El 4 de septiembre de 1957 la legendaria revista Hora Cero comenzó a publicar en entregas semanales durante dos años El Eternauta, la historieta más exitosa, famosa, gloriosa y espectacular que haya sido creada en la Argentina, que trascendió la ciencia ficción hasta convertirse en un verdadero ícono de la cultura nacional y en símbolo profético de nuestra historia reciente; y también en genial metáfora de nuestro tiempo, aleccionadora sobre los mecanismos de dominación y sobre la fuerza del espíritu de la solidaridad. El guionista Héctor Germán Oesterheld (1917-1977) escribió en el prólogo de su presentación: “El verdadero héroe de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir más íntimo: el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”.
La historieta, dibujada por Francisco Solano López (1928), comenzaba en una casita de Vicente López en la que cuatro amigos jugaban al truco, cuando de pronto empieza a nevar y todos los que eran tocados por esos extraños copos fluorescentes morían de inmediato. El encierro salvó a los amigos, que se contaron entre los escasos sobrevivientes. Como dijo Favalli, el profesor de física, “la ley de la civilización quedó sepultada bajo la nevada mortal”. Pero para sorpresa de todos, la catástrofe apenas resultó el anuncio de una invasión extraterrestre que buscaba someter al planeta. Juan Salvo, un hombre común, se convierte en jefe de la resistencia contra el poder infame y tecnológicamente superior de los Ellos -que nunca muestran su rostro- y sus terribles ejércitos: los cascarudos, los gurbos, los hombres-robot manejados por los Manos, a quienes le inyectan al nacer la glándula del miedo para asegurarse su fidelidad. La ciudad de Buenos Aires, con todos sus detalles reconocibles -la rotonda de la General Paz, las barrancas de Belgrano, el Monumental, Plaza Italia, la avenida Santa Fe, la Plaza Congreso donde se había instalado el comando invasor-, terminó siendo escenario de tremendos enfrentamientos que dejaban muertos y desaparecidos, como ocurriría realmente dos décadas más tarde. El lenguaje poético de la historieta fue una oda al coraje y a los valores humanos.
En los ‘70 Oesterheld (con el nombre de Germán) y sus cuatro hijas mujeres ingresaron en la organización armada Montoneros.
Hasta que volvió a nevar en Buenos Aires.
Primero fue su hija Beatriz en junio de 1976: quince días después de su desaparición, su cadáver fue entregado por la policía. Inmediatamente, el resto de los miembros de la familia se ocultaron, salvo Elsa, la madre. Un mes más tarde, en Tucumán, desapareció su hija Diana junto a su marido Raúl; para más, estaba embarazada de seis o siete meses. En un acto de condescendencia, el niño no fue asesinado sino ingresado en el Hospital de Niños; luego sería recuperado por los abuelos paternos. El 27 de abril de 1977, un año después de haber desaparecido la primera hija, en La Plata, cayó el padre, Héctor Germán Oesterheld. Tenía casi 60 años y lo llamaban “El viejo”. Hay numerosos testigos que declararon que lo vieron con un grupo de intelectuales en el campo de concentración conocido como Vesubio y más tarde en el denominado Sheraton. En diciembre de ese mismo año un grupo de tareas ingresó en la casa de su hija mayor Estela; la asesinaron junto a su marido, a quemarropa, delante de su hijo de tres años. Y al mismo tiempo su última hija, Marina, la más joven, embarazada en el octavo mes, fue “desaparecida”. Este otro nieto también sobrevive.
Se cree que Oesterheld murió en Mercedes, población bonaerense cercana a la capital porteña, el primer trimestre de 1978. Se supo de las torturas que hasta entonces había sufrido y de su firmeza frente a los represores. Aún llevaba un brazo en cabestrillo, como secuela de una fractura. Se asegura que al igual que El Eternauta, quien rechazaba sin vacilar las propuestas de los Ellos (”ustedes, hombres, tienen una sola esperanza de salvación: si no quieren la aniquilación total pueden entregarse voluntariamente y haremos de ustedes hombres robot”), el genial guionista también supo resistir con dignidad, el día que por fin los Ellos le mostraron su rostro verdadero.
Claro que todavía queda en pie la pregunta de Juan Salvo de 1957: “Cuando venga la reflexión y se den cuenta cabal de lo que ha sucedido, ¿cómo haré para mitigarles la pena?”.
H.G.O.
Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López
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