Por Juan Beverina (1922)
El papel principal que desempeñara en la revolución de diciembre de 1828 contra Dorrego, indicálo como el jefe de más prestigio para dirigir la cruzada contra Rosas, preparada por la comisión argentina en Montevideo. Ninguna oportunidad más favorable parecía presentarse a los iniciadores del movimiento que el del momento histórico determinado por el triunfo de la revolución de Rivera, por su declaración de guerra a Rosas y por la efectividad de hostilidadescon la ocupación de Martín García por fuerzas orientales y francesas combinadas. Sin embargo, tarea ardua les sería vencer los escrúpulos y la repugnancia que experimentaba Lavalle en valerse de la oportunidad de la intervención de tropas extranjeras contra una parte del suelo argentino.
Pero poco tardarían los iniciadores de la cruzada en obtener la cooperación de Lavalle. Vencidos sus escrúpulos con la seguridad que se le dió, de que Francia no atentaría contra los derechos soberanos argentinos, aquél se lanza con todo entusiasmo a la empresa que constituía la mayor aspiración de su vida. Los preparativos de la expedición argentina, permitidos al principio por Rivera, son hostilizados poco después por el inconstante caudillo, quien deseaba congraciarse con Rosas para inclinarlo a aceptar los arreglos de paz entre ambos que patrocinaban los agentes ingleses en el Río de la Plata. A pesar de todo, la expedición lograba salir de Montevideo en buques franceses, para Martín García, en julio de 1839. Rivera fué llamado muy pronto a la realidad de las cosas por el rechazo de sus proposiciones de paz por el dictador argentino y por la invasión al Estado Oriental efectuada desde Entre Ríos por el ejército federal a las órdenes de Echagüe. Resolvíase entonces a secundar la empresa del general Lavalle. Éste, después de organizar y aumentar su grupo expedicionario en Martín García, pasaba a Entre Ríos con la Legión libertadora.
Simultáneamente, en el sur de la provincia de Buenos Aires se preparaba un movimiento revolucionario contra Rosas. Los promotores del mismo, al saber que en Martín García se estaba organizando una expedición libertadora, invitaron al general Lavalle a desembarcar en un puerto del sur de Buenos Aires, a fin de que, poniéndose al frente de los numerosos elementos de que disponía la revolución, marchase con ellos sobre la capital. Esta invitación fué aceptada con todo entusiasmo por Lavalle, intensificándose desrle entonces la propaganda en la campaña sur de Buenos Aires, en espera del desembarco en sus costas de la Legión libertadora para proclamar la revolución. Pero, con sorpresa general, este plan sería abandonado por Lavalle. La invasión al Estado Oriental del ejército federal de Echagüe, realizada a fines de julio de 1839, inducía al jefe de la
cruzada a llevar a cabo la empresa tentadora de desembarcar sus fuerzas en Entre Ríos, que había quedado desguarnecido por la ausencia de Echagüe y de su ejército. Descontando el éxito contra las débiles fuerzas de observación dejadas en Entre Ríos y una insurrección en esta provincia contra el gobernador delegado de la misma, Lavalle se ilusionaba de poder apoderarse con toda facilidad de Entre Ríos y de contribuir con los buques franceses a la destrucción del ejército de Echagüe, no bien intentase volver sobre sus pasos repasando el Uruguay. Los motivos para este cambio de plan están indicados en la carta de Lavalle, de 10 de agosto, a don Andrés Lamas, en la cual manifiesta: «Todo ha cambiado de aspecto desde que el ejército en.emigo (refiérese al de Echagüe) ha pasado el Uruguay en el Salto, y desde que encuentro cooperación en el gobierno oriental y simpatía en el pueblo. N o perderé tiempo en demostrar a usted que el ataque sobre la provincia de Buenos Aires
era vicioso, considerado política y militarmente. Era un efecto de las fatalidades que usted conoce (hacía alusión a las dificultades puestas por Rivera a la cruzada); yo no tenía otro camino. Pero después que el Estado Oriental ha sido invadido, ese ataque no sería una falta, sino un crimen. La revolución argentina ha de ser completa para que produzca todo el bien que desean los pueblos. Rosas y Echagüe deben caer. A mí me es indiferente empezar por una o por otra parte, pero no al pueblo oriental invadido. Yo tengo, pues, que obedecer a su interés, que es el interés de todos ... Me voy a Entre Ríos; en Buenos Aires se van a desesperar, pero así lo exige el bien público.» Fácil es demostrar el error de apreciación en que incurre el g'eneral Lavalle al dar sus razones para el cambio de plan. Consideraciones de carácter exclusivamente político y moral hacen perder de vista al jefe de la cruzada libertadora, que el interés militar de la campaña no reside en los triunfos que puedan alcanzarse en Entre Ríos y en el Estado Oriental, sino en buscar a Rosas en el centro mismo de su poder. La operación sobre Entre Ríos es una empresa no sólo secundaria, sino también divergente, pues aleja al ejército libertador de su verdadero objetivo. -En la variación del plan inicial estriba,
en prinler lugar, la causa originaria de los fracasos que experimentaría el segundo ejército libertador y la revolución del sur de Buenos Aires. Son conocidos los incidentes que acompañaron al general Lavalle en su infructuosa empresa. Después de derrotar en Yeruá al gobernador delegado de Entre Ríos, coronel Zapata, el general Lavalle abandona esta provincia y marcha sobre la de Corrientes
para ponerse a la cabeza de las fuerzas aquí reunidas para tomar el desquite del desastre de Pago Largo. Al frente de ellas vuelve a invadir a Entre Ríos; mas, por desgracia, las desavenencias
elnpiezan a surgir entre Lavalle, el gobernador Ferré y Rivera, y aun en el seno mismo del ejército libertador. A pesar de esto, el primero libra el combate de Don Oristóbal (abril de 1840), y en él derrota al ejército federal; pero, a su vez, sale vencido en el de Sauce Grande tres meses después. Contrariando las instrucciones del gobernador de Corrientes, el general Lavalle decide independizarse de esta tutela y de la que pretendía ejercer el general Rivera; se embarca en el Diamante en buques franceses a fin de desplazar la guerra a la provincia de Buenos Aires. Desembarca en San Pedro y avanza sobre la capital sin encontrar resistencia a su paso. Próximo a
alcanzar su objetivo, vacila, pierde su confianza en el éxito de la empresa y resuelve retroceder sobre Santa Fe. El cambio del plan inicial de 1839 y la excéntrica operación del segundo ejército libertador sobre Entre Ríos y Corrientes han dado tiempo a Rosas de organizar los medios de resistencia. La retirada de Lavalle desde las proximidades de Buenos Aires marcará el comienzo de la serie de las victorias de los ejércitos federales al mando de Oribe y de Pacheco, que malograrán la empresa libertadora del general Lavalle y la que, en ~sos mismos días ensayaba el general La Madrid al frente de las fuerzas de la coalición del Norte. Este doble triunfo sobre sus adversarios servirá para consolidar aún más el poder omnipotente de que ya disfrutaba en el país el dictador Rosas. Cual conclusión, será oportuno consignar algunas observaciones características que pueden obtenerse del análisis de las primeras reacciones armadas contra Rosas. Los contrastes experimentados en 1839, tanto por el primer ejército libertador en Pago .Largo, como por la revolución del sur de Buenos Aires, reconocen como causa principal la ausencia de una cabeza .dirigente, de un militar de prestigio, que pudiese no sólo organizar, disciplinar y conducir a la victoria las milicias entusiastas, sino también crear la indispensable confianza para obtener el mayor rendimiento y armonizar los esfuerzos aislados. Las reacciones de las provincias contra el dictador, inspiradas en el anhelo de readquirir los derechos abusivamente retenidos por Rosas, tienden todas a la finalidad de dar al país un sis.tema de gobierno federal. Sin embargo, los contrastes sufridos en las primeras tentativas por falta de un jefe de prestigio, las inducen más tarde a poner al frente de las propias fuerzas a generales de ideas netamente unitaria, cuales eran los generales Lavalle, José María Paz y La Madrid, no reconociendo en ellos, por el momento, otra cosa que argentinos anhelosos de remover el único obstáculo que impedía la organización constitucional del país. Parecerá ahora que, lograda la cabeza competente que capitaneará a las masas revolucionarias, el éxito habrá de coronar, por fin, los esfuerzos entusiastas de las provincias. Sin embargo, la realidad será otra: las desavenencias entre los políticos y los militares, las rivalidades que surgirán entre los generales por la cuestión del comando en jefe y hasta las ambiciones personales de estos últimos, harán fracasar cada vez los distintos
movimientos revolucionarios; sólo al último, el general Urquiza, aferrando en sólida mano centralizadora todos los negocios concernientes a la política ya la guerra e imponiendo con absolutismo su personalidad, logrará derribar en 1852 el poder de Rosas hasta entonces inconmovible. JUAN BEVERINA buenos Aires, 22 de julio de 1922.
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