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miércoles, 29 de junio de 2022

Bernardino y su ¿feliz experiencia?....

Por Valeria Crespo
Bernardino de la Trinidad González Rivadavia nació en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780, hijo del doctor Benito González Rivadavia, abogado de la Real Audiencia y oriundo del reino de Galicia, y de doña María Josefa de Jesús Rodríguez y Ribadaneira, porteña, también de ascendencia gallega.
Huérfano de madre a los seis años, en su adolescencia ingresó al Colegio de San Carlos con su hermano Santiago. Mientras éste marchaba a proseguir sus estudios en Córdoba, Bernardino siguió en Buenos Aires los cursos de filosofía y teología, que abandonó en 1803.
Ai producirse la segunda invasión inglesa, se alistó en la 6ta Compañía del Tercio de Voluntarios de Galicia y actuó con el grado de teniente, siendo ascendido a capitán por su eficaz comportamiento. Los sucesos del 19 de eneró de 1809, que le impidieron usar su flamante traje de alférez real, lo empujaron a la causa de Liniers. En agosto de 1809 se casó con Juana del Pino, hija del marqués del Pino, ex virrey del Río de la Plata, y con la que tuvo cuatro hijos: José Joaquín, Constancia, Bernardino y Martín.
En el Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, votó en favor de los revolucionarios, aunque no fue hombre de la primera hora ni de la primera fila. Al producirse la revolución del 5 y 6 de abril de 1811, por su parentesco con el jefe de la escuadra realista, Juan Angel Michelena, la Junta de Seguridad lo encontró sospechoso. Así se dispuso que saliera de la ciudad y fuera confinado en la guardia del Salto.
Gozaba ya de cierta popularidad entre los que hicieron la revolución de setiembre de 1811 y formaron el primer tirunvirato e integró este —sin voto— como secretario de Guerra.
Llegó a desempeñarse como triunviro en reemplazo de los titulares, y en las alturas del gobierno puso en marcha un plan político, que se vería interrumpido, pero no modificado: el centralismo bajo la hegemonía de Buenos Aires. La mayor parte de las instituciones y aun los detalles administrativos creados por el primer Triunvirato se debieron a Rivadavia, que fue su nervio y motor. La revolución del 8 de octubre de 1812, preparada por la Logia Lautaro, que capitalizó la impopularidad de muchas de las medidas del todopoderoso secretario, abatió al Triunvirato y al poder de don Bernardino.
En 1814 se preparaba en Cádiz una expedición para recuperar las colonias americanas. El Director Posadas envió a Rivadavia y a Belgrano en misión a Europa, para convencer a Fernando VIl, ya repuesto en el trono español, sobre la conveniencia de negociar "/a libertad civil de estas provincias En Londres, encontraron a Sarratea que estaba en gestiones ante Carlos IV para coronar en las Provincias Unidas a su hijo Francisco de Paula. Para encontrarse con éste y su padre, que estaban en Roma, fueron a esta ciudad en vez de ir a Madrid. La caída definitiva de Napoleón arrasó toda esperanza, y la negociación, en la que intervenía el intrigante Cabarrús, se dio por terminada. Belgrano regresó a Buenos Aires. Rivadavia, desde París, siguió negociando. Sólo pudo ver a Fernando en mayo de 1816 para reiterarle el “vasallaje" de las Provincias Unidas. Rivadavia fue expulsado de la Península. Vuelto a París, trató de ser atendido por !a Santa Alianza. En 1819, suplantado por Valentín Gómez, fue a Londres. Quedó al margen de las gestiones para coronar al príncipe de Lúea, y en 1820, fracasada toda negociación, regresaron a Buenos Aires.
Martín Rodríguez era gobernador de la provincia de Buenos Aires y Rivadavia fue, en 1821, su ministro de Gobierno. Acometió un vasto plan de reformas en el orden cultural, económico, militar y eclesiástico. Al subir Las Heras al gobierno, dejó su cargo Rivadavia y marchó a Londres, donde recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario en Gran Bretaña y Francia. Suscribió con aquélla un tratado de amistad, comercio y navegación. No logró apoyo de Canning ante el inminente conflicto con el Brasil, pero promovió el interés londinense en una vasta empresa de minas. De regreso en Buenos Aíres, la Provincia Oriental lo nombró diputado al Congreso. Antes de ocupar su banca, fue designado presidente de la Nación el 7 de febrero de 1826.
Los sucesivos proyectos del presidente Rivadavia y sus medidas centralizadoras levantaron la reacción de las provincias, que desconocieron al Ejecutivo Nacional. En Buenos Aires crecía la oposición federal, encabezada por Manuel Moreno y por Dorrego, que éste último arreciaba desde su periódico El Tribuno. Como en toda la actuación de Rivadavia. las medidas abarcaron desde lo nimio a lo fundamental. El tratado preliminar de paz con el Brasil suscrito por el ministro García en mayo de 1827 y provocaron la renuncia de Rivadavia.
Después de algún tiempo, Rivadavia se fue a París, dedicándose a la traducción de obras. En abril de 1834 regresó a Buenos Aires, pero fue obligado a salir en horas, pese a la mediación de Facundo Quiroga. Se instaló en la República Oriental del Uruguay, en una quinta cedida por el gobierno. Caído Rivera, fue desterrado Rivadavia con otros unitarios a Río de Janeiro. Allí murió su esposa en 1841. Partió solo para Cádiz donde falleció el 2 de setiembre de 1845, de apoplejía fulminante. Años después, sus restos fueron repatriados en contra de los dictados de su testamento en el que dejó expresa su voluntad de no descansar en la tierra de su nacimiento. Su empresa había fracasado. Su acción no había sido fiel a sus propias palabras: "...fatal es la ilusión en que cae un legislador cuando pretende que sus talentos y voluntad pueden mudar la naturaleza de las cosas”.

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