Rosas

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jueves, 30 de junio de 2022

Rosas en los altares: ¿Mal gusto o sacrilegio?

 Por Pablo Otero

En 1839, tras la frustrada conspiración de Maza, se exacerbó el culto a la figura del Restaurador. La exhibición de su retrato en las Iglesias originó, durante décadas, un interesante y ejemplar debate que también llegó a las páginas de este diario.

Hace 140 años, un 14 de marzo de 1877, fallecía en el exilio británico, Juan Manuel de Rosas. Su actuación pública lo convirtió, quizás, en el personaje más controvertido y discutido de nuestra historia.   Una de las más reiteradas acusaciones utilizadas para denostarlo, incluso durante su gobierno por parte de los exiliados en Montevideo, fue la de presunta idolatría, profanación y sacrilegio en que incurría al permitir a sus partidarios adorar su imagen en las iglesias católicas. Una imputación que se hizo más fuerte luego de la frustrada conspiración del coronel Ramón Maza para eliminar al Restaurador de las Leyes en junio de 1839. Una conjuración que terminó con el asesinato de sus protagonistas y aumentó la violencia política, el miedo y el culto a la figura de Rosas.   "En el pórtico de cada templo, el clero vestido de sobrepelliz, sonando el órgano e iluminado el templo, recibía bajo palio el retrato de Rosas, y colocándolo en el altar mayor le tributaban un culto bestial", denunciaba el periodista José Rivera Indarte (1814-1845) en un artículo publicado en El Nacional de Montevideo. A partir de ese momento, el relato comenzó a tomarse como cierto y a ser repetido por otros periodistas e historiadores antirosistas. "Doloroso es decirlo, el púlpito se ha convertido también en instrumento del crimen. La imagen de este crucificador del pueblo argentino se ha colocado sobre el altar consagrado a la adoración del Salvador del mundo. ¡Recuerda jamás la historia una profanación más sacrílega!", afirmaba Félix Frías (1816-1881).    Esta visión de los hechos se oficializó en 1857, ya derrocado Rosas, cuando la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, separada de la Confederación liderada por Urquiza, le inicia un juicio a Rosas, que es aprobado por el Congreso y elevado a la Justicia, la cual en 1861 falló y condenó a muerte a Rosas por considerarlo, entre otros cargos, "reo de lesa patria", por los crímenes cometidos, por el mal ejercicio del poder público y por el "atentado sacrílego de ofrecer sobre los altares a la adoración pública la estampa del criminal al lado mismo de la imagen de Dios".   Después de los periodistas, la política y la justicia fue el turno de los historiadores de tradición liberal como, por ejemplo, Ricardo Levene (1885-1959) quien aseguraba que "en las iglesias se colocaba el retrato en el altar, y los sacerdotes, desde el púlpito exhortaban a la adoración y el culto de Rosas".    Fue un hecho que se mantuvo como cierto hasta el surgimiento de la corriente revisionista a mediados de 1920. El historiador Alberto Ezcurra Medrano (1909-1982) realizó una pormenorizada investigación al respecto, la cual salió publicada en la Revista Crisol en 1935 y reproducida, cuatro años después, en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, bajo el título "Rosas en los altares". En primer lugar, a partir de testimonios que provienen de la tradición oral -que él mismo recoge como, por ejemplo, el del padre José Sató, Superior de los Padres Jesuitas- sostiene que el retrato de Rosas nunca se colocó en los altares, sino que ocupaba una silla que a él le estaba destinada, y que quedaba vacía cuando Rosas no podía concurrir a la celebración.

La segunda prueba es el óleo de Martín L. Boneo (1829-1915) que representa una ceremonia religiosa en la Iglesia de la Piedad donde se puede observar el retrato de Rosas no sobre el altar sino a su izquierda, en el presbiterio.

"LA GACETA MERCANTIL"  El tercero y más categórico elemento que usa para rebatir la leyenda de los escritores unitarios son las crónicas aparecidas en La Gaceta Mercantil, el diario fundado en 1823. Por ejemplo en la edición del 1 de septiembre de 1839 narra la celebración realizada en la Catedral: "En la entrada del templo se agrupaba un numeroso gentío y saliendo a la puerta el senado del Clero, fue introducido en el templo el retrato de S.E. y colocado luego bajo el pabellón que le estaba preparado sobre el presbiterio". El 28 del mismo sobre la celebración llevada a cabo en la Iglesia Nuestra Señora de la Merced informa que "el cura Don Juan Argerich y otros señores sacerdotes recibieron en el atrio del templo el interesante cuadro, y fue colocado cerca del Altar Mayor entre federales magníficos adornos". De estas crónicas y otras más citadas, Ezcurra Medrano concluye que el retrato de Rosas no se colocaba en el altar sino, por lo general, en un asiento, en el presbiterio, cerca del altar, del lado del Evangelio.

"El hecho -sostiene- podrá ser criticado o no, según el criterio con que se juzgue a Rosas, pero lo indiscutible es que no constituyó profanación ni sacrilegio", entendiendo este como la acción de tratar indignamente los sacramentos, acciones litúrgicas, personas, cosas o lugares consagrados a Dios.

La respuesta a Ezcurra Medrano se originó varios años después. El 1 de noviembre de 1959 el historiador Ernesto J. Fitte publicó en La Prensa un artículo que se tituló "Acotaciones sobre la efigie de Rosas en las funciones religiosas". En el mismo, rescata la tradición liberal con dos situaciones concretas. Una se trata de una carta, de 1838, del comandante militar de Patagones, coronel Hernández, en la cual narra la negativa del cura párroco del lugar, Pedro Luque, de colocar un retrato de Rosas en su iglesia y su consecuente detención. El otro elemento es un interesante extracto de las memorias del marino estadounidense, Davis Glasgow Farragut (1801-1870) durante su paso por Buenos Aires.

El reconocido almirante narra la visita que realizó a Rosas en su estancia de Palermo, durante varios días en 1842. Allí tuvo la oportunidad de presenciar "el mes de Rosas" una fiesta que se realizaba en octubre en su homenaje y que había sido decretado por la Legislatura e incluía celebraciones religiosas.

En este caso, Farragut observó en la residencia de Palermo la instalación de un amplio dosel y debajo "un altar para el servicio divino y a la izquierda otro más pequeño", que cuando comenzó la celebración un cuadro de Rosas "fue colocado en el pequeño altar, dos oficiales con la espada desenvainada, montaron guardia" y que "un anciano sacerdote pronunció un discurso que no contuvo más que elogios a Rosas". Esto -concluye Fitte- "es incurrir en pecado de idolatría y en delito de profanación".

Pocas semanas después de la aparición de este artículo en La Prensa, Ezcurra Medrano le respondió desde la Revista de Cultura Revisión. Luego de ironizar que "el antirrevisionismo ha tardado 25 años en reaccionar" reafirmó su postura, destacó la poca precisión de Farragut, rechazó las acusaciones de Fitte contra Rosas y agregó que el privilegio de que el retrato de Rosas ocupara un lugar prominente en el presbiterio, o sea, en las proximidades del altar "podrá parecer inconveniente, de mal gusto, pero no encuadra dentro de la idolatría ni de la profanación, porque dicho retrato no estaba allí para recibir culto, sino más bien para tributarlo a Dios, custodiando su altar".

Esta afirmación puede corroborarse si se tiene en cuenta la relación de Rosas con la Iglesia. Frente a la guerra civil y a los sangrientos enfrentamientos que se sucedían después de la Revolución de Mayo, el caudillo federal vio en la Iglesia Católica uno de los componentes e instrumentos esenciales para lograr la unión social. Por eso, más allá de su fe religiosa y su rechazo al liberalismo, tomó la "causa del altar", como el mismo la llama, como una de sus banderas y durante los primeros años de su gobierno adoptó medidas que generaron el consentimiento y el apoyo explícito de la jerarquía eclesiástica.

El entonces obispo de Buenos Aires monseñor Mariano Medrano y Cabrera, por ejemplo, sostuvo que "las personas piadosas están por la federación", que Rosas "es un decidido protector" de la Iglesia y que la recuperación institucional será posible en la medida en que perdure su gobierno.

 

Asimismo, en 1836, mediante una circular enviada a los párrocos, determinó el modo en que debían usar la divisa federal de color punzó. Con los años esta cercana relación se fue desvirtuando con los excesos ya conocidos.

Toda esta historia invita a reflexionar que si bien había, y aún existe, una división ideológica con respecto a Rosas, una verdadera grieta, se logró debatir con argumentos, seriedad y dejando para la posteridad el legado de una historia documentada y abierta al debate y a las rectificaciones.


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