Rosas

Rosas

martes, 30 de abril de 2019

Manuel Corvalán y Antonino Reyes, dos incondicionales edecanes del Restaurador

Por Andrea Reguera
De los edecanes, hubo sólo dos hombres que contaron con la plena y absoluta confianza del gobernador, Manuel Corvalán, en Palermo de San Benito, y Antonino Reyes, en el Cuartel General de Santos Lugares.  Manuel de la Trinidad Corvalán (1774-1847) nació en el seno de una familia mendocina formada por Domingo Rege Corvalán y Manuela Sotomayor.
El matrimonio tuvo tres hijas mujeres (Isabel, Rosa y Margarita, ésta última “Patricia Mendocina”) y cinco hijos varones (Manuel, Victorino, Eugenio, José Mateo y Gabino), quienes siguieron la tradición paterna de la carrera militar.   Después de cursar las primeras letras en Mendoza, los hermanos Corvalán –al menos Manuel y Victorino– continuaron sus estudios en el Real Colegio de San Carlos en la ciudad de Buenos Aires y luego iniciaron sus carreras en las armas. Mientras Manuel se incorporaba al Cuerpo de Voluntarios Arribeños en Buenos Aires, Victorino lo hizo en el Regimiento de Infantería de Línea de Mendoza, Eugenio en la compañía de Cívicos Blancos de Mendoza, José Mateo en la de Artillería Cívica y Gabino en el Regimiento de Arribeños.
Todos ellos también formaron parte del Ejército de los Andes. Manuel, por su parte, cumplió, entre 1811 y 1814, diversas comisiones en las provincias de Cuyo y en 1815 fue llamado por el general San Martín para que se incorporara al Ejército de los Andes como Mayor de Órdenes, es decir encargado del equipo, armamento y demás preparativos del ejército; luego, fue nombrado Comandante Veterano del Batallón de Cívicos Pardos del Cuerpo de Cívicos de Infantería y, en 1816, San Martín le confió los establecimientos de armería, maestranza, parque y demás anexos de artillería.
De regreso en su provincia proveniente de Chile, y debido a la situación política de enfrentamiento interno que se vivía con los unitarios, en 1824 decidió emigrar a Buenos Aires. Pero el desprendimiento de sus raíces no sería así de fácil, pues en 1826 fue elegido Diputado al Congreso General Constituyente por la provincia de Mendoza. Allí, manifiesta claramente sus simpatías por el sistema federal. Por ello es que, caído el gobierno de Bernardino Rivadavia y en su acercamiento político a las filas federales, el nuevo gobernador Manuel Dorrego lo nombra su edecán en 1827. Al producirse, el 1° de diciembre de 1828, la Revolución Decembrina, fue dado de baja del ejército de la provincia de Buenos Aires, pero enrolado definitivamente en las fuerzas federales. En 1829 se sumó a las fuerzas de Juan Manuel de Rosas que combatían contra el general Lavalle.
En 1830, Rosas lo reincorporó al ejército en el arma de infantería y lo nombró su edecán. En 1831, lo acompañó en la campaña contra la Liga del Interior en Córdoba contra el general Paz. Allí Rosas lo nombró coronel de Caballería. En 1833, participó de la Expedición al Desierto, comandando el
Regimiento N° 4 de Caballería. En 1835, Rosas lo nombró 1er Edecán y en 1837 lo promovió a General en premio a su lealtad y a sus servicios. A partir de allí, se convirtió en representante de Rosas ante ministros extranjeros y funcionarios nacionales. Era el único que tenía acceso inmediato, de día y de noche, a la persona del gobernador. Prácticamente, residía en su casa y daba órdenes en su nombre. También, a su pedido, fue Representante de la Honorable Sala desde 1837 a 1847, aunque prácticamente no concurrió por sus obligaciones de edecán. Asistió por años al Restaurador, hasta su muerte en 1847, ayudándole en las representaciones oficiales, en el control de la formación militar, en el campamento de Santos Lugares y en sus funciones diarias de gobierno.
Corvalán sentía una gran admiración por Rosas, como puede apreciarse en el encabezamiento y despedida de la siguiente carta: “Mi muy respetable General […] Dios quiera darle buena salud, y la paciencia de Job para sobrellevar tanto cúmulo de disgustos que le causa esta desgraciada Patria y son los sinceros deseos de éste su más obediente súbdito”.
Antonino Reyes fue el otro hombre más leal a Rosas. Sirvió a éste con convicción, desde que lo conoció en 1832 y fue designado secretario en la Expedición al Desierto de 1833, hasta la caída de Rosas en 1852, y aún después, reivindicando el nombre y el accionar del hombre al que sirvió hasta su muerte en 1897. Era el hombre de confianza de Rosas en el Cuartel General de Santos Lugares, donde además era Jefe de la Secretaría y Despacho de dicho Cuartel. La relación de confianza que unía a Reyes con Rosas trascendía la sola figura del Restaurador, ya que a través de su epistolario hemos podido comprobar que mantenía una estrecha amistad con Manuelita Rosas. “¡Oh
Reyes!, dice Manuela Rosas tantas veces en sus cartas, esos amenos días pasaron para no volver jamás, y para mi son más valiosos sus recuerdos, que los que no puedo dejar de conservar de aquel tiempo en mi Patria, en que me rodeaba tanta bulla, tanta demostración de cariño, fingido en unos, en otros verdadero. En este caso estabas tu, nuestro fiel Antonino”.
Antonino Reyes nos deja, en sus Memorias, testimonio sobre la dedicación de Rosas al trabajo de la cosa pública y la ardua tarea del gobierno: El tiempo corrido desde que entré al servicio del general Rosas y muy cerca de su persona, me da derecho a juzgar al hombre [...] No tenía hora señalada
para su despacho […] generalmente la noche se pasaba en el trabajo […] El domingo o día de fiesta era lo mismo que el día de trabajo. Generalmente dejaba el trabajo a la madrugada, a veces a las ocho o nueve de la mañana, y lo retornaba a las tres o cuatro de la tarde. Inmediatamente se despertaba y abría la puerta de su despacho y dormitorio, si aún no había llegado me mandaba llamar y ya empezaba el trabajo [...] Tengo la convicción que nunca usó en beneficio propio de los dineros del Estado durante su gobierno. Era celoso defensor de los caudales públicos y no permitía que los encargados de la distribución de dineros rindieran cuentas dudosas. Sólo había descanso cuando el general iba a Palermo y nos dejaba en la ciudad, y muchas veces al marcharse nos dejaba trabajo. No había que separarse mucho porque solía llamar de Palermo por algún trabajo urgente (Irazusta, 1970, t. VII, 185 y ss.).
Reyes continúa diciendo que cuando Rosas estaba en Palermo solía dar paseos y “en estos paseos no molestaba, como él decía, a ningún edecán, ni ayudante: llevaba a dos ordenanzas y el servicio particular. He oído muchas veces que salía disfrazado. No es cierto: no salía sino de particular, embozado en su capa, sin que nadie lo acompañara; algunas veces lo acompañaba yo […] daba una vuelta y volvía después de una hora. La puerta quedaba apretada sin pasador, y yo en la pieza siguiente” (Irazusta, op. cit., p. 185). Su dedicación y cercanía con el Restaurador, le valieron, una vez partido Rosas al exilio, una primera amnistía por parte del general Urquiza, vencedor en la Batalla de Caseros (1852); luego un juicio que, en primera instancia, lo condenó a muerte por su cooperación con la Dictadura de Rosas, lo cual lo impulsó a emprender la fuga e instalarse con su familia en la ciudad de Montevideo; y, por último, su absolución de culpa y cargo por parte de la Cámara de Justicia de la Nación, pero así y todo Reyes nunca regresó a su país (Reyes,
1974: 258 y ss.).

No hay comentarios:

Publicar un comentario