Por Daniel Di Giacinti
Asombra
Francisco con su nueva Encíclica, al realizar un llamado ferviente a
todos los cristianos a la lucha militante por el bien común y la paz
social. Una convocatoria que incluye una serie de contundentes denuncias
sobre la injusticia social de un sistema económico decadente y egoísta.
“....La
necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede
esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de
ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve
frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes
asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse
como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los
problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los
mercados y de la especulación financiera y atacando las causas
estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y
en definitiva ningún problema....”
Advierte también sobre los peligros de intentar sofocar estas claras injusticias del sistema con artilugios políticos que diluyan el problema de los excluidos quitándole dramatismo a la grave situación social.
“…La
paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera
ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los
otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para
justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más
pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios
puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás
sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que
ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y
los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de
construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría
feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima
de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus
privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz
profética…”(Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium; Pag. 169)
Sin
embargo no se queda solamente en una denuncia y condena, sino que
brinda herramientas concretas para organizar una acción transformadora
para resolver la injusticia social. Y es en ese camino donde comienza a
vislumbrarse una unidad conceptual con el peronismo.
“…En
cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus
vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un
pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes…” (E A E G;
Pag. 170)
Esta
diferenciación entre pueblo y masa se une con la concepción sociológica
peronista, y es importante profundizar las características de ambos
conceptos para poder comprender mejor el sentido de la propuesta Papal:
“…La
masa se presenta allí donde se produce la absorción de la personalidad
individual, allí donde el hombre pierde el dominio de sus actos y un
sentimiento contagioso, pegadizo “amasa” a los individuos,
uniformándolos hasta convertirlos en algo homogéneo, carente de toda
personalidad.
Cuando
un hombre se encuentra en la situación de ser un elemento integrante de
una masa, sufre un proceso de anulación de toda su personalidad y
entonces adquiere el valor de un mero número, reemplazable por cualquier
otro nombre. Ese elemento de fisonomía difusa que es el individuo
dentro de la masa, no es, por cierto, el hombre que realiza plenamente
su personalidad dentro de la vida comunitaria.
La
presencia de las masas inorgánicas ha sido deseada por el liberalismo y
el colectivismo, porque se impedía así la formación del Pueblo, unidad
social consciente de sus derechos y de sus destinos...” (Sociología
Peronista, Juan Perón)
Continúa la Encíclica marcando las diferencias de compromiso y participación entre la masa y un Pueblo:
“…Recordemos
que « el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida
política es una obligación moral ». Pero convertirse en pueblo es
todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva
generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige
querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del
encuentro en una pluriforme armonía…” (E A E G; Pag. 170)
Este
trabajo lento y arduo que plantea Francisco esta perfectamente
establecido en la Doctrina Peronista. Para ello es necesario transformar
las formas participativas del liberalismo que anula la acción social
del ciudadano dejando la creación de las acciones políticas
exclusivamente en “los profesionales de la política” -es decir los
dirigentes tradicionales y sus partidos- y abrirlas a la Comunidad,
organizándola para permitir una acción solidaria común. Es decir, lograr
la maduración colectiva en esa acción solidaria que iría desarrollando
distintos grados crecientes de compromiso social.
“…La
Revolución Peronista cambia el rumbo de la evolución social de la
comunidad argentina e inicia la marcha hacia la formación de la
Comunidad Organizada a través de la conquista sucesiva de cuatro etapas:
Cultura social; Conciencia social; solidaridad social; Unidad Nacional.
El
camino a recorrer, alcanzando objetivo tras objetivo, escalonaría
perfectamente bien el sentido de esa solidaridad. Primero, despertar en
las masas populares una conciencia social, incrementarla y darle una
mística personal hasta convertirla en solidaridad social, que ha de
terminar en una solidaridad nacional, única solidaridad a través de la
cual podemos llegar a la verdadera unidad nacional”. (Sociología
Peronista, Juan Perón)
“Desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía…” plantea Francisco, con lo cual obliga a repensar las instituciones políticas que permitan promover esa acción social participativa. El peronismo se encuentra en perfecta armonía con ese pensamiento cuando reafirma sus convicciones respecto de la democracia social.
“El
hombre en el ámbito social peronista encuentra su real ubicación,
porque en ella no se toma al hombre aislado como la unidad absoluta del
individualismo, ni como la parte indivisible del colectivismo, sino como
una unidad independiente (libre) y a la vez subordinada (responsable).
Es libre en cuanto posee un fin propio cuya realización aspira por su
propia naturaleza y es responsable en cuanto a la consecución de aquel,
sólo es factible a través de la realización de los fines específicos de
las comunidades que integra. (Sociología Peronista, Juan Perón)
La
historia del peronismo es la historia de intentar poner en marcha este
nuevo concepto de ciudadano, un nuevo hombre congruente con las nuevas
potencialidades que una extraordinaria revolución cultural hoy permite.
Un hombre con una cantidad de información y canales participativos a su
disposición que no encuentra la forma de traducirlos en una acción
social hacia su comunidad porque el sistema de representación política
en la cual convive no se lo permite.
La
revolución peronista pese a sus intentos no pudo romper con la
institucionalidad liberal, por eso se burocratizó y se detuvo. Si bien
contaba con los estamentos populares dispuestos para la proeza, los
dirigentes, -la oposición y también los propios- no comprendieron el
llamado del Líder para transformar un democracia liberal, formal y
corporativa en una democracia social, popular y participativa. Por eso
es tan importante analizar la propuesta organizativa de Francisco,
porque nos ayudará a tener una mirada retrospectiva sobre nuestra propia
historia como Movimiento Nacional de Liberación e intentar analizar los
porque de nuestras limitaciones Institucionales.
El
peronismo intentó poner en marcha un proceso de Autodeterminación
política, promoviendo la organización de la comunidad para permitirle en
una acción creativa colectiva definir su propia identidad cultural.
Para
ello debió primero promover un proceso de dignificación social para
recuperar un pueblo cosificado por la explotación capitalista. Luego
intentó organizarlo políticamente brindándole herramientas y formando
dirigentes capaces de ordenar esa transformación colectiva. El primer
intento fue en el lanzamiento del Segundo Plan Quinquenal en 1952 cuando
propugnó las Organizaciones Libres del Pueblo para que conjuntamente
con el Estado el ciudadano pudiera participar en la elaboración de los
proyectos llevados adelante por el Poder ejecutivo. Luego lo intentó
nuevamente en 1973 con el llamamiento a la organización comunitaria para
la elaboración y perfeccionamiento de un Modelo de país que nos
representara y definiera como nación. En ambas iniciativas el Líder
fracasó. Simplemente porque el tiempo histórico no lo acompañaba y los
procesos de autodeterminación política eran incomprensibles como
procesos orgánicos institucionales tanto en 1950 como en 1970.
Hoy
el llamado de Francisco a la cristiandad convoca nuevamente a
proyectarse socialmente hacia su comunidad si quiere construir “un
pueblo en paz, justicia y fraternidad”, y nos propone analizar una serie
de principios “relacionados con tensiones bipolares propias de toda
realidad social”.
Estas
tensiones son producto de la construcción de una nueva relación
política entre el sistema político y el ciudadano abandonando la
verticalidad materialista del demoliberalismo y el marxismo dogmático.
Esta
verticalidad unidireccional entre el Estado y el pueblo se sustenta en
una concepción moral que justifica y alienta el individualismo
materialista.
“Ciertamente,
hay morales que no dan este paso porque en su propia naturaleza está el
de prescindir de la política, ya sea porque se consideran
autosuficientes dentro de sus propias murallas, ya sea porque ante sus
consecuencias prácticas, políticas, más allá de ellas, se muestran
indiferentes.
Paradigma
de las primeras, de las amuralladas en sí mismas es la moral kantiana, a
la que le basta la recta intención del sujeto individual o su buena
voluntad. No necesita por consiguiente trascenderse, proyectarse fuera
de sí o rebasar sus murallas.
Otra
versión de esta moral que prescinde de la política es la que Max Weber
llama “ética de la convicción”. Esta moral, aunque reconoce que tiene
consecuencias políticas, se desentiende de ellas. Vale decir: el sujeto
moral (individual o colectivo) no asume la responsabilidad de sus actos o
efectos políticos. Al absolutizar los principios y desentenderse de las
consecuencias de su aplicación, esta “moral de la convicción” o de los
principios viene a proclamar la máxima de “Sálvense los principios,
aunque se hunda el mundo”. En la política impregnada de semejante moral,
la fidelidad incondicional a los principios (o también al jefe o al
partido que los encarna), se conjuga forzosamente con la indiferencia
ante sus consecuencias.” (Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía Política
Contemporánea, pag 278)
La
propuesta de Francisco de “construir Pueblo” nos lleva a intentar una
nueva filosofía de la acción política, donde el ciudadano más allá de
participar a través de sus representantes o siguiendo los lineamientos
del Partido Revolucionario o una Vanguardia Esclarecida, pueda él mismo
brindarse en una acción contra la injusticia social.
Para
ello debe el ciudadano asumirse como el protagonista y autor de la
identidad política capaz transformar a la comunidad. Esta relación
inédita que pone por primera vez a los pueblos en función creativa,
obliga a dejar atrás los caminos preelaborados por las ideologías.
Respetar
la creatividad popular significa intentar poner en marcha un aspecto
práctico-instrumental que permita ir construyendo la fisonomía
ideológica y cultural de la Nación en la misma medida que la Comunidad
la va desarrollando y creando. Esto necesita obligadamente de una nueva
concepción del ciudadano y del Estado.
En 1952 el Presidente Perón marcó las diferencias entre las distintas filosofías de la acción política:
“El
individualista, cuya filosofía de la acción es netamente liberal,
entiende que en su acción el gobierno debe prescindir de toda
intervención en las actividades políticas, económicas y sociales del
pueblo. Las consecuencias han sido desastrosas: la anarquía política en
lo político, el capitalismo nacional o internacional en lo económico, y
la explotación del hombre por el hombre en lo social.
El
colectivismo, cuya filosofía de la acción es netamente antiliberal,
entiende que en su acción el Gobierno puede y aun debe asumir la
dirección total de las actividades políticas, económicas y sociales del
pueblo. Las consecuencias no han sido menos desastrosas que en el
individualismo: dictadura en lo político, intervencionismo en lo
económico, explotación del hombre por el Estado en lo social.
La
doctrina justicialista trae al mundo su propia solución fundada en la
filosofía propia de la acción del gobierno, que no es de abstención
total como en el individualismo, ni de intervención total como el
colectivismo, sino de conducción de las actividades sociales, económicas
y políticas del pueblo.
Las
consecuencias de esta posición de gobierno se traducen en lo político
como un régimen de libertad en función social; en lo económico, como
economía social, y en lo social, como dignificación del hombre y del
pueblo.
El Gobierno, según nuestra doctrina, es, en síntesis; gobierno de conducción.” (Juan Perón, 1/12/1952)
Sin
embargo -como dijimos- el intento justicialista fracasó justamente
porque no pudo imponer su nueva concepción filosófica y generar las
nuevas instituciones. Hoy Francisco vuelve a la carga con la necesidad
de buscar caminos para que la acción solidaria del individuo encuentre
un cauce institucional que le permita a la comunidad madurar
colectivamente. Esta acción lógicamente generará “tensiones bipolares”
que surgen como producto de enfrentar las filosofías individualistas y
materialistas que sustentan las instituciones y las prácticas políticas
hoy en día.
“…quiero
proponer ahora estos cuatro principios que orientan específicamente el
desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde
las diferencias se armonicen en un proyecto común. Lo hago con la
convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz
dentro de cada nación y en el mundo entero.” (E A E G; Pag. 171)
El tiempo es superior al espacio
“Hay
una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca
la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone
delante. El « tiempo », ampliamente considerado, hace referencia a la
plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es
expresión del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos
viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del
horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final
que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la
construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.” (E A E G;
Pag. 171)
Para
poder entender esta tensión que plantea Francisco debemos partir de la
base que para el liberalismo no existe la posibilidad que el pueblo
participe creativamente de la construcción de una identidad cultural.
Por eso los tiempos de las acciones políticas tienen que ver con la
política electoralista. La lucha política es por el poder puramente, ya
que las transformaciones tienen a los pueblos como espectadores
distantes.
“A
veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan
realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por
obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil,
rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana.” (E A E G;
Pag. 172)
“…Los
partidos tradicionales habían, en efecto, constreñido y reducido toda
la vida política nacional a un solo -y no el más fundamental- aspecto de
esta: la política electoral. Esta hipertrofia de lo electoral, en
detrimento de lo específicamente político, era la característica
esencial del régimen anterior al peronismo. Toda la actividad política
-de los partidos, de los caudillos e incluso del gobierno- estaba
orientada exclusivamente al servicio de fines electoralistas.
Una
cosa es la política electoralista como medio para llegar al poder e
imponer desde allí una orientación que es propia de una fracción del
Pueblo argentino, y otra cosa es la política nacional que el país no
puede dejar de seguir si quiere ser un Pueblo libre, soberano y grande.
Para nosotros la elección es solamente un acto intermedio. El acto final
es la obra; es el trabajo; es el sacrificio que debemos realizar los
peronistas con la más alta dosis de abnegación…” (Política Peronista,
Juan Perón)
Sin
embargo cuando entendemos a las comunidades como artífices de sus
destinos aparece con claridad una armonía entre el tiempo y el espacio
acorde al proceso de la “construcción de pueblos”. Perón lo aclaró con
claridad en El Modelo Argentino.
“…En la tarea política del país, al más alto nivel, intervienen dos instancias: la conducción política y la político-administrativa. La primera atiende a la estructura del poder, y la segunda, a la administración del país en general, además de la administración del gobierno en particular…”
“…Tres son las grandes tareas: planeamiento de lo que ha de hacerse, ejecución concreta, control y reajuste del proceso.
El
planeamiento debe formalizarse para el largo plazo (varias décadas
hacia el futuro), para el mediano plazo (el número de años que dura un
gobierno) y para el corto plazo (un año).
El
largo plazo requiere la definición de las cualidades de la sociedad que
se visualiza para el futuro y la identificación de estrategias globales
para alcanzarla. Tal tarea requiere la constitución de un organismo
específico al cual el pueblo contribuya, a través de los mecanismos con
los que cuenta y en los ámbitos que conoce. Esta entidad puede ser el
Consejo para el Proyecto Nacional, a integrarse con todos los elementos
representativos de la comunidad.
El
planeamiento para el mediano plazo requiere ser realizado básicamente
por el Poder Ejecutivo, con la participación correspondiente del
Congreso.
El
planeamiento del corto plazo, así como la ejecución, corresponde
básicamente al equipo ministerial, salvo en las materias que hagan
necesaria la intervención del Congreso a los propósitos del control
superior…” (El Modelo Argentino, Juan Perón)
La unidad prevalece sobre el conflicto
“El conflicto no puede ser ignorado o disimulado.
Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada.
Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.
Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada.
Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.
Ante
el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si
nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros
entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden
horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e
insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una
tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es
aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de
un nuevo proceso. « ¡Felices los que trabajan por la paz! » (Mt 5,9).”
(E A E G; Pag. 174)
El
peronismo habla de una evolución de solidaridades crecientes, producto
de la evolución positiva de la acción creativa comunitaria. Eso es lo
que le permitiría a la comunidad afrontar grados crecientes de
conflictividad. Por eso el peronismo habla de una solidaridad social,
nacional, continental etc. Es decir es anular el conflicto por la suma
de valores construidos por el acuerdo y la creación política creciente.
“…La
solidaridad social es el sentimiento de aglutinación orgánica que
necesitan todos los que forman la organización popular. El sentido de la
solidaridad social, que lleva a la solidaridad nacional, que es otro
grado mayor, es lo que nosotros debemos desarrollar en este Segundo Plan
Quinquenal, en lo que se refiere a la conquista de la organización
popular… " (Juan Perón, Política Perón)
“…La
solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se
convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente
donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una
unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un
sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la
resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades
valiosas de las polaridades en pugna…” (E A E G; Pag. 174)
La realidad es más importante que la idea
“Existe
también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad
simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un
diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la
realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la
imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio:
la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de
ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo
relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales
que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad,
los intelectualismos sin sabiduría.” (E A E G; Pag. 176)
Asumir
el protagonismo popular en constante creatividad de su propia identidad
cultural, transformando su comunidad en la búsqueda de “un pueblo en
paz, justicia y fraternidad” que anhela Francisco, también significa el
abandono de las “guías ideológicas y filosóficas” que marcaban una
camino preelaborado o una abstención social materialista e
individualista.
Esto
no significa que no exista la posibilidad de que los procesos
transformadores no puedan sintetizarse en teorías, sino que simplemente
surgirían como síntesis de un proceso de acción política de la Comunidad
y no como forjadoras de las mismas. El Gral. Perón lo dejaría
explícitamente marcado en su libro Conducción Política, al explicar las
relaciones entre las identidades populares expresadas como principios
doctrinarios, las teorías inspiradas en esos principios elaboradas por
los dirigentes y las formas de ejecución que finalmente alumbrarían la
acción concreta del Pueblo y el Estado.
Siempre
las teorías serían la interpretación de la voluntad popular y su
esencia sería de carácter coyuntural y no estratégica. Muchas veces se
vio a los objetivos últimos del Peronismo, que son la grandeza de la
Patria y la felicidad del Pueblo como objetivos un poco “sosos” desde el
punto de vista de las elaboradas y sofisticadas propuestas de otros
pensamientos políticos. Es que lo sofisticado y revolucionario del
peronismo es sentirse parte de una Comunidad toda que va delineando día a
día su identidad. Por eso para el justicialismo la única verdad es la
realidad, la que construimos día a día: esa es nuestra revolución.
“La
idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación,
la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de
la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo
clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad
iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la
objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se
suplanta la gimnasia por la cosmética.” (E A E G; Pag. 176)
El todo es superior a la parte
“Entre la globalización y la
localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención
a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo,
no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies
sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos
dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo
abstracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola,
admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la
boca abierta y aplausos programados; otro, que se conviertan en un museo
folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo
mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la
belleza que Dios derrama fuera de sus límites.” (E A E G; Pag. 176)
Las
formas participativas que descansan sobre la estimulación de lograr
valores de solidaridad creciente tienden a la armonización no solamente
de lo individual con lo colectivo y sino que además promueven
naturalmente la acción integrativa de núcleos de pertenencia cada vez
mayores. Los integrantes de una familia se unen solidariamente hacia la
comunidad, las familias solidarias se unirán en una Nación y las
naciones solidarias emprenderán a partir de ahí otro escalón de
integración hacia el continentalismo y finalmente hacia un
universalismo.
“El
todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas.
Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y
particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien
mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse,
sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en
la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo
pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo
modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su
identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino
que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni
la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza.” (E
A E G; Pag. 176)
“…Los intereses de aproximación internacional han surgido generalmente a partir de problemas concretos y sin una previa visión universalista. En este sentido, no respondieron a las auténticas necesidades de los pueblos, sino a los intereses particulares de los grandes grupos de poder. Es preciso ahora revertir el proceso, elaborando a la luz de la voluntad de los pueblos los procesos que habrán de contribuir a la futura comunidad mundial. El hombre es el único ser de la Creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. El animal construye una guarida transitoria, pero aquel instaura una morada en la tierra: eso es la Patria…”
“…El
universalismo constituye un horizonte que vislumbra, y no hay
contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta
etapa naciente, descansa en la exigencia de ser más argentinos que
nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en indefinido
habitante de un universo ajeno. (Juan Domingo Perón; El Modelo
Argentino)
Cuando la intención se hace historia
Como
podemos apreciar la relación entre las propuestas de Francisco para
construir Pueblo y el justicialismo es total. Pero lo difícil no es
juzgar las intencionalidades sino motorizarlas con herramientas de
organización política que permitan la conformación de un poder
construido sobre nuevos basamentos éticos.
En
ese aspecto el justicialismo puede aportar su experiencia en el intento
de poner en marcha un proceso de autodeterminación comunitaria. La
historia justicialista demuestra que lo más complejo de comprender son
las nuevas formas orgánicas. Estas deben ordenar el libre albedrío
individual proyectándolo armónicamente en una construcción común.
Sin
embargo necesita resolver dos problemas fundamentales para alcanzar la
nueva institucionalidad: una identidad ideológica y un nuevo concepto de
autoridad. ¿Cómo definir la identidad ideológica dejando abierta la
potencialidad creativa de un pueblo? ¿Cómo generar una autoridad
respetando la acción creativa popular sin caer en un asambleísmo
disociante?
El
planteo de Juan Perón para resolver estos problemas fué acordar
previamente a la acción política una serie de principios para “ver” la
realidad con un mismo “lente” y una tabla de valores en común para
resolver lo bueno y lo malo en las luchas políticas.
Estos
principios y valores actuarían de una forma similar a los “mandamientos
cristianos” logrando una unidad conceptual. Es decir el pueblo y sus
dirigentes podrían pensar lo que quisieran, siempre y cuando se
respetaran estos principios rectores. Esta unidad de criterios
generarían una unidad en la acción que brindaría una clara identidad y
direccionalidad a los procesos políticos.
La
unidad conceptual también resuelve el problema de la autoridad, ya que
el dirigente peronista debe respetar los mismos principios que el
pueblo, por lo tanto simplemente manda el mejor de todos. El pueblo al
compartir los mismos principios puede juzgar también la acción de las
dirigencias en forma permanente.
Estos
principios fueron interpretados por Juan Perón en los primeros años de
su revolución. Las sintetizaría en las tres banderas fundamentales del
justicialismo: la justicia social, la independencia económica y la
soberanía política.
Es
decir que para poner en marcha una nueva forma participativa como la
que plantea Francisco se debe organizar a la comunidad inculcando una
doctrina común que permita la acción social multitudinaria, para que
abandonando el sentido individualista y egoísta del sistema liberal, se
lance en una acción solidaria luchando por la justicia social. El
ciudadano debe organizarse de acuerdo a sus capacidades e inserción
socioeconómica en un proceso de debate y construcción política en común,
que día a día vaya construyendo la felicidad del Pueblo y la grandeza
de la Nación.
Justa, Libre y Soberana.
Claro que Francisco debe
hablarles a los cristianos de todo el mundo, de los países
desarrollados y los no desarrollados. Pero cada pueblo debe encontrar su
camino para construir las nuevas comunidades ya que sus problemas son
diametralmente distintos.
Juan
Perón comprendió que para romper los lazos del colonialismo debía
luchar por la organización y fortalecimiento de una economía
independiente que pusiera todos los recursos y potencialidades
económicas de la Nación al servicio de la lucha por la Justicia social,
que le permitiría dignificar a su pueblo para luego intentar organizarlo
y lanzarlo a la epopeya de construir y crear su destino.
Hace
setenta años que el peronismo como movimiento nacional, viene luchando
para hacer realidad lo que Francisco hoy propone. Los valores peronistas
surgidos al calor de esa militancia se anidaron en el corazón de los
humildes argentinos que atesoraron esos principios al calor de la
dignificación humana que generó el peronismo -quizás la acción social
cristiana mas importante del siglo XX- y con un grado de lealtad épica
los mantuvieron incólumes ante la reacción, transformándolos en valores
culturales permanentes. Falta todavía que las dirigencias políticas,
sociales y culturales creen las instituciones que lleven adelante esta
epopeya solidaria.
Estos
intentos de cristiandad popular fueron históricamente enfrentados por
la reacción gorila que defendió los intereses de la oligarquía de una
manera cruenta. Al igual que los primeros cristianos, los peronistas,
fueron perseguidos, bombardeados, asesinados, y en una orgía genocida
sus militantes fueron desaparecidos por millares.
Por
eso ante este nuevo llamado de construir una democracia social basada
en los preceptos cristianos, el peronismo sabrá responder con la
experiencia que le dan décadas de lucha por esos objetivos comunes. Es
de esperar que los sectores que no comprendieron en su momento el
mensaje del justicialismo abran ahora sus corazones al llamado de
Francisco. Especialmente los sectores de la derecha católica que
tejieron una matriz de complicidad doctrinaria que justificó horribles
crímenes contra el pueblo peronista.
“
Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la
realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale
sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta
contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la
justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino
de reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué
oscurecer lo que es tan claro? No nos preocupemos sólo por no caer en
errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso
de vida y de sabiduría. Porque « a los defensores de “la ortodoxia” se
dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad
culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los
regímenes políticos que las mantienen ». “(E A E G; Pag. 154)
La voz de los humildes
“Por
eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que
enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios
dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos
evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a
reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del
camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a
prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a
escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que
Dios quiere comunicarnos a través de ellos.” (E A E G; Pag. 157)
En
la Argentina los humildes tienen algo contundente para ofrecer: un
cultura popular cristiana basada en los principios fundamentales que
sembraron en sus corazones Juan y Eva Perón: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
Ojala todos podamos escucharlos e interpretarlos.
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