Por Julián Otal Landi
Cuando acontece el golpe cívico militar hacia el gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, José María Rosa, figura reconocida e identificada con el peronismo; fue perseguido y removido de sus cargos educativos por considerarlo uno de los “flor de ceibo” que supuestamente habían arribado bajo la época de Perón; comprometido con su labor política conoció la cárcel, participó activamente en el levantamiento del General Valle, llegando a tener en consecuencia una “captura recomendada”.
Teniendo en cuenta que estaba en riesgo su vida, decidió partir al exilio hacia el Uruguay y más tarde a Madrid. Esta circunstancia explica cierta ausencia de publicaciones de su autoría durante los tiempos de la llamada “resistencia peronista”. En carta a su colega y amigo, le escribía a Fermín Chávez bajo su seudónimo Eloy Arniches el 8 de agosto de 1957: “Mi angustia es la ausencia del país. Leo las revistas y periódicos que Alberto [Contreras, N.d.a.] me manda con asiduidad.
Y –eso lo repetía en mis cartas- me choca que se me haya olvidado así. Nunca se mencionan mis libros, mi actual trabajo, para no hacer mérito de la prisión y el destierro. Me da la impresión de haber muerto… “ (Chávez, 1991:24) Durante estos años se hará reflejo de una notable distanciación entre diversos nacionalistas, en muchos casos ya diferenciados desde el conflicto entre Perón
y la Iglesia desencadenado en 1954 y profundizado con los diversos posicionamientos tomados ante la “Revolución Libertadora” y “el hecho peronista”. Sus primeros años en Uruguay y España sirvieron, no obstante, para avanzar en su obra más completa y acabada que traería amplia repercusión y una acalorada polémica: “Caseros” aunque pasaría a llamarse, ya editada, como “La Caída de Rosas” (1958). Según Fermín Chávez, existen antecedentes de su trabajo en un artículo publicado en 1952 que llevaba como nombre “La iniciativa del Pronunciamiento de Urquiza”, aunque el acontecimiento clave de la historia argentina para él lo empezó a trabajar tempranamente en 1939 con “Antecedentes diplomáticos de Caseros” cuando formaba parte de Instituto de Estudios Federalistas. La obra atiende un abordaje historiográfico desde la región rioplatense, dándole la importancia que merecía a la diplomacia brasilera que había sido bastante relativizada en la historiografía argentina hasta entonces. Rosa destaca el rol desempeñado por la aristocracia brasilera en contraste hacia la falta de patriotismo de nuestra clase dirigente: la oligarquía nacional. La diferenciación entre aristocracia y oligarquía es destacable ya que infiere también una concepción sobre el rol y la conciencia nacional de cada una de ellas: centrándose en la concepción aristotélica, Rosa entiende que el Brasil imperial había desarrollado una aristocracia que la Argentina carecía y por ende, sufrirá sus consecuencias luego de Caseros. Lo más cercano a una aristocracia nacional eran para Rosa los caudillos federales, poseedores de la “virtud política” según Aristóteles. Su interpretación tenía una raíz sumamente historicista al concebir al caudillo, en términos herderianos, como intérprete del volkgeist (espíritu del pueblo). Desde su temprana obra “Interpretación religiosa de la Historia” (1936) el autor desarrolla esa afirmación que conllevará a una parte de la polémica con Pedro De Paoli a partir de la obra de 1964 “Rivadavia y el imperialismo financiero”. En su obra de 1943, Rosa afirmaba: “Rosas era algo más que un hombre de orden. Era el argentino por excelencia, en quien se encarnaban todas las virtudes y todas las posibilidades de la raza criolla. […] Rosas era el polo opuesto de Rivadavia, hasta en lo físico: si éste fue hacedor de proyectos, aquel en cambio, construyó realidades; mientras uno soñaba con una Argentina europeizada el otro trataba de salvar la Argentina de siempre…” (Rosa, 1943:158) Uno de los puntos controversiales que generará polémica es la presentación de un Rosas popular, el estadista que defiende los intereses de los sectores populares y de visión americanista. “En 1831, las catorce provincias que agrupa Rosas en el Pacto Federal fundan el instrumento de la nacionalidad. Desde 1835 la férrea mano del Restaurador construye a la nación: la unidad que será firme pese a muchas cosas que vendrán, la independencia económica, la riqueza equilibrada, la posición internacional respetada, el anhelo de lograr la unidad de América Latina “[…]¿Qué se proponía el «americanismo » de Rosas? Sus enemigos le atribuyeron el propósito de reconstruir el virreinato. Es posible que acariciara el Pepe Rosa proyecto de volver a la unidad del Plata, disgregada por influencias extranjeras que no por voluntad de los platinos”. “[…] El «sistema americano» que propagaba por el continente significaba la defensa de los pequeños países de origen español ante la ingerencia [sic] de las grandes potencias comerciales. Esa solidaridad hispanoamericana podía conducir a una unión efectiva de toda América española: la idea de Bolívar, de San Martín, de Artigas” (Rosa, 1968: 62-65). Algunos de los aspectos para sacar en limpio sobre la obra más importante y documentada de Rosa: en principio, como habíamos mencionado, la ausencia de una clase dirigente sin conciencia nacional (hecho que también había trabajado con precisa ironía en su trabajo “Nos, los representantes del pueblo”); asumiendo una lectura historicista, los únicos “interpretes” del sentir colectivo fueron los caudillos federales, donde Rosas se configura como un personaje paradigmático ya que, para Rosa, su período de gobierno es el auténtico constructor de la nacionalidad. Otro aspecto a tener en cuenta es que la construcción de un Rosas popular ya había sido expresada por Rosa en sus primeros trabajos, entonces ¿cuáles serían los motivos por el cual termina alcanzando polémica durante los sesenta?
Podemos realizar una aproximación multicausal: en principio parte de una disputa del capital simbólico dentro del revisionismo histórico argentino que fue motorizado, por un lado, a través de los recelos contraídos por parte de muchos revisionistas ante el éxito de José María Rosa que, junto a autores de la Izquierda Nacional, se colocaba entre los más leídos; por otro lado, las redes comunicacionales que lograba entablar Rosa apoyándose sobre todo en el peronismo (y sus diversas “vertientes”, a saber: publicaciones, conferencias en sindicatos y para grupos estudiantiles donde emergerán devenidos gran parte de ellos como peronistas revolucionarios que mantendrán un enfrentamiento no sólo ante el régimen dictatorial sino también con la “burocracia sindical”). Entonces, el motivo clave es el posicionamiento ante el “hecho peronista”. Rosa sin necesidad de explicitar en sus trabajos analogías históricas presenta a un Rosas que comparte muchas coincidencias con respecto a Perón: los dos fueron llamados por la Historia ante un momento de crisis, los dos fueron los principales intérpretes y conductores de las clases populares, al ser “interpretes” populares también son constructores de una conciencia nacional; ambos sostienen un proyecto, entonces, nacionalista de independencia económica, soberanía política y justicia social; ambos ambicionan la recuperación de la Patria grande. La construcción de este “imaginario” que nació también como reacción contradiscursiva ante el relato histórico que enarbolaba la “Revolución Libertadora” y sus intelectuales orgánicos provocaría la adhesión del peronismo hacia la historiografía revisionista. La línea histórica San Martín, Rosas, Perón en contraste a la línea “Mayo, Caseros” ya es incorporada por el peronismo y por su líder exiliado.
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