MARÍA MERCEDES TENTI
La historia no es una ciencia exacta sino más bien una forma de memoria,
que se diferencia de las memorias “sueltas” o colectivas, que se
generan en todas las sociedades y grupos sociales, porque es
sistemática, científica (o con pretensiones de serlo), responde a reglas
de una disciplina y es sometida al juicio crítico de una comunidad
académica. Luis
Alen Lascano, decano de los historiadores santiagueños, nos dejó el 25
de septiembre de 2010, aunque su obra perdurará en las próximas
generaciones. Autodidacta, discípulo de historiadores que marcaron
huella en la historiografía santiagueña como Orestes Di Lullo y Alfredo
Gargaro, fue descubriendo los secretos del oficio llevado por su
inquietud personal en indagar el pasado, para poder comprender mejor la
realidad en la que se encontraba inmerso. En 1951, cuando partía a
cumplir con el servicio militar, apareció su primer trabajo
historiográfico, Pueyrredón, el mensajero de un destino,
que se convirtió en el eslabón inaugural de una larga serie de
publicaciones, que fueron jalonando su fructífera labor de historiador y
consolidando su legado.
Haciendo un análisis de sus obras podríamos dividir su producción historiográfica en tres etapas, aunque no rigurosamente delimitadas: La primera,
correspondiente a las décadas del cincuenta y sesenta, en la que,
paralelamente a su militancia radical, indagó sobre temas que
preocupaban a la juventud de entonces, relacionados a la inserción de
América Latina y Argentina en el complejo panorama mundial de la pos
guerra y de reacomodamiento de los países periféricos al orden
imperialista diseñado, por entonces, por los países centrales. Fruto de
esta época son Hispanoamérica en el pensamiento de Irigoyen, Imperialismo y comercio libre y en la década del setenta, Dependencia y liberación en los orígenes argentinos y La Argentina ilusionada.
Si bien se trata de narrativas correspondientes al ámbito nacional, en
ellas no está ausente la historia santiagueña, entretejida dentro del
entramado de la historia más amplia de la Argentina toda.
La segunda etapa, que podríamos extenderla hasta fines de la década del 80’, se inicia en 1968, cuando vio la luz Felipe Ibarra y el federalismo del norte,
sin lugar a dudas, un hito en la historiografía santiagueña, no
solamente porque consolidó el revisionismo histórico en la provincia,
sino, fundamentalmente, porque el meduloso estudio que realizó sobre
Ibarra, trascendió el simple enfoque biográfico para analizar el proceso
histórico santiagueño, desde la revolución de mayo hasta la muerte del
caudillo en 1851, etapa clave para entender la conformación de la
provincia y la impronta que fue adquiriendo a lo largo de los años, con
sus componentes sociales, económicos, ideológicos y políticos.
La
visión revisionista, hispanista y católica de la historia provincial
aparece en la mirada inquisidora de Alen Lascano, aunque consonante con
un revisionismo ‘moderno’, que apunta no solamente a describir los
hechos del pasado, sino a interpretarlos y comprenderlos en su contexto.
Sin dudas, por esta causa, fue convocado por Tulio Halperin Donghi para
colaborar, hacia fines de los 90’, en la obra Historia de los caudillos argentinos, en la que Alen escribe nuevamente sobre Ibarra, siempre desde su óptica.
En
esta fase de su producción historiográfica está presente también su
preocupación por otros temas referidos a la problemática santiagueña
como El obraje, Homero Manzi, poesía y política y Andrés Chazarreta y el folclore. En
ellos inquiere sobre el paisaje y la sociedad santiagueña, la
destrucción del bosque y la explotación de los hacheros, la cultura y
sus hacedores, proyectando la realidad local a la nacional, dentro del
andamiaje latinoamericano.
En la tercera etapa -a partir de la década del 90´- nos encontramos con un Alen Lascano maduro en su producción historiográfica, que publica Historia de Santiago del Estero,
primera y única historia integral de la provincia, hoy lamentablemente
agotada. En ella vemos al historiador de oficio que utiliza el método
historiográfico con preciso rigor, tanto en la búsqueda de fuentes como
en el análisis, narración y explicación de la historia local. La obra
nos permite comprender, desde la larga duración, los ciclos históricos
de la provincia, en claves políticas, socio-económicas y culturales,
inmersas siempre en el contexto de la historia nacional.
En el prólogo de su Historia santiagueña sostiene: “Siempre
hemos deseado contribuir al esclarecimiento de los hombres,
circunstancias, fundaciones y hazañas que tuvieron por epicentro a la
ciudad de Santiago del Estero, la primera entidad política,
institucional, religiosa y cultural que tuvo la Argentina actual”, y precisamente, esta frase, resume, en gran medida, su perspectiva historiográfica desarrollada en más de medio siglo.
Su preocupación por bucear en
los orígenes de la historia provinciana tiene que ver con su concepción
de la provincia dentro del contexto nacional. Alen Lascano concibió el
pasado de Santiago, casi como una epopeya en la que era necesaria
rescatar del olvido a los ‘héroes’ que la llevaron a cabo.
El
mérito de la obra radica en ofrecer un panorama particular santiagueño,
frente al conjunto heterogéneo de la etapa de la conquista, en las
demás fundaciones. El autor quiere convalidar, una vez más, el papel que
le cupo a Santiago del Estero como madre de la colonización argentina,
fundadora de ciudades, forjadora de la educación y de la cultura
nacional, primera en la defensa de los derechos de los aborígenes,
pionera de la evangelización en el Tucumán, sede del primer obispado y
origen de la industria nacional. En su relato se va construyendo, paso a
paso, el mito fundacional instaurado por él mismo y por otros
historiadores alineados en la misma concepción del pasado.
A
lo largo de la obra Alen narra la historia santiagueña desde sus
orígenes hasta nuestros días. Presenta la problemática propia de cada
período y analiza el conjunto de medidas que tomaron los santiagueños en
la búsqueda de soluciones. Cada hecho, cada movimiento político, social
o cultural, trata de explicarlos en virtud de sus ecos o resonancias y
buscando su vinculación con procesos nacionales y aún internacionales.
Escribe
la historia santiagueña para contestar a las preguntas que se formula
permanentemente la comunidad: de dónde venimos, cómo somos y a hacia
dónde vamos. Sólo así la historia tiene realmente sentido: cuando se
trata de aportar algo positivo y duradero en la indagación de nuestra
identidad como pueblo, como nación.
A
partir de entonces, el vigor del historiador aparece inagotable y puede
explicarse por la calidad y cantidad de sus contribuciones al estudio
de la historia provinciana. Sus trabajos continuaron sin declinar hasta
su muerte, con temáticas tales como Santiago del Estero, recorrido por una ciudad histórica, Los orígenes de Santiago del Estero, El folclore santiagueño,
entre muchas otras. En reconocimiento de su aporte a la historiografía
nacional, con una treintena de libros publicados y más de doscientos
opúsculos, separatas y prólogos, la Academia Nacional de la Historia lo
honró designándolo miembro correspondiente por Santiago del Estero.
El
propósito general, frente a la condición humana de estar condenados al
tiempo, es rescatar del olvido aquellos elementos que sirven para
construir la identidad –que en definitiva es un constructo- concebida
por cada autor. A veces se piensa la memoria y la identidad como dos
elementos distintos. Indudablemente la primera es anterior a la segunda.
Sin embargo, memoria e identidad se compenetran, son indisociables, se
refuerzan mutuamente. No hay búsqueda identitaria sin memoria e,
inversamente, la búsqueda memorialista está siempre acompañada de un
sentimiento de identidad, al menos individual.
El
propósito final de Alen Lascano, en su larga producción historiográfica
es, precisamente, apelar a sus estudios del pasado para aportar a la
construcción de una representación o memoria colectiva. Su discurso
identitario está plasmado en toda su obra con el propósito de producir
representaciones en cuanto al origen, la naturaleza y la historia de la
propia sociedad santiagueña.
El
papel de los intelectuales en la construcción de la identidad, en la
reconstrucción de la memoria colectiva, es, sin dudas, de capital
importancia. En este caso, el papel de Alen Lascano como historiador
fue aportar a la construcción de la memoria, con el propósito de
allanar el camino para la comprensión del pasaje del individuo al
colectivo, de la transformación de lo singular a lo general, en
síntesis, de la conformación de la memoria social.
Un
párrafo aparte merece Luis Alen Lascano, el maestro, el hombre de bien.
Si bien transitó por aulas de distintos niveles educativos, su
generosidad manifiesta, con propios y extraños, lo convirtió en
consejero de varias generaciones. Siempre pronto para brindar un dato,
hacer una sugerencia, prestar un libro, sacar de una duda, analizar
trabajos de jóvenes y no tan jóvenes historiadores y cientistas
sociales, a los que alentaba y estimulaba en forma desinteresada y a
veces poco usual en los ámbitos académicos.
Sus
trabajos son de consulta obligada para todos los que quieran inquirir
sobre el pasado santiagueño, en la búsqueda de respuestas para poder
comprender el presente y vislumbrar, por qué no, el futuro. A través de
ellos podemos recorrer el largo itinerario de una sociedad con vocación
originaria de grandeza, jaqueada a lo largo de los siglos por factores
adversos, a los que debieron enfrentarse hombres y mujeres,
protagonistas -reconocidos y anónimos- presentes en sus obras.
La
producción de Alen Lascano, consagrada al estudio del pasado
santiagueño, se ha convertido en un dato central para la historiografía
provincial, regional y nacional. Esta característica es poco usual en
una época en que cada vez más se nota la especialización disciplinaria,
sin embargo se desplegó en su obra, en un marco temporal que comprende
prácticamente el conjunto de la experiencia histórica de la provincia.
Por ello, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que Alen, a través de sus
múltiples producciones, contribuyó, cabalmente, a desentrañar la
historia integral de Santiago del Estero. Su partida nos dejo un vacío,
difícil de llenar.
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