Rosas

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martes, 6 de noviembre de 2018

Organizaciones secretas en Buenos Aires (1839-1840)


Por Ignacio Zubizarreta
El Club de los Cinco:
las organizaciones secretas se extienden en Buenos Aires (1839-1840).  En 1835, el escritor Marcos Sastre, procedente de Uruguay, abría en Buenos Aires la Librería Argentina. Algún tiempo después comenzó a funcionar allí, con cierta asiduidad, una tertulia literaria que contó con la participación de Miguel Cané (padre), Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, dando inicio a la célebre Generación del 37.   Si bien en un principio los vivos debates que se suscitaron en ella correspondían a temáticas literarias, culturales y artísticas, gradualmente se fue constituyendo una asociación cuyo eje central se basó en concebir una profunda renovación política.  Dos años más tarde del inicio de la tertulia, Esteban Echeverría fundó la Asociación de Mayo, inspirado en las agrupaciones carbonarias y en la Joven Italia de Giuseppe Mazzini.  También presentó el Dogma Socialista a la Juventud Argentina, una suerte de preámbulo para inspirarles a sus destinatarios las ideas de fraternidad, igualdad, libertad y asociación. 
 
En un primer momento, parte del entorno rosista no vio a la agrupación como una amenaza a su poder. Algunos de sus integrantes sentían simpatía por Rosas, e incluso llegaron a pensar que podrían colaborar en su política de gobierno.  Se equivocaron pues Rosas imposibilitó la continuidad de una agrupación que podía cuestionar su conducta, por lo que la tertulia se disolvió, y gran parte de su elenco partió al exilio. El Estado Oriental se convertía ahora en el epicentro de la resistencia a l rosismo.  No todos los seguidores del movimiento se cobijaron en suelo extranjero. Entre ellos, existían algunos que sin haber tenido una destacada actuación previa, e, incluso, integrados al engranaje estatal rosista, aprovecharon su emplazamiento en el poder para conformar una agrupación secreta que se denominó el Club de los Cinco. Este movimiento tenía por objeto auxiliar dentro de Buenos Aires a todos los proyectos que, por fuera de ella, tuvieran por finalidad derrocar a Rosas.  Debe recordarse que por ese entonces Rosas se enfrentaba paralelamente al bloqueo de la flota francesa y temía una invasión unitaria por los puertos argentinos.  Por si eso hubiese sido poco, debía hacer frente a la Coalición del Norte —sublevación alentada por unitarios y otras facciones antirrosistas de las provincias del norte— y la revolución de los Libres del Sur.  Este último movimiento constituyó un levantamiento de los hacendados de la parte meridional de la provincia de Buenos Aires, que se rebelaron contra las condiciones económicas imperantes consecuentes del propio bloqueo francés. La célebre “conspiración de Maza” también se transformaría en el corolario de todos los movimientos secretos que se sucedieron en Buenos Aires para despojar a Rosas del mando, una tentativa promovida por dos grupos.   Uno de ellos más próximo al propio círculo del gobernador bonaerense, y liderado por Ramón Maza —hijo de Manuel V. Maza, legislador en ejercicio, amigo y consejero de Rosas—, y otro más cercano al veterano y ex rivadaviano Diego Alcorta.  De la primera agrupación surgió el Club de los Cinco, que estaba compuesto por Enrique Lafuente, un funcionario de la Secretaría de Rosas; Santiago Albarracín —quien financiaba los gastos del complot—, Carlos Tejedor, Jacinto Rodríguez Peña y Rafael Corvalán —hijo de Manuel Corvalán, edecán de Rosas—. Por el grupo de Alcorta, Juan Thompson, Avelino Balcarce, Valentín San Martín, Valentín Gómez Gervasio Rosas, Diego Arana, entre otros. Unos pocos meses antes de esos sucesos, Florencio Varela recibió una carta en la que le aseguraban que en Buenos Aires no faltaban hombres que “trabajan cuanto se puede en medio de la vigilante astucia del despotismo, y están dispuestos a todo, aunque son débiles y pocos”.    Lavalle, guiado por la experiencia, recomendaba a Frías que exhortara a sus aliados y amigos en Buenos Aires para: “evitar toda reunión, y constituir otro medio de entenderse […] por ejemplo, cartas bajo una clave especial, depositadas en lugares convenidos, sin escribir en ellas ni una sola letra común, y en el sobre el signo del hermano a quien es dirigida. Que eviten entrar en las casas de los jefes y demás amigos con quienes estén de acuerdo […] Mucho vale el dinero. Sin él, todo es embarazo, pero es más prudente afrontar estos, que extender el secreto entre muchos, por multiplicar los contribuyentes”.   Lavalle conocía bien cómo la falta de discreción y de credulidad en los hombres que comparten una empresa en el secreto podía llevar a su completo fracaso; de allí sus constantes consejos. No fueron en vano, pero tampoco efectivos. El célebre unitario José María Paz, que había llegado de Santa Fe hacía poco tiempo y que tenía toda la extensión de Buenos Aires por cárcel —pues había sido capturado por una partida federal en 1831 y desde entonces estaba cautivo—, asegura en sus memorias “que el secreto de la conjuración estaba en miles de bocas”, y que, sin embargo, como les había sucedido antes a los movimientos unitarios, sólo contaban con el apoyo “en lo general de la gente pensadora, acomodada e ilustrada”.  El joven Ramón Maza, sin dudas uno de los principales conjurados, de relevante importancia política, fue fusilado en la cárcel; su padre, Manuel Vicente, presidente de la Sala de Representantes, fue también asesinado.  Paz advierte que el gran defecto del que adoleció el movimiento fue justamente el haber carecido de un centro fijo de dirección, pues “marchaba con el día y según las deliberaciones de la noche antes; deliberaciones que variaban según los círculos en que se hacían”. Esto sucedía porque debían coordinar distintas facciones (la de Maza y la de Alcorta) con los potenciales colaboradores, que se plegarían sólo en caso de que la conjura se mostrara exitosa, pero además, con las directivas de Lavalle y los exiliados. De este modo, la empresa no sólo era muy riesgosa, sino de muy difícil concreción, demostrándose así con su trágico desenlace.  La postura elitista de los integrantes de las logias unitarias no sólo se desprende de los intentos por manipular a la “plebe” con el fin de deslegitimar la visión que ésta poseía de Rosas, sino que, a su vez, era consustancial con la idiosincrasia propia y los antecedentes de esa facción política. Los unitarios que fueron descubiertos en la conjura sólo fueron deportados a las costas de Santa Catalina, y el complot desarticulado en Buenos Aires dejara como saldo varias ejecuciones y el libre accionar de La Mazorca.  Sin embargo, la fortaleza de las asociaciones secretas que actuaron en suelo porteño, como contrapartida, radicaba en que tenían un plan que se sostenía en una estructura revolucionaria, que contaba con muchos adeptos fuera de la ciudad y con ejércitos muy poderosos que se pertrechaban y aumentaban su influjo cada día —como los de Lavalle o Lamadrid—. Las logias unitarias, en cambio, se enmarcaban en un contexto externo mucho más endeble. La connivencia con los federales doctrinarios no les aseguró en lo más mínimo un apoyo de los gobiernos federales del Litoral, mientras que aquellos planes de configurar una triangulación con Alvear en Buenos Aires y el mariscal Santa Cruz en Bolivia se transformaron pronto, dada su compleja trama, en meros castillos de naipes.

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