quería escuchar para sumarlo a lo que el llamaba “la
causa contra el régimen falaz y descreído”.
Alrededor
de la década del 70, abandona la política por unos años, para
dedicarse a las actividades agropecuarias y poder formar una pequeña
fortuna que le diera base a su actividad política. Su pequeña
riqueza se reduce a unas hectáreas en San Luis que usa para la
política. Lo hace no solo financiando los levantamientos, armando la
infraestructura, la logística, la construcción -todo lo que un
viejo conspirador se puede imaginar- sino que después gastó su
fortuna en reparar y sostener a los perseguidos y perjudicados por
los levantamientos que él mismo causaba: ponerle la plata a la mujer
y a los hijos de aquel correligionario que se había refugiado en
Uruguay, la señora del militar que estaba preso, etc. Y esto generó
alrededor de él una especie de leyenda y de mito del hombre magno y
magnánimo (llamado así por uno de sus admiradores). Arma así este
movimiento que en 1905 muestra las uñas. Ante la indiferencia del
partido socialista, cuya territorialidad es casi exclusiva de la
ciudad de Buenos Aires y desprecia todo esto en nombre de lo que
Juan B. Justo llama despectivamente “la política criolla”.
Me
gustaría mencionar por ultimo lo que decía J. B Justo:
“En
tanto que los partidos pertenecientes a la clase dominante califica
de violentos nuestro derecho de huelga (propia represión del estado
de sitio declarado por Quintana en 1905) reprimiéndolo ilegalmente y
coartándolo con los procedimientos más arbitrarios, ellos practican
-como los prueban los recientes sucesos- los más reprobables
sistemas de violencia. En consecuencia invitamos a la clase
trabajadora a mantenerse alejada de estas rencillas partidistas,
provocada por la ambiciosa sed de mando y las mezquinas ambiciones
que alegando a su contingencia moral y personal a la obra
desmoralizadora que ellos realizan, fortificando y consolidando su
organización gremial y política con el objeto de obtener su más
próxima eliminación”.
La República Oligárquica
llega a su fin
Llegamos
al gobierno de Figueroa Alcorta. El Centenario es, por otra parte, la
apoteosis del régimen oligárquico con la visita de la Infanta
Isabel a las festividades de la Semana de Mayo. Consideren ustedes
que este momento constituye, de alguna manera, el momento más alto,
del proceso de atomización en pequeños países de lo que fuera la
heredad iberoamericana. Es el momento en que cada uno de estos países
considera que ha llegado a la construcción de su nacionalidad.
El
centenario de 1910 el centenario es el momento culminante de la
dispersión latinoamericana. La visita de la Infanta Isabel
significaba para el esquema inaugurado a partir de 1860 la
consolidación y el reconocimiento de la Madre Patria de la nación
argentina por parte de España, representada por esta señora. Un
momento culminante en donde la Argentina se considera una nación de
la misma magnitud que, por ejemplo, Alemania, Suecia, Japón.
En
cuanto al mito de la promoción y el mito de la riqueza generada por
la integración de Argentina al mercado mundial es revelado, de
manera extraordinaria, por el famoso informe de Bialet Massé. Es un
documento verdaderamente extraordinario, de una modernidad en su
método y conclusiones digna de cualquier escuela de sociólogía
moderna, y pone en negro sobre blanco el verdadero estado en el
interior del país que era verdaderamente vergonzoso. El informe
explica el proceso de destrucción de las estructuras familiares y
sociales en las familias del interior lo que género una especie de
proletariado sin trabajo, que primero se instala en la periferia de
las ciudades, y luego termina emigrando a los centros urbanos
mayores. Bialet Massé hace esto por encargo del presidente Julio
Argentino Roca, y de su ministro, el intelectual riojano, Joaquín V.
González, unos años antes del Centenario.
En
cuanto a la cuestión social, el gobierno reprime al movimiento
obrero, y sucede el famoso Primero de Mayo cuando la policía
reprime, en la ciudad de Buenos Aires, de una manera brutal el acto
obrero y que, como consecuencia de ello, genera el posterior
asesinato de Ramón Falcón por el anarquista Simón Radowitzky.
Además
de esto, el gobierno de Figueroa Alcorta, en medio del régimen
agroexportador, tiene algunas medidas de significación, como las que
toma tras el posterior descubrimiento de petróleo en Comodoro
Rivadavia. La inmediata decisión del gobierno es poner bajo
jurisdicción del estado varios kilómetros alrededor de Comodoro
Rivadavia y que sea así solo el Estado el que pueda estudiar y
explotar los yacimientos petrolíferos. Al poco tiempo se comienza a
reemplazar, como generador de energía, al carbón inglés que se
importaba. El gobierno llega a su fin. Comienzan así las discusiones
sobre su sucesión. Aparece como figura única la candidatura de
Roque Saenz Peña, quien es elegido presidente de la República.
Toda
su candidatura, establecida con el apoyo de Figuera Alcorta y de
Carlos Pellegrini, tiene como finalidad exclusiva la sanción de la
Ley Saenz Peña (1912) que establece el voto universal, secreto y
obligatorio. El sector más lúcido de esa oligarquía, de la belle
epoque argentina, el
que ve con mayor profundidad los fenómenos sociales y políticos
producidos en el país, percibe el peligro que significa una
creciente población inmigrante europea extranjera sin ningún tipo
de integración política, sumada a la presión del creciente
pobrerío del interior del país. Encuentran así en la integración
electoral el modo de darle una válvula de escape a esa presión que
amenaza de raíz a la República oligárquica. Con la sanción de la
ley – conversada con el propio Hipólito Yrigoyen, viejo amigo de
Saez Peña desde los tiempos del alsinismo- las elecciones de 1916
son ganadas, con una amplia mayoría, por Hipólito Yrigoyen. La
magnitud de lo que significó el triunfo de Yrigoyen en 1916 es para
los ojos actuales lo más difícil de establecer. Fue lo más
parecido a un giro copernicano de la situación social y política
del país. Quizás si se imaginan ustedes lo que fue el 17 de octubre
del 45, podrán entrever lo que fue la asunción de Yrigoyen en 1916.
Apareció en escena un protagonista político, el demos, el pueblo
común y silvestre que nunca había participado en la política de
esta manera. El presidente de la Cámara de Senadores presidía las
sesiones nocturnas del senado de smoking,
tal como era la costumbre en la cámara de los lores inglesa y era la
costumbre que esa clase social había aceptado para Argentina: una
exageración de los buenos estilos típica del parvenu . La asunción
de Yrigoyen puso en la calle a decena de miles de personas de pañuelo
al cuello, que no conocían la corbata. Introdujo en la Casa Rosada
todo el sistema de punteros de comité, de hombres que debían su
prestigio y su voto a los favores por una cama de hospital, por una
patente de carro, etc. Esto era desconocido para la vieja oligarquía,
que si bien poseía un sistema clientelar, éste no aparecía en el
centro del poder político. Era solo visto en los suburbios o en los
barrios. Este sistema clientelístico en el radicalismo ocupa el
centro de la política argentina y esto es visto por la vieja
oligarquía como algo horroroso.
Don
Hipólito se convierte en el hombre más amado de la Argentina en
toda su historia. De pronto, en una república con más habitantes,
con mayor complejidad social, donde hay, en Buenos Aires, una
incipiente clase obrera, aparece una incipiente clase media
profesional que se expresa a través del caudillo Yrigoyen. Este
hombre adquiere una popularidad extraordinaria, casi religiosa. Pero
a su vez, los epítetos con los que lo llamó la oligarquía a
Yrigoyen son innumerables. El sistema oligárquico odió a Yrigoyen
con un odio casi comparable con el que esta misma clase le tuvo a
Perón y a Evita.
Lo
que, de alguna manera, Yrigoyen intentaba era democratizar la renta
agraria. Lo que intentaba era repartir un poco en el pobrerío esa
extraordinaria renta agraria. Salvando la distancia -toda comparación
es odiosa- es necesario observar lo que está pasando con Venezuela,
ver las dificultades políticas que ofrece la reconversión de una
economía petrolera. La principal tarea de Chávez cuando llega al
gobierno fue la democratización de la renta petrolera. Busca que los
ingresos producidos por el petróleo -cuyo precio internacional,
además, se encarga de aumentar- no queden en manos de una burguesía
compradora parásita e inútil, sino convertirlo en hospitales,
médicos, escuelas. Lo que se llaman, en Venezuela, las misiones. y
mejorando así las condiciones de vida de los venezolanos.
Yrigoyen
tiene un impedimento de origen político e ideológico en avanzar
sobre un programa que vaya más allá de esa distribución social de
la renta agraria. Él es un productor rural de la pampa húmeda y no
ve la posibilidad de invertir la renta agraria en un proceso de
industrialización. Repartamos la renta agraria, propone, y lo hace
mediante el cargo, el cargo público. Comienza a generar cargos que
comienzan a solucionar problemas concretos individuales de miles y
miles de pobres del interior, de la ciudad de Buenos Aires y de la
Provincia. Lo hace mediante la generación de cargos públicos o del
subsidio directo. Este proceso de democratización es visto con el
mismo horror que hoy ven los sojeros que les entreguemos subsidios a
las madres solteras.
Reaparecen
en el radicalismo algunas tradiciones del viejo país federal. En
primer lugar, y de manera evidente, reaparece en Yrigoyen el
americanismo. Yrigoyen se expresa contra la doctrina Monroe. Esta
resistencia a los intentos imperialistas en el continente fue
recibida con enorme satisfacción por los sectores más patrióticos
y latinoamericanistas de muchos países. La política de Yrigoyen fue
esencial para la neutralidad de Argentina en la Primera Guerra
Mundial. Las embajadas europeas, Inglaterra y Francia, y la
oligarquía tradicional argentina ejercieron una presión muy fuerte
para que Yrigoyen tomara postura frente a la guerra. Pero fue algo
que Yrigoyen no cedió.
Conjuntamente
con la distribución de la renta agraria esboza ciertas concesiones.
Pese a la dura represión de la Semana Trágica de 1919, Yrigoyen no
deja de encontrar políticas de integración a los sectores obreros
en la política nacional. Las contradicciones del mundo industrial
eran una especie de misterio para un país que no conocía
exactamente cómo eran las sociedades industriales. Con la aparición
de la industria, la actividad social empezó a observarse de otra
manera. Las medidas tomadas por el gobierno de Yrigoyen, las
propuestas de los diputados yrigoyenistas aportaron muchas mejoras
para la clase trabajadora, votando conjuntamente con socialistas,
pese a no compartir algunas de las propuestas por ellos sostenidas.
El
yrigoyenismo fue el primer movimiento popular, el primer movimiento
de masas que tuvo la Argentina en el siglo XX. Sin el yrigoyenismo es
imposible comprender la Reforma Universitaria que pudo desarrollarse
gracias a la presencia en el poder de don Hipólito.
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