Rosas

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jueves, 24 de abril de 2014

El pensamiento revolucionario de Francisco, el Papa compañero


 

Por Daniel Di Giacinti



Asombra Francisco con su nueva Encíclica, al realizar un llamado ferviente a todos los cristianos a la lucha militante por el bien común y la paz social. Una convocatoria que incluye una serie de contundentes denuncias sobre la injusticia social de un sistema económico decadente y egoísta.


“....La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema....”


Advierte también sobre los peligros de intentar sofocar estas claras injusticias del sistema con artilugios políticos que diluyan el problema de los excluidos quitándole dramatismo a la grave situación social.


“…La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética…”(Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium; Pag. 169)


Sin embargo no se queda solamente en una denuncia y condena, sino que brinda herramientas concretas para organizar una acción transformadora para resolver la injusticia social. Y es en ese camino donde comienza a vislumbrarse una unidad conceptual con el peronismo.

“…En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes…” (E A E G; Pag. 170)

Esta diferenciación entre pueblo y masa se une con la concepción sociológica peronista, y es importante profundizar las características de ambos conceptos para poder comprender mejor el sentido de la propuesta Papal:

“…La masa se presenta allí donde se produce la absorción de la personalidad individual, allí donde el hombre pierde el dominio de sus actos y un sentimiento contagioso, pegadizo “amasa” a los individuos, uniformándolos hasta convertirlos en algo homogéneo, carente de toda personalidad.
Cuando un hombre se encuentra en la situación de ser un elemento integrante de una masa, sufre un proceso de anulación de toda su personalidad y entonces adquiere el valor de un mero número, reemplazable por cualquier otro nombre. Ese elemento de fisonomía difusa que es el individuo dentro de la masa, no es, por cierto, el hombre que realiza plenamente su personalidad dentro de la vida comunitaria.
La presencia de las masas inorgánicas ha sido deseada por el liberalismo y el colectivismo, porque se impedía así la formación del Pueblo, unidad social consciente de sus derechos y de sus destinos...” (Sociología Peronista, Juan Perón)

Continúa la Encíclica marcando las diferencias de compromiso y participación entre la masa y un Pueblo:

“…Recordemos que « el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral ». Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía…” (E A E G; Pag. 170)

Este trabajo lento y arduo que plantea Francisco esta perfectamente establecido en la Doctrina Peronista. Para ello es necesario transformar las formas participativas del liberalismo que anula la acción social del ciudadano dejando la creación de las acciones políticas exclusivamente en “los profesionales de la política” -es decir los dirigentes tradicionales y sus partidos- y abrirlas a la Comunidad, organizándola para permitir una acción solidaria común. Es decir, lograr la maduración colectiva en esa acción solidaria que iría desarrollando distintos grados crecientes de compromiso social.


“…La Revolución Peronista cambia el rumbo de la evolución social de la comunidad argentina e inicia la marcha hacia la formación de la Comunidad Organizada a través de la conquista sucesiva de cuatro etapas: Cultura social; Conciencia social; solidaridad social; Unidad Nacional.
El camino a recorrer, alcanzando objetivo tras objetivo, escalonaría perfectamente bien el sentido de esa solidaridad. Primero, despertar en las masas populares una conciencia social, incrementarla y darle una mística personal hasta convertirla en solidaridad social, que ha de terminar en una solidaridad nacional, única solidaridad a través de la cual podemos llegar a la verdadera unidad nacional”. (Sociología Peronista, Juan Perón)

“Desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía…” plantea Francisco, con lo cual obliga a repensar las instituciones políticas que permitan promover esa acción social participativa. El peronismo se encuentra en perfecta armonía con ese pensamiento cuando reafirma sus convicciones respecto de la democracia social.

“El hombre en el ámbito social peronista encuentra su real ubicación, porque en ella no se toma al hombre aislado como la unidad absoluta del individualismo, ni como la parte indivisible del colectivismo, sino como una unidad independiente (libre) y a la vez subordinada (responsable). Es libre en cuanto posee un fin propio cuya realización aspira por su propia naturaleza y es responsable en cuanto a la consecución de aquel, sólo es factible a través de la realización de los fines específicos de las comunidades que integra. (Sociología Peronista, Juan Perón)

La historia del peronismo es la historia de intentar poner en marcha este nuevo concepto de ciudadano, un nuevo hombre congruente con las nuevas potencialidades que una extraordinaria revolución cultural hoy permite. Un hombre con una cantidad de información y canales participativos a su disposición que no encuentra la forma de traducirlos en una acción social hacia su comunidad porque el sistema de representación política en la cual convive no se lo permite.

La revolución peronista pese a sus intentos no pudo romper con la institucionalidad liberal, por eso se burocratizó y se detuvo. Si bien contaba con los estamentos populares dispuestos para la proeza, los dirigentes, -la oposición y también los propios- no comprendieron el llamado del Líder para transformar un democracia liberal, formal y corporativa en una democracia social, popular y participativa. Por eso es tan importante analizar la propuesta organizativa de Francisco, porque nos ayudará a tener una mirada retrospectiva sobre nuestra propia historia como Movimiento Nacional de Liberación e intentar analizar los porque de nuestras limitaciones Institucionales.

El peronismo intentó poner en marcha un proceso de Autodeterminación política, promoviendo la organización de la comunidad para permitirle en una acción creativa colectiva definir su propia identidad cultural.

Para ello debió primero promover un proceso de dignificación social para recuperar un pueblo cosificado por la explotación capitalista. Luego intentó organizarlo políticamente brindándole herramientas y formando dirigentes capaces de ordenar esa transformación colectiva. El primer intento fue en el lanzamiento del Segundo Plan Quinquenal en 1952 cuando propugnó las Organizaciones Libres del Pueblo para que conjuntamente con el Estado el ciudadano pudiera participar en la elaboración de los proyectos llevados adelante por el Poder ejecutivo. Luego lo intentó nuevamente en 1973 con el llamamiento a la organización comunitaria para la elaboración y perfeccionamiento de un Modelo de país que nos representara y definiera como nación. En ambas iniciativas el Líder fracasó. Simplemente porque el tiempo histórico no lo acompañaba y los procesos de autodeterminación política eran incomprensibles como procesos orgánicos institucionales tanto en 1950 como en 1970.

Hoy el llamado de Francisco a la cristiandad convoca nuevamente a proyectarse socialmente hacia su comunidad si quiere construir “un pueblo en paz, justicia y fraternidad”, y nos propone analizar una serie de principios “relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social”.

Estas tensiones son producto de la construcción de una nueva relación política entre el sistema político y el ciudadano abandonando la verticalidad materialista del demoliberalismo y el marxismo dogmático.

Esta verticalidad unidireccional entre el Estado y el pueblo se sustenta en una concepción moral que justifica y alienta el individualismo materialista.


“Ciertamente, hay morales que no dan este paso porque en su propia naturaleza está el de prescindir de la política, ya sea porque se consideran autosuficientes dentro de sus propias murallas, ya sea porque ante sus consecuencias prácticas, políticas, más allá de ellas, se muestran indiferentes.

Paradigma de las primeras, de las amuralladas en sí mismas es la moral kantiana, a la que le basta la recta intención del sujeto individual o su buena voluntad. No necesita por consiguiente trascenderse, proyectarse fuera de sí o rebasar sus murallas.

Otra versión de esta moral que prescinde de la política es la que Max Weber llama “ética de la convicción”. Esta moral, aunque reconoce que tiene consecuencias políticas, se desentiende de ellas. Vale decir: el sujeto moral (individual o colectivo) no asume la responsabilidad de sus actos o efectos políticos. Al absolutizar los principios y desentenderse de las consecuencias de su aplicación, esta “moral de la convicción” o de los principios viene a proclamar la máxima de “Sálvense los principios, aunque se hunda el mundo”. En la política impregnada de semejante moral, la fidelidad incondicional a los principios (o también al jefe o al partido que los encarna), se conjuga forzosamente con la indiferencia ante sus consecuencias.” (Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía Política Contemporánea, pag 278)


La propuesta de Francisco de “construir Pueblo” nos lleva a intentar una nueva filosofía de la acción política, donde el ciudadano más allá de participar a través de sus representantes o siguiendo los lineamientos del Partido Revolucionario o una Vanguardia Esclarecida, pueda él mismo brindarse en una acción contra la injusticia social.

Para ello debe el ciudadano asumirse como el protagonista y autor de la identidad política capaz transformar a la comunidad. Esta relación inédita que pone por primera vez a los pueblos en función creativa, obliga a dejar atrás los caminos preelaborados por las ideologías.

Respetar la creatividad popular significa intentar poner en marcha un aspecto práctico-instrumental que permita ir construyendo la fisonomía ideológica y cultural de la Nación en la misma medida que la Comunidad la va desarrollando y creando. Esto necesita obligadamente de una nueva concepción del ciudadano y del Estado.

En 1952 el Presidente Perón marcó las diferencias entre las distintas filosofías de la acción política:
 

“El individualista, cuya filosofía de la acción es netamente liberal, entiende que en su acción el gobierno debe prescindir de toda intervención en las actividades políticas, económicas y sociales del pueblo. Las consecuencias han sido desastrosas: la anarquía política en lo político, el capitalismo nacional o internacional en lo económico, y la explotación del hombre por el hombre en lo social.

El colectivismo, cuya filosofía de la acción es netamente antiliberal, entiende que en su acción el Gobierno puede y aun debe asumir la dirección total de las actividades políticas, económicas y sociales del pueblo. Las consecuencias no han sido menos desastrosas que en el individualismo: dictadura en lo político, intervencionismo en lo económico, explotación del hombre por el Estado en lo social.

La doctrina justicialista trae al mundo su propia solución fundada en la filosofía propia de la acción del gobierno, que no es de abstención total como en el individualismo, ni de intervención total como el colectivismo, sino de conducción de las actividades sociales, económicas y políticas del pueblo.

Las consecuencias de esta posición de gobierno se traducen en lo político como un régimen de libertad en función social; en lo económico, como economía social, y en lo social, como dignificación del hombre y del pueblo.

El Gobierno, según nuestra doctrina, es, en síntesis; gobierno de conducción.” (Juan Perón, 1/12/1952)


Sin embargo -como dijimos- el intento justicialista fracasó justamente porque no pudo imponer su nueva concepción filosófica y generar las nuevas instituciones. Hoy Francisco vuelve a la carga con la necesidad de buscar caminos para que la acción solidaria del individuo encuentre un cauce institucional que le permita a la comunidad madurar colectivamente. Esta acción lógicamente generará “tensiones bipolares” que surgen como producto de enfrentar las filosofías individualistas y materialistas que sustentan las instituciones y las prácticas políticas hoy en día.


“…quiero proponer ahora estos cuatro principios que orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común. Lo hago con la convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero.” (E A E G; Pag. 171)



El tiempo es superior al espacio


“Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El « tiempo », ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.” (E A E G; Pag. 171)


Para poder entender esta tensión que plantea Francisco debemos partir de la base que para el liberalismo no existe la posibilidad que el pueblo participe creativamente de la construcción de una identidad cultural. Por eso los tiempos de las acciones políticas tienen que ver con la política electoralista. La lucha política es por el poder puramente, ya que las transformaciones tienen a los pueblos como espectadores distantes.


“A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana.” (E A E G; Pag. 172)


“…Los partidos tradicionales habían, en efecto, constreñido y reducido toda la vida política nacional a un solo -y no el más fundamental- aspecto de esta: la política electoral. Esta hipertrofia de lo electoral, en detrimento de lo específicamente político, era la característica esencial del régimen anterior al peronismo. Toda la actividad política -de los partidos, de los caudillos e incluso del gobierno- estaba orientada exclusivamente al servicio de fines electoralistas.

Una cosa es la política electoralista como medio para llegar al poder e imponer desde allí una orientación que es propia de una fracción del Pueblo argentino, y otra cosa es la política nacional que el país no puede dejar de seguir si quiere ser un Pueblo libre, soberano y grande. Para nosotros la elección es solamente un acto intermedio. El acto final es la obra; es el trabajo; es el sacrificio que debemos realizar los peronistas con la más alta dosis de abnegación…” (Política Peronista, Juan Perón)

Sin embargo cuando entendemos a las comunidades como artífices de sus destinos aparece con claridad una armonía entre el tiempo y el espacio acorde al proceso de la “construcción de pueblos”. Perón lo aclaró con claridad en El Modelo Argentino.


“…En la tarea política del país, al más alto nivel, intervienen dos instancias: la conducción política y la político-administrativa. La primera atiende a la estructura del poder, y la segunda, a la administración del país en general, además de la administración del gobierno en particular…”

“…Tres son las grandes tareas: planeamiento de lo que ha de hacerse, ejecución concreta, control y reajuste del proceso.
El planeamiento debe formalizarse para el largo plazo (varias décadas hacia el futuro), para el mediano plazo (el número de años que dura un gobierno) y para el corto plazo (un año).

El largo plazo requiere la definición de las cualidades de la sociedad que se visualiza para el futuro y la identificación de estrategias globales para alcanzarla. Tal tarea requiere la constitución de un organismo específico al cual el pueblo contribuya, a través de los mecanismos con los que cuenta y en los ámbitos que conoce. Esta entidad puede ser el Consejo para el Proyecto Nacional, a integrarse con todos los elementos representativos de la comunidad.

El planeamiento para el mediano plazo requiere ser realizado básicamente por el Poder Ejecutivo, con la participación correspondiente del Congreso.

El planeamiento del corto plazo, así como la ejecución, corresponde básicamente al equipo ministerial, salvo en las materias que hagan necesaria la intervención del Congreso a los propósitos del control superior…” (El Modelo Argentino, Juan Perón)


La unidad prevalece sobre el conflicto

 
“El conflicto no puede ser ignorado o disimulado.
Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada.
Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.
Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. « ¡Felices los que trabajan por la paz! » (Mt 5,9).” (E A E G; Pag. 174)


El peronismo habla de una evolución de solidaridades crecientes, producto de la evolución positiva de la acción creativa comunitaria. Eso es lo que le permitiría a la comunidad afrontar grados crecientes de conflictividad. Por eso el peronismo habla de una solidaridad social, nacional, continental etc. Es decir es anular el conflicto por la suma de valores construidos por el acuerdo y la creación política creciente.

“…La solidaridad social es el sentimiento de aglutinación orgánica que necesitan todos los que forman la organización popular. El sentido de la solidaridad social, que lleva a la solidaridad nacional, que es otro grado mayor, es lo que nosotros debemos desarrollar en este Segundo Plan Quinquenal, en lo que se refiere a la conquista de la organización popular… " (Juan Perón, Política Perón)

“…La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna…” (E A E G; Pag. 174)


La realidad es más importante que la idea


“Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.” (E A E G; Pag. 176)

Asumir el protagonismo popular en constante creatividad de su propia identidad cultural, transformando su comunidad en la búsqueda de “un pueblo en paz, justicia y fraternidad” que anhela Francisco, también significa el abandono de las “guías ideológicas y filosóficas” que marcaban una camino preelaborado o una abstención social materialista e individualista.

Esto no significa que no exista la posibilidad de que los procesos transformadores no puedan sintetizarse en teorías, sino que simplemente surgirían como síntesis de un proceso de acción política de la Comunidad y no como forjadoras de las mismas. El Gral. Perón lo dejaría explícitamente marcado en su libro Conducción Política, al explicar las relaciones entre las identidades populares expresadas como principios doctrinarios, las teorías inspiradas en esos principios elaboradas por los dirigentes y las formas de ejecución que finalmente alumbrarían la acción concreta del Pueblo y el Estado.

Siempre las teorías serían la interpretación de la voluntad popular y su esencia sería de carácter coyuntural y no estratégica. Muchas veces se vio a los objetivos últimos del Peronismo, que son la grandeza de la Patria y la felicidad del Pueblo como objetivos un poco “sosos” desde el punto de vista de las elaboradas y sofisticadas propuestas de otros pensamientos políticos. Es que lo sofisticado y revolucionario del peronismo es sentirse parte de una Comunidad toda que va delineando día a día su identidad. Por eso para el justicialismo la única verdad es la realidad, la que construimos día a día: esa es nuestra revolución.

“La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la cosmética.” (E A E G; Pag. 176)

El todo es superior a la parte


“Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos programados; otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites.” (E A E G; Pag. 176)

Las formas participativas que descansan sobre la estimulación de lograr valores de solidaridad creciente tienden a la armonización no solamente de lo individual con lo colectivo y sino que además promueven naturalmente la acción integrativa de núcleos de pertenencia cada vez mayores. Los integrantes de una familia se unen solidariamente hacia la comunidad, las familias solidarias se unirán en una Nación y las naciones solidarias emprenderán a partir de ahí otro escalón de integración hacia el continentalismo y finalmente hacia un universalismo.

“El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza.” (E A E G; Pag. 176)


“…Los intereses de aproximación internacional han surgido generalmente a partir de problemas concretos y sin una previa visión universalista. En este sentido, no respondieron a las auténticas necesidades de los pueblos, sino a los intereses particulares de los grandes grupos de poder. Es preciso ahora revertir el proceso, elaborando a la luz de la voluntad de los pueblos los procesos que habrán de contribuir a la futura comunidad mundial. El hombre es el único ser de la Creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. El animal construye una guarida transitoria, pero aquel instaura una morada en la tierra: eso es la Patria…”

“…El universalismo constituye un horizonte que vislumbra, y no hay contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente, descansa en la exigencia de ser más argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en indefinido habitante de un universo ajeno. (Juan Domingo Perón; El Modelo Argentino)

Cuando la intención se hace historia


Como podemos apreciar la relación entre las propuestas de Francisco para construir Pueblo y el justicialismo es total. Pero lo difícil no es juzgar las intencionalidades sino motorizarlas con herramientas de organización política que permitan la conformación de un poder construido sobre nuevos basamentos éticos.

En ese aspecto el justicialismo puede aportar su experiencia en el intento de poner en marcha un proceso de autodeterminación comunitaria. La historia justicialista demuestra que lo más complejo de comprender son las nuevas formas orgánicas. Estas deben ordenar el libre albedrío individual proyectándolo armónicamente en una construcción común.

Sin embargo necesita resolver dos problemas fundamentales para alcanzar la nueva institucionalidad: una identidad ideológica y un nuevo concepto de autoridad. ¿Cómo definir la identidad ideológica dejando abierta la potencialidad creativa de un pueblo? ¿Cómo generar una autoridad respetando la acción creativa popular sin caer en un asambleísmo disociante?

El planteo de Juan Perón para resolver estos problemas fué acordar previamente a la acción política una serie de principios para “ver” la realidad con un mismo “lente” y una tabla de valores en común para resolver lo bueno y lo malo en las luchas políticas.

Estos principios y valores actuarían de una forma similar a los “mandamientos cristianos” logrando una unidad conceptual. Es decir el pueblo y sus dirigentes podrían pensar lo que quisieran, siempre y cuando se respetaran estos principios rectores. Esta unidad de criterios generarían una unidad en la acción que brindaría una clara identidad y direccionalidad a los procesos políticos.

La unidad conceptual también resuelve el problema de la autoridad, ya que el dirigente peronista debe respetar los mismos principios que el pueblo, por lo tanto simplemente manda el mejor de todos. El pueblo al compartir los mismos principios puede juzgar también la acción de las dirigencias en forma permanente.

Estos principios fueron interpretados por Juan Perón en los primeros años de su revolución. Las sintetizaría en las tres banderas fundamentales del justicialismo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.

Es decir que para poner en marcha una nueva forma participativa como la que plantea Francisco se debe organizar a la comunidad inculcando una doctrina común que permita la acción social multitudinaria, para que abandonando el sentido individualista y egoísta del sistema liberal, se lance en una acción solidaria luchando por la justicia social. El ciudadano debe organizarse de acuerdo a sus capacidades e inserción socioeconómica en un proceso de debate y construcción política en común, que día a día vaya construyendo la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación.

 

Justa, Libre y Soberana.

 
Claro que Francisco debe hablarles a los cristianos de todo el mundo, de los países desarrollados y los no desarrollados. Pero cada pueblo debe encontrar su camino para construir las nuevas comunidades ya que sus problemas son diametralmente distintos.

Juan Perón comprendió que para romper los lazos del colonialismo debía luchar por la organización y fortalecimiento de una economía independiente que pusiera todos los recursos y potencialidades económicas de la Nación al servicio de la lucha por la Justicia social, que le permitiría dignificar a su pueblo para luego intentar organizarlo y lanzarlo a la epopeya de construir y crear su destino.

Hace setenta años que el peronismo como movimiento nacional, viene luchando para hacer realidad lo que Francisco hoy propone. Los valores peronistas surgidos al calor de esa militancia se anidaron en el corazón de los humildes argentinos que atesoraron esos principios al calor de la dignificación humana que generó el peronismo -quizás la acción social cristiana mas importante del siglo XX- y con un grado de lealtad épica los mantuvieron incólumes ante la reacción, transformándolos en valores culturales permanentes. Falta todavía que las dirigencias políticas, sociales y culturales creen las instituciones que lleven adelante esta epopeya solidaria.

Estos intentos de cristiandad popular fueron históricamente enfrentados por la reacción gorila que defendió los intereses de la oligarquía de una manera cruenta. Al igual que los primeros cristianos, los peronistas, fueron perseguidos, bombardeados, asesinados, y en una orgía genocida sus militantes fueron desaparecidos por millares.

Por eso ante este nuevo llamado de construir una democracia social basada en los preceptos cristianos, el peronismo sabrá responder con la experiencia que le dan décadas de lucha por esos objetivos comunes. Es de esperar que los sectores que no comprendieron en su momento el mensaje del justicialismo abran ahora sus corazones al llamado de Francisco. Especialmente los sectores de la derecha católica que tejieron una matriz de complicidad doctrinaria que justificó horribles crímenes contra el pueblo peronista.

“ Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque « a los defensores de “la ortodoxia” se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen ». “(E A E G; Pag. 154)

 

La voz de los humildes


“Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.” (E A E G; Pag. 157)


En la Argentina los humildes tienen algo contundente para ofrecer: un cultura popular cristiana basada en los principios fundamentales que sembraron en sus corazones Juan y Eva Perón: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.

Ojala todos podamos escucharlos e interpretarlos.

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