Por Martín Balza
La guerra no es una obra de Dios. A principios de 1982
la Junta Militar tomó la decisión de ocupar las islas Malvinas, sobre la base
de análisis y asesoramientos efectuados por personas incompetentes que creían
que nuestro país podría invocar y sostener, ante la comunidad internacional, la
“teoría del hecho consumado”, como reiteradamente lo hizo Israel en el Cercano Oriente.
La Argentina contaba con la capacidad para ocupar las islas pero nunca para
mantenerlas; la operación, pues, no era ni factible ni aceptable. La obnubilada
conducción política y militar superior basó sus decisiones en dos supuestos:
• Gran Bretaña no reaccionaría por unas desoladas
islas, pobladas por menos de 2.000 súbditos, aceptaría la situación militar una
vez consumada su recuperación, y negociaría una solución definitiva sobre la
soberanía.
• Estados Unidos apoyaría a la Argentina o adoptaría
una posición neutral en el conflicto. Algunos tontos hasta hablaban de “un
guiño de los gringos”. En marzo de 1982 ambos bandos habían alcanzado sus objetivos. El gobierno británico logró:
• Romper las negociaciones sobre la soberanía de las
Malvinas impuestas por la ONU.
• Levantar el prestigio de una gestión alicaída
tratando de lograr la reelección de la Primer Ministro. • Impedir una reestructuración que
disminuyera el poderío de la Armada Real, a fin de lograr mantener una flota
integral por oposición a los planes de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN).
• Satisfacer a los grupos de presión del lobby de los
isleños en el Parlamento, principalmente el de la Falkland Islands Company.
El gobierno argentino, por su parte, intentó
revitalizar y profundizar una exhausta y desprestigiada dictadura, jugando
bastardamente con una causa aglutinante de nuestro pueblo: el sentimiento
Malvinas Ante el cariz de los acontecimientos se pusieron en ejecución, en
forma casi simultánea, la Operación Georgias (ocupación de los puertos
Grytviken y Leith) y la Operación Azul (ocupación de las Malvinas).
Posteriormente, a esta última se le dio el nombre de Operación Rosario.
La Junta Militar había dispuesto poner en ejecución la
Operación Rosario el 26 de marzo; fijó como el “Día D” el 1° de abril, en horas
de la noche, con la posibilidad de postergarlo veinticuatro horas. Para ello se
constituyó la Fuerza de Tareas Anfibia 40, a las órdenes del contraalmirante
Walter O. Allara, integrada básicamente de la siguiente forma: • Batallón de
Infantería de Marina 2 (BIM 2), Agrupación de Comandos Anfibios, una sección de
tiradores del Ejército pertenecientes al Regimiento de Infantería 25 y una
pequeña reserva.
• Un grupo de transporte integrado por el buque de
desembarco de tropas Cabo San Antonio, el rompehielos Almirante Irizar y el buque de transporte Isla de los Estados.
• Un grupo de apoyo, escolta y desembarco, formado por
las fragatas tipo T-42 Hércules y Santísima Trinidad
y las corbetas Drumond y Granville.
• Un grupo de tareas especiales constituido por el
submarino Santa Fe.
La recuperación de la capital de las islas se inició
la noche del 1º al 2 de abril y se consolidó en pocas horas; la guarnición
local fue rápidamente reducida; el aeropuerto –vital objetivo– fue habilitado,
y el gobernador británico, Rex Hunt, detenido. Las tratativas para su
evacuación y la del personal militar británico a Montevideo se iniciaron de
inmediato. El resto de los isleños permaneció en las islas. Pronto se completó
el control de los establecimientos Darwin, Pradera del Ganso y otros.
Situación de las Fuerzas Armadas en 1982
No estábamos preparados para una guerra en Malvinas
por las siguientes razones: • Durante la década de 1970 las Fuerzas Armadas
estuvieron afectadas a la lucha contra la subversión y alejadas de su
adiestramiento para un conflicto convencional. La incursión en gobiernos de
facto las había alejado, desde 1955, del profesionalismo que todos deseábamos. • Nuestro enemigo era un miembro de la
Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y una potencia nuclear de
segundo orden que contaría –como contó– con el apoyo de una de las dos superpotencias
del mundo –Estados Unidos– y de otros miembros de la citada alianza.
• Se carecía de preparación y adiestramiento para la
acción militar conjunta.
• Soportábamos una grave crisis socioeconómica y
política, y el gobierno nacional era sometido a durísimas críticas de los
principales países del mundo por violación de los derechos humanos.
• El equipamiento moderno de las Fuerzas Armadas no se
había completado (armamento antiaéreo en el Ejército, material de aviones Super Etendart-Exocet para la Armada, etc.).
• No se disponía del tiempo mínimo para preparar y
adiestrar los medios en forma aceptable, salvo en casos especiales y sólo en
aquellas unidades conformadas masivamente por oficiales y suboficiales. En el
Ejército recién se había incorporado la clase 1963 y sólo algunas unidades –entre
ellas la mía– contaban con soldados adiestrados, como consecuencia de tener un
sistema de incorporación cuatrimestral.
• Era la peor época para permitir operar en forma
adecuada a la Aviación, debido a las pocas horas de luz diurna, nieblas,
lluvias, etcétera, en Malvinas. En la
aventura de 1982 nadie pensó que, en las grandes decisiones en que se involucró
el poder militar, el éxito correspondió –en la mayoría de los casos– a los que
respondieron como reacción frente a quien tomó la iniciativa en las acciones.
Permitir que el adversario actúe y se manifieste para sólo después tomar la
iniciativa, requiere ágil concepción estratégica, inteligencia, liderazgo,
voluntad y medios disponibles. El Reino Unido estaba habituado a responder de
esa forma. La dictadura militar no apreció algunos aspectos muy simples: Aceptar
la resolución 502 no era una decisión totalmente negativa, ya que se habría
logrado llamar la atención internacional y podría haberse negociado tratando de
optimizar los réditos.
• De continuar con la ocupación, con seguridad se nos
consideraría agresores ante la opinión pública mundial (como sucedió a la
postre).
• En caso de una confrontación contábamos con escasas o
nulas posibilidades de éxito.
Pacto secreto entre Gran Bretaña y Chile
Días después del 2 de abril, el embajador británico en
Chile, John Heath, inició conversaciones para arribar a “entendimientos” con
los chilenos y lograr su apoyo en el conflicto. Inicialmente intervino su
Fuerza Aérea, cuyo comandante en jefe y miembro de la Junta Militar entre 1977
y 1989, general Fernando Matthei, recibió en Santiago al capitán de la Real
Fuerza Aérea (RAF) David L. Edwards (jefe de Inteligencia en el cuartel de la RAF
en High
Wycombe, Gran Bretaña), quien le entregó una carta de su comandante en jefe,
sir David Great, en la cual le solicitaba apoyo.
El general Matthei informó al entonces presidente
Augusto Pinochet, quien prestó su consentimiento y dispuso la más estricta
confidencialidad sobre el tema. Sergio Onofre Jarpa, embajador chileno en nuestro
país en 1982, declaró: “En lo que se refiere a Chile, la Argentina tiene las
espaldas cubiertas”. ¿Cubiertas? Veamos, bajo los términos del pacto, Gran
Bretaña obtuvo: • El uso de la base aérea chilena de Punta Arenas, en el
extremo sur del país, para los aviones y acciones de inteligencia y espionaje
de la RAF, que utilizó en sus máquinas colores y distintivos chilenos, cosa
especialmente prohibida por los usos y leyes de la guerra.
• El uso de Punta Arenas y otras áreas para infiltrar
fuerzas especiales (Special Air Service –SAS– y Special Boat Service –SBS–)
dentro de nuestro país, con fines de inteligencia y sabotaje de aviones y material
argentino en tierra, con prioridad sobre Río Grande y Río Gallegos.
• Intercambio de información e inteligencia,
incluyendo el monitoreo y descriptado de códigos y señales argentinos, que les
proporcionó el servcio de Inteligencia de la Armada Chilena. Por su parte,
Chile obtuvo: • Aviones de bombardeo Canberra, usados en operaciones secretas durante el conflicto.
Al término de éste recibió, por lo menos, seis de ellos. • Un escuadrón de
aviones de caza-bombardeo Hawker de la RAF, que fueron entregados una vez finalizada la
guerra.
• Parte del armamento argentino que quedó en Malvinas
y el crucero liviano Glamorgan, de la Armada Británica.
• La derogación de las restricciones británicas a la
venta de armas a Chile, la provisión de uranio enriquecido y la oferta de un
reactor nuclear inglés tipo Magnox. • El
apoyo político y diplomático para neutralizar las investigaciones realizadas
por las Naciones Unidas (ONU) con relación a la violación a los derechos
humanos por parte del régimen dictatorial chileno, oponiéndose a un nuevo
tratamiento de investigadores de la ONU.
Chile realizó una intensa campaña de acción psicológica, principalmente
radial, con comentarios adversos a nuestra recuperación de las islas,
calificándola de “reivindicaciones territoriales argentinas en desmedro de
intereses chilenos”. ¿Lo hizo para cubrir las espaldas de la Argentina, como
expresó el embajador chileno en Buenos Aires? Ciertamente que no.
Ayuda de Estados Unidos
Washington apoyó al Reino Unido, proporcionando
amplia, actualizada y eficaz información satelital, permitiendo el uso de las
islas Ascensión –vital e indispensable base de apoyo logístico para la flota y
la aviación inglesas– y proveer lo misiles aire-aire Sidewinder y los
misiles antirradar Shrike. Además, reemplazó en Europa a los británicos encargados
de operaciones de reabastecimiento aéreo de combustible en el marco de la OTAN.
El secretario de Defensa británico durante el conflicto, John Nott, en sus
memorias, cuyos extractos fueron publicados por el diario londinense The Daily Telegraph el 13 de mayo de 2002 dijo: De muchas maneras [el presidente François
Mitterrand y los franceses] fueron nuestros grandes aliados; cuando el
Presidente de los Estados Unidos [Ronald Reagan] presionaba a Thatcher a que
resolviera la
disputa a través de la negociación, la Dama de Hierro
se enfrentaba a Mitterrand por la futura dirección de Europa, pero el galo
salió inmediatamente en ayuda de Gran Bretaña después de que las fuerzas argentinas
ocuparon las islas, el 2 de abril de 1982. […] Cuando comenzó el conflicto,
Francia facilitó al Reino Unido aeronaves Super Etendard y Mirage –que
había suministrado antes a la Argentina– para que los pilotos británicos de los
aviones Harrier pudieran entrenarse para luchar contra ellos. Además, Francia canceló el envío de diez
misiles Exocet que la Armada Argentina había comprado meses antes de
la iniciación del conflicto.
Ayuda de la OTAN
Además de los Estados Unidos y Francia, el resto de
los países de la OTAN no tardaron en sumar su apoyo, y para obtenerlo la
diplomacia británica actuó con su reconocida sagacidad: En la OTAN había que convencer a los socios
de Gran Bretaña de que el envío de un considerable contingente naval al
Atlántico Sur, con el inevitable debilitamiento de las defensas de la OTAN en
Europa, era, sin embargo, la reacción esencial ante la agresión. El argumento
no tardó en aceptarse y, a pesar de algunas preocupaciones, en particular ante el aumento del tamaño del
contingente naval, la OTAN nunca dudó en respaldar públicamente la campaña
militar británica.1
Comandos operativos
Los principales Comandos que proliferaron durante todo
el conflicto fueron: • Comité Militar y
Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas (Anaya, Galtieri y Lami Dozo).
• Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas
Armadas (vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro). • Comandante del Teatro de
Operaciones del Atlántico Sur (vicealmirante Juan José Lombardo).
• Comandante del Teatro de Operaciones Sur (general de
división Osvaldo J. García).
• Comandante de la Fuerza Aérea Sur (brigadier Ernesto
Crespo).
• Comandante de la Guarnición Militar Malvinas
(general Mario Benjamín Menéndez). De este Comando –el único instalado en las
islas– dependían:
• Comandante Agrupación “Ejército” Malvinas (general Oscar
Jofre).
• Comandante Agrupación “Aérea” Malvinas (brigadier
Luis Castellanos).
• Comandante Agrupación “Armada” Malvinas
(contraalmirante Edgardo Otero).
• Comandante de la Flota de Mar (contraalmirante
Walter Allara).
• Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro
Rivadavia, a partir del 24 de mayo (general García, vicealmirante Lombardo,
brigadier Helmut Weber).
• Comando de las Fuerzas Terrestres del Teatro de
Operaciones (creado y disuelto a los pocos días). • Centro de Operaciones Conjuntas. • Comando Aéreo de Defensa.
• Comando Aéreo Estratégico. • Comando Aéreo de
Transporte.
• Comando de Defensa Aérea Sur. • Centro de
Operaciones Conjuntas. El principio estratégico, vigente a través de la
historia de las guerras, el de “unidad de comando”, en este caso brilló por su
ausencia.
Estrategia y táctica
La estrategia es el arte de la lucha de voluntades
para resolver un conflicto, y, más precisamente, el arte y la ciencia de la
conducción y el empleo del potencial nacional por el gobierno de la Nación,
durante la paz
y la guerra, para concretar la obtención de sus
objetivos políticos. La táctica es la conducción que se realiza en los niveles
de mando inferiores al nivel estratégico, que se sintetiza en las reglas y los
procedimientos a los que deben ajustarse las operaciones de combate. La
estrategia implica disponer libremente de todas las fuerzas, en amplio dominio
de espacio-tiempo, con miras a un fin lejano que es precisamente una situación
táctica. La táctica por su parte, presume que las tropas están en contacto, en
una situación definida en el espacio y en el tiempo.
Consideraciones estratégicas
La Operación Rosario podría haberse explotado de
manera muy positiva si después del 2 de abril se hubiera mantenido una
guarnición de alrededor de 400 hombres, lo que habría evidenciado una seria
actitud
negociadora por parte de la Argentina. Difícilmente el
Reino Unido hubiera movilizado la fuerza expedicionaria más importante desde la
Segunda Guerra Mundial (28.000 hombres y más de 100 buques) ni recibido el
apoyo de otros países. Los principales países del mundo hubieran conocido la
legitimidad de nuestros derechos, y de este modo se habrían originado
discusiones, publicaciones y –muy probablemente– pronunciamientos favorables para
terminar con un anacrónico colonialismo. Hasta ese momento habíamos exhibido
profesionalidad y eficiencia, sin derramamiento de sangre británica, pero, como
dice el Talmud,2 “la ambición destruye a su poseedor” y, si bien destruyó la
dictadura militar, lamentablemente dejó en la turba malvinera y en las gélidas
aguas del Atlántico Sur a jóvenes vidas cuya pérdida podría haberse evitado. El Planeamiento estratégico –en lo político y
lo militar– no se basó seriamente en lo que el Reino Unido se hallaba en
capacidad de hacer como respuesta a la ocupación de las islas. En ningún
documento se encontraron “los supuestos”3 para encarar la confección de un plan
o una directiva. Sin embargo, resulta claro que la Junta Militar aceptó,
erróneamente, dos suposiciones que afectaron todo tipo de decisiones
posteriores al 2 de abril. Éstas fueron: • El Reino Unido sólo reaccionaría por
la vía diplomática ante la ocupación de las islas. En caso de recurrir al uso
de su poder militar, lo haría en forma disuasiva, sin llegar a un empleo real.
• Estados Unidos ayudaría a la Argentina o
permanecería neutral. Nunca permitiría una escalada militar del conflicto y
obligaría a las partes a negociar. El proceder de la Junta marginó las más elementales
normas de planificación contenidas en los reglamentos para el trabajo de los
Estados Mayores; ello se puso en evidencia antes, durante y después del
conflicto,
y fue condicionante para que los Comandos subordinados
confeccionaran planes superficiales, incompletos y, más aun, incumplibles.
La Inteligencia estratégica –nacional y militar–
careció de solidez, pues desde décadas anteriores, y particularmente a partir
de la década de 1970, estuvo orientada al “caso Chile” en lo externo y,
prioritariamente, a la subversión en el marco interno. Los jefes de
inteligencia de las Fuerzas Armadas sólo tomaron conocimiento de la Operación
Rosario cuando ésta se inició. Un ejemplo de esto es que el jefe de
inteligencia del Ejército, general Alfredo Sotera, que se encontraba en Estados
Unidos, fue alertado de los acontecimientos por nuestro agregado militar en
Washington, general Miguel A. Mallea Gil. La contrainteligencia –que es la
acción que consiste en negar información al enemigo– fue desatendida, lo que
posibilitó que los británicos dispusieran de información útil y oportuna a sus
propósitos durante todo el conflicto.
Consideraciones tácticas
• La batalla tuvo dos fases: la primera,
predominantemente aeronaval, entre el 1° y el 20 de mayo; y la segunda, predominantemente
terrestre, entre el 21 de mayo y el 14 de junio. Durante la fase aeronaval los
efectivos en tierra fuimos sometidos a un desgaste psicofísico en las húmedas y
frías trincheras, esperando el desembarco británico. La fase terrestre la
iniciamos conscientes de nuestras propias limitaciones, de haber cedido
totalmente la iniciativa al enemigo y de la incapacidad de recibir apoyo del
continente.
• Nuestras Fuerzas fueron eliminadas por partes:
primero, nuestra flota, que se automarginó del conflicto sin siquiera intentar
disputar el espacio marítimo; segundo, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval,
debido a las importantes pérdidas sufridas, a pesar de los reconocidos éxitos
iníciales y la excelente profesionalidad evidenciada; por último, los efectivos
terrestres del Ejército y de la Infantería de Marina, cuando el
estrangulamiento terrestre cerró definitivamente el previsible cerco total que condujo
a la inevitable rendición.
• El primer conflicto de la era misilística. Así
calificaron algunos autores a la guerra, pero es muy importante destacar que,
pese a los adelantos tecnológicos, en el combate se puso de manifiesto el rol decisivo
de la infantería de todos los tiempos.
• La guerra tuvo casi la misma duración que la del
Golfo, en 1991, en la cual la campaña aérea estadounidense duró 38 días y la
terrestre sólo 4 días –en total, 42 días–, con un saldo de 144 estadounidenses muertos
en combate. En Malvinas, la campaña aérea y naval británica duró alrededor de
20 días y la terrestre 24 días –en total, 44–, con un saldo de alrededor de 300
ingleses muertos en acciones bélicas, y 650 argentinos.
El adversario empleó simultáneamente una estrategia de
desgaste y de estrangulamiento. La primera, a partir del 7 de abril, consistió
en la amenaza marítima, sanciones económicas junto con sus aliados
de la OTAN, gestiones diplomáticas y un efectivo
empleo de la acción psicológica. La segunda buscó la batalla decisiva mediante
un cerco completo. En una entrevista en Londres con el general británico
Jeremy Moore le pregunt é por qué atacaron Pradera del
Ganso (28 y 29 de mayo) y realizaron un segundo desembarco en Bahía Agradable
(8 de junio) sin protección antiaérea, teniendo en ambos casos importantes
bajas, cuando esas acciones no eran necesarias. Sin hesitarse me contestó: “Fue
un gran error”. • La batalla de cerco
que condujo al aniquilamiento perfecto se vio facilitada por la ejecución de una
defensa lineal carente de profundidad, movilidad y reservas. Ésta fracasó
históricamente, aun en los casos de fortificaciones sólidas y consideradas
infranqueables, como la famosa línea Maginot.4 En junio de 1982 no disponíamos
de nada para golpear seriamente a los ingleses; a pesar de la amenaza que significó
nuestra aviación, el agotamiento de las fuerzas era más que evidente. • La organización para el combate de la
Guarnición Militar Malvinas –a las órdenes del general Mario B. Menéndez–
evidenció dispersión de esfuerzos, unidades asignadas en forma no proporcional,
poco correcto aprovechamiento del terreno, superposición del mando e inadecuada
acción conjunta de las Fuerzas. De los nueve regimientos de infantería
disponibles en las islas, sólo cuatro combatieron en forma efectiva (RI 4, RI
7, RI 12 y BIM 5) y parcialmente sólo dos (RI 6 y RI 25); y no participaron en
las acciones el RI 3, RI 5 y RI 8 (los dos últimos aislados en la isla Gran
Malvina). Esto facilitó a los británicos aplicar su táctica metódica y
doctrinaria: “concentración del ataque en el punto más débil”,
aprovechando su mayor poder de combate, movilidad y
libertad de acción.
• El ritmo de las operaciones, durante la guerra
demostró la inutilidad de la burocracia papelera a la cual son tan adictos
algunos Estados Mayores. En el combate, muchas órdenes de operaciones y administrativas
“duraban menos que un huevo en una canasta”, antes de que las circunstancias
las tornaran obsoletas. Se aprendió a trabajar en forma expeditiva, sin
máquinas de escribir y con órdenes verbales, marginando lo superfluo y
retardatario. Valoramos por qué el mariscal Von Manstein5 conducía Grupos de
Ejércitos, durante la Segunda Guerra Mundial, con órdenes que no superaban una hoja
de papel.
La Junta Militar
Los miembros de la Junta Militar y otros altos mandos
que visitaron las islas y se fotografiaron en ellas antes de que se iniciara la
guerra se “borraron” cuando comenzó el ruido de combate y silbó la metralla. No
asumieron su responsabilidad ante la derrota, iniciaron un proceso de “desmalvinización”
y no rescataron los valores de la gesta. Buscaron chivos expiatorios entre los
jefes que combatieron; muchos generales olvidaron que no podían justificarse y
eludir sus responsabilidades por la batalla perdida, e invocaron estériles
argumentos, como decir que, contrariamente a su voluntad, tuvieron que “cumplir
órdenes” de Galtieri. En ese caso, les quedaba el camino de la “desobediencia
debida”, que no se produjo.
El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (EMC)
El EMC evidenció, tanto antes de las operaciones como
durante ellas, ser un organismo inoperante y burocrático. Tuvo la
responsabilidad primaria de planificar y coordinar los esfuerzos de las Fuerzas
Armadas, así como la de instrumentar el planeamiento, la dirección, la
ejecución y la evaluación de la Acción Sicológica (AS); en ninguno de estos
casos estuvo al margen de la incompetencia que se evidenció en otros niveles. Desconoció la importancia que tiene en la
guerra moderna un sensible recurso de la conducción como es la AS, que incide
no sólo sobre las tropas que combaten, sino también sobre otros países y el
propio enemigo, que, por el contrario, hizo un por demás efectivo empleo del
citado recurso. En tal sentido, el Estado Mayor no utilizó la aceptable
organización y equipamiento de que disponía la Secretaría de nformación
Pública, a cargodel embajador Rodolfo Baltiérrez. Como en otras áreas, en ésta
se trabajó en compartimientos estancos, lo que impidió la coordinación entre
los pocos especialistas existentes que, al igual que todos los organismos a que
pertenecían, habían acentuado la desnaturalización de su misión desde el inicio
de la dictadura, al priorizar todo lo relacionado con el marco interno. La guerra moderna exige la integración a
nivel conjunto de las Fuerzas Armadas, para lo cual es necesario un desarrollo
armónico, racional y balanceado de dichas fuerzas. De nada sirve que alguna de
ellas prevalezca sobre las otras. La cohesión se logrará eliminando disputas
estériles, desarrollando una doctrina militar conjunta y un sistema logístico
compatibilizado, delimitando ámbitos de competencia y efectuando ejecuciones
conjuntas en el gabinete y en el terreno.
Es imprescindible –para lograr esta transformación– modificar
disposiciones legales para dotar al EMC
de facultades para comandar las Fuerzas Armadas, y
prestigiarlo con la asignación de los medios humanos y materiales necesarios.
El Síndrome del estrés postraumático
Este síndrome es también conocido como “neurosis de
guerra” o “fatiga de combate”. Se manifiesta en forma de psicosis, neurosis,
ansiedad, depresión, alucinaciones, angustia, insomnio, disfunciones sexuales y
otros síntomas; puede aparecer durante la guerra y
después. Cientos de veteranos –oficiales, suboficiales y soldados– lo
padecieron, y muchos aún hoy continúan sufriéndolo. Alrededor de 250 ex
combatientes en Malvinas han llegado al suicidio. Un número similar se ha detectado
entre los veteranos británicos del conflicto.
Como antecedente comparativo, Estados Unidos tuvo los siguientes índices
de afecciones psiquiátricas en sus Fuerzas Armadas: en la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945), 23%; en Corea (1950-1953), 6%; en Vietnam (1965-1975), 5%
(que llegó al 60% al incrementarse la drogadicción entre sus soldados, en
1972).
En Malvinas, nosotros tuvimos aproximadamente el 3% –los
ingleses, el 2%– de combatientes afectados por traumas similares. En nuestro
caso, ello guarda directa relación con la ausencia de la correspondiente, e
imprescindible, revisión psicosomática, que debió
haberse practicado, sin excepción, a todos los combatientes a nuestro regreso
al continente. También influyó la carencia de médicos psiquiatras en la zona de
operaciones. La Comisión Rattembach
El 2 de diciembre de 1982 la nueva Junta Militar –general
Cristino Nicolaides, brigadier Omar R. Graffigna y almirante Rubén O. Franco–
conformó una Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades
Políticas y Estratégico-Militares en el conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS)
para evaluar el comportamiento de los miembros de la Junta Militar y otros
jefes militares y miembros del Gabinete Nacional durante la Guerra de Malvinas.
Dicha Comisión estuvo integrada por dos oficiales superiores de cada Fuerza, en
situación de retiro: por el Ejército, el teniente general Benjamín Rattembach y
el general de división Tomás A. Sánchez de Bustamante; por la Armada, el
almirante Alberto P. Vago y el vicealmirante Jorge A. Boffi; por la Fuerza
Aérea, el brigadier general Carlos A. Rey y el brigadier mayor Francisco
Cabrera.
Opinión de la Comisión Rattembach sobre decisiones y
responsabilidades de la Junta Militar (Galtieri, Anaya y Lami Dozo):
• No realizó una apreciación completa y acertada de la
reacción británica, de Estados Unidos, del Consejo de Seguridad de la ONU, de
la Comunidad Económica Europea y de la OEA. Máxime teniendo en cuenta que el
gobierno estaba seriamente desprestigiado en la comunidad internacional, que Estados
Unidos nos había embargado e impedido importar armamento, que no teníamos buena
relación
con los países No Alineados y que el conflicto con
Chile estaba vigente.
• Trató de condicionar el acatamiento de la Resolución
502 –de la ONU– y con ello renunció a las negociaciones impuestas por el
Consejo de Seguridad. • Como máximo
órgano del Estado, condujo a la Nación a una guerra con Gran Bretaña, sin estar
debidamente preparada para un enfrentamiento de semejante magnitud, pues se
trataba de una
potencia del “Primer Mundo” que recibiría apoyo de los
más importantes países. No logró el objetivo y llevó a nuestro país a una
crítica situación política, social y económica.
• Desaprovechó las contadas y concretas oportunidades
que se tuvieron para lograr una solución honorable del conflicto.
• Confundió –con premeditada intencionalidad– un
objetivo circunstancial, subalterno y bastardo, como la necesidad de
revitalizar la alicaída dictadura militar, con una gesta aglutinadora y legítima
de
reivindicación de algo incuestionablemente argentino.
• Subestimó la reacción de Chile, que, al desplegar
efectivos importantes en nuestra frontera sur, obligó a que las Brigadas de
Montaña VI (Neuquén) y VIII (Mendoza) fueran a su vez desplazadas en el sector
cordillerano central y sur, lo que impidió que tropas
especialmente aptas para el ambiente geográfico de Malvinas concurrieran a las
islas.
• No evaluó que tras la reacción británica y la
amenaza de Chile nos encontraríamos en una guerra de dos frentes, imposible de
sostener. Lo sensato hubiera sido postergar cualquier enfrentamiento con Gran
Bretaña, dejando una pequeña guarnición de 300 a 400 hombres, y aceptar
negociar, o haber resuelto con anterioridad el conflicto con Chile, sin
subestimar o ignorar su probable proceder en apoyo al Reino Unido. Encuadramiento normativo de la Comisión Rattembach
La Comisión Rattembach evaluó que la conducta de los
responsables era susceptible de ser examinada en distintos campos: político,
penal, penal militar, disciplinario militar y en el de honor. • En lo político: porque la Junta Militar
determinó, en un acta del 18 de junio de 1976, que “tomaba
para sí la responsabilidad de considerar la conducta
de aquellas personas que hubieran ocasionado perjuicio a los superiores
intereses de la Nación o lo hicieran en lo futuro”. Y todos conocemos el
perjuicio que ocasionó la Junta a la Nación.
• En lo penal, no se observó la existencia de
conductas que pudieran configurar delito alguno contemplado en el Código Penal
de la Nación.
• En lo penal político, recomendó que los delitos
tipificados en el Código de Justicia Militar (ley 14.029) “deberán ser
sometidos al órgano jurisdiccional competente, a fin de que sea sustanciada la
pertinente causa penal”. Este órgano era el Consejo Supremo de
las Fuerzas Armadas (CONSUFA) –presidido por el general de división Horacio A.
Rivera–, lo que se concretó en su oportunidad.
• En lo disciplinario militar, se recomendó que las
sanciones deberían ser evaluadas y sancionadas por la Junta Militar. En el
Ejército esto sólo se aplicó en algunos niveles medios e inferiores. • En lo relacionado con el honor, la Comisión no
apreció transgresiones pero dejó una vía abierta por si surgían en el futuro,
con posterioridad a la intervención en los ámbitos penal y disciplinario
militar. Nadie fue juzgado en este aspecto a Comisión
Rattembach evaluó, entre otros, el comportamiento de todos los citados, con
excepción
de los generales Nicolaides y Trimarco (Juan Carlos);
elevó su informe a distintas instancias y al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CONSUFA).
De todos los juzgados, los máximos responsables –la
Junta Militar– fueron los únicos condenados. El Consejo Supremo impuso al almirante Jorge I. Anaya la
pena de catorce años de reclusión con la accesoria de destitución y baja; al general Leopoldo Fortunato Galtieri, y al
brigadier general Basilio Lami Dozo, la pena de ocho años de reclusión más la
accesoria de destitución y baja. La sentencia impuesta en primera instancia fue
apelada ante la entonces Cámara Criminal y Correccional Federal de la Capital
Federal, que modificó parcialmente la sentencia de CONSUFA y condenó a los tres
ex comandantes a cumplir la misma pena: “doce años de reclusión, más la
accesoria de destitución y baja”. Ante
esa decisión los causantes interpusieron un recurso extraordinario ante la
Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJ), que fue concedido por la Cámara
Federal. En las circunstancias procesales aludidas, antes de que la CSJ se
expidiera, el Poder Ejecutivo Nacional, emitió el decreto 1.005, del 6 de
octubre de 1989, que, entre otras cosas, disponía: “indultar al teniente
general (retirado) Leopoldo Fortunato Galtieri, al almirante (retirado) Jorge
Isaac Anaya y al brigadier general (retirado) Basilio Ignacio Lami Dozo”. Entre
otros “considerados”, el decreto expresaba: “es menester adoptar aquellas
medidas que, suavizando la rigurosidad legal, generen las condiciones
propicias que permitan la mayor colaboración de los
habitantes en la reconstrucción y el progreso de la Nación”. Todos ellos
conservaron –indulto mediante– sus grados y su estado militar. Ello fue una
bofetada para los veteranos de Malvinas.
Acciones meritorias de nuestras Fuerzas Armadas
• Ejército: “La Artillería de Campaña (Grupo de Artillería 3 y
Grupo de Artillería 4) y de Defensa Antiaérea, las Compañías de Comandos, el
Escuadrón de Exploración de Caballería 5, los elementos de la Aviación de
Ejército (helicópteros), algunos elementos de apoyo de combate y especialmente elementos
del Regimiento 25 de Infantería, demostraron un elevado grado de adiestramiento
y profesionalismo, así como una adecuada acción de Comando, lo que fue puesto
de manifiesto especialmente en la defensa de Puerto Argentino, donde tuvieron
un desempeño destacado”. (Informe Rattembach)
• Armada: La Aviación Naval, con sus aviones Sky Hawk-A4Q y Super Etendard de
reciente incorporación, operando desde el continente, infligió daños fuera de
toda proporción con respecto a los análisis previos de poder de combate relativo (medios propios,
medios británicos, influencia del Teatro de Operaciones, etcétera). El BIM 5,
operando en el marco de las fuerzas terrestres en Puerto Argentino puso de manifiesto vocación por el accionar conjunto, un
excelente adiestramiento, un equipamiento Un destacado desempeño en la defensa de
Puerto Argentino. •
Fuerza Aérea: Desencadenado el conflicto
de naturaleza aeronaval, el Comandante decidió no sustraer a sus medios de la
batalla aérea y aceptó las desventajas y riesgos. Infligió a los británicos significativas
pérdidas. La formación y adiestramiento de sus pilotos –de combate y de
transporte– respondieron cabalmente a las exigencias impuestas. Junto con
hombres del Ejército y de la Armada, conformó un adecuado Centro de Información
y Control (CIC) en las islas, que coordinó todo lo relacionado con la
atenuación y neutralización del enemigo aéreo británico. Finalmente, el Informe Rattembach sintetiza el comportamiento de las Fuerzas
Armadas en su conjunto, en los siguientes términos:
Es importante señalar que hubo Comandos
Operacionales y Unidades que fueron conducidas con eficiencia, valor y
decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el
rendimiento fue siempre elevado. Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea
Sur, la Aviación Naval, los medios aére os de las tres Fuerzas destacados en las
islas, el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería de Ejército y de Infantería
de Marina; la Artillería de Defensa Aérea de las tres Fuerzas Armadas, correcta
y eficazmente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5,
el Escuadrón de Caballería Blindada 10, las Compañías de Comandos 601 y 602 y
el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el
comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de
sus mandos.
Comentarios británicos y norteamericanos “No cabe duda de que los hombres que se
nos opusieron eran soldados tenaces y competentes, y muchos han muerto en su
puesto. Hemos perdido muchísimos hombres” (General Anthony Wilson, comandante de la Brigada 5 de Infantería).“Nos
encontramos con 300 prisioneros, incluidos el jefe del RI 4 y varios oficiales.
Esto muestra las mentiras de las informaciones de la prensa según los cuales
los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptos para que fueran
masacrados o se rindieran como ovejas […]. Oficiales y suboficiales se batieron
duramente” (General Julian Thompson, comandante de la Brigada 3 de Comandos
británicos). “Las unidades argentinas que evidenciaron un alto grado de
cohesión y se destacaron por su excelente desempeño en combate fueron: el
Batallón de Infantería de Marina 5, el Regimiento de Infantería 25, las Compañías
de Comandos 601 y 602, el Regimiento de Infantería 7, así como el Grupo de
Artillería 3” (Consignado por la doctora Nora Kinzer Stewart). Conclusiones
Toda guerra es una desgracia para
cualquiera de los adversarios. ¿Quién podrá reemplazar la vida de los soldados
caídos para siempre y compensar el dolor de sus seres queridos? Un militar y
político israelí, Yitzak Rabin (1922-1955), señaló claramente que “el sendero
de la paz es mejor que el sendero de la guerra”. Años antes, Gandhi había
expresado: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Sin duda, la
guerra no es una obra de Dios. Por mi parte, sigo pensando que la guerra es un
renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad
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