Rosas

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martes, 18 de marzo de 2014

Curupaytí

Por Agenda de Reflexión
El 22 de septiembre de 1866, Bartolomé Mitre, general en jefe de la Triple Alianza, ordenó el asalto a la formidable posición fortificada enemiga de Curupaytí con 9.000 soldados argentinos y 8.000 brasileños, la flor y nata del ejército, el apoyo del cañoneo de la escuadra imperial y la cooperación de las fuerzas orientales de Venancio Flores. De toda la guerra del Paraguay ésta es la primera batalla planeada por Mitre y también la primera (y única) dirigida directamente por él; después sus panegiristas tendrán que esmerarse mucho para equiparar sus capacidades como político y escritor a sus aptitudes militares. El mariscal Francisco Solano López destinó a su mejor hombre de guerra, el general Díaz, vencedor de Estero Bellaco y Boquerón, que preparó en poco tiempo la defensa del campo, cortando árboles (abatíes) dispuestos por sus enormes raíces para dentro, ocultando unas 50 bocas de fuego.
La orden de ataque se había demorado por una torrencial lluvia de varios días que dejó el terreno convertido en un pantano. Lo cierto es que cuando se lanzaron los 17.000 aliados a la carga a bayoneta sobre las fortificaciones, en avance franco y a pecho descubierto, los cañones paraguayos ocultos entre los abatíes hicieron estragos. Los infantes chapoteando barro resultaron un blanco servido para el fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían. Cuando inexplicablemente tarde se dio el toque de retirada, el campo de batalla hecho un fangal frente a Curupaytí quedó sembrado con 10.000 cadáveres argentinos y brasileños tendidos. Las bajas paraguayas fueron 92.
El emperador debió gestionar amistosamente que Mitre volviese a su país porque en las provincias del Oeste se habían levantado nuevamente las montoneras. Nunca se supo si la insinuación de la licencia fue nada más que por alejarlo de los campos de batalla. Porque efectivamente por los llanos de La Rioja se volvía a galopar como en los tiempos de Facundo o los más recientes del Chacho Peñaloza: Felipe Varela, el Quijote de los Andes, había enarbolado su proclama revolucionaria.
En la sangrienta batalla de Curupaytí el impacto de un casco de granada le destrozó la mano derecha a un ciudadano argentino alistado hacía unos meses como voluntario. Evacuado a Corrientes, la amenaza de la gangrena obligó a amputarle el brazo por encima del codo. Se trataba de un joven dibujante y cronista de 26 años, teniente segundo del ejército, que se llamaba Cándido López y, al igual que Macedonio Fernández, es tradición citarlo por su nombre de pila. Menos de un año después cumplió su promesa de enviarle al médico que le amputó el brazo un óleo suyo fruto de una prodigiosa reeducación de su mano izquierda. Alrededor de 1870 empieza a pintar con su única mano inhábil los óleos sobre la guerra del Paraguay -según los apuntes y bocetos a lápiz que había tomado in situ-, que han de ocuparlo casi por entero hasta su muerte y que lo convertirán en el artista americano más original del siglo XIX.
Cándido nace en Buenos Aires en 1840 y aquí estudia con Carlos Descalzo y Baidasarre Verazzi. Viaja y reside en varios pueblos del interior bonaerense trabajando en retratos al daguerrotipo hasta que se alista en San Nicolás en el ejército. Al volver de la guerra se casa en Buenos Aires con Emilia Magallanes, con quien tuvo doce hijos. Muere en 1902 y es enterrado en el Panteón de los Guerreros del Paraguay, de cuyo círculo fue socio fundador.
El “manco de Curupaytí” se automarginó del circuito de arte de su época y sus debates, y su estilo, tildado tantas veces de naïf, nada tuvo en común con los preceptos de moda entonces, ejemplificados en las obras de Blanes, Sívori y Schiaffino. Las imágenes bélicas de Cándido obvian por completo la construcción de próceres (tan cercana a la narrativa mitrista) para poner en escena héroes anónimos, cientos de personajes cuyas identidades no se amparan en ningún prohombre, sino por el contrario desnudan las huellas de otra batalla, individual, en la cual la materia primera fue su memoria sensible. La guerra de Cándido es, ante todo, un combate que ocurrió dentro de su cerebro, y sus recuerdos responden invariablemente a la cosa mentale que tanto propugnara Leonardo da Vinci y los conceptualistas del siglo XX.
También, en Curupaytí perdió la vida Dominguito, hijo adoptivo de Domingo F. Sarmiento. En 1944 se estrenó la película Su mejor alumno, dirigida por Lucas Demare, guión de Ulises Petit de Murat y Homero Manzi, y protagonizada por Enrique Muiño y Angel Magaña. Demare fue uno de los directores más importantes de la cinematografía nacional, un referente en la historia del cine, autor de La guerra gaucha, Pampa bárbara, El viejo Hucha, Los isleros, El último perro, Hijo de hombre y treinta títulos más. Según los especialistas y críticos, la escena de la batalla donde en actitud heroica Dominguito pierde la vida -con 5.000 extras- no fue superada en la historia del cine épico nacional.

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