Por Luis Alfredo Andregnette Capurro
Cada vez son menos los que mantienen en su
retina el relámpago inicial de la que fue la más grande de las explosiones,
ahora conocida como la Segunda Guerra Mundial. Aunque tal vez deberíamos
llamarla la segunda etapa de la primera conflagración estallada en agosto de
1914. Cuando el 11 de noviembre de 1918 delegados del Kaiser y de la República
Francesa firmaban en Compeigne el Armisticio con la condición de que la paz iba
a ser lograda en un lapso de 36 días pensaban seriamente en un final del
conflicto sin Vencidos ni Vencedores. Pero “el bloqueo de los aliados en todo
su rigor” (Churchill dixit) y la situación interna de Alemania, en donde el
accionar bolchevique campeaba, impidieron el lapso fijado.
El 28 de junio de 1919 forzada por el
chantaje y el hambre Alemania finalmente rubricaba en el Palacio de Versailles
los tratados que en los siguientes dos decenios sería el origen de la Guerra
estallada en septiembre de 1939.
Poco después se imponían a los demás vencidos
los “diktats” que debieron rubricar Hungría, Turquía, Austria y Bulgaria en
Sevres, Trianon, Saint Germain, y Neully. Europa se convertía en una inmensa
bomba de tiempo. Alemania era despojada de la Cuenca de Sarre con hierro y
carbón, en tanto la producción iba hacia Francia.
El Imperio de los Hohenzollern (desposeído de
90.000 kilómetros cuadrados) hubi de ceder Etupen y Malmedy a Bélgica y las
Provincias de Alsacia y Lorena a Francia. En el norte Alemania hubo de
renunciar a parte de Schlewig a manos de Dinamarca (que había sido neutral en
la guerra) en tanto en el Este, el territorio de Memel, en el extremo norte de
Prusia Oriental, quedó bajo la jurisdicción de la Sociedad de las Naciones. La
Renania fue ocupada militarmente y el rico territorio del Rhür quedó colocado
bajo jurisdicción francesa.
Se creaban nuevos Estados que encerraban
grupos étnicos que rechazaban la nueva situación. Aquí van algunos ejemplos.
Checoeslovaquia fue un invento versallesco y francosoviético, que apuntaba al
corazón de Alemania y contra todo derecho incluía Eslovaquia. A ese extraño
engendro se le regalaban la región de los Sudetes, que alojaba a más de tres
millones de alemanes. Polonia era restaurada con numerosas regiones alemanas
como la carbonífera Posen con Silesia, porciones de Prusia con centenares de
miles de tudescos y Danzig, que fuera ciudad alemana por siglos, se “estatuía
Libre”.
La maravillosa construcción de la Cristiandad
Medieval: el Sacro Imperio Romano y Germánico que se mantenía como la Monaquía
Dual Austro-Húngara, piedra fundamental en la defensa de Europa, fue
desmembrada, En los tratados de Saint-Germain con Austria y del Trianon con
Hungría, los 2 millones fueron repartidos entre siete estados. Sólo seis
millones quedaron contenidos en la nueva Austria y ocho millones en Hungría,
mientras una tercera parte de la población magyar quedaba fuera de sus
fronteras en los territorios de Transilvania y Bucovina, de los que Rumania se
había apoderado.
Desconociendo sus propios principios y
promesas, los políticos democráticos de la Sociedad de la Naciones sacaron de
sus galeras una coneja: Yugoeslavia. Ella englobó Serbia y las regiones de
Montenegro, Croacia, Eslovenia, Bosnia y Herzegovina. Con ello el Estado “de
los eslavos del Sur” lograba realizar el antiguo ensueño serbio de dominar el
litoral del Mar Adriático. El nuevo conglomerado, junto con Checoslovaquia y
Rumania, constituyeron un factor más de discordancia.
Alemania fue despojada de sus territorios
extracontinentales a favor de Francia e Inglaterra aún cuando todavía resonaban
las palabras del Premier Lord Asquith, quien había afirmado que “ni su nación ni
Francia hacían una guerra de anexiones”.
Para refrendar lo señalado también se
incorporaron los territorios del viejo Imperio Turco en África y el Oriente
Medio. El problema de Ucrania (aún no resuelto) poseyó y posee una gran
complejidad, ya que es zona territorial habitada por rutenos que se extiende a
lo largo de Rusia europea meridional, Polonia Oriental y la antigua
Checoeslovaquia oriental. Ucrania se constituyó en Estado Independiente en 1921,
pero fue reconquistada en 1923 por las hordas bolcheviques de León Davidovich
Bronstein (a) Trostsky, para ser parte de la U.R.S.S.
El
problema de las reparaciones de las situaciones que empeoraron los difíciles
decenios que estamos intentando resumir.
En 1921 la Comisión de Reparaciones fijó el
monto que Alemania debía pagar en 137 mil millones de marcos oro. A la negativa
alemana de pagar la astronómica cifra se respondió con la amenaza de
permanencia de las tropas extranjeras por tiempo indeterminado en la entonces
llamada República Alemana de Weimar.
Con cínica franqueza el Presidente Poincaré
señaló en conferencia de prensa el 27 de julio de 1922: “Lamentaría sinceramente
que Alemania pagara. Prefiero la ocupación y la conquista a embolsar el dinero
de las reparaciones…” Como dato curioso de la insanía que pareció haberse
apoderado de los dueños de Europa, Peter Kleist señaló, a propósito de las
llamadas reparaciones: “La suma de 132.000.000.000 más los cinco mil millones
para pagar las deudas de guerra belgas representaba el total de las reservas de
oro mundiales”.
Del caos en que quedó Europa luego de
Versalles surgió un instrumento de los centros de poder internacionales: la
Sociedad de Naciones con sede en Ginebra. Woodrow Wilson, con dientes de roedor
antediluviano, fue el padre putativo de la moderna Babel ginebrina pergeñada en
el seno de las logias, y que sólo trajo disensiones y enfrentamientos. Como muy
bien señala el historiador inglés J.E.C. Fuller “ésta se convirtió en
instrumento autocrático que legalizaba la guerra contra cualquier potencia que
amenazase la integridad territorial y la independencia política de sus miembros declarando ilegal
cualquier otra forma de conflicto…” Por entonces la Unión Soviética se
consolidaba, con apoyo financiero de la subversión marxileninista.
El cosmopolitismo materialista del marxismo
disolvente removió las fibras más profundas del hombre europeo. La patria no
podía dejar de ser la tierra de los antepasados. Y reapareció, con sus
caudillos, lo que el mundo llamó Fascismos. Estos movimientos surgieron como
protestas, como una rebelión contra el estado de cosas parido en Versalles, y
como anhelo de reconstrucción en cada región donde afloraba esa llama de
vitalidad.
Y fueron ejemplos Italia, Alemania, Hungría,
Rumania, España, etc. En este sentido, no podemos dejar de citar nuevamente al
general J.E.C. Fuller, quien en el tomo III, pág. 414, de “Batallas decisivas
del Mundo Occidental” escribe: “Entre estos artistas del poder destacan dos
hombres imbuidos de una nueva filosofía: Benito Mussilini y Adolfo Hitler.
Ambos desafiaron el mito del hombre económico, factor fundamental del
capitalismo socialismo y comunismo, exaltando en su lugar el del hombre
heroico. Ellos sostenían que mientras el sistema monetario se basara en el oro
las naciones que hicieran acopio del mismo impondrían su voluntad obligando a
aceptar préstamos con intereses”.
La fórmula básica era “la riqueza no es el
dinero sino el trabajo”. De ahí se iría a las importaciones por intercambio
directo de géneros, con lo que cesaría el préstamos, golpeando ferozmente a los
que "detentaban la posesión del oro”. Capitalismo financiero o Sistema de
intercambio. He aquí otro factor a tener en cuenta en el estallido bélico inevitable.
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