Por Guillermo Furlong S.J. (1889-1974)
Entendemos por "misiones jesuíticas" las diversas agrupaciones de pueblos estables, poblados por indígenas y gobernados espiritualmente por religiosos de la Compañía de Jesús. Tales fueron, en el virreinato del Río de la Plata, las misiones de lules, tobas, abipones, mocobíes, serranos y pampas, guaycurúes, chiquitos y guaraníes. Las primeras misiones que entablaron los jesuitas entre los sanavirones, matarás y tonocotes, fueron iniciadas por los padres Francisco Angulo y Alonso Barzana, en 1585. Fueron intestables, igual que las primeras que pocos años después iniciaron en las regiones del Guayrá los padres Tomás Fiels y José Ortega. En 1605 llegó procedente del Perú el Padre Diego de Torres, y dos años más tarde quedó fundada la Provincia Jesuítica del Paraguay. Hallándose en la Asunción, conferenció con el gobernador Hernandarias y con el obispo Lizárraga sobre los mejores medios de realizar la conquista espiritual, y, con el beneplácito de ambas autoridades, emprendió tres misiones: la de los guaycurúes, al noroeste de la Asunción; la de los guaraníes, al sur y la de los tapes, al noreste, en la región del Guayrá.
A fines de 1609, el Padre Torres distribuyó sus misioneros, destinando a los guaycurúes a los padres Vicente Grifi y Roque González de Santa Cruz; a los tapes, a los padres José Cataldino y Simón Massetta; a los guaraníes, a los padres Marcial Lorenzana y Francisco de San Martín. El Padre Grifi cayó enfermo y el beato González, después de pasar dos años entre los guaycurúes, se unió con los misioneros de los tapes, quienes, desde el primer momento, comenzaron a fundar pueblos estables.
Los dos misioneros de guaraníes se entrevistaron en diciembre de 1609 con el cacique Arapizandú, y por su intermedio conquistaron las voluntades de otros jefes aborígenes, de suerte que pronto se pusieron los fundamentos de futuras reducciones. Como ya los padres franciscanos operaban en algunas regiones vecinas, pasaron a verles los padres Lorenzana y San Martín. Fray Luis Bolaños los recibió con cariño, les satisfizo sus dudas y les ofreció los apuntes de la lengua guaraní que él había confeccionado. Como a unas veinte leguas al oriente de las reducciones franciscanas, comenzaron los dos jesuitas las suyas. A principios de 1610 fundaron la reducción de San Ignacio Guazú. En compañía del Padre Diego de Beroa, recorrió después el beato González toda la región existente entre los ríos Paraná y Uruguay y, en 1615, fundaron ambos la reducción de Itapúa o Villa Encarnación. Al beato González se debe la fundación posterior de Concepción, San Nicolás, San Javier y los primeros contactos para crear la reducción de Yapeyú. Fue él también quien entre 1626 y 1628 entabló los pueblos de Candelaria de Gazapaminí, Asunción de Iyuí y de Todos los Santos de Caaró. En esta población murió, el 15 de noviembre de 1628. Mientras estos pueblos surgían al sur, otros se creaban en el Guayrá. En 1610 ya estaban en formación los pueblos de San Ignacio y Loreto, sobre el río Paranapanema, y pocos años después se fundaron los de San Javier de Tayatí, Encarnación de Nantinqui, San José de Tucutí, Concepción y San Pedro de Gualacos, Siete Ángeles de Tayaoba, Santo Tomás y Jesús María.
Las irrupciones de los paulistas, que aprisionaban a los indígenas para venderlos como esclavos, arruinaron estos pueblos. Por tal razón, a mediados del siglo XVII, se concentraron los pueblos tapes y guaraníes en una misma región, aunque naturalmente divididos en dos grupos, pues unos pertenecían al gobierno del Paraguay y otros al del Río de la Plata. Al primero le correspondían los pueblos de San Ignacio Guazú, San Cosme, Itapúa, Candelaria, Santa Ana, San Ignacio Miní, Corpus, Santa María de Fe y Santiago.
Pertenecían a la jurisdicción de Buenos Aires: San José, San Carlos, San Javier, Mártires, Santa María, Apóstoles, Concepción, Santo Tomé, La Cruz, Yapeyú, San Nicolás y San Miguel.
Fundaron los jesuitas 48 pueblos en cuarenta y dos años, y si la mitad de ellos desaparecieron, no fue por incuria de los misioneros, sino por los frecuentes asaltos de los bandeirantes, provistos de armas de fuego. Durante la segunda mitad del siglo XVII fueron en aumento las reducciones de guaraníes. Sabemos que en 1682, y en jurisdicción de Buenos Aires, había 15 pueblos con 48.491 almas; en 1690 la población ascendió a 77.646 y en 1702, a 114.599 almas.
Yapeyú, o Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, fue fundación del padre Pedro Romero, en 1627, aunque el beato González había hablado antes con los indígenas de esta región sobre establecer aquí un pueblo. Nada sabemos de las formalidades de su comienzo, pero sí que fue fundada el 4 de febrero de ese año y que, a los pocos meses, visitó esta reducción el provincial Padre Durán Mastrilli, quien informaba: "esta reducción está a orillas del río Uruguay y sobre otro que entra en él, llamado Yapeyú, distante treinta leguas río abajo de Concepción y ciento del puerto de Buenos Aires. De esta reducción comienza propiamente, río arriba, la nación de los indios del Uruguay, que aunque sus tierras corren con el río hasta el de la Plata, están habitadas por los indios charrúas, yaros y otras naciones. Por eso juzgué siempre de suma importancia - agrega el P. Mastrilli- que ocupara la Compañía de Jesús este puesto, porque aseguraba, por suya, la conversión de toda esta provincia y del río Ibicuytí, que también es parte de ella, y nos hacíamos señores del paso para subir o bajar a Buenos Aires."
En lo referente a su población, fue Yapeyú un caso único, ya que el aumento de la misma fue constante, a lo menos desde 1711 hasta 1768. Para esa época la población estable era de unos 8.000 indígenas y la alimentación que llegó a producir no solamente sirvió a este pueblo, sino también para los otros 29 pueblos de esta provincia religiosa. Yapeyú llegó a ser el mercado ganadero más grande que jamás se ha visto en estas tierras.
La Estancia Grande de Yapeyú comprendía, al oriente del río Uruguay, los actuales departamentos de Artigas, Salto, Paysandú, Río Negro y Tacuarembó. La Estancia Chica, próxima al pueblo de Yapeyú, al oeste del Uruguay, se medía por 50 y 150 kilómetros. Allí había en 1768, propiedad del pueblo, 48.116 vacunos, mientras el ganado de la inmensa estancia uruguaya ascendía a 800.000 cabezas de animales.
Siendo Yapeyú el más grande centro ganadero rioplatense, no todos los animales se faenaban en esa reducción ni en sus cercanías, pues se llevaban a pie a las diversas otras reducciones. Sabemos que la zapatería fue una de las dos grandes industrias yapeyuanas, exportándose sus hechuras hasta Chile y Perú. La otra industria, con tremenda pujanza cultural, fue la fabricación de toda clase de instrumentos musicales: órganos, arpas, violines, trompas, cornetas y chirimías, los que también se exportaban a las otras reducciones y a las ciudades españolas del virreinato. El Padre Antonio Sepp, gran músico, fue quien dio el mayor impulso a la fabricación de los instrumentos. No bien arribó este jesuita a Buenos Aires, fue destinado precisamente a Yapeyú y a los dos años de su arribo pudo escribir: "este año de 1692 he formado a los siguientes futuros maestros de música: 6 trompetas, 3 buenos diorbodistas, 4 organistas, 30 tocadores de chirimías, 18 de cornetas, 10 de fagote. No avanzan tanto, como yo deseo, los 8 discantistas, aunque progresan a lo menos algo cada día."
Cuando en 1768 fueron desterrados los misioneros jesuitas, hallábanse las misiones en un período de prosperidad. Reemplazados por religiosos de diversas órdenes, ignorantes del idioma guaraní todos ellos y contrarios a la labor misionera algunos, no es de extrañar que en poco tiempo se perdiera toda la labor anterior. A la par de los religiosos, envió el gobernador Bucarelli toda una legión de administradores, lo cierto es que la población indígena decreció sensiblemente. Al salir los jesuitas había 88.864 almas; en el año 1801, solamente 42.885; en 1814, ya en época independiente, la población indígena de los 23 pueblos no pasaba de 21.000.
El gobernador Bucarelli, confió a Juan de San Martín, padre del futuro Libertador, la ocupación de la estancia Calera de las Vacas - después conocida por Calera de las Huérfanas- que dependía del colegio de Belén, de Buenos Aires, y estaba ubicada en el suroeste del Uruguay. El 13 de diciembre de 1774, el ilustre hijo de Cérvatos de la Cueza fue nombrado Teniente Gobernador del departamento de Yapeyú.
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